35
Salto Ángel, Venezuela 1955
El ascenso al Salto del Ángel había sido una hazaña titánica, incluso para alguien de mi constitución. Cada paso me acercaba a la cima de la cascada más alta del mundo, y la combinación de humedad y frío penetraba mis huesos. Sin embargo, el deseo de cumplir un anhelo personal me impulsaba hacia delante. Finalmente, alcanzamos la cima. La vista era sobrecogedora; la cascada se precipitaba al vacío, creando una niebla que brillaba bajo los rayos del sol. Me senté junto a Majishá, observando el paisaje mientras el sonido ensordecedor del agua resonaba en nuestros oídos.
—Eiden, hay algo que debes saber —comenzó Majishá, su voz profunda resonando en el aire.
Lo miré, intrigado.
—Soy hijo de Rambha, rey de los Asuras, y de una Máhsí, una búbala. De esa unión nací yo. —Majishá hizo una pausa, su mirada perdida en el horizonte—. Por esa razón tengo la capacidad de convertirme en búfalo a voluntad.
Me sorprendí al escuchar esto. Los recuerdos de mi vida siendo Rudra aún se mantenían fragmentados, venían a mi mente como retazos que iba uniendo. Aunque siempre había sospechado que había más en Majishá de lo que aparentaba, nunca había imaginado algo así.
—Brahma me concedió una bendición que me hacía invencible en batalla contra cualquier varón o dios —continuó Majishá—. Esa bendición me dio un poder inimaginable, y con ese poder empecé a aterrorizar las moradas celestiales. Derroqué a Indra, el rey de los dioses, y eché a todos los dioses fuera del Cielo.
El tono de Majishá era sombrío, cargado de arrepentimiento.
—Los dioses, desesperados, se reunieron para decidir cómo derrotarme. No podían hacerlo por sí mismos, así que Durga decidió intervenir. Ella me derrotó, no por odio, sino para congraciarse con Shiva. —Majishá suspiró—. Fui resucitado por Ganesha, quien me dio una segunda oportunidad. Me encomendó el cuidado de ti, Eiden. Pero para asegurarme de que realmente eras Rudra, necesitaba luchar contigo.
Recordé aquella batalla con Majishá en la estepa.
—¿Por qué nunca me contaste esto antes? —le pregunté, sintiendo una mezcla de frustración y recelo.
Majishá me miró con ojos tristes.
—Estoy bajo juramento, Eiden. No podía revelarte la verdad hasta que estuvieras listo para escucharla.
El silencio se extendió entre nosotros, roto solo por el estruendo de la cascada.
—Entiendo que esto sea difícil de aceptar —dijo Majishá finalmente.
—¿Por qué siempre que me ayudabas gritabas "SILENCIO"? O ¿por qué nunca me ayudaste cuando estaba en el reino de tu padre?
—No voy a revelarte eso, por ahora —respondió soltando una risa seca.
Miré al horizonte. La rabia y la confusión se mezclaban en mi interior, pero también sentía una extraña sensación de alivio al conocer la verdad.
—No es fácil procesar todo esto —admití—. Pero aprecio tu honestidad tardía.
Majishá asintió, sus ojos reflejando una comprensión profunda.
—Lo sé, Eiden. Y aunque no puedo cambiar el pasado, espero que podamos seguir adelante.
Nos sentamos en silencio, contemplando la magnificencia del Salto del Ángel. El paisaje parecía extenderse infinitamente, una mezcla de verde exuberante y agua cristalina que caía en cascada hacia el vacío. La inmensidad del lugar me hizo sentir pequeño. De repente, un hombre apareció en la distancia, de aspecto jovial, con una cara regordeta y mejillas y nariz sonrosadas.
—Tienes visitas, Eiden —susurró Majishá.
El hombre caminó en medio del agua, unos indígenas que estaban ocultos espiándonos salieron a su encuentro. Levantó sus manos y murmuró palabras en la lengua antigua. Luego, les entregó objetos pequeños y brillantes que aparecieron a su alrededor. Volvió a levantar la mano y, con un suave movimiento, los indígenas se alejaron con los regalos que les había dado.
