Capítulo Siete: El tiempo perdido
La voz del hombre y sus consejos no solicitados llegaban a los oídos de Liliana de vez en cuando. Siempre eran desplazados hacia la derecha o la izquierda, como si se trataran de las notificaciones indeseadas que ahora tenían bien activadas sus alarmas.
Por un momento, imaginó lo bien que se sentiría que los lentes entraran en sus pensamientos. Que pudiera editar las angustias y personalizar los problemas en los que pensaba cada día.
Otra vez ese pensamiento retornando... ¿cómo era posible que aquel extraño creyera que la vida real, "la otra realidad", se podía personalizar tanto como la de los lentes?
—¿Estás aquí? —preguntó uno de sus amigos en la cafetería virtual.
Liliana asintió avergonzada. Si estuviera en la vida cotidiana hubiera preguntado de qué estaban hablando y pediría disculpas por haber sido tan descuidada. Pero ahí, tan solo bastó con mirar el historial de chat a la derecha para leer las transcripciones y volver a entrar en la conversación.
Ahora que la luz estaba restablecida en su casa, el corazón volvía a latirle con calma. Aunque esa paz no podía dudarle por siempre. Nuevamente una notificación a ignorar: una llamada de su madre.
Había estado contactándola por un buen tiempo desde la última vez que fue a las oficinas de electricidad. No estaba segura de si había pasado demasiado o muy poco, pero quería relajarse después de haber vivido algo tan estresante y nada ayudaba mejor que dejarse vivir dentro de los lentes.
Siempre le pareció que su madre exageraba las cosas que no debía y le daba un peso ligero a las que, por el contrario, requerían su atención. Nuevamente se percató de que estaba distraída, así que volvió a repasar el historial y aportó uno o dos comentarios que no la hicieran ver mal.
Detestaba sentirse así, tan poco enfocada ni en uno ni en otro mundo. Decidió, al despedirse finalmente de sus amigos en la cafetería, que tal vez le ayudaría una de esas cosas clichés, como salir a dar una vuelta.
🎀
Si las cosas hubieran seguido la imaginación de Liliana, el mundo la miraría extraño, porque siempre que salía, lo hacía con los lentes y con la mente perdida; pero le sorprendió que en realidad eso no fue así.
Pudo identificar a varios peatones que portaban los lentes. De hecho, tantos que le resultó impactante. Como había pasado en la oficina, la vida virtual representaba un refugio para los olvidados, para ella que nunca había sido feliz con su vida y que tampoco lo era ahora. Pero, ¿cómo es que eso ahora pasaba a manos de todo el mundo?
Apenas le permitía a su mente reflexionar sobre ello cuando una nueva llamada interrumpió sus pensamientos. Estaba por ignorarla, pero pensó que si no la contestaba jamás se detendría.
—¿Mamá?
—¡Liliana! Liliana, mi niña. Estaba saliendo rumbo a tu departamento, ¿estás bien? No me has contestado en días.
¿Días? Recordó la primera vez que le había sucedido algo así. Después de que estableciera su sistema de "alimentación" e idas al baño recurrentes, no había tocado fondo de esa forma, sin embargo, eso permitía que más tiempo transcurrieran sin que ella lo notara.
—Estoy bien, mañana te hablo.
—No, Lili, estoy preocupada. ¿Podemos comer juntas después de tu trabajo?
El trabajo, nuevamente. En verdad, ¿cuánto tiempo había pasado?
—Sí. Nos vemos.
No permitió que respondiera. El frío aire rozó la blusa que traía. La ciudad estaba editada por completo. Con esa vista lucía un violeta hermoso, como de una película. Sin él, a Liliana le parecía todo tan insípido, tan gris.
Se sentó en una banca cercana para entrar a sus cuentas bancarias. Las cifras le preocuparon. No había tenido demasiados gastos, pero sí que los ingresos eran cada vez más esporádicos.
No quiso abrir su correo electrónico porque sabía que ahí encontraría una respuesta, así que revisó la hora y notó que no era tan tarde. Marcó el número y extensión correspondiente, sostuvo una plática aburrida tan solo para recibir lo que quería y temía saber.
