2. Después del aislamiento



Medio año en prisión parecía poco cuando recibió la condena, pero estando ahí, a punto de salir luego de cumplirla, se daba cuenta de que lo siguiente estaba logrando ponerlo nervioso. Era la primera vez en su vida que experimentar tanta incertidumbre era causa de que pequeños y molestos espasmos le recorrieran la piel. Sin recibir visitas ni llamadas, ignoraba lo que había sucedido en su ausencia; seguramente la vida siguió su curso, aun así, le habría gustado que alguien se lo dijera. 

Siempre tuvo en cuenta que sus desaciertos lo habían dejado solo sin que eso lo hiciera más llevadero, menos todavía en ese momento en que le eran entregadas las pertenencias que no quiso revisar. Lo único que deseaba era abandonar esas paredes en las que no dejó de ser visto como un delincuente, de cuello blanco, pero escoria al fin. Firmó como un autómata la salida y de la misma forma escuchó las últimas instrucciones de los guardias.

Afuera lo recibió un amplio estacionamiento rodeado de hierba crecida y postes de electricidad desde los que colgaban varios cables. Roberto respiró hondo ante lo desolador del panorama y se dispuso a irse. Siguió pensando en lo que le deparaba el futuro mientras comenzaba a caminar rumbo a la carretera más próxima. Sin dinero para tomar un autobús, su situación se le antojó miserable y ridícula considerando que hasta unos meses atrás solo había cosechado éxitos en todos los aspectos. Pasar su cumpleaños número treinta y cinco encerrado lo hizo comprender que nunca volvería a ser él mismo, y el abandono de su familia se lo comprobó. 

De su padre no le extrañaba, la lesión con que tuvo que vivir luego de un aparatoso accidente automovilístico lo dejó con movilidad limitada y necesidad continua de ayuda para lo básico. Por otro lado, el desgraciado de su hermano menor lo aborrecía y el sentimiento era mutuo así que era mejor no verse. Sin embargo, el que su madre lo hubiera dejado a su suerte sí dolía, sobre todo porque él se había esforzado en complacerla y hacer más agradables sus días.

Avanzó por bastante tiempo, el penal no estaba cerca de la casa de sus padres y encima lejos de todo. Los pies comenzaron a dolerle y el sol de medio día brillando sobre su cabeza a tornarse molesto, obligándolo a parar en varios puntos su trayecto y descansar un poco.

«Ni siquiera este día podían haber hecho el esfuerzo de recordarme» siguió pensando solo para incrementar la molestia que había comenzado como una desazón. Era cierto que se había equivocado, pero todo lo demás lo había hecho bien y su error, no fue motivado por un beneficio personal sino una urgencia de sacar a su familia del aprieto en el que la habían metido las canalladas de Edgar, su hermano.

Para cuando logró llegar a casa de sus padres, la cara le ardía y no únicamente por el sol que se había visto obligado a soportar, sino también por la rabia de verse dejado atrás como si fuera el peor de los hombres y por las personas que trató de salvaguardar. Tocó el timbre con la respiración agitada, estaba cansado y hambriento, una pésima combinación para un hombre cuyo carácter nunca fue dócil o paciente.

La que le abrió tras largos segundos de aguardar respuesta fue Aracely, su madre, que lejos de mostrar alegría lo vio de pies a cabeza con un gesto de desaprobación y reproche que no le pasó desapercibido. Los ojos maternos vieron las arrugas en su camisa, luego el descuidado cabello y la barba que días atrás había dejado de afeitar al no contar con lo necesario para hacerlo en la cárcel. Por último, miró a la cara del hijo que esperaba expectante un cálido recibimiento que no fue capaz de otorgarle.

—Olvidé que hoy salías.

Cuatro palabras que decían mucho, una corta frase que le comprobó a Roberto las pocas ganas que guardaba la mujer de verlo ahí.

—¿Puedo pasar? — la pregunta le anudó la garganta. 

Por casi tres años él había mantenido esa casa y procurado que su madre viviera en ella de la mejor manera posible, sin preocupaciones y dedicándose enteramente al cuidado de su padre, algo que ella no quiso dejar de hacer pese a rogarle que delegase parte en otra persona más capacitada, y ofrecer costear ese sueldo también. Por eso y más, no creía merecer tener que mendigar ser tratado con el mínimo de cordialidad.

—¿Por qué no podrías? —devolvió Aracely irónica, entrando en la casa para dejarle el paso libre. En completo silencio y con un rictus de amargura en su rostro, la mujer se acomodó en el sofá de la sala de estar viendo a otro lado, como si enfrente no tuviera al hijo que no vio por seis meses.

—Sería mucho pedirte que disimularas que te alegra verme, aunque sea un poco.

El reclamo de su primogénito hizo eco en ella, pero no le prestó atención. Suspiró hondo y con notable molestia. Roberto la observó pasmado, no entendía su actitud. Nunca había sido la madre más amorosa, al menos no con él; no obstante, el desprecio que le mostraba no dejaba de sentirse como cuchillada.

—Son curiosas las vueltas que da la vida. Cuando Edgar cayó en desgracia, tú fuiste quien me exigió no recibirlo y ahora que vienes igual, quieres que te trate mejor de lo que me obligaste a tratarlo a él.

Apenas podía creer el reproche en el que Aracely imprimió tal resentimiento que ni siquiera se atrevía a decírselo de frente, sino mirando a otro lado como si le asquease tener que verlo.

