31. Cacería
Por los siguientes días la rutina siguió siendo la misma, Diana iba desde temprano a la zona que había delimitado con lo que Nora y otros testigos le dijeron, si permanecía cerca esperaba ver al hombre cuyo deseo de atrapar se le había vuelto una obsesión. También continuó preguntando por él a quienes pensó que podían ser más observadores. Era una verdadera pena que no pudiera acceder a los vídeos de las cámaras cercanas para acelerar la búsqueda.
Su situación no era buena, acababa de terminar un par de casos simples que tomó y aunque su cuenta bancaria tenía cada vez menos disposición de efectivo, no pensaba tomar ninguna otra oferta de trabajo hasta que resolviera ese asunto. Era para lo que se había preparado por cinco años y no pararía hasta encontrar a ese psicópata, así tuviera que comer alimentos baratos o no comer más que el desayuno y la cena que Roberto le compartía.
Al cuarto día tanto ella como Saúl comenzaron a entrar en desesperación, habían conseguido averiguar que Liliana, la víctima anterior iba asiduamente a una iglesia, pero Fátima no, por lo que no les aportó nada que pudieran usar.
El agente la alcazaba al salir del Ministerio público, las noticias que le llevaba no eran buenas. Manuel y el resto del equipo habían liberado de sospechas al novio de Fátima, a cambio volvieron a seguirle el paso al último cliente que ella atendió la noche que desapareció y que la había puesto nerviosa con su actitud. Ya lo habían investigado al principio, pero al relacionarla con los casos de asesinatos en serie dejaron esa línea de investigación.
A esa altura, Manuel había desechado la teoría de que el asesino de Liliana fuera el mismo secuestrador de Fátima, eso originó la separación de los equipos de investigación al igual que la de los recursos y la información. Tanta desarticulación únicamente sirvió para poner en alerta a los jefes en espera de resultados, Diana sabía que a la primera oportunidad archivarían el caso otra vez y harían de todo para que quedase en el olvido.
—Si no la encontramos y Fátima aparece de la misma forma que las anteriores víctimas, vamos a quedar como ineptos, igual que hace cinco años —dijo Saúl en tanto ambos entraban a una ferretería en la que no habían preguntado antes por encontrarse bastante lejana al lugar donde trabajaba Nora, pero las opciones se les acababan lo mismo que el tiempo.
—No entiendo a Ruiz, ¿Qué es lo que le sucede? Él sabe bien que a Fátima se la llevó el mismo desgraciado.
—Le sucede que lo dejaste, al menos podías haber esperado a cerrar esta investigación para mandarlo al diablo.
—¿De verdad seguirás jodiendo con eso, Domínguez? ¿Desde cuando le importé tanto como para afectar sus muchos años de experiencia y su buen juicio?
Era incapaz de entender al hombre. Aunque habían compartido buenos momentos, jamás fueron suficientes para ninguno de los dos, no como para que la venganza de él fuera echar por tierra toda la investigación en la que ella invirtió tanto tiempo y esfuerzo.
—Que poco lo conoces... —Saúl calló de repente, habían llegado hasta el mostrador y el empleado, un hombre mayor, los veía con cara de pocos amigos.
De la forma más clara que pudieron le explicaron el motivo de que estuvieran ahí y le mostraron el retrato hablado. El hombre vio a uno y a otro arqueando las cejas. Se acomodó los anteojos y se centró en la imagen que le pusieron enfrente. La observó por un largo rato y su expresión pasó de la completa apatía a un gesto delator.
—¿Lo reconoce? —adelantó Diana.
—Pues verá que sí, ¿Por qué dicen que lo buscan?
—Por un caso de robo...
—Imposible, este muchacho es un alma de Dios.
Diana y Saúl intercambiaron suspicaces miradas antes de que ella volviera a hablar.
—Si lo es entonces no tiene nada que temer, de cualquier forma, necesitamos hablar con él. ¿Puede decirnos dónde encontrarlo?
—¿Solo hablar? —siguió indagando el hombre. Sus visitantes asintieron casi al mismo tiempo, disimulando el ansía que les provocó el descubrimiento, únicamente los delató el ligero cambio en el movimiento de su respiración —. Bien, eso espero porque no es capaz de hacerle daño a nadie, se los juro. Es Santos, trabaja en El Señorial, los baños que están a dos calles de aquí.
—¿Hace mucho que lo conoce?
—Algunos años, sí.
Para no perder más tiempo, agradecieron al hombre por su ayuda y salieron de ahí rumbo al sitio que les había señalado.
—¿Traes tu arma? —le preguntó Saúl una vez que estuvieron en camino.
