2
Me despedí de ti en la mañana sin añadir la noticia que me había dado mi hermano. Salí para buscar Narendra, convencido de que mi padre no me había mandado a buscar; me estaban expulsando del lugar como si fuera un perro, pero no me iría solo porque ellos me lo ordenaran. No encontré a Narendra en los sitios habituales, así que crucé los jardines y fui a las caballerizas. Allí vi a uno de sus criados fustigando a los caballos que eran el supuesto regalo de mi padre.
Le arrebaté el látigo y lo amenacé si volvía a tocarlos. Incluso, le prometí una muerte lenta y dolorosa si me enteraba de que había tocado a mi Othar. Continué buscando a Narendra y lo encontré en una sala a medio construir. Se irguió al verme y se aclaró la garganta. En esta ocasión, no ocultó su malestar ante mi presencia. Ni siquiera relajó su mirada fría.
—Espero que Amerkan guste los caballos— dijo Narendra mirando a los presentes— . Pero que haya disfrutado de su estadía.
El maldito daba por hecho que me marchaba.
—Teniendo en cuenta lo caprichoso que es mi padre, no tengo idea de si le agradarán —respondí mientras me sentaba sobre uno de esos enormes cojines—. No obstante, temo que tendré que posponer mi marcha por unos días.
—¿Va a retrasar su partida? —preguntó Narendra, escéptico.
—Así es —respondí mirándolo con dureza.
—¿Podría explicarme las razones? —indagó incrédulo—. Quizá podría ayudarlo a que no se retrase más de lo necesario.
—Desde que entré a esta ciudad, algo o alguien ha intentado matarme. No puedo irme sin saber las razones —anuncié.
—Seguramente se trate de una simple amenaza de algún aldeano que no le gustan los extraños —dijo Narendra—. Vaya en paz y deje todo en mi mano.
—No creo que una simple amenaza justifiqué los intentos constantes de acabar con mi vida —repliqué con firmeza, mis ojos fijos en los suyos—. No me iré hasta que descubra quién está detrás de esto.
Narendra me observó irritado, claramente no esperando mi resistencia. Se quedó en silencio por un momento, como sopesando sus opciones.
—Que nada detenga su partida —dijo finalmente—. Deje que nosotros manejemos el problema.
—Ojalá estuviese en lo cierto —lo corregí—. No obstante, me temo que esto es un asunto más serio.
—Lo entiendo, prometo que no escatimaré ningún esfuerzo en esclarecer el problema. Usted es mi invitado y se encuentra bajo mi cuidado; si debo incorporar a mis hombres y someter a quien lo molestaba, lo haré. Sin embargo, no deseo que haga esperar a su padre por este percance.
—Es lo justo— expresaron los varones que se encontraban en la sala.
—No tan deprisa —repuse—. Dado que el ataque fue en mi contra, es mi obligación resolverlo.
Un murmullo se extendió por toda la sala.
—Comprendo su sentir, sin embargo, al hacerlo, pone en peligro nuestra autoridad ante el pueblo. No creo que vean bien que un extranjero aplique la justicia cuando está en nuestro poder hacerlo —se defendió Narendra—. Solo le hago saber que, antes de adoptar una decisión, tenga en cuenta otras opciones.
—Estoy de acuerdo. No voy a marcharme hasta que esté convencido de que no sufriré ninguna emboscada.
Mi comentario era del todo intencionado; no iba a irme así de fácil. Aunque solo había ganado un poco de tiempo, necesitaba conversar contigo y hacerte una oferta. Solo esperaba que aceptaras.
—Disponemos de recursos suficientes para asegurar su seguridad y la de sus hombres —Narendra clavó su mirada en mí—. Su preocupación, aunque válida, no es motivo para que retrase su partida.
—¿Acaso me está echando? —curioseé—. Mi padre consideraría esto como una ofensa grave hacia su persona.
—Nunca he dicho que deseo que se marche, solo deseo que los anhelos de Amerkan se hagan realidad. Quizá lo necesite con urgencia, ¿ha contemplado esa posibilidad?
