Capítulo 26: Muéstrame para creer


Por supuesto, la tormenta atacó tan pronto como estuvimos solos en la oscuridad del bosque y lejos de cualquier protección del maldito fuego macabro. La fuerte lluvia tardó tan solo segundos en empaparnos por completo mientras seguíamos avanzando a pesar el barro y el frío. Al parecer ambos estábamos igual de desesperados por alejarnos de ese tenebroso lugar tanto como fuera posible, tan rápido como fuera posible. Menos de un día. Me hubiera encantado sentir la mentira en esa declaración, pero no había habido rastro alguno. Y no necesitaba ser un genio para comprender a quién la muerte estaba acechando. Robin todavía tenía mucho que vivir por delante, su reloj no estaba cerca de marcar la medianoche.

Solté una maldición cuando el primer pedazo de hielo me alcanzó tan pronto como estuvimos en el límite del bosque. Las ramas no eran tan espesas aquí como para protegernos de lo peor. Arrastré a Robin bajo el árbol más cercano y lo sostuve contra el tronco para estar resguardados. Él levantó una mano y tocó apenas el reciente corte en mi brazo, manchando la punta de sus dedos con mi sangre. Siseé con dolor. Maldito fuera el granizo. En el norte no existía nada tan peligroso como las tormentas de granizo, el hielo siendo peor que dagas que caían del cielo. La horrible sensación que dejaba al ser herida tampoco era buena, los fragmentos de hielo aún en el corte se derretían lentamente en el interior del cuerpo.

El brujo estaba temblando, o tal vez yo lo estaba también. Si el frío ya resultaba insoportable para mí prefería no imaginar cómo sería para él. Su piel estaba demasiado pálida y helada, y lo abracé buscando con desesperación una pizca de calor mientras esperábamos a que lo peor pasara. El estar completamente empapados no ayudaba para nada. Robin me rodeó con sus brazos y me sostuvo cerca, frotando suavemente mi espalda mientras yo solo podía rezarle a Loki porque esto se detuviera pronto. El descampado que le seguía al límite del bosque parecía una trampa mortal por el granizo que no dejaba de caer, pero más allá de este tenía que haber asilo en alguna parte.

—Estás helada, mi lady —dijo él con diversión.

—Estás peor que yo, no hables —respondí.

—Tu mano sigue sangrando.

—Las heridas hechas por hielo rojo no se curan tan rápido como el resto.

—No creí que la naturaleza pudiera ser tan cruda.

—El norte no tiene piedad por nadie. ¿Cómo te sientes?

—Sobreviviré. Solo recuérdame retar a duelo a la próxima persona que se atreva a llamarme practicante de seid —dijo Robin y reí.

—Te advertí que era un insulto fuerte.

—¿Estás bien?

—Sí.

—No has dicho una sola maldición desde que dejamos ese lugar.

—¿Y se supone que ese es un maldito parámetro respecto a mi estado? —pregunté y él besó suavemente mi frente.

—Sé que ellos te aterran. No me sorprende que lo hagan. Debo admitir que a mí también me resultan un poquito aterradores. Algo no está bien con esa gente. La magia que practican... No es pura. No debería usarse. No creí que tus historias fueran tan ciertas. No dejaré que te vuelvan a hacer daño, Nina.

—No lo hicieron.

—No sé lo que viste, pero casi te apuñalas. Conozco el poder de tu cuchillo. Podrías haberte matado. Y todo porque ellos querían ponerte a prueba.

—Y para eso estás tú, para evitar que me haga daño —susurré y levanté la cabeza para mirarlo—. Sé los riesgos que estoy tomando, Robin. Son necesarios.

—No me gustan —admitió él.

—Y a mí no me gusta que te arriesgues por mí —respondí poniendo una mano sobre su pecho—. Pero no puedo cambiar eso, sin importar cuánto te lo pida, del mismo modo que tú no puedes cambiar los riesgos que debo tomar por Rike para protegerlo.

—Tiene que haber otro modo. Rike puede cuidarse por sí mismo. ¡Están lloviendo hiechillos!

—¿Qué demonios es un hiechillo?

—Lo que te acaba de herir. Ese granizo corta como un cuchillo.

—Oh Loki, dame paciencia...

