3

Angie

No tenía ni idea de lo que había pasado realmente. Mi mente parecía haberse desconectado por completo. Me quedé petrificada al volver a verlo. No podía ni imaginar qué sucedería si descubrían mi intento de robo en la librería.

Fue una compulsión que no merecía ser analizada en ese momento. Me esforcé por moverme, pero mis músculos estaban tensos como piedras. Solo reaccioné cuando escuché la reprimenda de Andrés, mi superior. Salí de mi ensimismamiento y me dirigí a cumplir con mi tarea.

A mitad del pasillo, recordé que no había averiguado los gustos de los visitantes. Perdí tiempo debatiéndome sobre si debiese volver atrás o no. Finalmente, decidí que era necesario. Entré en la sala de reuniones con las manos entrelazadas y la cabeza gacha. Sentí su mirada clavada en mí desde el momento en que crucé la puerta.

Ni siquiera necesité levantar la vista para saber que él estaba allí, observándome. Me situé al lado de mi jefe, frente a él, y solté un ligero suspiro. Me pellizcaba el pulgar izquierdo con las uñas, una costumbre que afloraba cada vez que me sentía ansiosa.

—Olvidé preguntarle si prefiere café con azúcar o crema, o si prefiere un té. Tenemos té negro y de manzanilla. —Murmuré sin atreverme a mirarlo directamente.

Traté de ignorar la reprimenda de Andrés, pero era un punto en a mi favor. ¿Cómo podía brindar un servicio adecuado si desconocía las necesidades del invitado? El extraño agradeció mi atención y eficiencia, pero me sorprendió escuchar a mi jefe hablar bien de mí.

Me pilló desprevenida. Recobré la compostura tras la súbita sorpresa, pero tuve que contener el aliento al escucharlo hablar de mi tía Eridania, a quien explotó sin misericordia; para luego obligarla a jubilarse con una pensión paupérrima. Cerré los ojos como si estuviera reviviendo todo aquello. Sin embargo, lo peor fue cuando colocó sus manos sobre mi hombro. Arrugué la nariz e incliné el cuerpo, incómoda. Aquella forma de toqueteos me resultaba sumamente irritante.

Fingí que sus palabras no me afectaban, aunque él sabe muy bien de todos los trabajos que pasamos mi tía y yo. Mis mejillas se encendieron como llamas por la indignación. Me estremecí y me alteré aún más cuando el extraño inquirió si me molestaba la proximidad de mi jefe. Tuve que morderme la lengua para no escupir todo el resentimiento que le tengo a Andrés. Me habría encantado ver cómo destruía la falsa imagen que proyectaba. Pero mi tía me repitió hasta el cansancio que debemos amar hasta a nuestros enemigos. Finalmente, dejé escapar un suspiro entrecortado y sacudí la cabeza.

El extraño se centró en mi jefe y en las personas que lo acompañaban. Andrés, para congraciarse, me encargó un sinfín de tareas, convirtiendo mi mañana en un verdadero infierno. Abusó una vez más de mis funciones, pero me negué a derramar las lágrimas que ansiaban escapar de mis ojos. Desaproveché mi oportunidad y ahora me tocaba aguantar. Dominé una mueca de disgusto y continué yendo de aquí para allá buscando documentos y respondiendo todas las preguntas que él debía manejar. Cuando me senté para tomar notas para escribir el informe que sabía que Andrés me pediría al finalizar la reunión, dejé caer los hombros en un gesto de rendición.

A lo largo de la reunión, evité el contacto visual con el extraño. En ocasiones, lo observaba por el espejo, en parte debido a mi temor a ser expuesta, pero también experimentaba una pequeña sensación de emoción al ver que alguien como él se preocupara por alguien como yo a nivel profesional, aunque estaba claramente fuera de mi alcance en otro aspecto.

Mi corazón dio un vuelco cuando creí verlo guiñarme un ojo. Quizás mi imaginación me estaba jugando malas pasadas. Di un respingo y dejé caer unos papeles al suelo, interrumpiendo la reunión. Mi jefe me reprochó con la mirada, y me apresuré a disculparme. Cuando el extraño dijo que necesitaba hablar conmigo, mi corazón comenzó a latir desbocado.

Estaba acabada.

Permanecí inmóvil, con la mirada fija en el suelo, mientras me tragaba el nudo que amenazaba con desencadenar lágrimas. Recurrí a mi mecanismo de defensa habitual: encerrarme en mí misma, sofocar toda emoción negativa y enterrarla en lo más profundo de mi corazón, fingiendo que estaba bien hasta convencerme de ello. Me reprendí por permitir que una amenaza absurda me afectara de esa manera, sacudí la cabeza y opté por asumir mi error.

—No quiero que me denuncie —dije, sintiéndome algo avergonzada—. No soy una ladrona, aunque mis acciones del viernes pudieran sugerirlo.

La conversación que siguió me perturbó, y aunque intenté no demostrar mi alarma, sus labios se curvaron en una sonrisa al percibir la profunda angustia en mi rostro. Me estaba tomando el pelo.