—Es probable, ahora me gustaría ver la carta que Amerkan envió solicitando mi regreso, en caso de no causar mucha molestia.
Narendra titubeó por un momento, una ligera sombra de duda cruzando su rostro antes de recuperar la compostura. La sala se llenó de murmullos y miradas inquisitivas.
—La tiene guardada mi secretario —dijo Narendra.
—Mande a buscarla, deseo leerla, quizás haya un mensaje oculto que solo yo puedo comprender —solicité.
Un tenso silencio se apoderó del ambiente.
—Podría ser que tenga razón —terció Narendra en tono apaciguador—. A pesar de haber conocido a su padre, dudo que usé una estrategia como esa.
—Puede que tenga razón —dije extendiendo los brazos en actitud conciliadora—. Pero mantengo mi postura, no me iré sin antes leer la carta.
Narendra se quedó petrificado. Me levanté del cojín y di por terminada la conversación. Solo era cuestión de tiempo para que falsificaran el sello de mi padre y me obligaran a marcharme. Mientras tanto, debía examinar las escasas opciones que me quedaban antes de que fuera demasiado tarde.
Salí del palacio a lomos de mi caballo Othar, que no dejaba de relinchar molesto por mi abandono. Le acaricié la cabeza en señal de paz y por poco me tiró al piso; no debía olvidar que tenía un carácter de los mil demonios.
Galopé por un buen tiempo con la intención de distraer un poco la mente, luego fui en tu búsqueda y te encontré cerca de una edificación a medio terminar a las afueras de la ciudad. En el centro de la sala, pusieron una estatua de Shiva arropada por una hiedra que creció alrededor. Cuando te diste la vuelta, casi mueres del susto al verte de frente con Othar, que no dejaba de expulsar vapor por sus fosas nasales.
—¡Protégeme, mi señor! —exclamaste aterrada.
—Tranquila... —dije. Me molestó escucharte llamarlo así—. Othar no te hará nada.
—¡Aléjalo de mí! —hiciste una exclamación en un hilo de voz.
Desmonté de Othar y lo conduje unos pasos hacia atrás, dándote espacio para respirar.
—No hay de qué preocuparse. Othar solo es un poco temperamental. — Me acerqué lentamente, tratando de no asustarte más. Tu respiración seguía acelerada—. Lamento haberte asustado —dije suavemente, extendiendo una mano hacia ti.
Noté lo temerosa que te veías y me sentí mal por haberte causado esa reacción. Ni siquiera me diste tiempo a hablar cuando te alejaste con paso apresurado por un sendero poco transitado. Dejé escapar un suspiro de fastidio, volví a montarme y golpeé los costados de Othar para seguirte.
—¿Alguna vez habías cabalgado? —pregunté.
Negaste con la cabeza sin dejar de caminar.
—¿Te gustaría hacerlo? —te propuse.
—No quiero... es decir, no puedo...—respondiste algo indecisa.
—¿Quieres y no puedes? ¿O puedes y no quieres? —indagué.
—Ambas cosas —replicaste como si fuera un reproche, colocando tus manos en tu cintura para encararme.
—Te prometí enseñarte la verdadera libertad, solo quiero que logres experimentar cosas nuevas —te recordé.
—Sí, recuerdo tu promesa, pero no lo haré —refutaste.
—No permitas que el miedo controle tus acciones —expresé mientras Othar rechinaba molesto. No le gustaba andar a paso lento.
—El miedo nos alerta y prepara para enfrentar situaciones peligrosas —espetaste con una mueca de desconfianza—. Además, nos ayuda a evitar situaciones que puedan ser perjudiciales.
—Para mí, te sientes cohibida por las opiniones de terceros —dije elevando una ceja.
—Montarme en un caballo sería peligroso, ¿qué pasa si me hago daño de manera innecesaria? —Alzaste los brazos, derrotada, sin saber qué más decir para hacerme entrar en razón—. Parvati me castigará si se entera.
Fruncí el ceño.
—¿Ya no confías en mí?
