18

Fiel a la costumbre de saludarte antes de que te fueras, me levanté y abrí la ventana. Para mi sorpresa, encontré a unos trabajadores de Narendra demoliendo el lugar que utilizabas para dormir. No lo pensé dos veces y salí de mi habitación hecho una fiera. ¿Cómo se atrevían a hacer algo así? No me costó ningún esfuerzo más que implantar el terror con mi presencia para detener su demolición.

Todos ellos empezaron a hablar al mismo tiempo, quejándose por mi interrupción. Narendra, custodiado por varios de sus hombres, usó el pretexto de que estaba remodelando su palacio como excusa y, como dueño, no estaba obligado a informar. Dijo que, si el ruido me molestaba, con gusto me cambiaría de habitación. Su actitud me molestó al darme cuenta de que dormía con un aliado de mi enemigo.

Deambulé por los alrededores del palacio y me percaté de que cada criado y guardia estaban muy atentos a mis movimientos. Mandé a que ensillaran a mi caballo, Othar, porque me apetecía salir. Caminé sin rumbo por el pueblo y fui a algunas ruinas para encontrarte. Perdí toda la mañana en eso. Volví al palacio a la hora de la comida y ninguno disimuló su disgusto o malestar por atenderme. En pocas palabras, me hicieron sentir que no era bienvenido.

Salí una vez más en la tarde.

El camino que tomé estaba cubierto de árboles frondosos que dejaban pasar pequeñas luces de luz solar, creando un juego de sombras danzantes en el suelo. El aire estaba lleno de un terroso aroma, y el canto de los pájaros resonaba en la distancia, mezclándose con el suave susurro del viento entre las hojas. A lo lejos, vi un grupo de vacas pastando tranquilamente. Las personas de aquí piensan que es un pecado comer su carne y está prohibido matarlas. Incluso son más importantes que las personas.

Mientras cabalgaba, mi mente no dejaba de pensar en ti. Tu comportamiento reciente me preocupaba más que las interrupciones de tus protectores divinos. Me pregunté si había algo más que no estaba viendo, alguna pieza del rompecabezas que se me escapaba.

La intensidad del atardecer teñía el cielo de tonos rosados y dorados, dando lugar a un panorama de ensueño que contrastaba con mis pensamientos oscuros. Sabía que debía encontrar la manera de sortear los obstáculos que se interponían entre nosotros, incluso si eso significaba enfrentar a las deidades que tanto venerabas.

Mi pensamiento se interrumpió de inmediato cuando un grupo de pequeños monos apareció entre los árboles. Al comienzo, sus chillidos parecían inofensivos, pero en cuestión de segundos se volvieron agresivos. Comenzaron a saltar alrededor de mí, sus garras aferrándose a mi ropa, tirando de mí con una fuerza sorprendente para su tamaño. Intenté espantarlos, pero eran demasiados y estaban decididos a atacarme. Sus ojos brillaban con una inteligencia oscura, casi maliciosa, y sus movimientos eran rápidos y coordinados.

A medida que luchaba para mantenerlos a raya, noté que sus números parecían disminuir, como si se estuvieran fusionando en una entidad mayor. Cada vez que uno desaparecía, otro se hacía más grande y fuerte. Finalmente, solo quedó uno, pero su tamaño era descomunal comparado con los demás. Sus ojos me miraban con una intensidad feroz, y en un abrir y cerrar de ojos, me lanzó un golpe. Logré esquivarlo; aun así, no todos sus ataques fallaron. Sentí el dolor agudo de sus golpes conectando con mi cuerpo, sin embargo, me defendí con todo lo que tenía, golpeando de vuelta con desesperación, cada golpe resonaba como un trueno en el bosque.

Mis fuerzas empezaban a flaquear, y justo cuando pensé que no podría continuar, el mono gigante comenzó a transformarse. Su piel se volvió azul y su forma se alargó, tomando una apariencia humana. Me quedé paralizado cuando me di cuenta de quién era. Ante mí no estaba un simple mono, sino el mismísimo dios Shiva.

