14. Hostilidad



Con esfuerzo logró regresar a su pieza sin protagonizar un accidente vial. Un dolor agudo y punzante martillada su cabeza. A esa hora cada músculo le exigía buscar una posición de reposo, pero se negaba a entregarse al cansancio. Empeñada en encontrar una pista que confirmase que aquella pesadilla estaba de vuelta.

Desesperada, llamó varias veces a Manuel. Él no respondió, tampoco leyó sus mensajes, lo supuso ocupado en algún operativo, reunión o con su familia. Poco le importaba, lo que odiaba era tener que esperarlo para saber de algo que le causaba tanto malestar. La madrugada cayó mientras revisaba diversos medios digitales de noticias locales, leyó a detalle una tras otra hasta que su cuerpo no resistió. Sin darse cuenta se quedó dormida con la cabeza apoyada en la mesa de la cocina y la computadora portátil encendida a su lado.

Al despertar el dolor de cabeza había cedido. En su lugar sintió tenso el cuello y la espalda, y acalambradas las articulaciones de rodillas y hombros. Con esfuerzo, logró enderezarse y ponerse de pie. La computadora en estado de reposo la tentó a volver a sentarse y seguir buscando, pero no tenía caso. Necesitaba orinar y ducharse. Después, llamaría nuevamente a Manuel.

El hombre siguió sin responder cuando ella estuvo lista para reanudar su búsqueda. Exploró sitios sin lograr dar con algo que le indicase que el maldito que casi la mata hubiera atacado de nuevo. A punto de permitirse un respiro, la encontró. Unas pocas líneas, escuetas y mal redactadas, informaban sobre el hallazgo de una joven sin vida en las afueras de su propia casa. El autor de la nota había agregado una presunta sobredosis.

—Idiota sin cerebro —escupió Diana rabiosa.

Era ella, la víctima inocente con la que ese miserable reapareció. Una presión se incrementó al ritmo de sus palpitaciones sobre su cráneo. Sin perder tiempo, tomó su chaqueta y salió rumbo a las oficinas del Ministerio Público. Era la hora de entrada para la mayoría y con suerte, podría interceptar a Manuel antes de que iniciase la jornada laboral. 

El tráfico no ayudó a llegar pronto, tampoco encontró lugar para estacionar cerca. Al bajar del vehículo, caminó varias cuadras a paso veloz y con un golpeteo atronador en el pecho. No le importaba nada, si necesitaba irrumpir en el edificio para encontrar a Manuel lo haría. El único pensamiento en su mente era gritar en su cara para exigirle al cobarde mentiroso una explicación. Una vez que estuvo cerca de las puertas de ingreso, un grupo de agentes arribando al mismo tiempo le prestó atención. Entre ellos se encontraba Saúl. Al ver su postura y actitud agresiva supo la razón de su presencia. 

—¡Carvajal! —gritó.

«Lo sabía» agregó para sí mismo. Con lo que advirtió a Manuel lo que pasaría sin hacerlo entrar en razón. Al voltear, Diana lo miró con los ojos de un toro embravecido antes de lanzarse bufando a su encuentro.

—¿Qué haces aquí? —. El cuestionamiento fue directo y hosco, tal y como estaba acostumbrada a que la tratasen en ese lugar.

—Vine a hablar con Ruiz.

—No es buena idea, sabes que no eres bienvenida.

—¡Entonces ve por él o no te metas en mi camino! —le gritó a la cara.

—Baja la voz, pendeja —. Apretó los dientes señalando con el dedo índice el pecho de la mujer e inclinándose hacia ella en inconfundible amenaza —. ¿Quieres que todos se enteren de por qué viniste y te lleven arrestada por meterte en lo que no te importa?

—Dime algo, ¿Cuándo pensaba decírmelo? ¡¿Hasta cuándo se iba a guardar que ese hijo de puta volvió?!

—Le dije que tenías que saberlo, pero así es él. Siempre quiere protegerte y tú no haces más que intentar destruirte. Si fueras menos impulsiva te darías cuenta y podrías ayudar. ¿Crees que no quiero que lo hagas?... Sí volvió, pero tú estás fuera no solo del caso sino de toda la Agencia de investigación, así que no tienes nada que hacer aquí. ¡Ahora lárgate!

Con brusquedad, la tomó del brazo dispuesto a llevarla lejos. Ella comenzó a revolverse y jalonear intentando zafarse. El agarre que la aprisionaba era el de una tenaza y no haber descansado ni comido poco ayudaba. Entonces, la mano de un tercero se aferró al brazo de Saúl, captando la atención de ambos y obligando al hombre a girar para encararse con quien se atrevía a tocarlo.

—Suéltala, yo me encargo —Manuel habló con calma, pero su pecho se movía con violencia, la misma que reflejaban los ojos inyectados que clavó en su compañero.

Con un gesto de repudio, el otro obedeció y volteó completamente hacia él, olvidándose de la mujer.

—¡Me dijiste que no la querías en el caso! Ahora no te hagas el santo, y si la vas a involucrar que no sea para que vaya sola tras ese infeliz.