—Yo no dije eso —susurraste con preocupación—. Pero no puedo.
—Confía en mí, nunca permitiría que algo malo te ocurriera.
No estabas muy convencida de aceptar mi propuesta. Me desmonté de Othar y oré a todos los dioses para que se mantuviera quieto.
—Tócalo —te pedí.
Pensé que no lo harías porque permaneciste quieta por un rato. Noté cómo tus manos temblaban cuando colocaste tu mano sobre su lomo. Una exclamación brotó de tu pecho cuando Othar rechinó.
—Acarícialo —te vi tragar saliva. Yo no aparté la mirada de tus ojos—. Confía en mí.
Tus dedos temblaban mientras rozaban el pelaje de Othar. Él, al sentir tu toque, se calmó, como si supiera que necesitabas esa tranquilidad. Lentamente, comenzaste a acariciarlo, y una sonrisa tímida se asomó en tu rostro.
—Ves, no es tan malo —dije suavemente, acercándome un poco más.
—Es más... suave de lo que esperaba —admitiste en un susurro, sin apartar la mirada del caballo.
—Así es. Ahora, ¿quieres intentarlo? —pregunté, con la voz cargada de expectativa.
Vacilaste un momento, pero finalmente asentiste.
—Está bien, pero solo un momento —dijiste, intentando sonar firme.
—De acuerdo —respondí, ayudándote a montar.
Te levanté suavemente, asegurándome de que estuvieras cómoda y segura sobre Othar. Tus manos seguían temblando ligeramente, pero noté que poco a poco te relajabas. Te rodeé con mis brazos para tomar las riendas. Podía sentir la tensión en tu cuerpo, pero también la emoción.
—Vamos despacio —susurré cerca de tu oído—. No hay prisa.
Comenzamos a avanzar lentamente, y sentí cómo tu respiración se calmaba. Vimos a lo lejos a unas mujeres que cargaban sobre sus cabezas unos canastos llenos de ropa. Othar caminaba a un ritmo pausado, y el sonido de sus cascos contra el suelo era casi hipnótico.
—Es... increíble —dijiste después de un rato—. Nunca pensé que me atrevería a hacer algo así.
—Estoy orgulloso de ti —respondí, apretando suavemente tus manos que sostenían las riendas—. Eres más valiente de lo que crees.
—Los caballos son extremadamente sensibles a nuestras emociones, las captan con rapidez y se ven afectados por ellas. —Inspiraste hondo un par de veces—. Mientras te sientas inquieta, yo tendré las riendas. Primero iremos lento y recuerda que cuando quieras parar, lo hacemos.
Othar rechinó algo molesto, pero luego iba a recompensarlo. Sentía tu cuerpo tenso y te explicaba que debías mantener una posición recta, intentar mantener la calma y disfrutar del paseo. Continuamos trotando a ese ritmo por un rato y, cuando agarraste las riendas, supe que íbamos por buen camino.
—Ahora te cedo el control —dije con seguridad para que mantuvieras la confianza—. No debes dudar, eres más fuerte de lo que crees.
Te oí suspirar y respirar deprisa.
—¿Te encuentras bien?
Asentiste, pero tus dedos tensos sobre las riendas me decían lo contrario.
—Eres fuerte... —insistí.
Ladeaste la cabeza para mirarme. Te reíste. Yo también.
Al rato, azoté con mis pantorrillas los costados de Othar, un toque que mi amigo conocía bien. Empezó a correr con más velocidad mientras te decía con voz suave que confiaras en mí y disfrutaras del viaje. Solo bastaron unos trotes más para escucharte gritar con una mezcla de miedo y euforia. Luego nos detuvimos cerca de un riachuelo. Te ayudé a bajar de Othar, que se alejó de nosotros ante el festín de pasto que tenía al frente. Temblabas, pero eso no apagó el brillo radiante en tus ojos.
—¿Podríamos dormir aquí hoy si quieres? —pregunté. No quería regresar al palacio de Narendra que lo más seguro tenía ya en sus manos la carta falsificada de mi padre.
