Capítulo 6: Entre las fronteras del desamparo

Hace un año...

Para Darién, todo empezó cuando recién llegó a la ciudad. Él vagaba de un lado a otro y se mantenía en constante movimiento porque, con la condición de su madre sabía que no podía permanecer en el mismo lugar por demasiado tiempo. Sí lo hacía, corría el riesgo de que los encontraran y los volvieran a encerrar.

La mejor estrategia era moverse y establecerse temporalmente entre los barrios pobres, pues ahí, difícilmente los vecinos denunciaban a las personas con casos como el de su madre, ya que, para la gente de bajos recursos, era el pan de cada día y sí bien la alta sociedad lo sabía, preferían invertir sus recursos en la recuperación de las personas de prestigio y no en la gente que yacía en la base de la pirámide.

«Un error que algún día lamentarán —pensaba Darién».

Por otro lado, lo que le sucedía a su madre parecía ser una especie de pandemia silenciosa, de la cual, los medios no hablaban y los pobres, absortos en la desesperanza, ya ni trataban de hacerlo saber.

Darién se sentía de la misma manera la mayor parte del tiempo: desamparado y desesperanzado, pero sabía también que el caso de su madre era un caso extraordinario, porque ella solía tener momentos de reconocimiento, por otro lado, Darién no era un hijo ordinario, aunque desconocía la razón.

Fue así como llegó a esa fría ciudad, donde las temperaturas lo más alto que escalaban eran los 4 grados. Había que estar siempre abrigado y la gente de la ciudad parecía muy deprimente, pues, ya que recibían una luz solar tan escasa, los monstruos de la oscuridad incrementaban su influencia en todos, menos en Darién.

Darién era diferente porque, además de tener esos extraños poderes, también podía verlos, lo cual, la demás gente no podía.

Mantenía controlada a su madre durante el día con el poder de la ilusión, pero era una magia que lo agotaba mucho y por ello, sólo la dormía durante el día, cuando no podía cuidarla. Así, de día se iba a buscar trabajo y de noche, luchaba contra su madre para evitar que se lo comiera o se escapara.

Era duro, pero, al ser su única familia, Darién sentía que no podía abandonarla, porque él la amaba más que a nada en el mundo.

Aquel día, fue a buscar trabajo en la parte alta de la ciudad, ya que, en el barrio donde se había establecido, sólo sabían ofrecerle trabajo durante las noches y nada legal o moralmente correcto.

Llegó a una florería y ahí, un hombre regaba las macetas, mientras que una anciana le cantaba a unas flores que le hacían compañía en su silla mecedora.

—Disculpe... —Darién habló, con las manos en los bolsillos y la cabeza oculta bajo la capucha.

Al verlo, el hombre se puso a la defensiva y Darién pudo percibir de inmediato que desconfiaba de él.

—Por favor, no se asuste —imploró Darién con debilidad—, sólo estoy buscando un trabajo...

«Tengo hambre, ¿cuándo fue la última vez que comí? Ahg, no puedo pensar con claridad».

—¿Tu edad? —preguntó el hombre con imponencia.

Era un hombre de mediana edad, bastante alto y delgado.

—16...

—No, no contratamos a menores de edad.

—¿Sabe de algún lado donde pueda...

—Vete, muchacho —lo interrumpió-, nadie contratará a un chico de tu edad y tu posición social, lo siento, pero todos saben que la gente de tu tipo sólo trae problemas e infecciones.

Darién entendió que el miedo provenía del temor a sucumbir ante una enfermedad como la de su madre. Aunque nadie sabía con certeza lo que ocurría y no hablaban de ello, lo sabían.

La desesperanza pesó en los hombros de Darién en aquel momento y por un segundo, pensó en meterse a la fuerza y asaltar la nevera.

«Tengo mucha hambre. Qué más da, contra mi poder no podrían hacer nada».

—Señora Martina.

Una jovencita ingresó a la tienda, abrazando una bolsa de papel y dirigiéndose a la anciana con una voz amable. Darién la vio, aunque ella no se fijó en él y se quedó cautivado con su gentil sonrisa.

—Querida, buenos días —dijo la anciana.

La joven de cabello rubio se situó de cuclillas frente a la anciana y le tomó las manos, esbozando una amable sonrisa.

—¿Cómo se siente, señora Martina?