Escondí mi rostro en su cuello, desesperada por cualquier rastro de calor sin importar cuan pequeño resultara. Con este frío entonces era sencillo comprender la afición de los cambiaformas por cualquier contacto físico. Él me sostuvo más cerca. Poco importaban las heridas que yo consiguiera por estar más expuesta, mi piel se curaba en segundos por cortes así, pero un brujo... Esperamos hasta que el granizo disminuyó y luego cesó por completo para ser reemplazado por una fuerte lluvia. Lidiar con litros de agua helada seguía siendo mejor que con afilado hielo. A esta altura hasta aceptaría una de esas insulsas sopas que Holland tanto adoraba con tal que estuviera cálida.

Podría haber estado en medio del océano, y posiblemente me hubiera empapado menos que al momento de cruzar el descampado. Mis botas se hundían en agua hasta los tobillos, había perdido cualquier sensibilidad en mis pies completamente sumergidos, la ropa me pesaba toneladas y el cabello no dejaba de pegarse a mi rostro sin importar cuánto lo alejara. Cada paso era más difícil que el anterior, y solo podía rezar porque a Thor no se le ocurriera atacar a una descendiente de Loki. Definitivamente era la última vez que visitaba a los practicantes de seid y las tierras del norte con semejante clima. ¿Y los demás seres se atrevían a quejarse de sus propias tierras?

Por un instante temí estar alucinando al ver el perfil de una propiedad recortarse en medio de la oscuridad. De haber sido posible, habría corrido para refugiarme. Una casa demasiado grande, seguramente perteneciente a alguna familia noble que tuviera tierras en el norte también o un comerciante burgués ridículamente exitoso. De un modo u otro, ninguna luz estaba encendida pero la puerta tenía pintada una estrella roja para recordar que cualquier cambiaformas en busca de asilo era bienvenido. Se abrió sin necesidad de mucho más que mi deseo por un techo apenas llegamos. El interior estaba frío y lleno de polvo, e hicimos un charco de agua al entrar, pero definitivamente era mejor que estar afuera.

—¿Está vacía? —preguntó Robin cuando cerré la puerta.

—Cambiaformas que fueron al sur a pelear, pero dejaron su casa abierta para cualquiera que pueda necesitar refugio durante su ausencia —respondí apoyada contra el muro más cercano—. Conoces nuestra hospitalidad. Vamos, necesitamos encender un fuego y con algo de suerte encontraremos comida también.

Él me siguió por el oscuro corredor hasta que encontramos la sala principal. Había leña seca junto a la chimenea y en cuestión de segundos el fuego ya estaba chisporroteando para calentarnos. Robin se quitó con cuidado su capa y sus zapatos para dejarlos a un lado antes de arrodillarse junto al fuego en busca de calor. Pateé mis botas fuera, intentando no pensar en la cantidad de agua que soltaron, y me di vuelta para examinar el lugar. Demasiado polvo acumulado, debía llevar semanas deshabitado. En algunos lugares los muros estaban manchados con pinturas de colores, niños pequeños que habían jugado entonces aquí felices e inconscientes de cualquier amenaza externa.

La alfombra era suave bajo mis pies, las líneas doradas del suelo marcando el patrón a seguir. Podía imaginar esto en sus mejores días. Una familia viviendo en paz y disfrutando de su tranquilidad, durante las noches serían anfitriones de las reuniones con sus vecinos, en invierno los críos jugarían en la nieve y en el verano correrían por el descampado. Tanta vida, tanta ausencia ahora. Y todo por una maldita guerra. Tenía que ponerle fin cuanto antes. Poco importaba el precio, aun si ahora era evidente cuál sería. Una familia tan amable como para dejar su casa abierta a desconocidos. ¿Qué pensarían de saber que había metido a un brujo tras negociar con practicantes de seid?

—Tu tipo nunca deja de sorprenderme con su generosidad —comentó Robin sin alejar su mirada del fuego.

—Es parte de nuestras costumbres.

—¿Dónde están?

—¿Qué?

—Tienes esa mirada que siempre tienes, cuando estás pensando en niños. Una familia vive aquí. ¿No? Si los adultos fueron a pelear. ¿Qué hay de los críos?

—Los jóvenes y adultos siempre pelearán por Rike, defenderán el hogar para los más pequeños a costa de su propia vida. Deben haberlos dejado con algún familiar demasiado viejo para levantar una espada, o en algún refugio infantil donde estarán a salvo del peligro. Tal vez más al norte. Has visto lo que es el clima afuera, ningún enemigo sería capaz de adentrarse mucho en el norte de Rike. Allí estarán siempre a salvo.

