19

Desperté en la madrugada, aun con los ojos demasiado pesados como para abrirlos. El sueño se me hacía esquivo, y la sensación de que había alguien más en la habitación se instaló en mi pecho, provocando una zozobra creciente. Me dio ganas de orinar, y unos ruidos y susurros aterradores arrastrados por el viento se oían en la lejanía. Miré las sábanas y me sentí preocupado porque las velas mostraban formas extrañas en la pared.

Me senté en el colchón. Dormías junto a mí, con las manos unidas bajo la mejilla. El pelo te caía por la cara y lo aparté con los dedos, acariciando uno de tus rizos. Sentí su tacto, suave y sedoso, y olía a una fragancia agradable. Te observé y escuché que roncabas suavemente. El deseo de tocarte se volvió insoportable.

Eras tan hermosa, tan frágil, una magnífica flor que quería deshojar. ¿Con qué finalidad? Realmente no lo sabía. Tal vez ayer sí sabía la respuesta, pero ahora un cúmulo de emociones desconocidas se entretejían, arropando mi pecho hasta contristarlo. Susurraste algo, y pensé que era debido al viento frío que se colaba por las ventanas.

—No permitiré que nada perturbe tu sueño —dije mientras te arropaba.

Te relajaste, y un ronquido adorable escapó de tus labios. Me pasé las manos por la cara y me levanté de la cama despacio para no despertarte. El suelo estaba frío, aunque las ventanas estaban cerradas. Podía escuchar el viento y las ramas de los árboles chocaban entre sí inquietas. Al terminar volví a la cama. Me cuestioné si realmente merecía la pena todo este esfuerzo que realizaba por seducirte. Llegué a la conclusión de que tendría la respuesta en el momento en que te hiciera mía, no antes. Cerré los ojos, no lo pretendía, pero me quedé dormido.

Me desperté solo unas cuantas horas después, sintiendo que no podía dormir más. Abrí los ojos y estiré los brazos para tocarte, pero solo encontré tu olor de especias exóticas y fantasías prohibidas impregnado en las sábanas. Me preocupé de inmediato. Abrí la puerta para ver si estabas deambulando por el pasillo, pero tampoco estabas allí. Con el corazón latiendo dentro de mi garganta, fui a la ventana. No pude creer lo que vi.

La escena se desarrolló ante mis ojos como una herida abierta. Tu protector te sostenía con una familiaridad que hacía hervir mi sangre. Su rostro, tan cerca del tuyo, una cercanía que yo nunca había logrado. Sentí un nudo en el estómago, una mezcla de rabia y desesperación que me era imposible ignorar. Shiva te susurró algo que te hizo reír; cada susurro inaudible entre ustedes era como una daga en mi pecho.

Observé como un tonto cómo te besaba en la frente, luego en la nariz, y el último no lo vi porque aparté la vista, asqueado. Tuve que sostenerme de los marcos para recuperar el equilibrio. Algo comenzó a recorrer mis venas como fuego, y no, no eran celos. Hice un gesto rechazando esa posibilidad. Lo mío fue rabia al sentirme estúpido, de respetar tu integridad mientras dormías conmigo para que fueras corriendo a sus brazos antes de que el rocío matutino tocara la tierra.

Eras una farsante, hipócrita, embustera. Solo quería salir, apuñalar a Shiva y traerte de vuelta sobre mis hombros. Sentí un odio abrasador hacia ustedes. Verte en sus brazos fue un insulto personal, y el muy maldito lo sabía porque tuvo la desfachatez de levantar la mirada para burlarse de mí.

Me comenzó a palpitar la cabeza con fuerza, y una opresión en el pecho provocó que viera todo rojo. Caminé hasta la cama, desordenada y vacía. El enojo se hizo más fuerte y quise destruir todo, romper cráneos, ver sangre, pero no hice nada de eso. Aparté las sábanas de un tirón. Muchas mujeres más hermosas que tú habían dormido allí, encantadas de recibir mis atenciones. No recordaba sus rostros para mi desgracia, pero sí el tuyo. Te maldije; mil veces lo hice.

