11

El tipo se mezcló con la gente que estaba cerca y, en un pestañeo, desapareció de mi vista. Levanté a Madhur del suelo y le di unas palmadas en la espalda, señalando que olvidaría su negligencia al responder mis preguntas. Volví al palacio de Narendra, donde me informaron que había convocado a los grandes jefes para una fiesta en mi honor.

Narendra se esmeró en complacerme: mujeres semidesnudas danzaban mientras arroces, vegetales y verduras eran servidos, todos comidos con la mano derecha y empujados con pan. Había carne asada de pollo y cordero, aunque noté que ninguno de ellos la probó, así que me abstuve de comerla por temor a que estuviera envenenada. Probé una bebida elaborada con coco y jugo fermentado de castañas de cajú, pero la escupí. Exigí vino, pero al no tenerlo, me ofrecieron leche de búfalo de agua, la cual decliné en favor de fumar opio, entre otras cosas.

Una mujer voluptuosa se sentó en mis piernas, murmurando palabras sensuales en mi oído. Me mostró sus senos, y los tomé en mis manos mientras la besaba. Decidí que era hora de divertirme a puertas cerradas. Al salir, invité a otra mujer a unirse, y ella aceptó complacida. En el pasillo, escuché a lo lejos unos aullidos lúgubres. De pronto, el ambiente se volvió gélido, me aparté de las mujeres y, enorme, fue mi sorpresa al verte recostada en uno de los pilares al otro extremo del pasillo, observando la luna con una mirada triste.

Llevabas un vestido rojo con adornos dorados en la cabeza, un aro en la nariz, pendientes y un collar de rubí que te daban un toque magnífico. Tus manos y pies estaban pintados con intrincados diseños. Si pudiera bajarte una estrella, la convertiría en una hermosa diadema para ti. Detesto crear hermosas palabras como si fuera un poeta borracho de amor, pero no pude evitarlo. No entendía mi interés por descubrir ese halo de misterio que te rodeaba.

La luz de la luna resplandeció en el precioso rubí, lo tocaste y todo tu cuerpo se estremeció. Una ligera bruma comenzó a extenderse a tu alrededor. Entrecerré los ojos cuando la nube oscura te envolvió; sollozaste y, sin pensarlo dos veces, acorté con premura la distancia que nos separaba. Cuando llegué, no estabas, solo encontré una cobra enrollada, mostrando sus largos y puntiagudos colmillos. Regresé con las chicas a mi habitación, sin poder sacarte de mi cabeza en toda la noche.

Al día siguiente, custodié los regalos de Amerkan hasta el templo de Padmanabhaswamy, conocido como la ciudad del Señor Ananta, construido con muros de piedras sagradas cuadrangulares extraídos del río Gandaki y revestidos de oro. Su gopuram, de forma piramidal, estaba adornado con esculturas pintadas que representaban a los dioses. Tenía seis cámaras acorazadas y siete bóvedas, además de un estanque llamado Kalyani, utilizado con fines sagrados.

Fue allí donde se guardaron los regalos, entre los muchos tesoros que había. Narendra me comunicó que la ausencia de mi hermano se debería a que estaba buscando una manada de caballos Marwari, supuestamente descendientes de Uchaisravas, el caballo volador de siete cabezas creado durante el supuesto batido del océano de leche. Habían sido robados, pero había enviado algunos mensajeros con el mensaje de mi llegada. Volví a preguntar a Narendra sobre ti, pero como siempre, me daba respuestas evasivas.

Me resultó difícil determinar tus horas de llegada, y visitarte de madrugada era casi imposible. Al abrir la puerta, los pasillos estaban cubiertos por una bruma que siseaba y se ondulaba como una serpiente. Mi visión se volvía borrosa, y aunque me frotara los ojos con los dedos, seguía viendo igual. Además, experimentaba una sensación dolorosa en mi piel. Aun así, mantenía mi decisión de buscarte en la madrugada. Fue entonces cuando las puertas empezaron a cerrarse solas. Aunque mi puerta no tenía seguro, se me hacía imposible abrirla. Solo podía salir cuando tú ya te habías ido del palacio.