—Cada día mejor, querida. La medicina de Des, en verdad surge efecto.

—Mire, le he traído más. —La joven sacó un frasco del interior de la bolsa—. La ayudaré a tomarla, así que, inclínese hacia delante...

El hombre con el que Darién había estado hablando le cubrió el escenario con su imponente cuerpo.

—Ya vete —dijo el hombre—, somos gente de bien y no queremos problemas.

Darién dio media vuelta y se marchó.

Así, pasaron los meses y no consiguió ningún trabajo, pero encontró su propia manera de sobrellevar la sensación de hambruna que lo torturaba en vida.

Encontró una casa allá en el barrio alto donde vivía una solitaria anciana cascarrabias. Ella cultivaba tomates y Darién, usaba su poder de la ilusión para volverse invisible ante sus ojos. Se escabullía en su jardín y se sentaba a comerse sus tomates.

La solía escuchar quejarse de todo el mundo. Se quejaba de las escaleras, de los impuestos y de su hijo que vivía lejos, enviándole dinero cada mes. Era una cantidad bastante alta, tenía las mejores comodidades y Darién la odiaba porque se quejaba todo el tiempo, ¿de qué se quejaba si lo tenía todo? Ella no tenía que meterse a una casa a robarse tomates para comer, podía fácilmente ordenar una pizza y ésta le llegaba hasta la puerta de su casa. ¿Qué era una pizza? Darién no lo sabía.

Además, la anciana siempre maltrataba al cartero y a los niños que salían a jugar. Estaba tan amargada y era tan quejumbrosa que, Darién realmente llegó a pensar que se merecía que le robaran sus tomates.

Hasta que un día, mientras él reposaba del otro lado de la valla, con el cabello plateado y su presencia escondida bajo una misteriosa ilusión, alguien llegó para visitar a la anciana.

—Carlos, al fin vienes a verme —exclamó la anciana cuando escuchó el timbre.

«Qué sorpresa, el hijo al fin aparece —pensó Darién, ya bastante enterado de la vida de la anciana y de que su hijo se llamaba así».

—Lo siento, no soy Carlos. —Una gentil vocecilla habló cuando la anciana abrió.

—Oh. —La anciana sonó bastante decepcionada.

«Carlos seguro vendría a verte sí fueras más amable y menos quejumbrosa, vieja malagradecida —pensó Darién, dándole un gran mordisco a su tomate».

—No importa, me alegra verte, querida. ¿Trajiste mi medicina para la demencia?

Darién se asomó entre las vallas para ver quién había llegado y en aquel momento, no recordó que fuera la misma joven que había ido de visita en la florería de aquella vez. Sólo pensó al verla que era demasiado bella y le intrigó por qué la anciana no la maltrataba.

—Des dice que no tiene demencia —respondió la joven con una sonrisa.

—Claro que la tengo. —La anciana negó con la cabeza—. Cuido de mis plantas con mucho amor, tú lo sabes, después de todo, son mi única compañía. Siempre que veo que mi planta de tomates da tomates, pienso: "los cortaré al siguiente día para que maduren bien" ¡y al día siguiente ya no están!

La joven rubia sonrió con amabilidad y tomó las manos de la anciana con gentileza.

—Sé que eso debe desesperarla mucho, señora Clemente, pero no es ningún indicio de demencia cenil.

—Claro que lo es. —La señora Clemente se sentó malhumorada sobre una silla del jardín.

La joven se sentó frente a ella, sin apartar la mirada de la anciana, a pesar de que la cascarrabias evitaba sus ojos con los brazos cruzados y un gran berrinche.

—¿Puedo preguntarle algo? —La chica habló con delicadeza—. ¿Por qué es tan importante para usted padecer algo? No es la primera vez que viene a nuestra tienda buscando medicina para una enfermedad que no está segura sí la padece...

«¿Es curandera? —Por su parte, Darién estaba más interesado en la identidad de la chica».

—No es cierto, yo no hago eso —replicó la anciana malhumorada.

—¿Es por Carlos?

Al escucharla preguntar, la señora Clemente abrió enormemente los ojos y luego empezó a llorar. La muchacha la sostuvo en sus brazos y la dejó desahogarse sobre su hombro.

—Es seguro que sí me enfermo de algo grave... Carlos vendrá a verme, ¿verdad que él vendría?