Sus ojos, penetrantes, se clavaron en los míos. Su presencia era abrumadora, irradiando una energía que me hizo sentir insignificante. Me quedé sin aliento, incapaz de moverme o hablar, completamente aturdido por lo que estaba viendo.

—¿Quién eres tú para acercarte a ella con intenciones impuras? —preguntó Shiva, su voz resonando como un trueno.

Me esforcé por responder, pero las palabras se atascaban en mi garganta. Una imagen se reflejó con rapidez en mi mente, pero fue imposible recordarla.

—Ella no te pertenece —continuó, con su tono severo. —Tus pensamientos y acciones están guiados por el ego y el deseo —dijo Shiva, acercándose un paso más—. No permitiré que la manches, ya no más. Si persistes, me ocuparé de atormentar tu alma durante toda la eternidad. Esta será mi última advertencia —concluyó antes de desaparecer en una ráfaga de luz, dejando el bosque en un silencio profundo.

Sentí un escalofrío, recorrerme la espalda y el aire a mi alrededor se volvió frío. Mi corazón latía con fuerza y mi respiración se hizo pesada. Mientras estuvo aquí, parecía que podía leer cada uno de mis pensamientos más oscuros y secretos. Era como si el tiempo se hubiera detenido, y todo lo que existía en ese momento era él y yo.

En ese instante, comprendí la verdadera magnitud de lo que enfrentaba. No era solo un dios, sino también la fuerza y la furia de la naturaleza misma, una entidad que podía destruirme con un solo pensamiento. La amenaza en su mirada me dejó claro que mi presencia y mis acciones no pasaban inadvertidas.

Continué, ahora, más alerta. Caminé lentamente por el sendero hasta llegar a un claro donde te vi nuevamente. Estabas rodeada por flores y plantas que parecían cobrar vida a tu alrededor. Llevabas un sari de colores vivos. Una vez más tejías canastos de madera, con mariposas revoloteando y el suave murmullo del viento acariciando las hojas. Levantaste la vista y una sonrisa suave se curvó en tus labios. Me acerqué, sintiendo cómo mi corazón latía más rápido con cada paso que daba.

—Namasté—dije, mi voz apenas un susurro en la brisa cálida del atardecer.

Tus ojos brillaron con una calidez que me hizo sentir bienvenido.

—Namasté.

Me senté junto a ti, observando tus manos hábiles mientras continuabas tejiendo. Después de un rato, tomaste uno de los canastos que habías terminado para trabajar en algo diferente. Con movimientos delicados y precisos, empezaste a crear una corona de ramas.

—¿Para quién es la corona? —pregunté, intentando sonar casual.

Sonreíste sin apartar la vista de tu trabajo. Al terminar, la colocaste sobre mi cabeza.

—Gracias, pero no tengo un reino que gobernar.

Me quité la corona, pero la volviste a colocar en su sitio, manteniendo cierta distancia. Sin embargo, tu exquisito olor inundó mis sentidos. Cerré los ojos e inspiré, mi nariz se llenó de tu aroma.

—¿De qué sirve tener un reino si constantemente debes de pelear por él? —susurraste—. Los hombres luchan por cosas que son efímeras, que pasarán a otros después de ellos. No necesitas una corona ni un reino. Hice esto porque deseo que seas feliz.

—Me puedes hacer feliz de muchas maneras. —Me miraste con recelo, así que tuve que cambiar el rumbo de mis palabras—. Cuando consigues algo por lo que luchas, eso te da felicidad, aunque lo niegues como tu protector. Él señala que no debemos apegarnos a nada, pero si analizamos sus enseñanzas, no debemos luchar por ser felices porque al final es pasajera. Contradictorio, ¿no?

Tu expresión se suavizó ligeramente mientras considerabas mis palabras.

—Es cierto que la felicidad puede ser pasajera —admitiste—. Pero eso no significa que no debamos buscarla. El desapego no es una renuncia a la felicidad, sino una creencia de que las cosas materiales y temporales pueden hacernos sentir felices por mucho tiempo.