—Sí ¿y tú?
El hombre asintió y en un par de minutos estuvieron frente al negocio situado en una calle estrecha y poco transitada. Era un edificio viejo y lo bastante grande como para ocupar el área de toda la cuadra, sus escasas ventanas de vidrios amarillentos evidenciaban la falta de mantenimiento. Diana no quiso ni imaginar lo que encontrarían dentro, menos cuando sus ojos se posaron en las letras rojas anunciando el nombre Baños El Señorial que destacaban sobre la pared de enfrente pintada en la mitad superior con blanco y la inferior con azul, también leyó la advertencia más pequeña: Exclusivo caballeros.
—¡Vaya lugar! —exclamó su compañero con burla —. Bien Carvajal, ¿Hablas tú o yo?
—Te lo dejo —respondió ella y comenzó a andar.
Por suerte lo marcado en sus relojes estaba dentro del horario de apertura del establecimiento y pudieron acceder sin problema tras empujar la puerta negra de burda lámina que daba la bienvenida.
Adentro el ambiente era tétrico, húmedo e iluminado apenas por un foco que no era suficiente para el espacio. Los únicos adornos en las paredes marrón oscuro eran los cuadros con los permisos necesarios para operar y una hilera de casilleros. Al fondo, vieron un pequeño mostrador detrás del cual se encontraban los precios y servicios ofertados, al igual que un tipo de expresión adusta.
—La señorita no puede entrar —señaló con notoria impaciencia.
—No se preocupe —dijo el agente mostrando su identificación al tiempo que llegaba hasta el mostrador.
Al estar cerca notó la fina capa de sudor que cubría el rostro del hombre, la humedad también bañaba sus cabellos y junto a su rostro sonrojado, daban cuenta del escaso aire que corría apenas sobrellevado con un ventilador de piso encendido a su lado. Por su parte, Diana se quedó unos pasos atrás detallando los alrededores. No tardó mucho en identificar la entrada a los baños, había otra que daba a algún tipo de oficina y una tercera que permanecía cerrada, por el tamaño lo más probable era que fuera un almacén.
—Estamos buscando a Santos —escuchó emitir a Saúl y su atención volvió a focalizarse en la interacción con el empleado.
—Él no está.
—¿Seguro? —. Entornó sus ojos mirando directo al rostro del hombre. Por respuesta obtuvo un dubitativo asentimiento.
—¿Qué sucede, Román? —otro hombre apareció por la puerta recién abierta de la oficina que Diana había identificado.
—Estas personas buscan a Santos.
—Pasen —dijo el aludido sin exigir ni dar explicación.
La pareja lo siguió hasta el interior de la oficina, tomaron asiento apenas entrar. La habitación era pequeña y estar de pie no tan viable pues restaba todavía más espacio.
—Mi nombre es Salomón Hernández. El administrador, ¿En qué puedo servirles?
—Como ya le dijeron, buscamos a Santos —se apresuró a comentar Diana, el hombre era mayor y parecía confiable, así que esperaba poder obtener su cooperación.
—¿Está metido en algún problema?
—No señor Hernández, solo queremos hablar con él. Puede decirnos si se encuentra aquí o darnos su dirección.
—¿Son policías?
—Agentes del Ministerio Público —aclaró Saúl, mostrando su identificación.
—Entiendo... —el administrador dudó un poco y se movió incómodo en su asiento antes de continuar —. Puedo saber, ¿Por qué lo buscan?
—Creemos que fue testigo en la comisión de un delito.
—Ya veo, haberlo dicho antes, solo tengo que advertirles que no es muy bueno para hablar, es... ¿Cómo decirlo?... muy retraído y le cuesta confiar en cualquiera.
—No se preocupe —lo tranquilizó ella —. ¿Está aquí?
—Debe estar, aquí vive.
—¿Cómo?
—Sí, verán, él mantiene los baños en orden, hace de todo; lava las toallas, limpia los espacios, es bueno reparando cosas, también se encarga de ayudarme con los clientes que dan problemas... Es un excelente empleado, su único problema cuando llegó aquí era que no tenía hogar. Nosotros le dimos uno junto a un sueldo a cambio de su trabajo —explicó. Saúl miró con discreción a Diana, ella escuchaba al hombre casi sin pestañear —. Por fortuna uno de los cuartos que está completamente aislado fue ideal para darle un lugar, así que pocas veces lo verá fuera. Él vive para su trabajo.
—Dígame Señor Hernández, ¿Qué más puede decirnos de Santos? ¿Apellido? ¿Edad?