—No se enferme —imploró la rubia con los ojos llorosos—, sí Carlos no viene a verla, yo lo haré en su lugar. La visitaré cada mañana y le haré un té que la ayudará a prevenir la demencia cenil.

—¿De verdad?, ¿tú vendrías a verme?

—Por supuesto.

—¿Y qué pasará con mis tomates?, ¿seguirán desapareciendo?

Darién pasó la mirada al tomate mordisqueado que sostenía en la mano y se lamentó terriblemente por lo que había estado haciendo. No sabía que la señora Clemente padeciera de soledad, como él...

—Yo me encargo de ellas —respondió la joven.

Se incorporó de la silla y fue hacia la planta, la cual yacía junto a la valla. Darién estaba justo del otro lado, sentado en el suelo, por lo que la vio directo a la cara cuando ella se inclinó para hablarle a la planta.

—Hola, preciosa —dijo la joven, acariciando sus hojas.

Darién la observó a detalle, descubriendo que era mucho más bonita de lo que se veía a la distancia y que, a pesar de que su sonrisa esbozaba tanto amor y gentileza, también escondía una gran tristeza.

—¿Quieres desayunar un buen oxígeno? —preguntó la joven, todavía hablándole a la planta—. Limpiaré el aire para ti cada mañana y así podrás dar muchos tomates, así que por favor, mantente fuerte y sobrevive, ¿bien?

Al escucharla, los ojos de Darién se llenaron de lágrimas próximas, las cuales, tuvo que retener con una fuerza de voluntad sobrehumana, ya que sus lágrimas eran peligrosas.

«Sí es una curandera —pensó—, sólo con su presencia, siento que cura mi desamparo y desesperanza...».

La joven se incorporó y se dirigió a la anciana.

—Ya resolví el misterio —dijo, sin dejar de sonreír—, se trata de una plaga bastante rara, pero no se preocupe, Des puede hacer una medicina que la curará...

La joven dejó de hablar porque la anciana la sorprendió con un fuerte abrazo, el cual no tardó en devolver. La chica le susurró algo al oído que Darién no alcanzó a escuchar y luego se fue.

Darién devolvió el tomate mordisqueado junto a la planta y fue tras la curandera. Dejó de usar la ilusión y se abrió paso entre el gentío; todos lo evitaban con una expresión de repulsión.

«Ella es perfecta —pensó—, ella seguro podrá curar a mi mamá».

La siguió por la ciudad, preguntándose cómo podría pedirle que lo ayudara, ya que, la gente solía soslayar a los que se enfermaban como su madre y a él por su mal aspecto. No quería asustarla y por eso, no cogía el valor para hablarle.

La joven ingresó a un lugar y Darién se detuvo a examinar el aparador.

«Es una librería».

Ingresó también y se escondió entre las repisas de libros, mientras la chica se detenía en el mostrador, allí la atendió una humana común.

—Hola, amiga —dijo la del mostrador.

—Hola, Karol. —La rubia se dirigió a ella con entusiasmo y se apoyó sobre la vitrina con emoción— ¿Ya llegó mi pedido?

—Por supuesto, aquí lo tienes. —Le tendió un libro.

A la distancia, Darién alcanzó a vislumbrar la portada, sólo vio una luna llena y eso lo intrigó bastante.

—¡Wow! —exclamó la curandera, sosteniendo el libro como si fuera algo precioso.

—Ya lo leí —dijo Karol—, y sé que ya estoy bastante grande para esos libros, pero...

—No me des spoilers. —La curandera frunció el ceño, haciendo un gesto que hizo sonreír a Darién por lo lindo.

—Sólo te diré que "Debajo de la luna" está a otro nivel, amiga. —Se rio Karol.

La rubia abrazó el libro contra su pecho y sonrió maravillada.

—Ya quiero leerlo.

Pagó por él y se retiró. Darién pensó que debía seguirla para no perderla de vista, pero le ganó la curiosidad y fue hacia el mostrador. Se quitó la capucha y miró con timidez un punto muerto.

—Hola, ¿puedo ayudarte en algo? —Karol lo atendió con rudeza, pero su expresión cambió cuando Darién levantó la mirada. Entonces, Karol se quedó boquiabierta.

—Busco un libro... —balbuceó Darién con timidez.

