F ü n f.
El resto de esa tarde todo fue silencio, únicamente oyó una campanilla en el primer nivel y exactamente cinco minutos después dos puertas en el pasillo se cerraron con cuidado por lo que al mirar la lista en la puerta confirmó que había sido la orden para irse a dormir, no la cuestionó en lo absoluto y fue a acostarse en la cama de plaza y media, tanto el colchón como las mantas parecían ser nuevas por lo que no tardó mucho en caer rendido hecho ovillo abrazándose a si mismo.
Algunas horas después despertando por la misma campanilla a las seis en punto de la mañana, maldijo bajo y se forzó a dejar la comodidad para buscar otra ropa antes de tender la cama como solían hacer los militares, un viejo hábito que se le quedó de los tiempos de su padre.
Fue tomado de sorpresa por la puerta abriéndose sin aviso en el momento en que terminaba de acomodar las dos almohadas, quedándose quieto con la rodilla izquierda sobre la cama parcialmente inclinado en esta aún con su mano estirada hacía la esquina, teniendo un tenso intercambio de miradas con el joven bicolor que lo empujó la primera vez.
—Baja. –Soltó el ruso frunciendo el ceño, sin molestarse en cerrar la puerta antes de girarse para volver al primer nivel, no le agradaba para nada estar tan cerca de un fascista y menos tenerlo en casa—.
—..Qué modales –Weimar tomó la gabardina que había dejado en la silla del escritorio a un par de pasos y se la colocó mientras cerraba la puerta y caminaba el pasillo de habitaciones que se sentían vacías—.
Ya en el primer nivel miró hacia los lados notando que a la izquierda parecía estar la entrada a la cocina pasando por el comedor vacío pero sin una sola partícula de polvo, no habían voces pero oía el repiqueo de cubiertos contra platos por lo que se acercó cuidadosamente.
No recibió ninguna otra palabra pero la única chica en casa le señaló un plato sin mirarlo, el lugar estaba lejos de ellos en la barra pero eso lo dejaba más tranquilo, al sentarse también tuvo que retenerse un poco de comer rápido soportando la tentación de ver huevos revueltos con jamón, manzana picada y un vaso con jugo de naranja. Tanto el desayuno como las comodidades de la habitación lo hacían sentirse un poco mejor respecto a su condición de títere, pero igual no iba a confiarse mínimamente en ese lugar lleno de gente armada hasta los dientes.
Pero nada estaba insípido ni el juego amargo, incluso extrañamente parecían hechos con paciencia a pesar de ser tan temprano, le recordó a cuando su nana les hacía el desayuno antes de esos lecciones diarias.
El movimiento de los menores levantándose de la barra lo hizo apresurarse a terminar lo que había en su plato, lo menos que necesitaba eran reprimendas por perder el tiempo, afortunadamente no tardó más y fue rápidamente a lavar sus cosas como decía también en la lista, no tenía problema con ello pues luego de tener que ocultarse comenzó a hacer todo por si mismo en su pequeño departamento.
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Ciertamente antes había pasado mucho tiempo mortificándose con que los soviéticos eran unos salvajes violentos, tal como se demostró en los campos de batalla durante la guerra tras la ruptura del tratado de no agresión, pero durante esos días allí.. todo parecía ser demasiado silencioso y solo le dejaban cosas para estudiar además de hacer algunas otras labores como limpiar determinadas secciones de la mansión y barrer las hojas en el pórtico, igualmente no hubiese permitido que ninguno de sus dos sobrinos acabara en un lugar tan frío.
Terminando de formar un montículos de hojas sintió una presencia tras de si pero evitó girarse para no parecer sospechoso, aunque al ver una bota patear su labor frunció el ceño levantando la mirada hasta toparse con el heredero soviético. A lo que resopló, había estado toda esa maldita semana haciéndole la vida a cuadritos cada que estaban afuera ya que un mínimo ruido en la casa sería notado por el de parche, cuando estuvo a punto de decirle que dejase de hacer eso sintió una presión seguida de cierto grado de dolor en el rostro precisamente sobre su nariz, se quejó y al conseguir abrir los ojos ya no había nadie frente a él pero alcanzó a oír el auto alejándose de la mansión.
—¡Maldito bastardo! –Ladró bajo con la mano izquierda sobre su nariz para aplacar un poco las gotas de sangre que emergían de allí, prefirió dejar las cosas como estaban y entró en busca de un botiquín—.
Hasta el momento nadie se había lastimado así que no conocía su ubicación, igualmente pensó que podría haber algo útil en la cocina y comenzó a rebuscar aún con la mano en su posición.
—¿Qué estás haciendo? –La voz naturalmente ronca y neutral del eslavo mayor le sacó un susto al tricolor que al estar desconcentrado no pudo evitar dar un salto tenso– Date la vuelta.
Weimar pasó sus ojos por todos lados pensando en algo pero nada se le ocurrió como excusa, no tuvo de otra para que girar despacio sin levantar la mirada, sintiendo un ligero cambio de aura en el contrario que al estirar su mano lo hizo aminorar su respiración hasta que sintió algo húmedo y un poco frío sobre su nariz. El azabache había tomado su mano y colocado con la otra un paño limpio que usaban para normalmente secar los cubiertos, estando muy concentrado en limpiar la sangre y tener su avance por el rostro inicialmente hinchado del germano, poco le demoró notar que su hijo tenía que ver con ello, a Rusia siempre le había gustado golpear directamente al tabique de sus enemigos.
Pero en casa no había lugar para peleas, la guerra ya había terminado y debían enseñarle a la nueva República sobre la fraternidad en la unión, lo cual no dejaba lugar para peleas o disputas de ningún tipo.
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