3. La chispa que enciende el fuego
🍰Este capítulo y el que sigue llevan dedicatoria especial para una de las personas más importantes en mi vida. Hoy que es tu cumpleaños, quiero recordarte lo inmensamente agradecida que estoy de tenerte como mi mamá. Eres la mujer más fuerte y valiente que conozco. Admiro tu disposición para seguir aprendiendo y mejorando día con día, gracias por tu ejemplo.🍰
Diana supo de Manuel hasta avanzada la tarde. Era habitual esperar a verlo y en el último par de meses sus encuentros disminuyeron de forma notable, al inusitado grado de sentir que lo extrañaba. La mayoría del tiempo no le importaba la ausencia, convencida en disfrutar los escasos momentos que se concedían y obviar el resto; estaba tan ocupada en llevar respuestas a sus clientes y recibir el pago correspondiente, que apenas se percataba del paso de los días. No obstante, existían ocasiones como aquella en la que muy en el fondo anhelaba sentirse acompañada. Por eso, sintió un ligero espasmo de emoción en el pecho una vez que él le dijo al teléfono que podían encontrarse.
La cita fue un restaurante lejano a la pieza que Diana alquilaba; lo usual era encontrarse en los estacionamientos de los sitios pactados. Llegar antes la tuvo en espera por casi una hora, observando desde su auto. Justo en esos momentos agradecía las largas esperas durante las noches de vigilancia y las tareas de investigación que le enseñaron de paciencia. Sin mucho que hacer, jugó con sus dedos al pasarlos sobre el volante y tamborilear de un lado a otro mientras miraba el panorama que le permitía su campo de visión. Alguien más hubiera escuchado música o leído un libro, pero acostumbraba a estar alerta en todo momento, por lo que los distractores no le iban bien.
Fue entonces que lo vio salir junto a otros tres hombres, estos se fueron luego de que los cuatro se despidieran. Manuel se quedó de pie pensativo largos instantes, lo que intrigó a la mujer. Pocas veces lo había visto tan meditabundo, y sabía de sobra que la causa era su trabajo. Sus ojos siguieron a quienes lo acompañaban antes. Los reconoció; con dos había trabajado en una de las investigaciones que realizó como agente del Ministerio Público, al tercero no lo conocía. La atmósfera se tornó inquietante, el caso en el que colaboró con esos dos no era cualquiera y pese a los cinco años que habían pasado desde entonces, le seguía provocando pesadillas. Aquello la hundió en sus recuerdos lo suficiente para no darse cuenta de que Manuel ya la había visto y avanzaba a su vehículo. Sin más, el hombre abrió la portezuela del lado del copiloto y entró a su lado.
—Lo lamento, no pensé que tardaría tanto. Esta idiotez se alargó más de lo que creí.
El saludo la hizo mirarlo de soslayo con la boca apretada en una mueca recelosa. Él no se apabulló, nunca sería una mujer cariñosa y era parte de lo que le gustaba de ella, así que se le acercó para darle un beso en la mejilla y pasarle la palma de la mano por el muslo derecho.
—¿Qué hacías con ellos? —. Volteó su cuerpo tras resoplar para quedar sentada frente a él, viéndolo de la forma que lograba incomodarlo, tan fijo que sus ojos oscuros brillaban.
—¿Por qué te sorprende? Trabajamos juntos ¿Lo olvidaste?
—Sabes que no me refiero a eso, ¿Por qué precisamente ellos? ¿Acaso es por...?
—¡Basta Diana, no es lo que piensas! Ese caso está cerrado —. Ante su respuesta, Diana desvió la mirada con la respiración alterada solo para volver a encararlo con renovado ímpetu.
—Cerrado solo porque lo quisieron archivar los jefes. ¡Si a ese maldito nunca lo agarramos!
Tras el reclamo, un tenso silencio se apoderó del espacio. Diana continuaba con sus ojos puestos en el perfil del hombre que, con gesto abrumado, se negaba a devolverle la mirada. Todo en él lo delataba y pese a que entendía en parte sus motivos para no querer ser honesto, estaba poco dispuesta a tolerarlo. Era ella la que había sufrido en carne propia la perversidad de aquel monstruo humano.
—Cambiemos de tema, ¿Por qué no me hablas de lo que descubriste?
La propuesta emitida con pasiva entonación y la mirada condescendiente que le dedicó la hizo sentir el vacío de la incomprensión.
—¡Ruiz!
—No tiene caso hablar de eso cuando no podemos comprobar nada.
—Pero sospechan o no te habrías reunido con esos dos. No me digas que tu caso de desaparición tiene algo que ver.
—No —exclamó rendido, era inútil ocultarle algo —. Es muy pronto para saberlo. Escucha bien, es todo lo que te diré por el momento —. Relajó los hombros y se puso atenta —. La desaparición de la que te hablé en la mañana no ha sido la única. Bien sabes que personas desaparecen a diario. Pero hace algunos meses se reportó una muchacha con características similares a las víctimas de ese mal nacido y que no hemos encontrado aún. No quisieron prestarle demasiada atención porque era la única, hasta que recibimos el reporte de Fátima, la niña que desapareció hace poco. Ella también encaja en el perfil de mujeres que él buscaba.
—No puedo creerlo —. Un mar de indignación le saltó a los ojos —. Después de cinco años, él está vivo, tal como les dije. ¿Ahora qué harán? ¡¿De verdad piensan que todos estos años ha estado quieto?!
