15
Regresé al palacio sintiéndome derrotado. Exhalé con tristeza y miré hacia la ventana. Dejé que la sensación me arropara, me tiré en la cama y coloqué un cojín sobre mi rostro. Horas después, mandé a llamar a algunas mujeres para que me brindaran un poco de distracción. Necesitaba olvidar esa expresión de decepción en tu rostro cuando te alejaste. La bestia oscura llamada remordimiento tomó mi corazón y comenzó a desgarrarlo, provocando que sangrara por dentro.
Al poco tiempo, entraron unas mujeres. De inmediato, se pusieron a danzar y a cantar. La tercera se acercó y empezó a tocarme el pecho, no tardó en descender hasta mi entrepierna. Sus caricias me hicieron estremecer un poco.
Puso un cojín en el suelo y se colocó entre mis rodillas, gemí al sentir el magreo. Se detuvo para quitarse la ropa, pude ver sus pezones endurecidos. Tomé uno de sus pechos, ignorando la punzada de culpa. Mascullé una maldición y retiré la mano, solo volví a gemir cuando tomó con su boca mi miembro y comenzó a mover su cabeza de arriba abajo.
—¿Le gusta, mi señor? —preguntó la chica.
—¿Cómo te llamas? —inquirí, acariciándole la mejilla.
—Mi nombre no importa —dijo mientras dejaba caer un poco de saliva en mi sexo.
Su respuesta, en vez de complacerme, produjo el efecto contrario y fue la primera en notarlo. Las despaché sin escuchar sus súplicas, creo que pensaron que hicieron algo malo y temían que Narendra las castigara por eso. Un trueno rugió a lo lejos y el sonido de unas gotas al colisionar contra la ventana anunció la llegada de una fuerte lluvia.
Un súbito escalofrío recorrió mi cuerpo al preguntarme dónde estarías. Caminé hasta la ventana y, cuando te vi entrar a la capilla, mi corazón se detuvo. Ni siquiera miraste en mi dirección, pero noté tu cuerpo agitarse, sabía que estabas llorando. Me sentí miserable. Un bramido salió de mi pecho cuando la figura de Shiva apareció de repente. Mi cuerpo se heló con su presencia. Movió sus ocho manos y tocó el agua; al parecer, hacía un conjuro protector para ti, pero me daba igual. Iba a hablar contigo y, por primera vez en mi vida, pediría perdón por mis actos. Se suponía que iniciaba mi conquista sobre ti. Sin embargo, las cosas se salieron de control por mi idiotez. Volví a mirar hacia abajo y el desgraciado me estaba mirando con una expresión soberbia. Como el brujo que es, depositó una oración en mi mente: "Mi Taara es intocable."
Sus palabras me enfurecieron. Respiré con fuerza. Un pensamiento estalló en mi mente, más poderoso que cualquier otro: lo mataría. Le demostraría el frío y duro guerrero que era. Corrí hacia la puerta y, de repente, apareció el ser que había luchado contra mí y que, al parecer, me salvó cuando Shiva intentó estrangularme aquella vez. Empecé a forcejear porque no me permitía salir. Entonces gritó: ¡SILENCIO!, y, a continuación, el mundo a mi alrededor se desvaneció.
Me desperté sofocado. Shiva había protagonizado mi sueño y fue algo inquietante. El simple hecho me estremeció con violencia. Soñé que iba a ir al templo. Las piedras estaban heladas y el agua se tiñó de rojo, como si fuera sangre. Había una mujer allí que no eras tú, aunque guardaban un parecido. Temblaba y lloraba con miedo mientras acunaba a un bebé. En el piso surgieron sombras que, poco a poco, tomaron la forma de Shiva y empezaron a bailar alrededor del templo y de mí. Sentí que algo me había mordido; observé y era una rata, estaba royendo mi mano. Intenté quitármela, pero no podía hablar ni hacer ningún sonido para ahuyentarla o pedir ayuda.
De la oscuridad surgió la figura del anciano sin ojos, de cuyas cuencas brotaba sangre. Comenzó a gritar y a agarrar mis piernas. La mujer fue sustituida por ti; te veías pálida y triste. Una sombra subió despacio por la pared; sabía quién era sin necesidad de pronunciar su nombre. Colocó sus manos sobre tus hombros y empezaste a sollozar, hondo y duro. La puerta se cerró y el grito desgarrador que salió de ahí fue lo que me despertó.
Me vestí y fui al templo; no estabas allí, solo había unas mujeres limpiando. Cuando me dirigía al comedor, me enteré de que mis hombres estaban en una expedición por órdenes de Narendra, sin mi autorización. Al terminar de comer, salí de ese palacio. No me dirigí al mercado, sino al lago hediondo, donde tiraban todo tipo de desperdicios, incluso cenizas de difuntos. Me quedé mirando la estatua a la que estaban dándole mantenimiento.
—¿Desea que le conozcan la historia de esta magnífica obra? —me preguntó una voz a mi lado.
Escuché la voz de Madhur detrás de mí. Se colocó a mi lado sin que lo hubiera invitado. Observó maravillado la escultura, se inclinó musitando unas oraciones incomprensibles y añadió:
—La serpiente Anantha o Adi Sesha tiene cinco capuchas que miran hacia adentro, lo que significa contemplación. La mano derecha del Señor Visnú sostiene el lingam de Shiva. —Hizo una pausa—. Brahma emerge en un loto que emana de su ombligo. La escultura está hecha de saligramas extraídas de las orillas del río Gandaki.