Negué con un gesto.

—¿Qué pasa con las aspiraciones y los deseos? ¿No son ellos los que nos impulsan a lograr cosas, a mejorar?

—Los deseos no son malos en sí mismos —respondiste—. Es el apego a esos deseos lo que puede causar sufrimiento. Podemos tener aspiraciones, pero debemos ser conscientes de que la realización de esos deseos no es la única fuente de felicidad. Es un equilibrio delicado. Además, debes eliminar los elementos que la obstruyen.

—¿Y cuáles son esos elementos?

—Los deseos, el sufrimiento y la ilusión son agitaciones que matan tu mente —hiciste una pausa, como si buscaras las palabras correctas que reafirmaran tu punto—. Debes liberarte del odio, el apego, la ignorancia y serás feliz. Es como enfriarse... o apagarse... como el final de una vela.

—Entonces, ¿qué es la felicidad para ti?—cuestioné.

—Vivir una vida pura, sin maldad, en el pensamiento, en la palabra y en el actuar —respondiste.

Negué con un gesto.

—¿No sería mejor hacer lo que uno quiere y le plazca sin darle razones a nadie? —comenté.

— El amor hacia mi propio ser está conectado inseparablemente al amor hacia otro ser. No puedes ser feliz si te odias a ti mismo.

—¿Qué te hace pensar que me odio? —objeté tu comentario.

—Mi señor dice que estás buscando algo más, pero nunca será suficiente para ti. Esa búsqueda interminable es un indicio de insatisfacción, y la insatisfacción se origina del descontento con uno mismo —respondiste con suavidad—. Pensar y actuar como tú dices es odiarse a uno mismo, porque sin darte cuenta harás todo lo posible para hacerte desdichado, y esa frustración clavada en tu interior se convertirá en furia que volcarás hacia ti mismo y hacia los demás.

—Al parecer tenemos dos conceptos distintos sobre ese tema —concluí para dar por terminada la conversación. Bizqueé los ojos y te echaste a reír con ganas. Me puse en pie y me sacudí el polvo que se me había pegado al trasero—. Narendra mandó destruir el lugar donde dormías, ¿lo sabías?

—No, pero eso no me preocupa.

—¿Por qué? —inquirí, aunque ya sabía tu respuesta.

—Vine y me iré sin nada de este mundo. Además, sé que mi señor me cuidará como siempre lo ha hecho.

Me sentí corroído por unos celos infernales, como si el mundo se deshiciera bajo mis pies. Me molestaba esa seguridad y confianza en tu voz al hablar de Shiva. Volví a sentarme a tu lado. Tomé un puñado de piedras y comencé a lanzarlas con las manos. Nos quedamos en silencio, disfrutando del atardecer juntos.

—Dime algo que nunca has hecho y que te gustaría hacer —te pregunté.

— ¿Por qué haces esa pregunta?—respondiste recelosa.

Parpadeé varias veces.

—No lo sé, pensé que ya somos amigos y podemos compartir secretos—. Cerraste los ojos y el silencio nos volvió a envolver. —Por favor, dime —insistí.

—Nunca he dormido en una cama —admitiste.

Se me escapó una carcajada. Me taladraste con la mirada y yo tuve que esforzarme para no sonreír. Era gracioso, verte tan enfadada. Llené mis pulmones de aire, de repente nervioso.

—Perdón —dije en voz baja.

—¿Por qué te burlas de mí? —me soltaste con desdén.

—No me burlo de ti —respondí rápidamente—. Es solo que, a veces, olvido que vives una vida muy diferente a la mía. Tu honestidad me tomó por sorpresa. —Te rodeé el cuello con el brazo y te acerqué a mí a pesar de tu resistencia inicial—. Como tu amigo, mi deber es ayudarte a que duermas en una cama.