—¿La familia volverá aquí cuando esto termine?

—No tendría modo de saberlo. Nada asegura que quienes fueron a pelear por Rike, no morirán por ello también. Quizás esos niños se fueron de esta casa para nunca regresar.

—Pero siempre tendrán una familia. No existen los huérfanos para tu gente. Siempre habrá una pareja dispuesta a adoptarlos y cuidar de ellos como sus hijos. No es así con los brujos.

—No todos los brujos pelean. No tienen niños en riesgo de perder sus familias. Prefieren cuidar de los suyos, ahora, a cuidar su comunidad a futuro. Y eso está bien. Tenemos creencias distintas.

—Lo sé, es solo que a veces no entiendo cómo tu pueblo puede ser tan mal visto —respondió él cerrando sus ojos—. Lo tengo, son violentos y resuelven todo con duelos y eso se ve bastante sanguinario desde afuera, pero cuando veo que también hacen cosas como estas... No puedo expresarlo. No sé cómo decirte lo que me hace sentir. En momentos así no puedo decir nada bueno de mi tipo.

—No hay tal cosa como un bando malo y uno bueno en esta guerra, ambos creemos que estamos haciendo lo mejor por nuestra gente. Tu tipo es valiente, y eso es admirable. Brujos se aventuran a Rike sabiendo que perderán su magia aquí, y eso no los detiene. Pueden estar encarcelados, y eso no los quebrará. Tienen una resistencia y una voluntad admirables. Y sé que ustedes solo hacen todo esto, por defender el nombre del magister.

—Él estaría repugnado de este presente. Jamás me perdonaría el haber permitido que sucediera.

—No es tu culpa.

—Eres muy ingenua en cuanto al tiempo, Nina —dijo él sonriendo sin sentirlo—. Su muerte originó todo esto, y yo causaré su suicidio.

—Conozco al tiempo mejor de lo que crees. Es cruel, y hermoso —dije deteniéndome junto a él y levantado su rostro con una mano para obligarlo a mirarme—. Un amante despiadado. Te hará sentir como ningún otro, susurrará promesas eternas en tu oído solo para luego dejarte, te hará sentir tan poderoso y a la vez tan impotente. Es como el fuego en ese sentido, nada resulta más poderoso que el fuego, pero si te acercas mucho te quemarás. El mismo calor que ahora te brinda, es capaz de lastimarte también. Las cosas más poderosas, suelen ser crueles y hermosas, y eso es lo que tanto nos atrae de estas. No eres más responsable de esta situación, de lo que yo lo soy. Lo que el magister más deseaba, era que fuéramos felices. Sé feliz, Robin. Hoy es difícil, pero mañana no lo será.

—No sabes eso.

—¿Confías en mí si te digo que lo serás?

—No conoces el futuro más que yo, Nina.

—Soy una cambiaformas. Soy mentirosa por naturaleza, y creemos esas mentiras para ser felices.

—No es tan simple —dijo Robin cogiendo mi mano.

—Es tan sencillo como tú te permitas ser engañado por esa falsa felicidad. No hay nada malo en creer una mentira bonita algunas veces, como creer que ahora está todo bien. Vamos, arriba.

—¿Por qué?

—Tú solo hazlo —respondí tirando de él hasta que se puso de pie—. ¿Ves las líneas del suelo? ¿Sabes lo que son?

—No.

—Algún día me agradecerás por esto. Estoy salvándote de una vergüenza futura —respondí cogiendo sus dos manos y obligándolo a moverse—. Solo no pises las líneas. Así es como los cambiaformas aprendemos a bailar, solo es cuestión de giros y saltos al ritmo de la música sin pisar las líneas. Piensa que es como un duelo, tus pies deben moverse con la misma ligereza y facilidad. El baile nos mantiene cálidos durante la noche y nos hace creer que todo está bien.

Era torpe, no lograba cruzar los pies con tanta facilidad como yo o tenía idea de lo que estaba haciendo, pero en ningún momento soltó mis manos o dejó de intentarlo. Al parecer en serio los brujos no tenían ninguna habilidad natural para el baile. Me lo agradecería a futuro aunque no lo supiera. Si esta era nuestra última noche, entonces al menos podía enseñarle a bailar para que luego no se quejara por su falta de habilidad. Nadie jamás reemplazaría a Bass como mi compañero favorito, pero esto no estaba nada mal. Aunque solo tuviéramos una sala abandonada, polvo, y fuego. Podría haber hecho esto mucho antes, se sentía mejor de lo que hubiera esperado.

