Capítulo 11: Tan fría como Rike
Estaba jodida, tan malditamente jodida.
Mordí mi propio hombro para sofocar un grito de frustración al fallar en algo tan simple como desenredar mi cabello. Mis dedos difícilmente respondían, mi mano era casi inutilizable. Quitar la venda solo para comprobar que no había sido una horrible pesadilla había sido demasiado doloroso, bañarme una agonía, y mejor ni hablar del hecho de desvestirme y volverme a vestir. Aún tenía algo de maldita dignidad como para no pedir ayuda, eso y que el brujo había estado profundamente dormido como para despertarlo. Había sido evidente que la preocupación le había quitado el sueño la mayor parte de la noche, considerando como estar en Rike afectaba su magia era mejor no privarlo de dormir.
Me rendí sin poder tolerarlo más y cubrí mi brazo con una toalla antes de salir. Respiré profundamente al aceptar la verdad. Tenía que vendarlo. Si pretendía asistir a todas las reuniones que tenía pendiente e intentar ponerle un poco de orden al maldito caos que era la situación actual, tenía que vendarme. Salí del baño sabiendo que en realidad no tenía opción. ¿Entre mi pueblo y mi propia persona, qué era lo que más importaba? Mi pecho agonizaba por la decisión, jamás perdonaría lo que se me había sido arrebatado. El prins anterior había renunciado a su corazón por Rike, yo tendría que hacerlo a todo lo que significaba ser un cambiaformas.
Me detuve junto a Robin y lo sacudí para despertarlo. ¿Qué demonios tenía este brujo con dormir con sus manos debajo de la almohada? Murmuró una cosa incomprensible en italiano, el maldito vago seguro pidiendo cinco minutos más, antes de girarse y darme la espalda. ¿No entendía la frágil posición en la que me encontraba? ¡Un segundo más, y no podría hacerlo! Renunciar a algo así... Maldito destino por ser tan cruel. Ni siquiera Loki sería capaz de reírse en esta situación, porque verme obligada a algo así era peor que cualquier otro destino imaginable.
—¡Despierta de una vez, maldito brujo! —grité y él apenas se removió—. Robin... Necesito tu ayuda.
Admitirlo fue ridículamente difícil, pero él se sentó de inmediato al escucharme. Bien, quizás sí existieran las palabras mágicas. Me miró enseguida, la agitación y preocupación evidentes en su mirada. Si la situación no hubiera sido tan grave, hubiera sonreído con diversión sin poder evitarlo al ver tan desesperada reacción por un tonto par de palabras. Miré mi mano envuelta en una toalla, intentando encontrar el modo correcto de decirlo. ¿Cómo comenzar? Robin se puso de pie en un instante, un caos de cabello despeinado y ropa arrugada.
—¿Qué sucede? —preguntó y no lo miré.
—Tienes que jurarme que nadie sabrá de esto, ni nunca mencionarás el tema —murmuré seriamente—. Júrame por tu sangre que no hablaremos de esto. Por Loki, por el tiempo, por quien demonios quieras pero hazlo.
—Por James —dijo él y me congelé al escuchar ese nombre—. Si en serio es tan importante como para tenerte así, como para pedirme esto a pesar que hace días me dijiste de jamás jurar en Rike, entonces juraré por mi hermano. ¿Lo vale?
—Tillit.
—Sverger —respondió Robin y solo entonces lo miré, él me sostuvo la mirada con toda la intensidad de la que fue capaz.
—Necesito que alguien me vende —susurré extendiendo mi mano.
—Eso es simple —dijo él cogiéndola.
—Robin —llamé y el brujo se detuvo al sentir la desesperación en mi voz—. El cambio no sucede allí. Eso es lo tan grave.
Por un momento que pareció eterno él no hizo nada. Simplemente se quedó ahí, inmóvil. Tanta alegre curiosidad por mi verdadera apariencia, tanto tiempo deseando saber, tantos intentos por quitarme información, y todo para que ahora que lo tenía a su alcance luciera como si no quisiera saber nada. No noté que estaba llorando, hasta que él limpió las lágrimas de mis ojos y me sostuvo cerca. No lo entendería, jamás lo haría. Esto iba más allá de simplemente privarme de algo que debería ser natural para mí. Esto era despojarme de lo más íntimo y privado que me pertenecía, y dejarme vulnerable frente al mundo.
