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1920, Terezín

Durante la Revolución Industrial y la explosión demográfica, Europa había logrado establecer una dominación política, económica y militar a nivel mundial, fundamentada en una auténtica superioridad técnica e intelectual. Abarcaba a una cuarta parte de la población mundial y cada año, cientos de miles de europeos buscaban nuevas oportunidades. Todos tenían un sueño que alcanzar, todos excepto yo.

Me encontraba vagando sin rumbo, después de escapar del reino Manusya, donde me habían arrastrado a un abismo oscuro. El peso de las tragedias que había vivido se sentía más pesado que nunca, y la línea entre la realidad y las sombras de mi mente era cada vez más delgada. Me dirigí a un cementerio, un lugar donde el silencio me ofrecía un triste consuelo. Allí, en la distancia, dejé que la melodía del réquiem de Mozart resonara en el aire, una melodía que parecía comprender mi tormento interno. Le pedí a Majishá que, al verme, la reprodujera.

Aún recuerdo cuando me presenté ante Mozart, vestido de negro, para encargarle la composición del réquiem. Rehusé darle mi nombre y acordamos que regresaría en un mes después de darle un adelanto. Lo busqué mientras subía con su esposa al carruaje y le pregunté si había terminado. Ver su cara de miedo aún me causa gracia. Para evitar que enloqueciera, hablé con un amigo en penas, el conde Walsegg, para que empezara a circular el rumor de que él deseaba que Mozart compusiera la misa de réquiem para los funerales de su mujer. Era una verdad a medias, porque, aunque compartiéramos la misma tristeza, en mi caso necesitaba una melodía que transmitiera mi dolor.

Me apoyé en una lápida fría y saqué una botella de licor que había guardado antes de pagar mi condena y escondido allí. Cada sorbo quemaba mi garganta, pero el dolor físico era insignificante comparado con el tormento de mi alma. Mientras las notas del réquiem llenaban el aire, cerré los ojos y dejé que las lágrimas fluyeran libremente. Las tragedias que había vivido se repetían en mi mente, una y otra vez, como un carrusel de pesadillas del que no podía escapar.

En medio de mi meditación alcohólica, un ruido me sacó de mis pensamientos. Abrí los ojos y vi a un grupo de hombres cavando en el suelo. Observé con interés sombrío mientras exhumaban los huesos de un tal Gavrilo Princip. Los murmullos de los hombres se mezclaban con la música, creando una sinfonía de desolación.

— ¿Qué es lo que buscan? —pregunté en voz alta, aunque sabía que no obtendría respuesta.

Uno de los hombres levantó la vista, sorprendido por mi presencia, pero no dijo nada. Continuaron con su tarea, y yo me quedé observando. Las notas del réquiem alcanzaron un crescendo, y el viento helado azotó el cementerio. Mis pensamientos se volvieron hacia Mozart, hacia la música que había encargado para expresar mi dolor. Me preguntaba si él había comprendido la magnitud de mi sufrimiento, si había sentido la misma desesperación al componer aquellas notas melancólicas.

Mozart, ¿supiste lo que significaba? —murmuré al viento, como si pudiera escucharme desde el más allá.

Tomé otro sorbo de licor, sintiendo cómo el calor se extendía por mi cuerpo, combatiendo el frío de la noche. Mis pensamientos se desvanecieron en un torbellino de recuerdos y lamentos, mientras las sombras del cementerio parecían danzar al ritmo de la música.

La botella vacía cayó al suelo, y me dejé caer junto a ella, abrazando la oscuridad que me envolvía. Las lágrimas continuaron fluyendo, cada pequeña liberación del dolor acumulado en mi alma. Cerré los ojos, entregándome al abrazo del dolor y la música.

Uno de los hombres, con voz grave y profunda, citó al poeta montenegrino Njegoš: "Bendito quien vive por siempre. Él tenía algo por lo que nacer." Las palabras resonaron en mi mente, golpeando un acorde doloroso. Me pregunté si yo tenía algo por lo que nacer, o si mi existencia interminable estaba condenada a ser un ciclo perpetuo de sufrimiento y pérdida.

Mi mente vagó hacia un recuerdo más reciente, un breve romance con una mujer serbia llamada Milena. Había encontrado en ella una posibilidad de olvidarte. Milena era decidida y apasionada, no se amedrentaba ante nada ni nadie. Por un tiempo, pensé que podría encontrar la paz con ella, que podría construir una vida a su lado. Pero tu recuerdo siempre estaba presente. Puede que suene mezquino, pero no podía dejar de hacer comparaciones entre ambas. Eras un fantasma que se interponía entre nosotros.