—¡Vaya! Estoy seguro de que estos seis meses estuviste deseando decirme eso. ¿Cierto? Pero mamá, no me compares con ese infeliz...

—¡Tienes razón! Edgar nunca estuvo preso ni se volvió la mayor desgracia de esta casa.

—Pero ¿Qué estás diciendo? ¿Ya se te olvido la razón de que terminara así? ¡Fueron las deudas de tu amado hijo las que me hicieron participar en ese fraude! ¿De dónde crees que salió el dinero para evitar que lo mataran a él y a ustedes por tenerlo cerca?

A esa altura, sentía el pecho contraído de rabia por la actitud de su madre. Era increíble como hiciera lo que hiciera, él resultaba el peor hijo y el mal nacido de su hermano la víctima. Desde que tenía memoria había sido así. Cuando eran pequeños y siendo él cuatro años mayor, no tenía reparos en quitarle juguetes o lo que fuera que valorase para dárselo a su hijo menor. Si alguna vez peleaban y sin importar las explicaciones que se esforzaba en dar, ella se ponía arbitrariamente de parte de Edgar. Nunca fue un secreto que era su favorito, tanto que no tenía reparos en darle todo lo que a Roberto no le incomodaba negarle.

Pese a eso, esperaba que al menos en esa ocasión mostrase un poco de comprensión. Participar en los malos manejos y corrupción de la empresa donde laboró algunos años lo llevó a cumplir una condena, pero lo hizo solo porque necesitaba el dinero que le ofrecieron por aceptar para saldar la deuda que su hermano había adquirido con un prestamista de poca monta. Al ver que no recuperaba su dinero, el hombre no dudó en cobrarle haciendo usó de matones que al final fueron los que provocaron el accidente en el que su padre resultó lesionado de por vida y que pudo matarlos a los tres. 

En ese entonces, él vivía en su propio departamento y no tenía idea de los aprietos en los que se había metido su hermano. Disfrutaba la vida al máximo y eso lo hizo sentir culpa al darse cuenta de los alcances que podía tener la desfachatez de Edgar, un hombre que pese a superar los treinta años de vida seguía actuando como un niño caprichoso que se negaba a mantener un trabajo estable y que sin ningún decoro gastaba el dinero que no tenía en vicios tan destructivos como las apuestas.

—¡Nadie te obligó! — vociferó con ojos que destilaban furia —. Los errores de tu hermano no justifican los tuyos. Tantas veces me dijiste que no le permitiera quedarse mientras no tuviera trabajo estable y mira ahora, tú vienes igual que él, con la apariencia de un pordiosero y sin nada en las manos. Por eso te dije que no fueras tan arrogante ni tan duro con Edgar, todos podemos terminar peor de lo que señalamos en otros.

—Ya entiendo mamá. Edgar puede estar aquí sin aportar, pero yo no tengo ese derecho.

Aracely no desmintió su afirmación, haciéndolo sentir otra aguda punzada en el pecho.

—Solo contamos con la pensión de tu padre, yo no puedo trabajar por cuidarlo y tú no dejaste mucho. Es muy poco lo que puedo ofrecerte.

—No vengo a pedir que me mantengan, desde hace más de diez años no les he pedido absolutamente nada. Las cosas no resultaron como quería, mi intención no era dejarlos a su suerte. Sabes bien que congelaron mi cuenta, por eso te dije que vendieras mi auto si necesitabas dinero. ¿Por qué no lo hiciste? —. La mujer no respondió aumentando su desesperación, sintiéndose al límite se llevó la mano a la cabeza y respiró hondo para calmarse. La maldita hambre lo tenía mal y la actitud de su madre no ayudaba —. No te preocupes, conseguiré trabajo pronto, te lo prometo. Dame un par de semanas, es todo lo que te pido. Lo único que necesito es un lugar para dormir. En cuanto pueda me iré de aquí.

Roberto dio por terminada la conversación y se dispuso a retirarse a la que esperaba siguiera siendo su habitación. A punto de subir por las escaleras de la casa, la voz de Aracely lo hizo detenerse en seco.

—Ha pasado un año desde la última vez que vi a Edgar. Ni siquiera ha vuelto a llamarme desde que lo hizo para pedirme un préstamo y tú no me permitiste dárselo. Le he marcado y no me responde, estoy preocupada.

Escucharla lo hizo apretar la mandíbula de impotencia. Debió darse cuenta antes que el enojo de su madre se debía a Edgar, como siempre su hermano era lo único que le importaba.

—Ya aparecerá cuando necesite dinero. 

La tajante respuesta provocó en Aracely el deseo de abofetear a su hijo, pero se contuvo.

—¿Y si no? ¿Y si aquella fue mi última oportunidad de verlo? ¿Te das cuenta? ¡Por hacerte caso no he vuelto a saber de mi hijo!

—¡Yo también soy tu hijo, maldita sea!

Tras recriminarle, quiso haberse mordido la lengua porque las lágrimas que comenzaron a brotar de los ojos de su madre eran algo que no soportaba. Para colmo, la voz de su padre llamándolo desde la habitación donde descansaba le hizo saber que había escuchado todo.

—Voy a saludar a papá. Por Edgar no te preocupes, estoy seguro de que pronto lo verás de nuevo. Si no es así, yo mismo lo buscaré para ti.

La afirmación fue seguida por sus pasos dirigiéndose al encuentro de su padre. Una cálida bienvenida, era todo lo que deseaba, pero incluso eso era más de lo que merecía. 

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