—Se apellida Lara y creo que tiene treinta años. Pero, me dijeron que lo buscan para testificar ¿Es así? —confirmó con desconfianza.
—Así es. ¿Puede llevarnos con él?
—¿Qué les parece si mejor le digo a Román que lo traiga?
Dudaron un poco, aceptar era advertirlo, pero el administrador no parecía dispuesto a dejarlos entrar a sus dominios y sin la orden de un juez les era imposible a menos que quisieran armar un escándalo. Cedieron para verlo hacer lo que prometió. Tuvieron que aguardar unos minutos antes de ver la puerta abrirse otra vez en medio de un crujido que pareció detener el tiempo.
Diana contuvo el aliento, una subida de adrenalina la puso en alerta y sintió una sobrecarga de energía bombeada por el corazón a través de su cuerpo. Cuando logró ver por completo al recién llegado, sus ojos se cruzaron con los de él y por un instante, ambos se transportaron al pasado, a un lugar en el que la supervivencia más primitiva fue su prioridad y uno a punto estuvo de perder la vida a manos del otro.
Santos abrió los ojos más de lo habitual y una sacudida lo hizo retroceder en medio de un sobresalto. Reconoció a la mujer de inmediato y supo que tenía que huir. Ambos agentes y sus compañeros de trabajo lo vieron con el pasmo de lo inesperado desaparecer en medio de una huida veloz. De un salto, Diana y Saúl abandonaron las sillas que habían estado ocupando y fueron corriendo tras él frente a la sorpresa de los otros dos hombres.
El perseguido se había metido de nuevo a los baños y pensaron que sería fácil atraparlo, confiaron demasiado pronto en su ventaja pues bastó que pusieran un pie dentro para que se percataran de su error. Se encontraron rodeados del agobiante calor, la nube de vapor que formaba la humedad del ambiente, los cuartos sin puerta que tenían la configuración de un laberinto y que sumaban a su confusión pues entraban en uno y luego estaban en otro para acabar sin salida, viéndose obligados a volver sobre sus pasos.
Los clientes presentes no ayudaban, la mayoría estaban desnudos, otros con los genitales apenas cubiertos por una toalla y algunos en situaciones comprometedoras con algún compañero de baño. Los veían, en especial a Diana, y sus movimientos junto a una que otra queja distraían a la pareja.
El sonido constante confundía su sentido del oído por lo que no lograban captar más allá del murmullo del agua correr y los susurros de los presentes. Santos había elegido el mejor lugar para perderlos, era su territorio, y tendrían que evacuar todo si esperaban contar con una posibilidad de encontrarlo.
—¡Salgan, salgan! —gritaron ambos a cada cliente que se cruzaba de frente con ellos y le daban un leve empujón para hacerles ver que no se trataba de una advertencia vana.
Al final tras varias vueltas, el sitio quedó desierto. Solo ellos, sus respiraciones temblorosas a causa de la agitación en sus pechos saturados de adrenalina, el vapor, los cuartos sin más mobiliario que una banca de burdo cemento suavizada con recubrimiento de pintura y su presa escondida en algún recóndito lugar de ese complejo. Se detuvieron un instante tras pensar lo mismo, se vieron y asintieron para a continuación, desenfundar sus armas y avanzar con el cañón por delante como defensa.
—Vamos a separarnos —propuso Diana en voz baja, tratando de ser escuchada solo por el agente que a pasos lentos avanzaba a su lado.
—Te quedas conmigo, no pienso dejar que te salte encima como la última vez.
Gruñó, pero Saúl tenía razón, aquello era un entrampado con escasa iluminación y nula ventilación en el que les sería imposible acudir en auxilio del otro de ir cada uno por un camino distinto, así que siguieron avanzando juntos, peinando cada rincón. Por fin, después de segundos eternos de un angustiante recorrido llegaron a un enorme espacio, más oscuro que el resto, aunque con la luz necesaria para ver claramente sus siluetas. Se encontraron con una estructura redonda de varios metros de diámetro, era un pozo que ocupaba la mayor parte del área. En las orillas había una cantidad absurda de recovecos formados por los calentadores de agua. Voltearon a cada lado y dieron algunos pasos en dirección contraria alrededor del pozo. La sangre en sus venas les quemaba dentro conjugándose con el ardor del exterior para que el sudor que les resbalaba desde la frente fuera tal que alguna gota caía en sus ojos, dificultándoles más su objetivo.
El sitio era un verdadero infierno que se convirtió en una faena una vez que Saúl recibió el primer y sorpresivo ataque, Santos salió de entre las sombras con una velocidad increíble y con ambas manos unidas le golpeó las muñecas de forma tan certera y brutal que lo obligó a soltar el arma, esta cayó con un estrepitoso ruido que hizo eco. Luego recibió un codazo en el rostro que le dio de lleno en la nariz, percibió el crujido del hueso nasal quebrarse y la vista se le nubló.
