21. Promesa



Alguien llamando insistentemente a su puerta la hizo dejar la ropa que estaba doblando sobre la mesa de la cocina para ir a abrir. Aracely no solía recibir visitas por lo que la sorprendió encontrar en la entrada de su casa a una joven mujer tan poco convencional. Con gesto adusto la detalló de pies a cabeza, la piel del rostro libre de maquillaje, el largo cabello azabache sujeto por apenas una banda y la ropa en extremo sencilla. Era más baja de estatura que ella y también muy delgada, pero su mirada fiera le causó cierto temor.

—¿Señora Aracely? —. Ella asintió —. Mi nombre es Diana Carvajal, soy investigadora privada y quisiera hablar con usted sobre su hijo Edgar Medina.

Por breves segundos no hubo respuesta, se dedicó a repasar cada una de las palabras de la mujer, evaluando sus motivos para estar ahí.

—¿Qué asunto tiene con Edgar? —soltó al fin.

—¿Quiere encontrarlo o no?

—¿Está aquí por Roberto? —. Diana afirmó —. ¿Es su amiga?

—Ya le dije que soy investigadora privada. ¿Me dejará pasar y así hablamos mejor?

Con marcado recelo, le permitió el paso y juntas caminaron hasta la sala de estar de la casa. Ambas tomaron asiento. La anfitriona de la casa se sentó en el borde de un sillón individual, con la espalda recta y las manos sobre sus rodillas juntas. Su postura tensa provocó que su acompañante la mirase con mayor detenimiento. El poco discreto escrutinio, provocó lo mismo y Aracely hizo un reprobatorio gesto al ver a su forzada invitada sentada con desenfado, sostenida entre el respaldo y el reposabrazos del sofá. Tanta confianza le resultó petulante.

—¿Quiere tomar algo?

—Estoy bien. Cuénteme sobre Edgar, ¿Cuánto tiempo hace que no se comunica con usted?

—Roberto ya debió habérselo dicho. Hace casi un año que no se de él.

Por un largo instante, la investigadora no dijo nada, aumentando su incomodidad. Luego, acarició el sobre que llevaba en la mano.

—¿Casi un año? Interesante, a Roberto le dijo que había sido un año y sus registros telefónicos dicen una cosa muy distinta.

—¿De qué habla?

Ante el cuestionamiento y la creciente hostilidad que vio en el gesto de la mujer, Diana sacó del sobre varias hojas de papel y las extendió sobre la mesa de centro que las separaba. En ellas estaba la información que obtuvo con su contacto en el servicio de telefonía móvil sobre las llamadas en los últimos meses del número de Edgar. Al revisarlas, le había interesado un número en especial que aparecía frecuentemente y descubrió que era el de Aracely. Contrario a lo dicho por ella, la comunicación entre ambos había cesado apenas un mes antes de que Roberto saliera de prisión.

—Vamos a hablar honestamente, usted dejó de hablar con su hijo apenas poco antes de que Roberto volviera, ¿Por qué le mintió?

—¿Cómo se atreve a llamarme mentirosa?

—No soy yo quien lo dice sino esto —. Señaló con el dedo índice el número que había remarcado —. Pero si no me quiere decir, no importa. Probablemente lo hizo para hacer sentir mal a Roberto, y así poder manipularlo y obligarlo a buscar a su hermano. 

—¡Cállese de una vez! —gritó, perdiendo toda compostura.

La advertencia no amedrentó a quien la recibió. Por el contrario, sus ojos centellaron. Detestaba a las madres, adoptivas o no, que no supieran comportarse a la altura del título; una cosa era no ser una buena madre, otra muy distinta convertirse en una cruel.

—Solo le diré algo: no voy a tolerar que siga perjudicándolo, ¿No fue suficiente con que tuviera que ir a la cárcel por culpa de su otro hijo?

—Roberto acabó ahí por lo que hizo. ¡Nadie lo obligó a nada! ¿Por qué culpa a Edgar?

—¡Repítaselo hasta que se lo crea! —sentenció apretando los dientes e inclinada hacia adelante. 