Milena, cansada de luchar contra un espectro al que no podía ver ni comprender, decidió abandonarme. Un día, simplemente se fue, llevándose consigo al hijo que llevaba en su vientre. Lo supe por la carta que dejó sobre la almohada. En la tercera línea, después de insultarme y desearme el peor de los males, me informó que sería padre y que su venganza o retribución sería alejarlo de mí para siempre. No dejó rastro, y, en verdad, no me hacía mucha ilusión volver a ser padre. Aún me perseguía en sueños el recuerdo de Vera. No deseaba otro clavo en el ataúd de mi corazón.

El réquiem alcanzó su clímax, y me dejé caer de rodillas, el licor derramándose sobre la hierba húmeda. Sentí como si mi alma se estuviera desmoronando. Cada trago de alcohol era un intento desesperado por silenciar el dolor, pero solo lograba amplificarlo. Me hundí en la desesperación, mi mente revolviendo en la amargura de mis recuerdos y las tragedias que había vivido.

Mientras continuaba llorando en el cementerio, un viento frío barrió el lugar, y frente a mí, un portal de luz se abrió con un brillo cegador. Sin pensarlo, me dejé llevar hacia la luz. Al otro lado, me encontré en un lugar que reconocí de inmediato: la residencia de Varuna y Mitra.

—Bienvenido, Rudra. ¿O quieres que te siga llamando Eiden? —dijo Varuna.

—¿Existe alguna diferencia? —le espeté, con una mezcla de amargura y cansancio. Una expresión de sorpresa apareció en su cara—. Hace años Sarasvati me dejó con más preguntas que respuestas. Tal vez pensó que iba a rogarle por información.

Varuna intercambió una mirada con Mitra, que se mantenía en silencio, observándome.

—Fuiste muy grosero con ella —expresó Varuna, tensando los hombros mientras me atravesaba con la mirada.

—No tuve alternativa.

—Siempre tuviste más de una. —Varuna alzó las manos con impaciencia—. Pero eres demasiado terco.

—¿Para qué me trajeron aquí? ¿Para mantener una conversación que terminara en nada?

—Nunca quisimos que tuvieras esa carga. Creí... creíamos que hicimos lo que se debía —respondió Varuna, su voz cargada de pesar.

Parpadeé dolido. Estaba tan enfadado con ellos, tan decepcionado.

—No me digas —repliqué molesto.

—No necesitas ser tan cínico y sarcástico conmigo —replicó Varuna con un deje de exasperación.

Cogí aire, nervioso, sin dejar de temblar de indignación.

—He pagado con creces el daño que alegan todos que hice. Mi único error fue enamorarme como un loco de un ángel al cual corrompí y llevé a la muerte —grité y les lancé una mirada llena de rencor—. Ambos sufrimos por algo que ni siquiera entendíamos. La encadenaron a una promesa impuesta, le cortaron su libertad. Se portó bien y nada de eso valió para que la ayudaran. Los odio a todos.

Varuna me miró con tristeza, su voz apenas un susurro.

—Pues te equivocaste. Nosotros no podíamos intervenir más de lo que habíamos hecho. Te amábamos, Rudra, pero nada te detiene cuando te propones algo. Eres y serás una tormenta desencadenada cuando quieres algo. Sentimos mucho todo lo que has tenido que pasar.

—¿Lo sientes? —me burlé, la amargura goteando de cada palabra—. ¡Dejen de mentir!

—El problema que tú y Sati causaron fue mucho más complicado de lo que piensas —dijo Varuna, su tono grave—. Pero ahora entendemos que estás preparado para saber la verdad. Te ayudaremos.

—No necesito su ayuda. Ya no. Así que deja de meterte en mis asuntos. No tienen ningún derecho a entrometerse.

Mitra, que había estado observando en silencio, intervino.

—No podemos mantenernos al margen, ya no —dijo, extendiendo su mano, invitándome a seguirlo—. Si no quieres escucharnos, por lo menos déjanos mostrarte la verdad.

Miré la mano extendida de Mitra. La ira y la desesperación luchaban contra una chispa de curiosidad y la necesidad de respuestas. Cerré los ojos por un momento, tratando de calmar el caos dentro de mí. Luego, con un suspiro resignado, acepté seguirlo.

—Muy bien —dije, mi voz apenas un murmullo—. Muéstrenme la verdad.

Mitra asintió y me condujo hacia un corredor iluminado por una luz suave y dorada. Varuna nos seguía de cerca.

Llegamos a una sala amplia, cuyas paredes estaban adornadas con intrincados tapices que narraban historias antiguas. En el centro de la sala había un espejo de agua cristalina, reflejando el techo abovedado lleno de estrellas brillantes.