Así que cambié de táctica. Me percaté de que tenías una rutina en las mañanas, así que hice algunos ajustes en la mía para poder verte. Comencé a madrugar con la intención de verte por la ventana; salías antes de que los rayos del sol calentaran la tierra. Al principio pensé que te molestaba, o por lo menos eso parecías demostrar con tus resoplidos y pasos apresurados al verme. Hasta que un día, miraste hacia mi ventana y alzaste una mano en señal de saludo.

Ese gesto me bastó para investigar más sobre ti, aunque resultó frustrante porque nadie quería hablar. Narendra respondía con hermetismo y sus sirvientes me hacían sentir cómo un loco y Madhur me advirtió que dejara de tocar las puertas de la muerte. Si hubiera sido esa clase de hombre, habría tomado la advertencia, pero no lo era.

En ese momento, mi cerebro no estaba funcionando. Te habías filtrado en mi organismo como ponzoña; eras para mí un enigma viviente. Durante todo el tiempo que pasé en esa ciudad, no podía dejar de pensar en ti. Una pregunta rondaba en mi cabeza: ¿Qué secreto había alrededor de ti? ¿Por qué nadie quería hablar? Mi delirio aumentó en los días siguientes, así que estuve atento a cualquier señal.

Una tarde, mientras deambulaba por las mismas calles polvorientas con ventorrillos para comprar y vender, dediqué gran parte de mi tiempo a indagar sobre quién eras, pero solo obtuve las mismas respuestas vagas. Me quedé atónito cuando te vi de lejos. Me precipité tras de ti en medio del tumulto de gente, siguiéndote sin dejarme ver. Me fascinó la fluidez con la que te abrías paso sin tropezar con nadie.

Te detuviste en dos puestos: el primero, cestas con raíces, tallos, hojas y flores, e insectos utilizados como colorantes para teñir tela; el otro, especias. No prestaste atención a las súplicas de los mendigos ni a las murmuraciones de las mujeres sobre ti al pasar. Te observaba con fascinación, sin comprender por qué las personas fingían no conocerte y, al mismo tiempo, te admiraban con solo observarte. Tropecé varias veces con los canastos, y si no me viste fue porque estabas deslumbrada con lo que veías.

No podía entender esa mirada tuya, como anhelando esas cosas que rechazabas con gentileza. Te pellizcaste el pulgar con tus uñas mientras veías unas telas de colores. No sé cuánto tiempo me quedé allí, observándote. Y cuando el viento levantó las telas multicolores, salí de mi ensoñación, pero ya no estabas.

Esa misma noche no pude dormir; me sentía intranquilo. El cielo rojizo centelleaba por momentos, vaticinando una tormenta. Un rayo cayó afuera y los truenos se escucharon en la lejanía. Permanecí en silencio hasta que un golpe de viento frío se filtró con violencia por las ventanas. Empecé a visualizar una sombra que se movía a través de las paredes. Me froté los ojos, tratando de ver si estaba soñando. Entonces, esas líneas difusas formaron una silueta que me mostró al mismo hombre que vi en las afueras del mercado.

Poseía una larga cabellera negra ondulada. Su piel era clara, pero tenía la garganta azul. Levitaba con las piernas cruzadas, desnudo, excepto por la piel de animal que cubría sus partes íntimas. Una singular serpiente circulaba por su cabeza y brazos, y una guirnalda de cráneos le colgaba del cuello. Tragué en seco al notar un tercer ojo en su frente. Tomé mi cuchillo y contuve el aliento mientras mis músculos se tensaban ante una posible lucha. Mis ojos no se dejaron engañar; no pasé por alto cuando se dibujó una especie de siniestro gesto burlón.

Comenzó a murmurar algo y su expresión se endureció. Abrió dos de sus ojos para luego entrecerrarlos con odio. Me mantuve firme ante su escrutinio. Nunca he conocido el miedo y no sería ese ser sobrenatural quien me lo enseñaría. Un aire caliente comenzó a flotar y tuve la sensación de que la habitación se desvanecía, al igual que mi garganta. Intenté moverme, pero no podía. Mi cuerpo no respondía a mis órdenes. Lo maldije en mi interior por utilizar sus artes mágicas y no luchar como lo haría un verdadero hombre. Gruñó, como si hubiera escuchado lo que había pensado. No iba a morir, no así. Mis músculos ardieron por el esfuerzo de querer levantarme. Cuando terminó de recitar sus palabras sin sentido, su tercer ojo empezó a abrirse. En aquel momento, surgió el hombre que había luchado conmigo hasta romper el alba, apartando de su cuerpo unas sombras que se adherían a él como sanguijuelas, y gritó: ¡SILENCIO!