Aracely la miró trabada por la rabia. La indignaba que Roberto fuera capaz de avergonzar a su familia involucrando a alguien más. La idea de que la grosera desconocida fuera más que solo una investigadora contratada por él se reforzó en su cabeza. Era lo único que explicaba que hablase a su favor como si estuviera segura de su integridad.

—¿Quién se cree que es para venir a cuestionarme? ¡Me dijo que no era amiga de Roberto!

—Nunca dije que no lo fuera, sí soy su amiga, así que haga el favor de dejar de fastidiarle la vida por culpa del parásito que tiene como hijo. A cambio, buscaré a ese desgraciado para usted.

—¡Increíble! —bufó, alterada ante el descaro de su visitante —. Ya veo, espera tener una oportunidad con él y por eso está aquí acusándome e insultando a mi hijo. Si es así, no me interesa recibir su ayuda.

—¿Una oportunidad?

—¡Sí, es lo que dije! Pero de una vez le digo que no conseguirá nada. Roberto no toma en serio a ninguna mujer. Mucho menos a una como usted. Ha salido con mujeres hermosas y no es para nada su tipo. 

Lejos de amilanarse, sonrió con lo que a Aracely le pareció excesiva presunción. Por unos instantes se quedó pasmada, su comentario esperaba ser hiriente y que no tuviera efecto la sacó todavía más de sus casillas, aunque se obligó a no demostrarlo.

—Mire. No necesito que me tome en serio, solo quiero seguir acostándome con él —. La confesión dejó boquiabierta a la mujer. No supo lidiar con semejante desfachatez —. Ahora, volvamos a su otro hijo. ¿Por qué está tan preocupada por él? ¿Qué sabe? Y antes de que me diga que no quiere mi ayuda, piense que soy su mejor opción para volver a verlo con vida. ¿Sabe cuántas personas con mucho mejor comportamiento desaparecen sin dejar rastro en este país?

No hubo respuesta inmediata, pero su mirada le dijo a Diana que no le pondría más obstáculos. Al final, bajó los hombros y su actitud se tornó menos agresiva. Una vez que abrió la boca fue para confesarle que su preocupación por Edgar era a causa de su relación con una mujer a la que calificó de formas poco amables y con la que él compartía vivienda. Poco sabía de ella más allá del nombre, pero no le inspiraba confianza. Además, a su parecer, Edgar no era bueno escogiendo compañía femenina, siempre terminaba metido en el doble de problemas cuando estaba con alguien. 

Aracely creía que Roberto tenía el mismo defecto, aunque no lo externó. En esa ocasión y luego de un amargo inicio, pensó que tal vez la investigadora al menos serviría a su propósito de encontrar a su hijo. Como si la mujer viera a través de ella, recibió una última advertencia.

—Recuerde que esto lo hago por Roberto y solo por él, así que más le vale decirle lo que quiere saber en cuanto encuentre a su hijo. Si no lo hace usted, lo averiguaré así tenga que mover cada piedra de su pasado. ¿Entiende?

Dicho eso, abandonó su asiento, la vio una última vez y fue hacia la salida. Ella se puso de pie y siguió sus pasos mecánicamente, lo único que quería era que se fuera e hiciera su trabajo lo más pronto posible. Quería ver a su hijo sin importar que el precio fuera remover en escombros que guardaban las peores memorias de su vida.

Al subir a su auto, Diana recibió una llamada. Sonrió antes de responder, lo negativo que Aracely despertó en ella quedó atrás al ver el nombre en la pantalla. Al otro lado, Roberto la saludó cariñosamente y tras intercambiar algunas palabras, quedaron en que ella pasaría por él al trabajo. Llegó un poco antes de lo pactado y aunque tuvo el impulso de entrar a la vieja casona, no lo hizo. La conversación con Rebeca seguía presente en su mente, en el fondo la asustaba, y optó por quedarse en el vehículo esperando a que el hombre saliera. Antes de él lo hizo Casandra. Al verla fue inmediatamente a su encuentro y se plantó a un lado de la ventanilla del lado del conductor, inclinándose un poco para hablar mejor.