—Este espejo —explicó Mitra— es una ventana a la verdad. Aquí podrás ver y comprender lo que realmente sucedió.

Me acerqué al espejo y vi a un hombre joven, alto, con un cuerpo fornido y poseedor de cuatro brazos. Su cabello oscuro caía hasta los hombros, trenzado. El color de su piel era café o rojizo, pero su garganta era azul. No, no era un hombre, era un dios arquero que vivía en los bosques y las montañas.

—Tú eres Rudra —dijo Mitra—. Dios de la tormenta, las enfermedades y la muerte. La encarnación de lo salvaje y lo impredecible. Elogiado por todos como el más poderoso de los poderosos. Eras capaz, con solo tu presencia, de eliminar el mal y dejar que entrara la paz.

Mi mente se resistía a aceptar lo que veía, pero los recuerdos comenzaron a fluir, fragmentos de una vida anterior que había sido enterrada.

Shiva y tú eran los mejores amigos, casi hermanos —explicó Varuna—. Incluso me sentí celoso de su relación. A pesar de tu fuerza, siempre fuiste tranquilo y algo bromista. Tu único defecto siempre ha sido tu terquedad. No había nadie que te apartara de una idea cuando te cruzaba en la mente, como, por ejemplo, cuando quisiste conquistar el Suargá mediante tu fuerza. O cuando peleaste con Indra por haberte montado borracho en su elefante Airavata.

» Tu relación con Shiva era muy hermosa; vivían apoyándose mutuamente. Todo cambió cuando te enamoraste de Sati, quien luego se convirtió en su esposa. Ella era la hija de Daksha. Él y su esposa, Prastuti, tuvieron muchas hijas que se casaron con dioses y sabios. Con el fin de que la Divina Madre encarnara en su linaje, su padre realizó durante miles de años diversos sacrificios y, como resultado, nació ella, su hija más joven y su favorita. Creció hasta convertirse en la doncella más hermosa de todo el Universo, y había innumerables pretendientes que querían su mano en matrimonio.

Mientras Varuna hablaba, las imágenes en el agua mostraban escenas tuyas. Recordé cómo me había enamorado perdidamente de ti, cómo había luchado contra mis propios sentimientos sabiendo que estabas destinada para otro. La nostalgia y el dolor comenzaron a invadir mi corazón.

Sati... —susurré, con la voz quebrada.

—Su amor fue tan poderoso que dejó una marca en el tejido del Universo. La clave para entender la verdad y encontrar la salida está en aceptar y aprender de tu pasado, no en rechazarlo—dijo Mitra suavemente.

—Ustedes se conocieron cuando la defendiste de un grupo de ladrones que intentaron atacarla. Vivieron cosas que los marcaron mientras estuvieron juntos más allá de las montañas de sal. Olvidaron que en el Linga-purana detallaba la preocupación de Brahma por involucrar a Shiva en los acontecimientos del mundo. Si Shiva permanecía ausente, la creación no sería capaz de continuar.

Varuna hizo una pausa, permitiéndome asimilar sus palabras. Sentí un nudo en la garganta al escuchar sobre el amor que había compartido contigo.

—El amor entre ustedes fue un torrente impetuoso que barría con todo a su paso. Era como si el universo se detuviera, reconociendo la conexión ineludible entre sus almas. Se amaron con la intensidad que solo brinda un primer amor, dulce e intoxicante.

Las palabras de Varuna resonaban en mi mente, trayendo a la superficie recuerdos de momentos de felicidad y de sufrimiento, entrelazados como hilos en un tapiz.

—Sin embargo, su dicha siempre estuvo teñida por la sombra de lo prohibido. Sati había sido prometida en matrimonio a otro hombre, y el destino o los dioses quiso que fuera tu mejor amigo, Shiva —continuó Mitra.

Sentí una punzada de culpa al recordar la traición hacia mi amigo. Habíamos compartido un lazo tan fuerte, pero mi amor por ti lo había complicado todo.

—No conforme con saber esto, empezaron a amarse en secreto, en la penumbra de la noche, lejos de miradas inquisidoras, sabiendo que el tiempo no estaba de su lado. Eran como dos náufragos aferrados el uno al otro en medio de una tormenta, conscientes de que sus acciones estaban condenadas.

Las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas mientras los recuerdos y las emociones me abrumaban. Sentía el peso de mis acciones y las consecuencias que habían traído, no solo para mí, sino para todos aquellos a quienes había amado.

—¿Quieres que continuemos? —susurró Varuna.

Apreté los puños y llené mis pulmones de aire a la vez que asentía con la poca fuerza que me quedaba.