—Sí, lo siento. Pero has faltado más de lo establecido en el contrato e incluso en la ley. Te agradeceríamos vengas a firmar los papeles necesarios y tu finiquito estará listo pronto.
Una persona con los lentes pasó frente a ella en ese momento. La inquietud que le había generado la noticia ahora se volcaba sobre ese peatón, así que decidió indicarle a sus propios anteojos que editaran a cualquiera que los portara para que pareciera que no. Ese mundo era ella, solo de ella. Ahora, de nuevo, se sentía especial.
Suspiró porque ya no tenía trabajo, seguramente su madre le llevaría un discurso terrible, no podría pagar la renta, tendría que volver con ella... Sintió que el estrés, la ansiedad, el pesimismo y básicamente todo lo que odiaba de la otra realidad se colaban por sus venas.
Se levantó de golpe y corrió de vuelta a su departamento.
Una lágrima caía violenta sobre la mejilla y sobre ella se reflejaba la pantalla que nuevamente cubría toda la mirada de la chica.
Estaba de vuelta en su lugar seguro.
🎀
El cielo azul estaba divino. Sobre el césped se admiraba la brisa invisible a los ojos, pero palpable en el alma. Liliana sonreía mientras observaba aquel bosque. Un nuevo escenario por explorar en Virtual Realities.
Había decidido ir sola porque necesitaba despejarse. Claro, ¿cómo pensó que era mejor idea salir por su calle real? Cuando en ese sitio tenía la oportunidad de sentarse a reflexionar sin que nadie la molestara, ni los peatones, ni... el mundo.
Se escuchaba una calma especial. Era el sonido de las aves que se encontraban abrigadas bajo el corazón del bosque virtual cantaban al paso que llevaba Liliana. Pronto, entre la quietud y su total aceptación de la pertenencia a ese lugar, recordó a su amiga. ¿Qué habrá sido de ella? ¿Por qué ya no le contestó los mensajes?
Abrió el panel lateral y buscó su contacto. Quizá si le mandaba otro mensaje, eso bastaría para que la comunicación volviera a establecerse. Seleccionó su usuario y texteó algo sencillo.
Aguardó la respuesta inmediata, pero aquella nunca llegó. Claro, todo lleva su tiempo, así que intentó olvidarse del asunto para seguir disfrutando de la tranquilidad.
Los mensajes que sí llegaron, fueron los de sus amigos de la cafetería. Llegaban por el chat grupal, así que pronto se convirtieron en una avalancha difícil de controlar. Liliana decidió silenciarlos, puesto que estaban yendo en dirección opuesta a su escenario de tranquilidad.
¿Por que la vida no podía ser así? Se abrazó a sí misma mientras esa pregunta cruzaba por su corazón. Es que, en ocasiones, sentía que el mundo no dejaba de darle golpees. Antes de tener los lentes, estaba convencida de que era la enemiga número uno del destino. Gritaba sin que nadie la escuchara.
Ahora, miraba ese hermoso amanecer a la hora en que ella decidiera, porque ni siquiera la naturaleza mandaba sobre SU mundo. Se miró en el reflejo de un charquito de agua y sonrió al mirarse tan bien. La piel brillante, los ojos también, su cabello en perfecto estado. Por fin era la dueña de su destino.
🎀
Quería evitar que la regañaran a toda costa. No por quedar bien con su madre, sino porque no tenía la energía suficiente para lidiar con todas las preguntas que derivaban de sus decisiones. Por algo ya no vivía en su casa, por algo estaba ahora en ese pequeño departamento.
No tuvo demasiado tiempo para seguir quejándose porque pronto el timbre sonó.
La pequeña gran efusión de su madre al verla se fue apagando poco a poco por la preocupación en sus pupilas. Si Liliana hubiera podido verse en ese instante, notaría el enorme contraste entre su apariencia en el bosque y su apariencia real.
Tenía los ojos irritados, como un conejo de laboratorio. Lucía, además, el cabello opaco, quebradizo, enredado, la piel cetrina. Carmen notó además que el departamento estaba en unas condiciones horrorosas. Los trastes estaban hasta el tope, con un olor desagradable, el piso tenía una capa importante de polvo, al igual que las ventanas y la mesa. Un montón de envoltorios de comida chatarra reinaban sobre cada esquina del departamento. Sin embargo, a pesar de ese escenario tan catastrófico, la mamá de Liliana estaba más tranquila al mirarla frente a frente.