—¿Qué haces aquí? ¿Por qué no entras? —indagó con esa sonrisa que derretía a cualquiera.

—Hoy no, solo estoy esperando.

—¿A Roberto? —. Diana apretó los labios para no sonreír, desviando la mirada —. Claro que lo esperas a él, me da gusto que por fin estén saliendo.

—No estamos saliendo, deja de hacer conjeturas.

—Como quieras —aceptó con ojos traviesos. Su amiga rio por lo bajo ante su gesto.

—Solo somos amigos.

—Te creo, amigos... Ya quisiera yo amigos así, pero Diana, ¿Por qué no entras a visitar al licenciado Quintero? Tiene días buscando hablar contigo.

—Ahora mismo no tengo tiempo para lo que sea que quiere Daniel.

—Pero él...

—Mejor dime, ¿Cómo está tu tío? ¿Todo mejor en tu casa?

Todo iba mejor para la joven y no dudó en hacérselo saber a la que consideraba una de sus mejores amigas. Charlaron algunos minutos antes de que Roberto al fin apareciera, entonces la joven se despidió de ambos con una amplia sonrisa y él entró al vehículo.

—Te extrañé — dijo al estar a su lado y le plantó un beso en la mejilla —. Vamos a mi departamento —sugirió mirando su boca, sus manos le rodearon la cintura para atraerla.

—No.

La tajante respuesta lo obligó a alejarse un poco y mirarla con incredulidad.

—¿No?

—Tenemos que encontrar a tu hermano. Son casi las seis de la tarde, es buena hora para ir a su domicilio.

—Ya he estado ahí antes, la casa en la que vivía está abandonada.

—Lo sé, pero la gente pocas veces desaparece sin más. Si vamos ahora, puede que encontremos a alguien que sepa algo.

Él se frotó el rostro y los ojos en señal de frustración. Estaba agotado, lo único que le apetecía era descansar o desnudar a Diana, su última opción definitivamente era ir tras los pasos de Edgar.

—¿Por qué tienes tanta prisa? Ese mal nacido puede esperar.

—Porque me contrataste para eso y tengo nueva información. Entre más tiempo pase, menos probabilidades habrá de encontrarlo y te cobraré más. Además, te lo prometí.

—No importa que me cobres más, te lo puedo pagar de otras formas —dijo, sujetándola otra vez y buscando besar su boca.

—Lo siento, pero solo aceptó efectivo o transferencia —. Frenó el avance con su dedo índice sobre los labios masculinos a escasos centímetros de su rostro. Él resopló, decepcionado.

—¿Cómo te convenzo de que me importa más estar contigo? Mejor déjame prepararte la cena y hacértelo sobre la mesa. Ya habrá tiempo para lo otro.

Tras la sugerencia, la abrazó. Besó su barbilla con dulzura y descendió hasta el cuello, saboreando la piel que sus labios acariciaban. Con desgano, se separó un poco para mirarla, seguro de obtener una respuesta afirmativa. Diana posó los ojos en la boca de él por un largo instante, haciéndolo pensar que había triunfado en su intención, luego le sostuvo la mirada.

—Si sigues insistiendo, esta vez sí voy a esposarte.

La cara que puso fue un poema para ella y sin esperar respuesta encendió el motor. Lo vio de reojo una última vez antes de concentrarse en el camino. 

Él volvió a su asiento sonriendo. Parecía gustarle llevarlo al límite, pero no le importaba, eso provocaba que tenerla fuera todavía más satisfactorio. Los escasos días transcurridos desde esa primera vez que compartieron, lo hicieron sentirse cercano a ella. Deseaba más de su presencia y en la misma medida, temía que el sentimiento no fuera mutuo. Reflexionó. 

¿Qué diablos le sucedía? ¿Cuándo le había importado si una relación era enteramente recíproca? Lo importante era que en ese mismo momento la tenía a su lado y todo se sentía mejor.

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