—¿Por eso te gusta tan bailar? —preguntó él.

—Es difícil sentir frío o creer que las cosas están mal cuando bailas.

—No es lo mío esto.

—Solo necesitas práctica —dije y callé cuando rodeó mi cintura con sus brazos, atrayéndome por completo hasta que mi cuerpo estuvo completamente pegado al suyo.

—Lo cambiaformas lo hacen con mucha distancia —dijo Robin bajando la voz, su nariz rozando ligeramente la mía—. No me hagas esto, Nina.

—¿Qué cosa?

—Le creíste a esa mujer con lo que dijo. No pienses que esta es una última vez, no me hagas creer que esto es una despedida —susurró él y mordió suavemente mi mejilla—. Por favor no lo hagas, porque no lo soportaré.

—Entonces dime que mañana no es el día que muero —respondí y Robin enterró su rostro en mi cuello, sus labios encontrando muy fácilmente mi piel para besarla.

—No importa lo que diga, no me creerás, porque ella es una cambiaformas y yo un brujo, y siempre confiarás más en tu pueblo que en mí.

—No vas a mentirme, porque lo sabré.

—¿Confías en mí? —preguntó levantando su rostro de nuevo para mirarme a los ojos.

—Sí.

—¿Entonces por qué crees que dejaré que eso suceda?

—Porque conozco las reglas del tiempo, y no puedes evitar una muerte.

—¿Tan convencida estás de que ella conoce el futuro mejor de lo que yo podría hacerlo?

—No mintió.

—¿Me creerías más si fuera un cambiaformas también?

—No es eso —dije y él cogió mi mano para ponerla sobre la suya, doblando mis dedos en el borde de su guante.

—Sé por qué tu gente siempre muestra sus manos cuando quieren que les crean o ven tan mal los guantes. Lo toman como una muestra de honestidad, una señal que no tienen nada que ocultar. Puedes hacerlo si quieres, sé que lo haces.

—Robin...

Él retiró su mano demasiado rápido, sin darme oportunidad de comprender el peso de lo que estaba diciendo, dejando nada más que su guante vacío sobre la mía. Por un instante estuve segura que dejé de respirar. ¿Qué demonios estaba haciendo? Él tampoco parecía muy seguro al respecto, sus mejillas estaban más enrojecidas de lo que alguna vez las había visto mientras su mano desnuda seguía congelada delante de mi rostro como si no terminara de decidir por qué hacer. Solo pude fijarme en el destello del anillo que tenía en su meñique, el diseño de llama reflejando el fuego al otro lado. Luego de todos estos años... Él en serio había ocultado el anillo en un lugar donde nadie jamás podría encontrarlo o cogerlo, y preferí no pensar en el valor que tendría eso para un brujo.

Deseaba sentir su tacto más que nada, mataría por un simple roce contra mi piel pero sabía que este no era un asunto en el que tuviera voz alguna. Sería capaz de rogarle por una simple caricia, solo para quitarme la maldita curiosidad de encima y saber cómo se sentía. Lo que él estaba haciendo... Todavía podía recordar la única vez que me había tocado sin sus guantes, nada más que un crío impulsivo rompiendo cualquier valor fundamental de su especie. Su agarre había sido tan cálido y seguro. Pero este ya no era un niño travieso cuidando de una niña asustada. Y estaba simplemente tan desesperada por sentir sus manos sobre mi piel, por experimentarlo una única vez más de parte del joven que amaba.

—Tócame —pedí en un susurró.

No necesito ningún incentivo más. Fuera lo que fuese que estuviera pensando, lo resolvió en ese mismo instante. Su mano encontró mi rostro al mismo tiempo que sus labios chocaron con necesidad contra los míos. Sus dedos se enredaron con mi cabello y tiraron de este como si necesitara sentir cada hebra, su pulgar acarició con fuerza mi mejilla, sentí el anillo raspar mi nuca pero no me importó. Tan exquisito dolor. Su mano era demasiado suave y cálida tras años protegiéndola de tocar algo más que el delicado interior de su guante, la magia en la punta de sus dedos cosquilleaba contra mi piel en cada roce. Jadeó al primer contacto, y creí que sería capaz de perder el control sobre mi propio cambio por cómo me hizo sentir.