—Hija... ¿qué has estado haciendo?
La pregunta rebotó en cada una de las paredes. No era su asunto, no lo era para nada. Eso se repetía la joven una y otra vez, para evitar enfrentar la respuesta. Su mamá no lo comprendería. De hecho, ella jamás comprendía las cosas que en realidad le importaba, solo creía que lo hacía.
—Estaba ocupada.
—¿Con el trabajo?
Ella aún no sabía que ya no tenía, pero no perdía nada mintiendo, al contrario, ganaba demasiado.
Liliana pidió por una aplicación a domicilio algo para su mamá y para ella. Miró con preocupación cómo ese dinero era restado de su cuenta principal, pero no había otra opción. No tenía nada en el refrigerador ni en las alacenas. Si iba a comprar ingredientes, su madre lo notaría. Además, sucedía algo adicional, se sentía muy débil. No recordaba haber desayunado.
Mientras llegaba el repartidor, la chica fue al baño a mojarse la cara. Admiró su aspecto por primera vez y comprendió por qué su madre no le quitaba los preocupados ojos de encima. Abrió la regadera y gritó que se bañaría en lo que llegaba la comida.
Por un momento, creyó que estaba personalizando su avatar. Buscó en el cajón de hasta abajo un pequeño estuche de maquillaje una vez terminó la ducha. Retocó sus cejas como hacía mucho no lo hacía, incluso antes de los lentes, cuando la tristeza era su principal impedimento. Enchinó sus pestañas, se puso un poco de gotas para los ojos y cepilló el cabello rizado lo mejor que pudo para acomodarlo.
Cuando se estaba colocando un poco de rubor, casi pudo sentir que le gustaba el reflejo. Sonrió muy poco, tanto que ni ella se dio cuenta. Todo lo hacía para que no la cuestionaran... aunque no podía negar que le encantaba cómo se sentía en ese instante, con la ropa cambiada y limpia. Arreglada y perfumada.
La madre de la chica también sonrió cuando la vio de vuelta. Liliana quería hacer su mejor actuación, así que se sentó en el comedor junto a la mujer.
—Lamento que esté tan sucio, como he estado ocupada... con el trabajo. Pero limpiaré para ti.
—No, no te molestes. —Permitió que una risa saliera—. Ahora estoy mucho más tranquila.
El repartidor llegó con la comida poco después. Ambas se sentaron a charlar sobre lo que había sucedido en ese tiempo sin verse. Para Carmen había sido demasiado, pero para Liliana en realidad se sentía como poco. Al mismo tiempo, las anécdotas de su madre eran vivarachas y cotidianas, las de Liliana eran todas inventadas.
Cuando la noche comenzó a caer, la chica le pidió un taxi por aplicación (otra vez la cuenta para abajo). Se despidió de su madre en la puerta y después desde la ventana de su departamento.
Suspiró satisfecha por tan buena actuación.
Ahora que se encontraba sola, notaba, en serio, lo abandonado que estaba el departamento. La comida le había dado una buena cantidad de energía, así que sin pensarlo mucho tomó el trapo de cocina para limpiar la encimera. Cuando lo tocó, notó que estaba sucio; buscó por todas partes el jabón y después se puso a tallarlo con fuerza.
Comenzó con el comedor. Al notarlo brillante, dejando un delicioso aroma a limón, ahora quiso seguir con el pequeño mueble de cocina. Después los trastes, el piso, el baño, la habitación.
No paró hasta que vio el apartamento impecable, ordenado, limpio, con buen aroma. Se sentó en el sillón exhausta. Una semilla de paz se instaló dentro de sí y notó que, por primera vez, había perdido la noción del tiempo en la otra realidad.
Aquello no duró demasiado, puesto que el pacífico silencio se vio interrumpido repentinamente por una notificación de los lentes.
"CottonConnie: Hola... perdón por desaparecer... ¿podemos hablar?"
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