—Comprendo tu enfado mejor que nadie, pero no es momento de sacar conclusiones apresuradas —. Tomó la mano que ella apoyaba en su propia pierna, ahogando el impulso de abrazarla. No lo hizo porque conocía de sobra lo poco afecta que era al contacto físico cuando estaba molesta. Intentar calmarla con caricias le había costado un par de empujones en el pasado —. Te informaré cuando sepa algo más, te lo prometo. Ahora dime qué encontraste tú, ¿Quieres?
A Diana le costó centrarse una vez que sus pensamientos viajaron al tiempo en el que participó en la pesquisa de un homicida cuyo rastro perdieron tras dejar varias víctimas. Fue ella quien lo tuvo más cerca y no podía dejar de reprocharse lo débil que fue contra el infeliz. Si tan solo hubiera actuado con más precaución estaría preso o muerto, y muchas de las jóvenes que cazaba seguirían vivas.
Con un nudo en el pecho, comenzó a relatarle a su acompañante los detalles de su investigación. Su cliente la había contratado para vigilar a su esposo, convencida de que era infiel; pretendía reunir pruebas suficientes para demostrarlo ante un juzgado. El hombre era dueño de una empresa mediana de paquetería. Sin embargo, más que mantener una relación con otra mujer, acudía asiduamente a un sitio que para Diana era la fachada de algo ilegal. Diferentes hombres entraban y salían, otros más vigilaban. Dado su descubrimiento, averiguó mayores detalles; la empresa de paquetería era solo una de las cinco que el tipo había tenido en los últimos siete años, saberlo la hizo plantearse que podía haber algo detrás de sus aparentes negocios fallidos.
—Puedo apostar a que es una casa de seguridad. Lo que todavía no sé es lo que guardan dentro.
La afirmación de Diana hizo respirar hondo a su acompañante.
—Vayamos a averiguarlo.
Era la respuesta que esperaba, sonrió de lado y arrancó el auto. Para salir del estacionamiento, se detuvo detrás de otro vehículo que esperaba a que el tráfico disminuyera para hacer lo mismo. Cuando el conductor estuvo seguro, avanzó sin percatarse de que un hombre mayor en bicicleta intentaba cruzar sobre la acera frente a él. Tanto el ciclista como el vehículo frenaron de improvisto sin lograr evitar que la esquina derecha del automotor diera un ligero empujón a la bicicleta; ésta cayó en medio de un fuerte golpe.
Diana apagó el motor y bajó enseguida, rodeó corriendo ambos vehículos para ir a auxiliar al ciclista. Manuel hizo lo mismo, aunque mucho más lento. Además del golpe de la caída, a la mujer le pareció que el accidentado estaba ileso. Saberlo no impidió que sintiera su sangre en ebullición al voltear hacia el conductor y darse cuenta de que lejos de mostrar un poco de preocupación por lo ocurrido, giraba las llantas para rodearlos y retirarse. Viendo su intención, se le plantó enfrente y le golpeó el cofre con la palma. El hombre detrás del volante le hizo una seña con los brazos hacia arriba y le dedicó un insulto. Su cinismo fue la gota que derramó el vaso.
—¡Te bajas, idiota!
El reclamo alteró todavía más los nervios del conductor que se lo pensó dos veces entre obedecer y dejar que el pie sobre el acelerador continuase bajando. Su decisión fue clara al escuchar los golpes en la ventanilla que dio Manuel con los nudillos y encontrarse con el gesto severo seguido de la identificación del Ministerio Público que le mostraba.
Fue solo hasta que Diana atestiguó que el anciano recibió una disculpa, que reanudó el camino hacia la casa de seguridad. Manuel la miraba de soslayo, estaba alterada, tanto que podía notarlo en su respiración. También podía asegurar que el incidente que acababan de presenciar no era la causa principal de su molestia.
—Diana, ¿Por qué no te tranquilizas? ¿Has dormido bien?
—Deja de intentar cuidarme, Ruiz. Estoy bien —. La mentira le dejó un sabor amargo en el paladar; tenía días sin dormir más de cuatro horas seguidas antes de que las pesadillas que acudían a ella cada determinado tiempo le robasen el descanso. Ese era su secreto y no pensaba compartirlo con nadie —. Solo prométeme algo.
—¿Qué es lo que quieres?
—Si es él, si es ese maldito engendro el que está matando de nuevo, júrame que me lo dirás.
Temía esa petición. Por un largo instante no dijo nada, crispando todavía más a la mujer que aguardaba su respuesta.
—Lo haré si estoy seguro de que lo es.
La promesa selló esa noche para los dos amantes.
Media hora después estuvieron en el domicilio que Diana había descubierto. Al poco tiempo, el agente reconoció a uno de los hombres que ingresaron, era un proxeneta con varias denuncias por agresiones físicas y violación que llevaban meses intentando vincular con su principal negocio: la trata de personas y explotación sexual. Era de los negocios más rentables del crimen organizado y las autoridades eran laxas al momento de emprender acciones en su contra; dichos procesos requerían de pruebas contundentes para iniciarse.
Diana pudo dormir tranquila esa noche, luego de que avanzada la madrugada, vio como los agentes y refuerzos policiales que Manuel pidió en el lugar hicieron una redada que terminó liberando a doce jovencitas y un par de adolescentes varones. Saber que los desgraciados que los tenían secuestrados y amenazados fueron atrapados le daba tranquilidad, pese al regreso de la aterradora sombra que a punto estuvo de arrancarle la vida en el pasado.
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