Se arrancó su otro guante sin dudarlo, deslizando su otra mano por debajo de mi camisa para sentir la piel de mi espalda. Gemí contra su boca cuando sus dedos se enterraron en mi omóplato para sostenerme tan cerca como era posible. Tan intenso, tan salvaje. No podía tener suficiente. ¿Cuánto tiempo llevaba él sin tocar a nadie? Y yo era una maldita adicta capaz de dejar que me hiciera cualquier cosa en ese mismo momento. Los brujos no deberían ser capaces de provocar tanto con su tacto, podría llevar a cualquier persona mentalmente sana a la locura por semejante éxtasis. No me sorprendía entonces que siempre usarán guantes, jamás deberían quitárselos si este era el caso.

—¿Tienes idea de hace cuánto tiempo deseo hacer esto? ¿Cuántas veces lo imaginé? Un brujo no debería tener los pensamientos y sueños que yo tengo al imaginarme sin guantes contigo —dijo al alejarse para poder recuperar el aire, su agitada respiración golpeando contra la piel de mi cuello cuando dejó caer su cabeza hacia adelante mientras sus manos continuaban sobre mi piel.

—Cuéntame —susurré en su oído—. Sé que en realidad no tienes nada de inocente en esa cabeza tuya.

—El modo en que te hago gritar mi nombre, la forma en que tu cuerpo reacciona bajo mi toque... No son fantasías para hablar.

—Entonces muéstrame.

—Nina... No juegues con mi frágil autocontrol ahora mismo.

—Adelante, brujo. Enséñame lo que realmente quieres hacerme ahora que me tienes sin tus guantes.

—¿Realmente quieres saber? —preguntó mirándome intensamente y me estremecí cuando deslizó sus dedos por toda mi columna vertebral hasta llegar a la parte más baja de mi espalda.

—Sí.

—Por empezar, no tienes esto.

Él cogió mi mano mala y me miró inquisidor tan solo un segundo, pidiéndome permiso, antes que asintiera y con cuidado retirara mis vendas para dejar mi verdadera piel expuesta. Contuvo la respiración al instante en que su mano estuvo en contacto con la mía, su roce inseguro y tímido al principio como si temiera alejarme por la intimidad de lo que el acto representaba para su tipo. Desearía ser capaz de comprenderlo. Daría cualquier cosa por ser capaz de valorarlo como realmente debía, pero tan solo podía imaginar lo que esto era para él. Cogió mi mano suavemente, sus dedos entrelazándose delicadamente con los míos. Tan inocente acto para ojos ajenos, tan opuesto para un brujo.

Me senté en el suelo y lo arrastré conmigo sabiendo que mis rodillas no soportarían durante mucho más el mantenerme de pie con lo que su toque me provocaba. Levanté su mano y besé con cuidado sus nudillos, y por un instante temí que eso fuera capaz de matarlo por el modo en que reaccionó antes que volviera a estar sobre mí, sus labios hambrientos necesitando de los míos. Quería sentir tu toque en toda mi piel, que no quedara un solo milímetro de mi cuerpo que sus manos no hubieran tocado. No era lo suficientemente cerca todavía. No podía decirle todo lo que quería que me hiciera. No podía siquiera imaginar lo que se sentiría cuando sus manos encontraran lugares mil veces más sensibles, y ansiaba tan desesperadamente que lo hicieran.

Cerré los ojos, permitiéndome disfrutar de semejante placer mientras sus labios estaban sobre mi cuello y sus manos recorrían mi cintura. Maldita sea, nunca antes lo había deseado tanto. Nunca antes mi cuerpo había gritado tan desesperadamente por la atención de otro. Necesitaba más. Pero mis propias manos parecían no reaccionar mientras dejaba que él hiciera lo que quisiera. Mi piel hormigueaba y sabía que era por algo más que el indescriptible placer de poder sentir directamente la fuente de su magia contra mí. Sabía lo que quería. Sabía cómo hacer que esto se sintiera infinitamente mejor. Mi respiración era dificultosa por lo que esa decisión implicaba y mi corazón golpeaba con pánico contra mi pecho ante la simple idea.

—Robin —susurré pero él no me escucho—. Robin. Detente. Por favor.