—Lo siento —susurró él y reí sin poder evitarlo.
—¿Por qué podrías disculparte? —dije alejándome—. Difícilmente entiendes esto.
—Y jamás lo haré del todo, pero sé lo que esto significa para ti. Yo... Sabía que era malo pero...
—Casi no puedo mover mi mano, no sé si podré recuperar la movilidad —continué y él cerró fuertemente los ojos—. El cambio nunca volverá.
—Cazzo. Scusami. De haber sabido que sería tan malo...
—Espera un momento. ¿Lo sabías? —grité y el dolor en su mirada lo dijo todo—. ¿Lo sabías, maldito brujo?
—¿Hubiera cambiado algo si te lo hubiera dicho? ¿Te hubiera detenido el saberlo? Si hubiera imaginado que sería tan terrible...
—¡Te odio! —dije y lo golpeé en el pecho con mi puño bueno, el brujo ni se movió—. Maldita sea, te odio. ¿Por qué demonios no me dijiste?
—¡Porque sabía que sería una herida seria pero no creí que tanto!
—¡Pudiste haberme advertido!
—¡Si implica a los cambiaformas, no me escucharías ni aunque te dijera que lo que hagas costará tu vida!
—Maldito brujo. ¿Es que no entiendes lo que me has hecho? ¡Toda mi maldita vida estaré condenada a esto! ¡No puedo ni atarme los malditos cordones correctamente! No podré cambiar por completo, nunca más. Tome la apariencia que tome, esa maldita herida siempre me perseguirá. ¡No podré volver a empuñar dos espadas! Y mi verdadera piel siempre estará expuesta, para que cualquier maldito la vea con solo quitarme una venda.
—Yo no dejaré que eso pase —dijo él seriamente.
—¿Cómo no dejaste que resulte herida en primer lugar? —pregunté y él cogió mi rostro con una mano para obligarme a mirarlo.
—Detendré a cualquier maldito que lo intente.
—No podrías.
—Subestimas bastante mis habilidades, mi lady. Ahora, tienes un reino en guerra que dirigir, y yo también tengo un día bastante ocupado. ¿Quieres seguir adelante o prefieres continuar con la discusión?
Lo miré con odio y no dije nada más al momento de sentarme en el borde de la cama. Él se sentó a mi lado y sostuvo mi mano con cuidado. No lo miré mientras quitaba la toalla, demasiado molesta para hacerlo. Por una vez en mi maldita vida, intenté controlar mi furia. Maldije al tiempo y maldije al brujo por ser su esclavo. Una y otra vez me repetí que el decirme lo que sucedería posiblemente le habría costado a Robin parte de su vida, y no permitiría que ese reloj volviera a avanzar por mi culpa.
—Es frustrante lidiar contigo —mascullé.
—Lo sé —dijo simplemente e hizo una pausa—. ¿Estás segura que quieres que vea esto?
—No tengo otra opción.
—Tienes mil opciones. Mil nombres para escoger.
—Solo cállate y hazlo.
—No hasta que no me respondas el por qué.
—Juraste que no hablaríamos de esto.
—Estoy intentando comprobar que no te arrepentirás.
—Robin, vi tus manos cuando eras un niño y no le dimos mucha importancia. Intento pensar que esto es casi lo mismo para no tener un ataque.
—Fue importante para mí —dijo él y suspiré—. Eres la única chica a la que alguna vez he tocado sin guantes.
—Y tú eres la única persona, ahora mismo, a la que le confiaría algo así. Pero no me hagas esto más difícil de lo que ya es para mí, porque esta no es una decisión que me hubiera gustado tomar a la fuerza ni estaba lista —dije mirándolo—. Así que déjame creer, que por el hecho que eres un brujo, esto vale menos.
—Eres la única que ha visto mis manos, también. O las ha tocado —continuó Robin y con cuidado comenzó a quitar la toalla—. Estas cosas son muy subjetivas, cada uno le da a sus valores la importancia que desea. He conocido brujos que nunca se quitaron sus guantes, y otros que ya les habían mostrado sus manos a personas que no vieron nunca más.