La advertencia se quedó en el aire mientras él se alejó a grandes zancadas. Con una seña ordenó seguirlo a los agentes que lo acompañaban. Por su parte, Manuel miró a Diana y respiró hondo. Los días anteriores pensar en ella fue motivo de enfado. Odiaba imaginarla al lado de otro hombre, aunque fuera por trabajo. Pensar que compartiera el tiempo que consideraba suyo lo ponía mal. Aquellos sentimientos lo hicieron ignorar sus llamadas y la carga de trabajo no ayudó a encontrar el momento de comunicarse con ella. Se maldijo por no buscarla antes. Pero tampoco quería informarle la reaparición de quien amenazó su vida. 

—Vamos a otro lado —le pidió rogando que ella accediera.

—Eres un maldito mentiroso, me lo juraste. ¡Me prometiste que me dirías!

Con pesadez, miró a uno y otro lado. No quería verla a ella, lo único que deseaba era tomarla en brazos, encerrarla en algún lugar seguro y tirar la llave lejos. Dos fueron las ocasiones en las que por poco la vio morir. El solo recuerdo le oprimía dentro hasta robarle el aliento.

—¡No quiero que te maten! ¿Por qué no lo entiendes?

La angustia impresa en el reclamo sacudió a la mujer que lo recibió por un breve instante, pero era más la ira que le quemaba la piel. Con ambas manos empujó al hombre que intentaba acercarse, haciéndolo trastabillar un par de pasos. Él la miró descompuesto, también furioso, no con ella sino con él mismo por no ser capaz de frenarla y dejarse llevar por los celos.

—¡No puedes dejarme fuera! ¿Entiendes? ¡No puedes, Ruiz!

Manuel no desistió. Tras tomar impulso volvió a acercarse, logró rodearle los hombros en un abrazo desesperado. Hundió la nariz en su cabello y sostuvo el rostro contra su cabeza. Ella se agitó y le clavó los dedos en los antebrazos en un intento de que la soltase. No lo hizo, necesitaba sentirla.

—Deja que yo lo atrape por ti. Te prometo que lo haré... Solo quédate al margen ¿Puedes? Hazlo por mí.

Diana dejó de moverse, estaba agotada y las fuerzas de pronto la abandonaron. Los brazos le cayeron a los costados y la respiración se le acompasó débilmente. Sus latidos seguían siendo fuertes, lo suficiente para que él los sintiera.

—La chica desaparecida... Fátima. ¿Él se la llevó? —su voz entrecortada fue un susurro. Preocupado, dejó de abrazarla y la vio a la cara sosteniéndola por los hombros con ambas manos. Una palidez se había apoderado de su faz y tenía la mirada decaída.

—¡Maldita sea, Diana! ¿Cuánto hace que no comes?

Volvió a acercarla a su cuerpo y la cargó en brazos. Resultó tan sencillo levantarla que se dio cuenta de lo mucho que había bajado de peso. Las ropas holgadas que vestía le impidieron darse cuenta antes. Además, la prisa de sus encuentros rara vez le permitía verla completamente desnuda. No era mujer alta y en esas condiciones, se le antojó pequeña y desvalida.

—Estoy bien —. La afirmación lo convenció de que era urgente atenderla.

Fue con ella a cuestas hasta su camioneta, con sumo cuidado la acomodó en el asiento del copiloto y tras abordar, condujo a una velocidad que superaba el límite permitido. Llegó a la clínica más cercana. El médico a cargo la dejó en observación. Presentaba un cuadro de deshidratación, junto a deficiencias nutricionales que, sin ser anemia, corrían riesgo de agravarse. La fatiga empeoraba su estado, volviéndolo más deplorable.

Pasaron tres horas. Su móvil no paraba de sonar. Frustrado, tomó el aparato y lo apagó mientras observaba el rostro dormido de Diana. Contemplarla lo enterneció y la culpa atravesó su pecho como clavo ardiente. El calmante junto al suero que le administraron la tendría en reposo forzado un buen rato. Deseaba permanecer a su lado, pero no podía. Tampoco era opción dejarla sola. Que fuera una solitaria sin familia se volvió una dura condena.

Sin alternativa, tomó el móvil de ella. Recordaba bien la clave para desbloquearlo y de inmediato revisó las últimas llamadas. Encontrar el nombre de Roberto entre las más recurrentes avivó los celos que la preocupación enterró. Tras respirar hondo, luchó por ignorar la torturante sensación y se concentró en otro de los nombres que aparecía continuamente. Llamó a Casandra y le explicó la situación. Ella prometió ir pronto. 

Durante la espera, siguió admirando a la mujer cuyo descanso velaba. A su memoria, acudió la primera vez que disfrutó de su piel sin barrera. Habían trabajado la noche entera en el caso del feminicida en serie. Nadie más quedaba en la oficina, pero él se negó a dejarla sola. La necesidad de distracción los llevó a una charla personal y la intimidad propició el acercamiento. Sus labios terminaron fundidos en arrebatados besos y sus manos prodigaron apasionadas caricias.

En un impulso visceral, terminó por llevarla a un hotel donde se deleitó con cada parte de su cuerpo. Con grata sorpresa, se dio cuenta de que fue su primera experiencia. El carácter huraño la había llevado a ahuyentar cualquier compañía. Él agradeció que aceptase su cariño, lo agradecería siempre.

https://youtu.be/upB7i-NoOnY

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top