Miles de demonios empezaron a susurrarme al oído. Me levanté de la cama, tomé mi alabarda para saltar desde la ventana sobre ustedes, pero ya se habían ido. Tal vez a terminar lo que quise iniciar. Unos toques a la puerta hicieron que me alejara de la ventana. Los golpes se hicieron más insistentes, y grité que no quería ver a nadie. Volvieron a tocar con más ímpetu, y decidí que alguien pagaría la rabia que tenía atorada en el pecho. Grande fue mi sorpresa cuando vi a mi hermano Eskol.

Ni siquiera me dio tiempo a procesar su presencia cuando recibí un fuerte golpe en el rostro. Me tambaleé por el impacto, llevando una mano a mi mandíbula dolorida mientras miraba a Eskol con incredulidad. Sus ojos estaban llenos de rabia, pero también de una inquietud que solo él podía expresar.

—¿Qué diablos te pasa? —gruñí, frotándome la mandíbula.

Eskol me miró con desprecio y se marchó.

Tras la reunión con mi hermano, me vestí y salí a compartir con mis soldados, no sin antes reprocharles su falta de obediencia al irse sin mi autorización y prometerles un castigo enorme. Todos alegaron que estaban aburridos y necesitaban despejar la mente; en otro tiempo les hubiera dado la razón, pero hoy no estaba de humor para ser condescendiente con nadie.

La celebración del Holi iniciaba hoy. Según Kamadeva y la mujerzuela de su mujer, hoy, a raíz de la festividad, Shiva estaría ocupado y era mi oportunidad de pasarla contigo sin problemas. La fiesta iniciaba la llegada de la primavera y el supuesto triunfo del bien sobre el mal. Un sirviente de Narendra me informó entre dientes que la celebración tendría una duración de dos días y me instó a salir a disfrutar, confirmando mi percepción de que no era bienvenido.

Ensillé a mi caballo Othar y salí junto con mi hermano Eskol a dar un paseo. Aún no salía de mi asombro cuando lo vi después de tantos años. En los caminos, las personas se daban al canto y al baile como si estuvieran borrachos de felicidad. Cerca del muelle hicieron una enorme hoguera que conmemoraba la muerte de Joliká.

Caminar por el camino polvoriento nos llevó a un pequeño claro a las afueras de la ciudad. Me detuve, sorprendido, al ver a mi hermano mayor, Eskol. La última vez que lo vi era un formidable guerrero. Ahora, vestido con sencillas vestiduras de asceta, su figura parecía más un perro andrajoso.

—Eiden —dijo Eskol—. Hace mucho tiempo que no hacíamos esto, cabalgar juntos.

—¿Qué ha pasado contigo, hermano? —respondí, con desconfianza.

Me senté en la roca junto a Eskol, aun sin creer del todo lo que veía. Mi hermano, un guerrero indomable, ahora era un asceta devoto. La imagen me resultaba tan extraña que parecía sacada de una pesadilla.

—Hermano —dije, tratando de encontrar un punto de conexión—, siempre hemos luchado juntos, enfrentado a enemigos más allá de nuestra comprensión. Hoy, parece que estamos en lados opuestos de una batalla que no comprendo.

—He encontrado un nuevo camino —comenzó, su voz tranquila y casi hipnótica—. Lo encontré mientras buscaba la manada de caballos entre las montañas. Pero en lugar de caballos, encontré algo mucho más valioso.

—¿Y qué fue eso? —pregunté, sin poder ocultar mi escepticismo.

—Hallé la fuente de iluminación en las enseñanzas del maestro Shiva —manifestó, y la palabra se desvaneció de su boca con una profunda reverencia—. Encontré a Shiva. O tal vez, él me encontró a mí.

Me costaba creer lo que escuchaba.

—¿Qué te hizo abandonar todo lo que conocías? —inquirí, aún incrédulo. Esto no podía estar pasándome a mí.

—Buscaba algo más allá de las victorias en el campo de batalla —explicó—. Buscaba un propósito más elevado. En las enseñanzas de Shiva, encontré eso y más. Encontré la verdadera liberación.

Hice un esfuerzo por analizar sus palabras, pero la imagen de mi hermano como un seguidor fiel de Shiva parecía una farsa.

—¿Qué harías si te digo que tu maestro en varias ocasiones ha intentado matar a tu hermano? —pregunté, sin poder contenerme.