—¿Esta ciudad a quién pertenece? —inquirí con la mandíbula endurecida y los puños apretados.
—No entiendo, mi señor —contestó Madhur, confundido.
—¿A qué maldita deidad le oran ustedes? —gruñí.
—No diga eso —dijo Madhur con miedo—. No puede maldecirlos. ¿Acaso no le teme a su ira?
No le respondí.
—Somos temerosos de todas las deidades, creemos en Brahma, el creador del universo; en Vishnu, el que lo preserva, y en Shiva, el que lo destruirá al final del mundo. También veneramos a las demás deidades. Por eso debemos rezarles al menos una vez al día y meditar como forma de veneración —respondió, y acto seguido se inclinó para reverenciarlos.
—¿Quién de los tres es el más poderoso? —pregunté.
—Es imposible para mí decirlo, mi señor. Brahma es la realidad absoluta, la eterna energía ilimitada. Vishnu hace que la vida evolucione, reencarna para salvar a la humanidad. Shiva está más allá del espacio. Él es quien puede detener el tiempo. No es nada y es todo. Es el más pequeño y el más grande. El ser supremo en la eternidad —respondió mirando al cielo.
—En pocas palabras, no quieres tomar partido por ninguno.
—Es lo único que le diré al respecto.
—¿Los templos y esta escultura le pertenecen a Vishnu?
—Así es, mi señor.
—¿Y puede otro dios andar por sus tierras y atemorizar a sus habitantes?
—Vishnu nunca permitiría que sus adoradores sufran temor. Usará su sudarshaná chakrá para degollar o su maza para aplastar el cráneo de los demonios. Luego hará sonar su shankhá, que representa la victoria sobre el mal.
Madhur habló con una mezcla de respeto y temor reverencial, sus ojos brillando con devoción. Mis pensamientos, sin embargo, estaban lejos de esos temas sagrados. Cada palabra suya, cada mención de los dioses y sus poderes, solo avivaba más mi ira y frustración. ¿Cómo podían estas deidades tan poderosas permitir que un simple mortal como yo sufriera de tal forma? ¿Qué tenía que hacer para obtener su favor o, por lo menos, su indiferencia?
Mientras Madhur continuaba hablando, mis pensamientos volvieron a ti. ¿Dónde estabas? Mi mente estaba llena de contradicciones, y en ese momento, supe que tenía que encontrarte, tenía que conversar contigo, no importaba lo que los dioses pudieran pensar o hacer.
Dejé de escucharlo mientras continuaba relatando historias extraordinarias sobre ellos. Parecía que esos dioses se hacían de la vista gorda si uno de ellos cometía alguna fechoría en sus terrenos. Me daba igual. Y, mientras Madhur articulaba, vi a lo lejos al ser que siempre gritaba ¡Silencio!
No me dijo nada, se dio la vuelta y comenzó a caminar. Me levanté y lo seguí sin prestar atención a las súplicas de Madhur para que me quedara a su lado. Salimos de la ciudad y me vi caminando por un sendero de piedra flanqueado por plantas que crecían de forma salvaje.
La estrecha franja se adentraba cada vez más en un bosque. Serpenteé entre arbustos, impulsado por mi enojo, siguiendo a un infeliz que pudiera conducirme a mi muerte. Aflojé el paso al meditar en las pocas opciones que tenía. Solo poseía un cuchillo, sin la protección de mi armadura. Sería una presa fácil si me dispararan una flecha. Una brisa inusual me motivó a seguir, y casi al final del camino, apresuró sus pasos. Intenté seguirlo, pero me llevaba ventaja. No pude ver por dónde se había desviado. Y al final de esa senda, te vi.
Estabas sentada con la cabeza oculta entre tus rodillas, temblabas, me tomó menos de un pestañeo darme cuenta de que estabas llorando. Me acerqué, pero el crujir de las hojas secas te alertó de mi presencia. Giraste la cabeza, con la carita empapada. Sorbiste por la nariz mientras tomabas algo que estaba oculto entre tus piernas. Me mostraste un ave muerta y dejaste salir una exclamación de dolor:
—¿Por qué todo lo que amo se muere?
Diccionario
Asura: En el hinduismo, los asuras son un grupo de deidades sedientas de poder y en constante guerra, consideradas a veces demoníacas o pecaminosas.
Mala: es un rosario utilizado principalmente por los hindúes y budistas para recitar mantras. En cuanto a su etimología, encontramos que Yapa significa repetir oraciones, y mala se traduce como collar o guirnalda.
Manuantaras: El marco del hinduismo, un manwantara es una era de Manu el progenitor hindú de la humanidad. Comprende 71 majá-iugá que equivalen a una catorceava parte de la vida del dios Brahma, 12 000 años de los dioses, o 4 320 000 años de los humanos. Cada uno de esos periodos es presidido por un Manu especial. Según el hinduismo, ya han pasado seis de tales manuantaras; el actual es el séptimo, y es presidido por el Manu Vaivasvata. Faltan siete manuantaras para completar los 14 que conforman una vida completa de Brahmá.
Saptarshís: Los Siete Sabios o Saptarshí son siete rishis (sabios) que son nombrados en muchos lugares de los Vedas y otras literaturas hinduistas. Según otra versión, los saptarshís se encuentran en el planeta más elevado del universo, Satia Loka donde vive el dios Brahmá. También viven en los Himalayas, donde son asistidos por 144.000 rishis que se han difundido en distintos lugares de la India.
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