—Los que quieras, guapo.

—Am... "Debajo de la luna".

Karol sacó el libro con rapidez y se lo tendió con una gran sonrisa. Darién lo sostuvo, observó la portada y sonrió.

«Así que, la luna, ¿eh? Seguro que esto es una señal...».

—Y dime, ¿tienes novia? —preguntó Karol, atrayendo la atención de Darién—, hoy estoy libre y salgo a las tres.

«¿Qué es una novia?».

—Que bien. —Darién depositó el libro sobre el mostrador y se dio la vuelta—. Que disfrutes tu tarde libre.

Darién trató de ser amable, pero dejó a Karol con el corazón partido sin saberlo y se fue corriendo, dispuesto a encontrar a la curandera.

Corrió por las calles siguientes y luego la visualizó, allá a la distancia, apunto de ingresar a una tienda.

«Debo hablarle, antes de que vuelva a perderla de vista».

Quiso acercarse, pero un imponente hombre, bastante alto, con una barba tupida y una espalda muy ancha, abrazó a la chica y le dedicó una mirada fulminante a Darién.

Darién se quedó helado, porque al verlo, pudo ver debajo de su disfraz y debajo de éste, descubrió a un aterrador ser que nunca antes había visto. Lo peor de todo, es que ese hombre se había percatado de su presencia.

La joven le habló con alegría y el monstruo la hizo entrar en la tienda, charlando con ella.

«La curandera tiene un guardián».

Pasó una semana para que se atreviera a volver a la tienda y cuando lo hizo, maldijo su suerte al ver que el guardián estaba ahí, junto a ella. Por ello, Darién se puso a examinar cada detalle de la tienda, sólo haciendo el tonto y esperando que el monstruo se fuera. La curandera lo miró detenidamente y eso hizo que el corazón de Darién se acelerara de los nervios.

«¿Por qué me mira tanto? No me mires así, me pones nervioso, bueno, sí, mírame, ¿qué? Por qué quiero que me mire... ¡Ay, mamá, ¿qué hago ahora?!».

Su cabeza era un lío cuando el monstruo se acercó a hablarle.

—¿Se te ofrece algo, joven?

Darién se dio la vuelta y sintió sus penetrantes ojos puestos en él. Le dio la impresión de que el monstruo quería comérselo vivo y con sus tentáculos, Darién no dudó de que probablemente quisiera hacerlo.

«Por favor, no intentes comerme, bastante tengo con mamá».

Darién trató de explicar el motivo de su visita, pero el hombre se portó bastante rudo con él y Darién tuvo miedo de que intentara comerlo, pues no quería acabar lastimando a alguien que fuera cercano a la curandera, por lo que desistió de todo eso y se marchó.

Ya en la calle dejó salir el aire contenido y se lamentó terriblemente por su cobardía.

«Ella no dejaba de verme y él parecía querer comerme —pensó—, me ganaron los nervios».

De repente, lo tomaron del hombro y Darién se dio la vuelta, preguntándose cómo alguien pudo haber sido tan silencioso como para no verlo venir, él, que en realidad, era muy perceptivo. ¡Era ella!

—Soy Anastasia.

Darién ni escuchó el nombre, pues se quedó cautivado con su sonrisa una vez más y luego, la escuchó decir que lo acompañaría a ver a su madre.

—Gracias. —Darién aceptó la mano que ella le tendía y le invadió un fuerte cosquilleo.

«Mamá... Creo que ella me gusta...».

Hola que tal 🤗 Quise publicar este capítulo en el día de San Valentín ya que me pareció muy apropiado 🤭

En este capítulo profundizamos más sobre los sentimientos de Darién hacia Anastasia 💕 No sé si alguno de ustedes se esperaba este pasado de Darién con la protagonista y espero haberlo manejado bien 🥺 Ya me contarán que les ha parecido 😊

Les deseo un feliz día de San Valentín, que reciban mucho amor, amistad y chocolates 😋 Y sí no, no se preocupen, siempre pueden pasar a leer este capítulo de Ráfaga Guerrera para disfrutar del día de San Valentín 🤭

Les envío muchos chocolates virtuales 🍫🍫🍫 y besitos cariñositos 😚😚😚😚

Gracias por leerme y nos estaremos leyendo muy pronto ✨

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