La atmósfera cambió bruscamente. Los ojos de Eskol se endurecieron y me miraron fijamente, como si pudiera ver a través de mi alma.

—Deseas algo que no tienes derecho a tener —dijo con una voz baja y amenazante—. Ella es una de las posesiones de mi maestro. No deberías acercarte a ella.

—¿Posesión? —repetí, sintiendo la rabia burbujear dentro de mí.

Eskol se levantó, su figura ascética ahora parecía imponente.

—Eiden, no entiendes. Ella está bajo la protección y el dominio de Shiva. Acercarse a ella es desafiar no solo a mi maestro, sino también al destino que él ha dispuesto.

—¿Y qué pasa si no puedo aceptar esto? —pregunté, molesto—. ¿Qué pasa si no puedo alejarme de ella?

Eskol suspiró.

—Entonces, hermano, temo por ti. Shiva no tolera desafíos a su autoridad, y yo haré todo lo que esté en mi poder para proteger lo que él ha designado. No quiero enfrentarte, pero si insistes en este camino, no tendré otra opción.

Sentí una oleada de frustración. La idea de perderte, de perder cualquier oportunidad contigo, era insoportable. Pero también sabía que enfrentar a mi propio hermano sería una lucha que podría destruirme.

—¿Y qué si lo desafío? —respondí—. No temo a tu maestro.

Eskol dio un paso hacia mí, la amenaza en su mirada era clara.

—No subestimes su poder, hermano. Ni la devoción que tengo hacia él. Te lo advierto por última vez: aléjate de ella. Lo que para ti puede ser una atracción pasajera, te conozco y sé lo egoísta y mezquino que puedes ser. Ella es sagrada para nosotros.

El silencio que siguió fue espeso y tenso. Las palabras de Eskol habían sido como un golpe, dejándome, tambaleando de ira. ¿Cómo podía haber cambiado tanto? Respiré profundamente, tratando de calmar la tormenta que rugía dentro de mí. Necesitaba entender, pero también necesitaba ser firme.

—Hermano —dije, intentando mantener la voz serena—, voy a fingir que creo que has encontrado esa supuesta iluminación. Pero yo también busco algo para mí. No tengo idea de si es amor, destino o locura, pero no tengo intención de dejar de hacer lo que deseo solo porque tú lo digas. No puedo simplemente alejarme.

Eskol me miró con una mezcla de tristeza y resolución.

—Eiden, este camino que estás tomando es peligroso. No solo para ti, sino para todos los que te rodean. La ira de Shiva no es algo con lo que se juegue.

Me quedé en silencio. Sabía que no había vuelta atrás, pero también sabía que la advertencia de mi hermano no era en vano. Tendría que enfrentar a Shiva y todo lo que eso conllevaba, y en el fondo, me daba cuenta de que no había elección.

—Te has convertido en alguien que no reconozco, Eskol —dije finalmente, con un tono de resentimiento—. ¿Por qué ella es sagrada para ustedes?

—Hay algo que no sabes, Eiden —dijo, su voz cargada de gravedad—. Ella no es solo una discípula. Ella es una Aatma Paatr (contenedora de almas). Dentro de su cuerpo, Shiva ha resguardado millones de almas, para liberarlas del Samsara. Para que estas almas puedan romper el ciclo, ella debe mantenerse pura y casta hasta su muerte.

—¿Y qué tiene eso que ver conmigo? —pregunté, aunque ya intuía la respuesta.

—La atracción que estás despertando en ella pone en peligro esta misión sagrada —continuó Eskol—. Si se desvía de su camino, si se deja llevar por emociones mundanas, todos esos seres estarán condenados. No solo se trata de su pureza, sino también del destino de innumerables almas.

Él me miró con una mezcla de compasión y firmeza.

—Espero que encuentres tu camino, Eiden. Pero recuerda mis palabras. No desafíes al destino. Y, sobre todo, no desafíes a Shiva.

Sin decir más, se alejó, desapareciendo entre los árboles como una sombra. Me quedé allí, sintiendo el peso de sus amenazas. Montado en mi caballo Othar, deambulé por el bosque, la ira y el resentimiento, mezclándose en mi mente como una tormenta descontrolada. La actitud de Eskol, su transformación radical y su ultimátum me habían cabreado. ¿Cómo podía aceptar las advertencias que mi propio hermano, ahora aliado de mi enemigo?

