Prólogo
Anastasia sólo tenía ocho años cuando fue condenada a muerte por su padre Fegim y todo porque ella fue en contra de su propia naturaleza como sílfide. La niña tomó una espada y con ella extinguió una vida...
Era una homicida, pero ese no era el peor de sus pecados. Lo que ninguna cabeza de aquel mundo fantástico lograba concebir era el hecho de que Anastasia se había convertido en una aberración de la naturaleza.
Fue puesta de rodillas ante el hombre que alguna vez llamó "papá" y sollozó dolorosamente mientras contemplaba las ataduras de yute en torno a sus pequeñas muñecas.
—Anastasia Fayrel. —Su padre pronunció su nombre con imponencia y gran volumen, el suficiente para que toda la multitud de espectadores pudieran escucharlo—. Se te acusa de haber roto la ley más fundamental sobre la que nuestro mundo se sostiene. Dime, ¿qué tienes que decir a tu favor?
—Papá, por favor... —gimoteó la niña con la voz entrecortada, el rubio cabello enmarañado y el pálido rostro cubierto de sangre seca.
Su padre, el líder de los silfos, la contempló desde el atril con frialdad y hostilidad.
—Responde la pregunta, Anastasia —ordenó el hombre, ignorando las súplicas de su hija—, ¿es cierto que mataste a tu hermana?
Por toda respuesta, Anastasia agachó la cabeza y con su silencio asumió la culpa. La muchedumbre emitió un sonoro suspiro de expectación y Fegim no tuvo más remedio que desenvainar su espada. Caminó hacia su pequeña hija y le puso la hoja afilada al ras de su diminuto cuello.
—Tu condena es la muerte —declaró Fegim, al tiempo que levantaba la espada con el fin de degollarla.
No obstante, cuando él se proponía hacerlo, una ráfaga de viento se interpuso en el camino y lo impulsó lejos de la niña.
Todas las personas de la multitud señalaron con asombro, terror e incomprensión al misterioso hombre que descendió desde los cielos.
Anastasia, todavía en el suelo, levantó la mirada hacia el recién llegado y trató de comprender quién era él.
El hombre clavó sus ojos celestes en la niña y ella pensó que él debiera ser una especie de ángel; un salvador.
—¿Eres la sílfide que mató a otra? —El ángel puso sus pies descalzos sobre la tierra, con una suavidad tal que parecía ser una pluma ligera.
Anastasia quiso responder, pero en su lugar, emitió un doloroso sollozo.
—¡¿Cómo osas interrumpir esta ejecución?! —El padre de Anastasia se puso de pie y blandió la espada frente al recién llegado.
El de los pies descalzos se dio la vuelta con un suave y ligero desliz. Contempló a su oponente con arrogancia y luego puso la yema de su dedo en la espada. Ese ligero tacto bastó para que la hoja afilada se volviera añicos y el líder de los silfos abrió los ojos de par en par ante la sorpresa.
—¿Quién eres? —preguntó Fegim temeroso.
—Soy Eolo, un espíritu de viento.
Apenas se presentó, Fegim y los demás espectadores se dejaron caer de rodillas de inmediato.
—Pido mil disculpas, poderoso señor de los vientos —El líder se disculpó—. No sabía que usted era un espíritu, poderosa entidad luminosa que seguro ha venido para salvar nuestro mundo.
—¿Salvarlo? —inquirió Eolo con ironía—. Su dimensión se ha corrompido por completo y no queda nada que salvar, pero ustedes en lugar de defender sus vidas, pelean entre ustedes. No me extraña que la corrupción los esté consumiendo.
—¡Se equivoca! —Fegim lo miró desesperado—. Castigamos a la niña porque ella desafió su naturaleza y cuando un mortal de nuestras tierras hace algo como eso, es consumido por la corrupción. ¡La estábamos purgando!
—La estabas purgando —reiteró Eolo con molestia—. No me importan tus ideales o convicciones. He sido encomendado por los cuatro gobernantes para purgar esta dimensión y purgar es lo que haré. —Eolo esbozó una maliciosa sonrisa—. De la misma manera que tú hacías con esta niña...
Levantó la mano y nadie sabe que se proponía, pero se detuvo cuando un resplandor plateado cayó sobre él. Eolo levantó la mirada y vio que se trataba de la luna, por lo que bajó la mano y esbozó una mueca de disgusto.
—Parece que su guardiana apela por ustedes —observó—. Si la reina del cielo apela, no queda más remedio que escucharla.
El espíritu se dio la vuelta hacia Anastasia y la liberó de sus ataduras con una ráfaga de viento.
—No te quedes a esperar y vuela —dijo Eolo.
—¿Volar?, ¿a dónde? —preguntó Anastasia con extrañeza.
—Ve hacia el portal —Eolo señaló hacia el este—. Cuando nazca el crepúsculo, lograrás encontrar la puerta de la luz y tal vez... Una nueva oportunidad se abra ante tus ojos.
Anastasia desplegó sus pequeñas alas de libélula y se apresuró a volar en esa dirección. No esperó a que su padre protestará o a que Eolo le diera más explicación. Estaba desesperada por querer vivir.
Finalmente, una ráfaga de viento la impulsó y la ayudó a llegar más lejos en un corto periodo de tiempo.
Siguió volando hasta el ocaso y cuando Solcire sagrado pintó de rojo y dorado el lienzo azabache... Fue entonces que Anastasia vio el portal de las estrellas y una gratificante luz azul la absorbió.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top