—¿Por qué aquí? —indagaste, un poco sorprendida por mi petición.
—No lo sé —mentí—. Pero me gusta ver el cielo estrellado. A menudo me alejo para verlo en silencio —eso era verdad—. Ahora quiero verlo contigo.
Asentiste, y con una sonrisa nos pusimos a hacer una pequeña fogata. Las llamas comenzaron a bailar en la noche alrededor de nosotros. El crujir de la madera y el susurro del riachuelo crearon una atmósfera íntima. Othar pastaba tranquilamente a unos metros de distancia, y el cielo, libre de nubes, se desplegaba en una manta de estrellas brillantes.
Me senté cerca del fuego, sacando la paloma que había cazado. Tú te sentaste junto a mí, con las frutas que habías recolectado antes de que anocheciera. Compartimos una comida sencilla, pero en la simplicidad de ese momento encontré una conexión profunda y sincera contigo.
—¿Te gusta? —pregunté, rompiendo el silencio.
Asentiste, sonriendo suavemente.
—Sí, es perfecto. —Mordiste otra vez la manzana y me miraste con esos ojos brillantes que parecían contener todo el misterio del universo—. ¿Y tú? ¿Cómo está tu cena?
—Es buena. —Sonreí, saboreando la carne mientras el aroma de la paloma asada flotaba en el aire—. Aunque creo que si compartiéramos nuestras cenas fuera mejor.
Hiciste una negación con la cabeza y me lanzaste una manzana, que atrapé al vuelo. La mordí, disfrutando del sabor dulce y fresco que complementaba a la perfección la carne asada. Nos quedamos en silencio durante un rato después de cenar, simplemente disfrutando de la tranquilidad del momento.
—Mira las estrellas —dije, señalando el cielo—. ¿Sabías que cada una de esas estrellas tiene una historia? Los antiguos creían que eran los espíritus de los héroes pasados, vigilándonos desde arriba.
—Cuéntame una historia —pediste, apoyando tu cabeza en mi hombro por segunda vez.
Sonreí, disfrutando de la cercanía.
—Hace mucho tiempo, una princesa que se enamoró de un guerrero. Ella estaba destinada a casarse con un príncipe de otro reino. Un día, los dioses descubrieron su secreto —continué—. Debido a su desafío, decidieron castigarlos. La princesa fue transformada en una estrella brillante y el guerrero en una estrella fugaz, pero ni siquiera eso fue suficiente para separarlos porque él cruzaba el cielo para encontrarse con ella. No importa el lugar, la hora o el tiempo. A partir de entonces, cada vez que vemos una estrella fugaz, es el guerrero que se reúne con su princesa.
Te quedaste en silencio por un momento, procesando la historia. Luego, sonreíste y volviste a apoyar tu cabeza en mi pecho.
—Es una historia hermosa, aunque triste —susurraste. —¿Esa historia es real?
Contuve el aliento. Te sostuve la mirada mientras me mordía el labio con un gesto travieso.
—No, me la acabo de inventar —respondí soltando una carcajada.
—¡Qué malo eres! —exclamaste y me diste un golpe en el hombro—. Creí que era cierto.
—Imagina lo difícil de ser una estrella fugaz —bromeé.
Nos quedamos en silencio, disfrutando de la compañía del otro. Cerraste los ojos y escuché uno de tus suspiros mientras apoyabas de nuevo la cabeza en mi pecho. Sentí una emoción que se extendió por todo mi ser.
—Gracias por estar aquí conmigo —susurré, acariciando tu cabello.
Levantaste la cabeza, tus ojos encontrando los míos. Nos encontramos de esta manera, observando, en silencio, hasta que la distancia entre nosotros se desvaneció. Incliné la cabeza y deposité un beso suave en tu frente. Te vi sonreír, con las mejillas sonrosadas bajo la luz de las estrellas con tu mano entrelazada con la mía, mientras el mundo se desvanecía a nuestro alrededor. Mientras el fuego se extinguía lentamente y el murmullo del riachuelo nos acunaba, supe que aquella noche permanecería grabada en mí para siempre.
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