Mientras avanzaba por el camino, los árboles comenzaron a dispersarse y el sonido distante de risas llegó a mis oídos. Me dirigí hacia la fuente del sonido, mis pensamientos aún centrados en la reciente conversación con Eskol. De pronto, el paisaje se abrió a un pequeño claro donde la vista me dejó sin aliento.

Allí estabas, cubierta de polvos de colores que brillaban bajo el sol, como si el propio arcoíris te hubiera bendecido con su presencia. Bailabas con una gracia y una alegría que parecían casi sobrenaturales. Cada giro, cada movimiento de tus brazos, hacía que los colores se arremolinaran a tu alrededor en un espectáculo hipnótico. Al parecer, tu protector había llevado el Holi para ti. ¿Cómo podía estar tan cerca y a la vez tan lejos de mí?

Y allí, en el centro de este espléndido despliegue, estaba Shiva, levitando unos centímetros por encima del suelo, meditando con una suave sonrisa curvando sus labios. Mi corazón latía con fuerza, por los celos y la frustración que bullían en mi interior. La conexión entre ambos era palpable, y me hacía sentir como un intruso. Me pregunté si alguna vez podría hacerte sentir tan plena como lo hacía él. ¿Podría competir con un dios? La duda se instaló en mi pecho, pesando sobre mí como una enorme piedra. Malditos fueran ambos.

Mi caballo resopló, inquieto, como si también sintiera la tensión en el aire. Me incliné y acaricié su cuello, tratando de calmarlo, aunque sabía que era yo quien necesitaba callar mis propios demonios. Me quedé ahí observándolos, sintiéndome como un bufón. De repente, Shiva desapareció, no sin antes acariciar tu mejilla y depositar un beso en tu frente, dejando atrás solo un rastro de polvos de colores en el aire. Dejaste de danzar para sentarte en la hierba con las piernas cruzadas y mirar el cielo. Othar rechinó y giraste la cabeza. Tus ojos se encontraron con los míos. La expresión de alegría en tu rostro se intensificó al verme.

Me desmonté de Othar y mientras me acercaba, sentí como si un toro grande y poderoso me hubiese embestido por la espalda. El impacto fue brutal e inesperado, una explosión de dolor que me dejó sin aliento mientras el mundo a mi alrededor. El suelo pareció desaparecer bajo mis pies, y mi cuerpo entero se estremeció con una intensa violencia, dejándome aturdido y desorientado. El estruendo de la embestida resonó en mis oídos.

Caí al suelo bramando de dolor. Maldije a Shiva entre dientes mientras dejaba que el dolor pasara. Me levanté con la respiración agitada y noté dos cosas: la primera que no había ningún toro por los alrededores y la segunda que no te habías movido de tu lugar. Eso me molestó muchísimo y, con los celos todavía ardiendo en mi interior, acorté la distancia que nos separaba.

—¿Debo decir Namasté? Ah, no es muy tarde para eso, ¿verdad? —dije, mi voz llena de resentimiento—. ¿Así que esto es lo que haces con tu protector? ¿Bailas para su placer después de dormir con otro?

Parpadeaste, confundida.

—¿Por qué me hablas así?

—No te hagas la estúpida conmigo, los vi —gruñí, la furia y los celos carcomiéndome.

—No estaba haciendo nada malo. —Entonces comprendiste lo que implicaban mis palabras. El desconcierto pintó tu rostro de tonalidades diferentes—. No es lo que piensas. Lo que hago con mi señor es... diferente.

—¡Diferente! Siempre es diferente con él, ¿verdad? —inquirí con un leve gesto de barbilla—. A mí me aplicas la excusa de que debo mantener la distancia, pero con él haces la excepción.

Me miraste con los ojos llenos de dolor y frustración. Sin decir más, saliste corriendo. Te seguí, abriéndome paso por las ramas que intentaban detenerme. No ibas a huir como siempre. Estaba harto de todo ese juego que tenías de correr y esconderte. Te encontré agachada junto a un arroyo. Me miraste con las mejillas llenas de lágrimas, las cuales apartaste con rudeza de tu rostro. En cambio, enfocaste tu atención a algo que estaba oculto entre unas ramas. Me agaché al lado tuyo y vi un huevo de ave envuelto en un pequeño nido que deduje que habías hecho tú misma.