—Lo siento —respondió tras alejarse enseguida—. Lo siento mucho. Quizás fue demasiado, demasiado pronto. Yo...

Reí sin poder evitarlo al ver la culpa y el pánico en su mirada al creer que se había pasado de la línea y yo lo estaba rechazando. Brujo tonto, como si yo alguna vez fuera capaz de decirle que no a él. Era increíble ver cuán inseguros y torpes lucían al actuar sin sus guantes, tan desesperados por el tacto y a la vez temiendo tanto estar al límite de pasarse con el otro. No tenía que temer eso conmigo. Pero todos siempre teníamos un poquito de miedo la primera vez, la incertidumbre ante no saber cómo reaccionaría el otro era normal, el pánico por creer estar haciendo las cosas mal. A veces solo era cuestión de dejarse llevar, aprender al mismo tiempo que el otro mientras se descubría lo nuevo.

—Me dijiste una vez que no me mostrarías tus manos mientras yo no te mostrara mi verdadero aspecto —dije enseñándole mi mano sin vendas—. Tienes que prometerme que no le dirás a nadie.

—Ya te prometí eso.

—Lo sé —dije cogiendo su mano—. Y también tienes que prometerme que me tendrás paciencia.

Posiblemente no entendió nada de lo que le estaba pidiendo, la confusión evidente en su mirada hasta que apoyé su mano contra mi rostro. Sentí el cambio desvanecerse enseguida ante su toque. Rápido, como quitarse una bandita. Se suponía que así costaba menos. ¿No? Cerré fuertemente los ojos sin atreverme a ver su reacción. Nunca antes me había sentido tan expuesta o vulnerable frente a alguien. Pero eso estaba bien, porque confiaba en él y no había sentido que se alejara. Esto no podía ser tan malo. ¿Verdad? Era una mala idea, pero no por eso tenía que salir mal. Si esta era una última vez, entonces necesitaba quitarme la maldita curiosidad de encima. Todo esto era culpa de Bass por meter sus estúpidas ideas en mi cabeza.

Sus dedos se deslizaron con cuidado por mi mejilla, posiblemente tocando todas las diminutas marcas que había allí como muestra del castigo de Loki. Sabía lo contrastantes que resultaban en comparación con mi pálida piel. Su otra mano también encontró el camino para hacer exactamente lo mismo. Lo sentí acercarse, su cálida respiración golpeando contra mis labios. No se había ido ni me había soltado, eso tenía que ser una buena señal. Sentía la despavorida necesidad de esconderme y cubrir mi rostro pero luché por no moverme. Sus dedos trazaron mis labios, y luego siguieron por mi cuello pasando por la cicatriz que habían dejado los sucesores esa vez. Mis manos estaban llenas de anillos plateados por todos los juramentos rotos, mi cuerpo tenía cicatrices de todas las veces que habían intentado matarme y mi rostro era muestra de mi antepasado.

—Nina, abre los ojos —pidió él y obedecí tras unos largos segundos, sonrió con diversión al mirarme—. Estás llena de pecas. Eres hermosa.

—Ahora ya puedes dejar de preguntar sobre mi verdadero aspecto —dije y él con cuidado se ocupó de desenredar una de las flores en mi cabello.

—Oh no, todavía hay mucho que deseo saber —respondió dejándola a un lado y siguiendo con otra—. Tantas cosas que quiero saber y tienes que decirme. Tantas cosas que quiero hacerte todavía.

Una a una quitó cada flor hasta que mi corona estuvo deshecha en el suelo y mi corto cabello libre. No lo detuve en ningún instante a pesar de siempre haber tenido la oportunidad. Volvió a besarme, y tan solo me dejé llevar sin pensar realmente en lo que estaba haciendo. Le dejé quitarme la ropa para que pudiera tocar el resto de mi cuerpo, mi verdadera piel siendo mucho más sensible ahora que no estaba el cambio ni tenía que preocuparme por mantenerlo. No perdí el tiempo en hacerle lo mismo, necesitando sentir toda su piel contra la mía. Consiguió que gimiera su nombre más de una vez, y logré que jadeara el mío en respuesta. Por una sola noche, ya no había barreras ni diferencias entre nosotros. Éramos totalmente iguales, él sin sus guantes y yo sin mi cambio, y tal vez cosas buenas si salían del temor de una despedida.

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