—¿Puedo ir al baño? —pregunté, con la esperanza de reorganizar mis pensamientos.

Bajé la cabeza, esperando su respuesta, y me refugié en el baño. Necesitaba evitar un posible ataque de pánico. Me aferré a los bordes del lavabo para controlar mi respiración. Si el extraño quería jugar, entonces jugaríamos.

Decidí sumergirme en mi papel profesional. Mientras tomaba notas, me obligué a relajar los puños, pues de lo contrario, rompería el bolígrafo. Ese hombre me inquietaba. Leí en voz alta algunas de las habilidades y competencias de mis compañeros, aunque tuve que hacer un esfuerzo para leer las evaluaciones de rendimiento. Sabía que estas evaluaciones estaban sesgadas por el compadreo y el favoritismo.

—¿Está de acuerdo con los informes? —preguntó, con total frivolidad, al cabo de unos segundos.

Ni aunque me hubieran quemado en una hoguera habría respondido afirmativamente. Guardé silencio por unos instantes, luego inquirí:

—Le pido disculpas, pero olvidé preguntarle su nombre.

Él también se mantuvo en silencio mientras un brillo salvaje danzaba en sus ojos oscuros.

—Mi nombre es Rud —respondió.

—¿Cómo dijo? —escuché algo que sonó como "Ru", pero dudaba que ese fuera su nombre. Aunque no me resultaba familiar, sentí que revelaba mucho sobre él. Era algo extraño.

—Mejor escriba en el informe

Una corriente de aire helado se apoderó de la atmósfera. Él colocó los antebrazos sobre la mesa y señaló mis notas con las palmas de sus manos.

—¿Necesita que lo deletree? —preguntó, con un tono cargado de sarcasmo.

—No es necesario —mentí, garabateando algo ininteligible mientras sentía un temblor recorrer mi cuerpo hasta el último rincón.

Aparté la mirada de mi agenda y levanté la cabeza. Nuestros ojos se encontraron y un escalofrío recorrió mi espina dorsal. Su cuerpo destilaba una impetuosa arrogancia, y su mirada era siniestra.

Cuando estreché su mano, sentí que el aire se escapaba de mis pulmones. Ahí estaba de nuevo esa sensación. Asentí con la cabeza, incapaz de confiar en mi propia voz. Algo empezó a quemarme las entrañas, así que forcé una sonrisa y me despedí. Pasé el resto de la tarde nerviosa y ansiosa, y antes de que el reloj marcara la hora de salida, ya estaba colocando mi dedo en el aparato de registro.

Llegué a mi apartamento, o más bien a un espacio del tamaño de una habitación, luchando contra el desasosiego. Me preparé una sopa instantánea para la cena, bebiendo el líquido con la esperanza de engañar a mi mente, convenciéndome de que era un consomé. Coloqué un vaso con agua por si llegaba a sentir sed en la madrugada sobre la mesa junto a mi teléfono celular, unas pastillas de acetaminofén y luego fui a la entrada para examinar el pestillo y asegurarme de que ningún ladrón entrara a robar, añadiendo otro delito grave como la violación.

Después de darme un baño, me costó mucho trabajo conciliar el sueño. En medio de la noche, tomé mi celular y vi que el reloj marcaba las tres de la madrugada. Bebí un poco de agua y me senté en la cama para mirar por la ventana, donde la luz de la luna iluminaba la calle. No había ningún proveedor de drogas ni prostituta a la espera de algún cliente, y apenas había vehículos circulando por las avenidas.

Una vez que me sentí más calmada, comencé a acariciarme. Mis manos exploraron mi cuerpo, acariciando mis costados y pellizcando suavemente mis pezones. La ropa me resultaba incómoda, así que me desnudé y me recosté en la cama, deslizando una mano entre mis muslos. El contacto inicial me provocó un leve dolor en la parte baja del abdomen.

A medida que aumentaba la intensidad, un suspiro escapó de mis labios al sentir cómo mi cuerpo reaccionaba. Los destellos de placer me hicieron retorcerme en la cama, mientras me esforzaba por contener mis gemidos contra la almohada. La sábana se deslizó por mi piel mientras mis dedos trabajaban en mi centro, mi mente proyectando la imagen de una persona en particular. Me sentí algo asqueada y vulnerable, pero continué.

Introduje dos dedos con cuidado, sintiendo cómo mi respiración se aceleraba. Los gemidos se hicieron más profundos mientras me entregaba al placer. Cuando mis músculos se tensaron, aumenté el ritmo, sabiendo que el clímax estaba cerca. Un suspiro ahogado escapó de mis labios entreabiertos mientras llegaba al orgasmo.

Lo siguiente que recuerdo es estar tendida en la cama, incapaz una vez más de conciliar el sueño. Cada vez que cerraba los ojos, la imagen de una figura oscura se materializaba en mi mente, provocándome un escalofrío. Entonces, mi corazón dio un vuelco al ver el libro que intenté robar sobre mi mesita de noche. ¿Cómo había llegado ahí?

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