Me arrodillé a tu lado, observando el pequeño huevo en su nido improvisado. El aire estaba cargado de tensión, y mis pensamientos se agolpaban en mi mente como un torrente imparable. Las lágrimas en tus mejillas mostraban tu fragilidad, una vulnerabilidad que no había logrado entender.

—¿Por qué te importa tanto este huevo? —pregunté, mi voz ahora más suave, aunque el resentimiento aún no se había disipado por completo.

—A pesar de las reglas y restricciones—. Tu voz temblaba con la intensidad de tus emociones—. Quiero tener algo que pueda llamar mío.

El peso de tus palabras cayó sobre mí con fuerza. En ese momento, noté que tu relación con Shiva y tu devoción no eran tan simples como había visto antes. Existía una confusión en tu existencia que yo no había comprendido, una lucha interna que te mantenía dividida entre tus obligaciones y tus deseos.

—No entiendo por qué permites que te controle de esa manera —dije, sintiendo la frustración volver—. ¿No te das cuenta de que mereces algo mejor, algo más libre?

Tus ojos se llenaron de frustración, pero también de una firme decisión que me sorprendió. Tu lealtad y devoción hacia él eran difíciles de comprender, y la brecha entre nuestras perspectivas parecía ensancharse con cada palabra que pronunciabas.

—No es cuestión de merecer—dijiste con un suspiro, apartando la vista—. Shiva ha sido mi guía, mi protector y mi maestro desde que tengo memoria. Me ha enseñado todo lo que sé, me ha dado un propósito y una razón para vivir ... —hiciste una pausa, como si dudaras si debías continuar—. No es sumisión, es gratitud y devoción. No le temo a su castigo, sino a herir sus sentimientos, pero existen cosas que son más poderosas que mi voluntad. A pesar de que él me ha advertido de ti en varias oportunidades, dejo que te acerques, incluso mucho más de lo que me es permitido, y te muestro cosas que no me atrevo a revelárselas a él.

Parpadeé, dolido. Estaba tan enfadado contigo, tan decepcionado.

—Ni siquiera te despediste.

—Iba a hacerlo, pero estabas durmiendo. —Abriste la boca para decir algo, pero la cerraste, tal vez tratando de organizar tus ideas, luego dijiste—: No entiendo por qué cambias conmigo cuando mi señor está cerca. No comprendo, no se supone que los amigos no se hacen daño.

No iba a decirte que tu señor ha intentado matarme desde que puse un pie en este pueblo y que nunca ha sido mi intención ser tu amigo.

—¿Cuándo saliste de la habitación, fue en ese momento en que te encontró?

—Sí, mi señor me ayudó a bajar para que no me hiciera daño. Sentí mucha vergüenza y le conté todo.

—¿Te reprochó algo?

—No. —Unos mechones te caían por la frente y me dieron ganas de alargar la mano y apartártelos. Me embargó una rara sensación. Fue sentirla y desaparecer, lo que me dejó un sabor extraño que no pude explicar—. Valoró mi sinceridad, aunque estuviera expuesta. Me trajo hasta aquí, pensé que me castigaría, pero no lo hizo. Siempre es así, no importa si Parvati se molesta con él, mi señor nunca me reprocha ni me castiga. Solo me insta a que mate esa semilla que germina en mi interior.

Dudaba que Shiva fuera un templo de santidad. No me fiaba de él para nada. En cuanto a mí, éramos igual de sinuosos.

—¿Por qué no puedes hacer nada por ti misma sin tener que rendirle cuentas? No entiendo esa actitud tan sumisa que muestras ante sus órdenes y deseos. ¿Acaso nunca te has cuestionado nada? Nunca me has dicho tu nombre. ¿Acaso tu señor te lo impide?

—Mi nombre... no es importante. Lo que soy, lo que debo hacer, es lo único que importa. Mi vida, mi voluntad, están dedicadas a algo más grande que yo misma.

Me incliné hacia ti, sin poder contener mi frustración.

—¿Y qué hay de lo que tú quieres? ¿Qué hay de tus deseos, tus sueños? ¿No te mereces más que ser una simple seguidora de alguien más?