El agente fue a dar contra la pared de dos metros de altura que rodeaba el pozo en medio de trompicones. Aturdido, giró hacia su atacante y notó que cargaba contra él empuñando un cuchillo. Desvió por poco el primer intento de hundirle el arma en el cuerpo, lo que le valió un profundo corte en el brazo que tiñó de rojo la manga de su camisa, entonces Santos le puso el antebrazo contra el pecho para inmovilizarlo sin lograrlo del todo, pues su oponente imprimió toda su fuerza para intentar liberarse.
Giraron un par de veces trenzados, Santos era en exceso fuerte y además la consigna que le saturaba el pensamiento era la de matar o morir, por lo que la duda no entorpecía ninguna de sus acciones. Viendo que le estaba costando someter al agente, se alejó un poco jalándolo por los hombros de la ropa y haciéndolo doblarse para asestarle un rodillazo directo en la cabeza. Saúl vio negro un segundo y todo a su alrededor se tambaleó antes de percibir el filo helado abriéndose paso entre la carne de la parte superior de su abdomen.
A unos metros, Diana giró de inmediato al escuchar los resoplidos, golpes secos y expresiones que anunciaban el enfrentamiento, sus pasos rodeando el pozo le habían valido perder de vista por un breve instante a Saúl, así que regresó y de algunas zancadas lo encontró peleando con Santos. Apuntó a este último, pero le fue imposible disparar pues temió herir a su compañero cuyos movimientos involuntarios le bloqueaban el tiro. La angustia le descompuso el rostro en tanto sentía la sangre en ebullición endurecerle los músculos. Contuvo la respiración, su mente trabajaba frenética en las posibilidades de actuar.
Fue entonces que vio como si de una cámara lenta se tratase caer a Saúl y a Santos arremeter contra ella, no obstante, el agente herido logró aferrarse al brazo del asesino y eso le valió a ella lo suficiente para reaccionar y dispararle a este en la pierna. Pensó en matarlo, pero la imagen de Fátima se le atravesó, hasta no encontrarla ese mal nacido no podía morir. La bala que perforó su piel destrozó tendón y ligamento haciéndolo caer. Pese a la pierna entumecida, Santos siguió arrastrándose sobre su otra rodilla y manos hacia ella, ignorando el daño como si no le importase. Pero ya estaba en el suelo así que Diana lo alcanzó y le conectó una patada directo a la cabeza haciéndolo caer de lado y soltar el cuchillo que aún tenía en la mano. Ella pateó el arma blanca lejos de él y lo observó sin permitirse bajar la guardia. No estaba por completo inconsciente, pero sí fuera de combate.
—¡No te muevas, infeliz! —le advirtió apuntándole.
Sin perder tiempo fue hasta Saúl, le buscó las esposas que llevaba y regresó con Santos, lo giró boca abajo y se las colocó uniendo sus muñecas detrás de su espalda. Él se quejó, pero poco le importó. A continuación, volvió a centrarse en su compañero, apenas y se movía, solo el débil movimiento de su tórax le dijo que seguía respirando. En cambio, la sangre que fluía de su costado formando un río carmesí que descendía hasta gotear el suelo sobre el que estaba tendido la hizo caer en la cuenta de la grave situación.
Se arrodilló a su lado e intentó con ambas manos contener la profusa hemorragia sin que sirviera más que para que sus dedos se bañaran de líquido vital, así que optó por quitarse la blusa y usarla como compresa, era lo único que tenía a disposición. Con la mano izquierda siguió presionando sobre la herida en tanto con la derecha sacaba con esfuerzo el móvil del bolsillo de su pantalón. Espasmos estremecían su cuerpo. De inmediato, aunque entorpecida por la pegajosa humedad en sus manos, marcó el número de emergencias. En ese momento llegó el administrador y el empleado del mostrador, impactados se quedaron viendo la escena y tardaron en reaccionar cuando ella les pasó el móvil para que dieran la dirección exacta a la operadora luego de decirle a esta que un agente ministerial se encontraba herido.
—No te mueras, Domínguez... ¿Oíste?... ¡No te puedes morir! —suplicó atribulada y con los ojos fijos en el rostro inexpresivo y pálido del agente.
Un frío que experimentó antes le erizó la piel y le congeló desde los hombros hasta lo largo de la espina dorsal, así se sentía ver la muerte de cerca.
https://youtu.be/R_zjSe4TuBo
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