—Sí, continúen —dije, con la voz apenas audible—. Necesito saberlo todo.

Varuna y Mitra compartieron una mirada de comprensión antes de continuar.

—Vivían en un limbo, atrapados entre el deseo y la moralidad, el amor y la lealtad. Sati se debatía entre su deber y su corazón, y tú, consumido por la culpa y el amor, no podías ofrecerle ninguna salida que no implicara dolor—Mitra se aclaró la garganta—. Sati le expresó sus sentimientos a su padre de no querer cumplir la promesa de ser dada en matrimonio como él lo había acordado mucho antes de que ella naciera, pero de nada valió y la sumergió en duras pruebas para ser digna de casarse con un dios. Con el dolor en su corazón, se vio obligada a cumplir su destino. Sin embargo, Shiva no conocía la historia que compartían ambos, pero se enamoró perdidamente de ella al igual que tú. Fue doloroso para mí ver cómo te consumías de dolor mientras aparentabas estar feliz por él. Te alejaste, pero se te dificultaba mantener tu promesa como a ella.

»Daksha pensaba que obtendría algún favor casándola con uno de los dioses más importantes, y se sintió insultado al no obtener nada. Fue un duro golpe para su orgullo. Debo reconocer que Sati se esforzó por hacer feliz a Shiva a pesar de consumirse por dentro. Sin embargo, esas fisuras en su relación con el tiempo fueron agrandándose. Y cuando Shiva desposó también a Parvati como segunda esposa, pensó que eso aliviaría su carga, grave error.

Carraspeé para aclararme la voz y encontrar un poco de valor, porque los nervios no me permitían hablar.

—Fue Parvati quien alentó a Shiva de su engaño. Entonces se desató un infierno entre nosotros los dioses, cada uno defendiendo sus posiciones o lealtades sobre este conflicto—dijo Varuna—. Shiva, consumido por el dolor y la traición, dejó de cumplir con sus obligaciones. Su ausencia desequilibró la creación, trayendo caos y destrucción. Daksha, enojado por el deshonor de su hija, la repudio públicamente. Sati incapaz de soportar más dolor y vergüenza, se inmoló en el fuego del sacrificio.

Me sobresalté cuando Mitra me tocó en el hombro. Ese ligero toque provocó una catarsis, fue como si se abrieran todas las puertas y ventanas de mi mente para dejar fluir todos esos recuerdos que los dioses aprisionaron dentro de mí. El dolor en mi pecho se intensificó al recordar una historia que había sido distorsionada y contada de manera diferente.

—Tu furia fue indescriptible —continuó Mitra—. Desataste tu poder sobre Daksha, trayendo muerte y destrucción. Shiva, al sentir la muerte de su esposa, recogió su cuerpo y realizó su danza de la destrucción, amenazando con desintegrar el universo entero.

Shiva, tomó medidas aún más drásticas después de lo ocurrido en el palacio de Daksha. Fue al Samsara para recolectar almas, las cuales deposito en un nuevo cuerpo para Sati atándola a él. Además, les hizo obligó a los dioses que debían desterrarte, y que, si volvía a repetirse, destruiría todo el universo. Los dioses, temerosos de su poder, accedieron—añadió Mitra—. Brahma borró tus recuerdos y te hizo renacer en otro lugar a cientos de millas de aquí. Pero a lo largo de los siglos, la misma historia se ha repetido, como advirtió Visnú: no se puede separar al pez del agua, al ave de sus alas o a la flor de la tierra. El amor tan puro y profundo que ustedes crearon siempre los empujaría a encontrarse.

Un vacío se instaló en mi corazón mientras veía los momentos compartidos con el único gran amigo que tuve, con el cual compartí dolor, melancolía, alegrías y triunfos, pero que al final se convirtió en mi peor adversario. La ira y el dolor bullían dentro de mí, mezclándose con una tristeza abrumadora.

—Todo esto se habría resuelto si él hubiese entendido nuestros sentimientos—dije, con mi voz rota.

Varuna y Mitra intercambiaron miradas antes de que Varuna respondiera.

—¿Lo hubieras hecho tú? —preguntó suavemente.

—Si son justos, yo cargué con la peor parte. En todo caso, gracias a su indolencia, experimenté muchas cosas en estos siglos. —Los miré a ambos con rabia—. ¿Qué les costaba mandarnos lejos o borrarle la memoria a él? Al final, Sati me amaba a mí, no a él. Ella me amó primero a mí, sin la atadura de un compromiso al cual nunca accedió. Se entregó a mí por consentimiento, no por imposición.

Ambos dioses se quedaron callados durante un rato.