—No puedo permitirme esos lujos. Si me permitiera soñar, desear... podría perderlo todo. Podría condenar a todas esas almas que dependen de mí—tu voz tembló y vi cómo las lágrimas volvían a llenar tus ojos.

—¡Pero eso no es vida! —exclamé, sin poder contener mi enojo—. ¿Qué clase de vida es esa donde no puedes ser tú misma, donde no puedes decidir por ti misma?

—Es la vida con la que nací —dijiste con firmeza, aunque tu voz estaba cargada de tristeza—. Y debo cumplir con mi deber.

Arrugué la cara y cogí una ramita del suelo, partiéndola con los dedos.

—Es ridículo todo lo que dices... —Busqué las palabras adecuadas—. Nada de eso tiene sentido para mí.

Un músculo tensó tu mandíbula.

—El hombre creó los cuchillos para defenderse y matar, pero también los usa para cortar alimentos y construir casas, ¿verdad? —dijiste, ladeando la cabeza mientras nuestros ojos se encontraban. Una sombría desesperación brillaba en los tuyos. El silencio se extendió entre nosotros, como si esperáramos que el otro empezara a hablar—. Quien habla sin pensar hiere como un cuchillo, y eso mismo estás haciendo conmigo.

Tomé una bocanada de aire, dispuesto a replicar, pero no encontré palabras. De repente, me sentí acalorado y mi corazón comenzó a latir más rápido. Me incliné levemente hasta que nuestros rostros quedaron muy cerca. Un segundo después, tomé tu rostro entre mis manos y aplasté mi boca contra la tuya. Me empujaste con todas tus fuerzas, y vi cómo una hilera de nombres intrincados se desplegaba por tu cuerpo.

—¿Por qué has hecho eso? —espetaste sin aliento.

Parpadeé varias veces, demasiado confundido. Verte de esa manera, con tus ojos abiertos como dos agujeros que parecían a punto de engullirlo todo, llenos de miedo hacia mí, me consumió por dentro. Vi el desconcierto en tu rostro y luego un destello de rabia me cegó; no recordaba haberte visto así cuando tu protector te tocaba o besaba.

—Si tu protector Shiva puede hacerlo, —dije tomando otra bocanada de aire— entonces, ¿por qué yo no?

Me fulminaste con la mirada. Te levantaste del suelo y me dejaste solo. No sabes cuánto te lo agradecí.

Me quedé allí, sintiendo cómo la ira y la culpa se mezclaban en mi interior. ¿Qué había hecho? ¿Qué me había llevado a actuar de esa manera? Othar se acercó, su presencia reconfortante me ayudó a calmarme un poco. Me levanté y acaricié su crin, tratando de encontrar algo de claridad. No podía seguir así.

Observé la dirección en la que habías desaparecido, teniendo en cuenta que debía hallar una forma de solucionar esto. No sabía cómo, pero tenía que hacerlo. Monté a Othar y comencé a cabalgar de vuelta al palacio de Narendra, con la decisión de encontrar una manera de redimir mis errores.

Diccionario:

Holi: es un festival hindú popular de primavera celebrado en la India, en Nepal y en algunas comunidades de origen indio del Caribe y de Sudamérica dedicado al color.

Hace referencia a Joliká, la malvada hermana del rey Hiranyakashipu y tía del príncipe Prahlada. Cuando los poderes que le fueron otorgados al rey le cegaron, creyéndose la única deidad a la que su pueblo debía adorar su señor, el príncipe Prahlada decidió seguir adorando a Vishnu y enfureció a su padre. El rey decidió castigar a su hijo cruelmente, pero nada cambió: Prahlada no iba a adorar a su padre. Es por ello por lo que su tía decidió que la única solución posible era matar al príncipe y le invitó a sentarse en una pira con ella, que llevaba un manto ignífugo que le protegía de las llamas. Pero, en ese momento, el manto cambió de dueño y protegió a Prahlada, que vio como su tía moría abrasada por las llamas. El dios Vishnu, aquel al que adoraba el príncipe, apareció justo en ese instante y mató al rey arrogante.

La hoguera es un recordatorio de la victoria simbólica del bien sobre el mal, de Prahlada sobre Hiranyakashipu y Joliká. El Holi se celebra el día posterior a la hoguera.

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