El hombre se volvió hacia nosotros. Sentí una oleada de emociones: ira, frustración, y una pizca de alivio al reconocer que, debajo de esa fachada de humanidad, se escondía Ganesha. Me acerqué a él con pasos firmes, mis manos apretadas en puños.
—¿Por qué ahora, Ganesha? —le espeté, mi voz temblando de rabia—. ¿Por qué apareces después de tantos siglos? ¿Por qué nunca me revelaste la verdad?
Recordé mi vida pasada como Rudra, llamando amigo a Ganesha cuando él era solo un niño. Le molestaba que lo llamara de esa manera, pero yo persistía. Sus ojos brillaban cuando me veía; también recordé verlo sentado en las piernas de Sati cuando yo me escabullía por el balcón para verla. El dolor de esos recuerdos se mezcló con la realidad del presente.
Ganesha me miró con una expresión indescifrable.
—Porque no estabas listo para escucharla —respondió con calma.
La rabia bullía en mi interior. Antes de que pudiera reaccionar, usó su poder y me lanzó al agua. La fuerza de la cascada me arrastró hacia el vacío. El terror se apoderó de mí mientras caía, pero justo cuando creí que todo estaba perdido, Ganesha me devolvió a la cima con un gesto de su mano.
—Odiaba que me llamaras "amigo", pero creo que solo estaba celoso de ti —dijo en tono divertido.
Me levanté, el agua goteando de mi cuerpo, sintiéndome humillado.
—Aunque debo admitir que fuiste más cariñoso conmigo que mi propio padre, pero no estoy aquí por eso. Solo vine para avisarte de que pronto una de las reencarnaciones de mi amada Sati aparecerá en un lugar de América —dijo con parsimonia—. Debes estar preparado para encontrarla.
—¿En qué lugar específico? —pregunté.
—En cualquier punto de Latinoamérica, es todo lo que te puedo decir —respondió mientras tocaba el agua con sus manos.
La ira me dominó y, antes de darme cuenta, había alzado la voz, acusándolo con todo mi dolor.
—¡No me estás diciendo nada!
Ganesha giró los ojos con fastidio.
—¿Acaso tengo cara de brújula o mapamundi? —replicó Ganesha, ofendido—. Agradece que vine hasta aquí a darte una pista. Porque sé que dentro de unos días pensabas irte a Asia. Me ofende tanto lo malagradecido que eres.
Sus palabras me encendieron aún más, y cuando estuve a punto de replicar, levantó una mano. Un poder invisible me empujó una vez más hacia la cascada. Sentí el suelo desaparecer bajo mis pies, y el agua me envolvió. Caí al vacío, el rugido del agua llenando mis oídos. Ganesha me trajo de vuelta, dejándome caer con brusquedad en la orilla. Jadeando y temblando, me puse de pie, más empapado. Mi único pensamiento era retorcerle el cuello.
—Debes aprender a respetarme —dijo Ganesha con voz suave pero firme—. Ya no soy un niño para que me andes regañando. Muchas cosas han cambiado, Rudra.
Me quedé allí, temblando, sintiendo la verdad de sus palabras, perforar mi corazón. Majishá se acercó y colocó su mano sobre mi hombro.
—Te estoy ayudando a encontrarla. Tal vez aún no lo recuerdas, pero le debo mucho a mi querida Sati —dijo Ganesha con su voz profunda, mirando hacia el horizonte—. Cuando era solo un niño, fui testigo de las constantes disputas entre mis padres. Mi madre, Parvati, siempre estaba preocupada por mi padre, y rara vez me prestaba atención. Sin embargo, había alguien que llenaba ese vacío con amor, y era Sati.
Ganesha hizo una pausa, sus ojos se llenaron de melancolía.
—A pesar de no ser mi madre biológica, me cuidó y protegió como si lo fuera. Recuerdo sus suaves caricias y sus palabras de consuelo cuando el ambiente en casa se volvía insoportable. Pero un día, mi mundo se derrumbó.