—Fue mejor para ustedes borrar nuestra historia, nuestros recuerdos y separarnos, condenándonos a vivir con ese vacío. Es más fácil romantizar para ustedes que una mujer se haya inmolado por la ofensa de su padre hacia su esposo que escribir que presa del dolor y de las ataduras impuestas en contra de su voluntad, pensó que la única salida era desaparecer.

Sentí rabia. ¿Cuántas vidas había vivido, cuántas veces había perdido a mi amor, todo por la intervención de los dioses?

—Todo esto...—mi voz temblaba—, toda esta maldita agonía, por sus caprichos y su orgullo. Nos han condenado a ambos. ¿Y ahora qué? ¿Se supone que debo simplemente aceptar esto y seguir adelante como si nada?

—No es cuestión de aceptar sin más—dijo Mitra con tristeza—. Es cuestión de entender y liberar esa carga. Tienes el poder de romper el ciclo. No es fácil, pero tienes la capacidad de elegir un nuevo destino.

Varuna asintió, su expresión suavizada por la compasión.

—Rudra, queremos que entiendas que nuestra intervención no fue para castigarte, sino para protegerte y proteger el equilibrio. Pero ahora es tiempo de que tomes las riendas de tu propio destino. El amor verdadero siempre encuentra su camino, y el tuyo y el de Sati no es la excepción.

Miré la superficie de la pileta cristalina, viendo no solo mi pasado, sino también un atisbo de lo que podría ser mi futuro. Las lágrimas caían de mis ojos, pero con ellas también se iban los residuos de un rencor milenario.

—Entonces, ¿qué debo hacer ahora? —pregunté con voz quebrada, pero decidido a encontrar una solución.

—Encuentra a Sati primero que él. Permítele recordar su verdadera esencia. Cuando ambos recuerden y se reconozcan, el ciclo se romperá—dijo Varuna—. Y esta vez, elijan un futuro juntos, sin ataduras, sin interferencias.

Varuna colocó una mano sobre mi hombro.

—Nosotros no estuvimos de acuerdo con eso. Aunque te cueste, siempre hemos estado contigo, observando y esperando el momento propicio para ayudarte.

Miré a Varuna con cara de "púdrete".

—Si bien es cierto que Brahma cambió partes del Rig Veda y del Yajur Veda, no accedió a todas las demandas de Shiva. Él te quería muerto, pero Brahma te concedió el poder de renacer en lugares alejados. Ningún ser humano tiene la capacidad de aguantar un combate con un dios, pero tú sí. Eres tan ciego que nunca te detuviste a pensar en eso. Y cuando las cosas se agriaron, como en aquella vez, Brahma te restauró tu inmortalidad—dijo Mitra—. Las cosas no eran tan fáciles como decir quién tenía o no la razón. Hemos colaborado con Visnú para resolver este asunto de la mejor manera.

—Yo no siento que haya resuelto nada—mascullé.

—Te equivocas. Visnú estableció el límite de las vidas de Sati que Shiva podría controlar, siendo la última la que recuerdas en Kerala. A partir de allí, tendría las mismas limitantes que tú, como no saber dónde ni cuándo aparecería una de sus reencarnaciones, no poder usar su poder para influenciar en ella, y cuando el pago de todas las almas que tomó hubiese sido saldado, ustedes serían libres para amarse como siempre han deseado. Sin embargo, como Sati siempre estuvo atada a los designios de los demás, ahora ella debía de elegir con quién estar.

» Desde entonces, Shiva la ha buscado por el mundo al igual que tú. A medida que su popularidad crece en el vasto mundo, su poder se ve algo limitado porque debe fragmentar su poder para sus seguidores y su búsqueda. Muchos de nosotros hemos sido olvidados por los humanos gracias a que Brahma, al borrar tu historia, nos arrastró con eso, pero nos ha servido para guiarte hasta ella sin despertar sospechas. Te hemos guiado y protegido, aunque no lo creas. El mundo espiritual es muy diferente al terrenal, y no sabes las veces que frustramos los planes de Shiva o de sus partidarios. Te queremos y deseamos que pronto saldes la deuda.

—Por eso Ganesha te dio el libro, para que cuando ella lo leyera tomara su decisión libre de ataduras—concluyó Mitra—. Ahora es hora de que regreses. Nos volveremos a ver muy pronto.

No me dieron tiempo para rebatir sus palabras y mandarlos a todos a la mierda. Volví al cementerio, que estaba sumido en el más profundo silencio. Mientras caminaba entre las lápidas, una sensación de rabia y rencor se asentó sobre mí. Estaba listo para enfrentar lo que viniera. Solo temía perder la cordura antes.

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