Abrí los ojos en medio de un jadeo sofocado. La aurora luchaba por filtrarse por las ventanas. Me sentía como si estuviera sonámbulo, aunque indudablemente estaba despierto. Mi cuerpo se tensó ante la incertidumbre de no poder dar sentido a lo que viví anoche. Entonces, algo me sobresaltó; una mujer desnuda descubrió mi cuerpo para darme un masaje en los pies, pero no estaba de humor.

Me levanté de la cama con un fuerte dolor de cabeza y fui hasta la palangana. Mojé mi rostro y mi pecho, y entonces sentí la molestia en mi cuello. Exigí un espejo: uno de mis ojos estaba inyectado de sangre y unos horribles moretones me rodeaban el cuello como un collar. Eso demostraba que estuve a punto de morir a manos de un cobarde sobrenatural. Necesitaba salir de esas paredes o terminaría enloqueciendo.

Sin desayunar, fui al mercado y me sumergí en su bullicio incesante. El sol tocaba mis brazos desnudos mientras caminaba mirando los puestos de frutas. Tomé una que me ofreció un comerciante; su sabor era dulce y afrutado, con un ligero toque ácido. Continué andando y un faquir de aspecto esquelético, sentado sobre una cama de clavos, chasqueó la lengua al verme. Las personas iban y venían, y un nudo súbito se instaló en mi estómago cuando te vi a la distancia.

Recorrías el lugar manteniendo tu distancia de las personas y, como siempre, mis pies se movieron de manera autónoma sin que pudiera detenerme. Necesitaba hablar contigo, pensando que así mi interés menguaría, pero estaba equivocado. Te perseguí, tropezando con todo lo que se interponía. Los músculos de mi estómago se tensaron mientras empujaba y alzaba la cabeza tratando de no perderte de vista. Y, como si te hubieran crecido alas, te fuiste.

Entré por un callejón estrecho que se conectaba a un sitio lleno de cordeles infinitos con telas y pieles mojadas recién teñidas. Mi cabeza estaba confusa. Pisoteé el suelo en respuesta a mi descomunal frustración. ¿Cómo demonios desaparecías tan rápido? Y, en medio de maldiciones, volví a verte. Estabas espiando algo por una de las grietas del muro, tan concentrada que ni siquiera percibiste mi presencia. Solo tuve que empinarme un poco.

Sonreí; eras una caja de sorpresas.

Observabas a una pareja haciendo el amor, tal vez amantes furtivos, lo deduje por la ferocidad con que se tocaban. El hombre le mordisqueaba el cuello mientras ella le agarraba el miembro con firmeza. A los pocos segundos, la mujer terminó montándolo, sus senos bamboleándose de arriba abajo. Nunca he tenido reparo en mirar a otros bajo el embrujo del placer, pero ante mí se presentó una oportunidad que no iba a desaprovechar.

Sumida en tu trance de fisgona, los suspiros y gritos de los amantes estaban causando un efecto en ambos. Tus pezones y tu respiración te delataban. Humedeciste tus labios resecos y abriste la boca para dejar escapar unos cuantos suspiros. Llevaste una mano a tu pecho, que subía y bajaba de forma entrecortada. Me acerqué a ti como un depredador a punto de atacar.

—¿Te gustaría ser ella? —mis labios acariciaron el lóbulo de tu oreja al hablar.

Afirmaste con la cabeza y de tus labios salió un jadeo, pero de pronto la realidad te golpeó. Me miraste por encima del hombro, balbuceando y sonrojándote como un tomate. Inspiré hondo, intentando dominar mis deseos, pero los gritos de los amantes no ayudaban. Había soñado por días con este momento y tenerte tan cerca hacía que mi cuerpo temblara.

—Si supieras lo que estoy pensando ahora... —susurré en un tono ronco y excitado.

Me miraste con miedo, como si fuera un demonio a punto de arrastrarte a las puertas del averno. Abriste y cerraste la boca repetidas veces, como si te costara hablar.

Door jaana (aléjese)—susurraste tan bajo que tuve que inclinarme para escucharte mejor—. Paap (pecado).

—¿Acaso es pecado que te hable? —te pregunté y enarqué una ceja. Me pareció casi tierno que te sorprendiera que pudiera hablar en tu idioma.