Ganesha cerró los ojos por un momento, como si reviviera el dolor de aquel recuerdo.
—Mis padres estaban en una de sus acaloradas discusiones. Yo, siendo un niño, intenté mediar entre ellos. Fue un error. Mi padre, cegado por la ira, me decapitó sin darse cuenta de lo que hacía. La aflicción de Sati fue inmensa. Ella lloraba desconsoladamente, y su dolor era tan profundo que mi padre no pudo soportarlo. Prometió sustituir mi cabeza por la del primer ser vivo que pasara por delante de la puerta. Y así fue como terminé con la cabeza de un elefante.
—Crecí en un ambiente disfuncional, lleno de peleas y resentimientos —continuó Ganesha—. Mi hermano Karttikeya también nació en medio de ese caos. Mis padres estaban molestos incluso cuando hacían el amor. Sin embargo, en medio de todo este desorden, Sati fue la única que nos mostró verdadero amor.
El tono de Ganesha se volvió más suave, casi nostálgico.
—Sati hizo muchos sacrificios por nosotros. Cuando llegó el momento de demostrarle mi gratitud, no dudé en hacerlo. Me corté uno de mis colmillos y lo usé como pluma para escribir un mensaje en un libro que pronto ella leerá. Será mi manera de mostrarle mi amor y agradecimiento. Y esta panza, luego te explicaré por qué la tengo—dijo guiñándome un ojo.
—Rudra —dijo Ganesha, mirándome directamente a los ojos con la voz entrecortada por la emoción—. Sati me enseñó que los sacrificios que se hacen por amor recompensan todo sufrimiento.
Sentí un nudo en la garganta.
—Cuando la encuentres y ella lea el libro —dijo Ganesha, su voz resonando con un peso que no podía ignorar—. Verá un mensaje que le dejé. Si acepta, deberás llevarla hasta Kerala y allí, frente a su estatua, descubrirán cómo romper el ciclo del Samsara.
La posibilidad de encontrarte y finalmente liberarnos del castigo era abrumadora. Cada fibra de mi ser ansiaba ese momento, pero lo que Ganesha dijo a continuación hizo que mi corazón se hundiera en un abismo de desesperación.
—Sin embargo, —continuó, sus ojos oscuros reflejando tristeza—. Debes saber que estarán a merced de la ira de mi madre y de mi padre. No podré protegerlos. Solo espero que puedan lograrlo.
—¿Cómo puedes decirme eso ahora? —le reproché, mi voz quebrándose bajo el peso de mis emociones—. Después de todos estos siglos, apareces y me dices que allá no podrás protegernos. ¿Por qué no nos dijiste antes lo que estaba en juego?
Ganesha me miró con una expresión de dolor, una sombra de pena atravesando su rostro divino.
—Porque no estabas listo para escucharlo —respondió con una voz cargada de melancolía—. Si te hubiera revelado todo antes, podrías no haber tenido la fortaleza necesaria para llegar hasta este punto.
—Anteriormente, me considerabas tu amigo —dije, mi voz temblando y mis ojos llenos de lágrimas—, pero todo este tiempo, me has mantenido en la oscuridad.
Ganesha suspiró, el peso de los siglos reflejado en su mirada.
—Siempre he estado a tu lado, incluso cuando no podías verlo. Mi deber era guiarte, no resolver el problema que causaste. El camino que has recorrido te ha hecho más fuerte, más capaz de enfrentar lo que viene.
Sabía que el camino hacia Kerala sería peligroso, pero no había vuelta atrás. Miré a Majishá, que me observaba con una preocupación palpable en sus ojos.
—¿Y qué pasa si no lo logramos? —pregunté, mi voz apenas un susurro lleno de temor.
Ganesha sonrió antes de desaparecer.
—Confío en que encontrarás la manera de que todo salga bien. De lo contrario, la rueda los pulverizará a ambos para siempre.
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