El deseo de volver a sentir tu piel en mi piel fue intenso. Con rapidez, giré mi cabeza hacia ti. Nuestros ojos se encontraron, unos mechones de tu pelo oscuro cayeron en tu cara y me empeñé en apartarlos con suavidad. Entonces, sonreí, y mis labios se curvaron sin que me diera cuenta, imitando tu gesto.

Me incliné y uní mi frente a la tuya. Acogí tu rostro entre mis manos cuando hiciste el intento de alejarte. Tus labios seguían moviéndose y yo me distraje con ellos, hipnotizado. Nuestros labios estaban a punto de rozarse cuando, de pronto, una serpiente surgió de entre las plantas, lanzándose hacia mí con velocidad y precisión.

Reaccioné instintivamente, retrocediendo y levantando un brazo para protegerme. La serpiente se enroscó alrededor de mi brazo, sus colmillos brillando peligrosamente. Te levantaste de un salto, con los ojos llenos de alarma. Pero en lugar de ayudarme, tu expresión cambió. Tus ojos se volvieron vidriosos, como si estuvieras en un trance.

Murmuraste palabras en un idioma extraño, antiguo. Tus ojos parecían fijos en algo que yo no podía ver, con la mirada perdida en la distancia. La serpiente se apretaba cada vez más, y el dolor comenzaba a ser insoportable. De repente, una voz profunda y resonante llenó el aire, una voz que parecía venir de todas partes y de ninguna al mismo tiempo. Te alejaste de mí sin prestar atención a mis palabras, era como si yo no existiera. Cuando desapareciste en medio de unos arbustos, la serpiente aflojó su agarre y se deslizó suavemente de mi brazo, desapareciendo tan misteriosamente como había aparecido.

Me quedé allí, frotándome el brazo adolorido, tratando de entender lo que acababa de suceder. El aire parecía más denso, cargado de una energía que no podía identificar. ¿Qué era esa voz? ¿Y por qué habías actuado de esa manera? Sin saber qué más hacer, me levanté y me dirigí hacia el lugar donde habías desaparecido. Mi mente estaba llena de preguntas y dudas, pero una cosa era segura: tenía que encontrarte y entender lo que estaba ocurriendo.

Despaché a las mujeres que me envió Narendra y, en la soledad de mi habitación, pensé mucho en ti. Cuando me apeteciera, las llamaría, pero esa noche quería estar solo. Me tiré en la cama ideando lo que haríamos en la celebración del Holi. Mucho después de pasada la medianoche, oí unos toques insistentes en la ventana. Fui a inspeccionar, y mi corazón chocó con mi pecho al verte casi suspendida en el aire. No entendía cómo habías trepado la pared. Salí de mi asombro y te ayudé a entrar a mi habitación. Verte, allí fue como un sueño hecho realidad.

—¿Qué haces aquí? —inquirí.

Pestañeaste varias veces; creo que no esperabas esa pregunta.

—Deseo dormir en tu cama —esbozaste con una mirada traviesa.

—¿Conmigo? —musité inquieto.

—Pues sí. —Luego descendió tu voz al susurro—. ¿Hice mal en venir? —Te apresuraste a decir nerviosa.

—Me siento honrado —dije para tranquilizarte.

De manera espontánea, me diste un afectuoso abrazo.

—Gracias.

Me acomodé el pantalón tratando de ocultar mi creciente erección. Sabía que el sexo no iba incluido en tu petición de dormir en la cama conmigo. Pasaste tu dedo por la sábana, y salió una exclamación de tu garganta cuando, después de la duda inicial, decidiste sentarte sobre ella. Mi atención se enfocó en cada movimiento que hacías.

Una mezcla de felicidad y miedo te embargó cuando te acostaste en la cama; esa fue tu primera vez. Tragué en seco antes de colocarme a tu lado. Te dormiste enseguida, en cambio, yo me removí intentando conciliar el sueño, pero me era imposible. Tiempo después, te atraje hacia mi costado, ignorando el par de ojos llenos de odio que aparecieron en la pared.

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