Una corriente de aire helada se apoderó de la atmósfera. Fijaste tu mirada con recelo y determinación sobre mí.

Mat bolo (no hablar) —murmuraste ladeando la cabeza—: Kisee ke saath nahin (con nadie).

Eras un poco más pequeña de lo que pensaba, y a diferencia de tu risa, tu voz no era melodiosa como la había idealizado. Es más, tu belleza no era deslumbrante; era común. Las personas se inquietan por lo sublime, en lo complicado, cuando lo majestuoso se encuentra en la simpleza. Todos elegirían una rosa por encima de una margarita. No obstante, estas últimas son más sostenibles y prolongadas, evocan la pureza sin ornamentos y manipulaciones que la belleza efímera de la rosa.

—¿Cómo te llamas?

Me asesinaste con los ojos. Trataste de huir, pero te detuve.

—Te hice una pregunta. No creo que vayas a cometer pecado por decirme tu nombre.

Cerraste los párpados y apoyaste la cabeza en la pared. Negaste con la cabeza.

—Solo me interesa conocerte —insistí—. Quiero ser tu amigo.

Sentí un pellizco en el corazón al ver la reacción de mis palabras en ti. Un cosquilleo subió por mi espalda; por primera vez en mi vida, quise que alguien me viera con esa calidez, con ese brillo que desprendían tus ojos.

—Es la verdad cuando te digo que quiero ser tu amigo. —Te sostuve la mirada—. ¿Cómo te llamas?

Tu rostro se contrajo por los nervios y negaste con la cabeza.

—¿No quieres ser mi amiga? —pregunté. Palideciste, y por poco creí que ibas a desmayarte. Hiciste un amago de sonrisa y de tu garganta escapó un lento suspiro. Fruncí un poco la boca ante tu falta de respuestas.

Mujhe jaane do (déjeme ir) —susurraste mientras tus ojos iban y venían de un lado a otro—. Krpaya (por favor).

Endurecí la mandíbula ante tus palabras.

—Eres un problema al que estoy más que dispuesto a enfrentarme.

Me empujaste con todas tus fuerzas.

¡Door raho mujhase! (aléjese de mí) —Soltaste un bramido.

No te iba a dejar escapar tan fácilmente. Te retuve por los brazos. Fijaste los ojos en mis manos, que se aferraban a tu piel como garras. Tu cuerpo tembló, unas lágrimas empañaron tus párpados, pero ninguna gota descendió por tus mejillas. Hundiste tus dientes y uñas en mi brazo. Te solté y huiste como siempre. Y, en verdad, me estaba cansando de todo eso. Te seguí, entré al callejón por donde doblaste. El camino era interminable, y en más de una ocasión dudé de qué dirección tomar porque, sin quererlo, terminé perdido en una especie de maldito laberinto. Cuando iba a darme por vencido, escuché el sonido de tus alhajas. Circulé por esos pasillos sin tregua y seguí caminando sin cesar.

Te grité para que te detuvieras. Me miraste confusa y en silencio hiciste una negación con la cabeza. Tras tomar la esquina, apresuré mis pasos y fue en ese instante cuando una fuerza descomunal impactó mi pecho contra la pared. Vi cómo los pequeños pedazos de piedra se hicieron añicos al caer al suelo. Unas manos como el acero me retuvieron. Encolerizado, lancé un codazo y en respuesta recibí uno en la costilla izquierda que me hizo escupir sangre. La bilis atravesó mi garganta cuando pensé que, si dos de sus manos se encontraban sobre mi espalda, con qué me había golpeado.

—Mantente alejado de mi Khazaana.

—¿Y si no lo hago, qué? —le respondí con los dientes ensangrentados, a punto de vomitar los riñones.

Logré liberarme y, con un rápido movimiento, le di un fuerte golpe en la nariz que lo hizo sangrar. Noté con asombro que la sangre que brotó de su nariz se devolvió. Con una velocidad asombrosa, respondió dándome un puñetazo en un ojo que sentí como si una enorme roca aplastara mi cara. No dejó que mi cuerpo cayera al piso cuando impactó más golpes en mis costados, estómago y pecho.

—Bailaré para ti —susurró con suavidad, sin ocultar una amenaza llena de una elegancia mortífera.

Diccionario:

Khazaana: Tesoro.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top