—No intentes distraerme con palabras, brujo —dije sonriendo y Robin me miró a los ojos mientras terminaba de quitar la toalla.
—¿Quién dijo que esa era mi intención? —preguntó sonriendo también.
—Puedes mirar, sé que quieres hacerlo. Siempre has tenido curiosidad.
—No es mi decisión para tomar, Nina.
—No, pero es mía. Y necesito que veas, si vas a vendarme bien, Robin.
Él se inclinó y me besó. Lento, suave, torturante mientras su mano enguantada se deslizaba sobre mi piel al descubierto. Casi me estremecí, nunca antes alguien había tocado mi verdadera piel. Sus labios bajaron por mi rostro hasta mi cuello, y antes que pudiera notarlo, mi brazo. Creí que perdería la poca cordura que tenía cuando besó mi herida, todo a lo largo, sin vacilar un instante, sin dejar de abrumarme con la intensidad del acto. Y en ningún segundo, sus ojos abandonaron los míos. Solo cuando se detuvo se atrevió a bajar la mirada. Piel tan blanca como la nieve, rodeando raíces rojas por la sangre seca, siendo en realidad negras por el tipo de herida.
Robin cogió mi mano con cuidado y me ayudó a cerrar todos mis dedos y abrirlos de nuevo, uno por uno, varias veces como le había indicado el curandero. No sentía nada. Quería hacerlo por mi cuenta, pero mis músculos apenas respondían. Él movió lentamente mi muñeca, como si de ese modo pudiera ayudarme a recuperar el sentir. Tan dedicado, tan concentrado. Suspiré con pesar al comprender que era en vano, aun cuando él no parecía creer lo mismo. Realmente necesitaba al idiota optimista de mi lado en esta guerra, de lo contrario mi autocompasión terminaría por sacar lo peor de mí.
—Los curanderos suelen ver cambiaformas en su verdadera piel, sea por asistir durante el parto o lidiar con heridas, con moribundos. Por eso llevan los ojos vendados, y solo se permiten ver cuando deben tratar a un paciente. Si han visto la verdadera piel de alguien que no es su sigr vina, no tienen permitido ver nada más por una cuestión de respeto. Así tampoco saben quién es quién —dije y noté apeas una sonrisa tirar de sus labios—. Sé que querías saber.
—Tu cultura es muy extraña —dijo Robin y levantó mi mano para volver a besarla—. Tan suave. Tan fría. ¿Es todo de ti así?
—¿Llena de cicatrices y marcas por la sangre que cargo?
—Tan hermosa en toda la pasión que encierra —respondió el brujo y sus labios se deslizaron sobre mi piel—. Tan blanca como la nieve de su pueblo, tan fría como el clima de Rike, habiendo sangrado tantas veces por su reino, habiendo vencido la misma cantidad. Una guerrera nunca carece de cicatrices.
—No unas que pueda mostrar —dije pasándole las cintas rojas—. Es todo un mundo de mentiras aquí, Robin. Un líder político no puede mostrarse de otro modo que invencible, porque solo así tienes poder sobre los demás si estos temen que no puedes ser derrotado. ¿Por qué crees que el color de los Loksonn es el rojo? Así nadie notara cuando estas vendas se tiñan de sangre. Nadie jamás sabrá de esto. Nadie jamás sospechará de todo lo que ha sufrido y sacrificado mi sangre, por el bien de Rike.
—Quienes te importan, saben todo lo que estás haciendo por Rike —dijo él vendando mi brazo—. No creas que no somos conscientes. Odias lidiar con los nobles, no me cuesta imaginar por qué.
—Oh, no tienes idea de cómo pueden llegar a ser —dije y Robin terminó de atar la cinta—. Gracias.
—Nunca dudes en pedirme ayuda, no con esto —dijo Robin soltándome—. Ahora ve y muéstrales a esos nobles quién manda. E intenta no matar a nadie en el intento.
—No puedo prometer eso.
Lo intenté, en serio una parte de la intención estaba, pero menos de una hora después el sentimiento homicida ya había regresado tan pronto como escuché a un general susurrar que sería más útil criando mini-Loksonn en vez de presidiendo una junta militar. ¡Como si yo también quisiera estar aquí escuchando esta aburrida discusión! Maldito imbécil, tan pronto como restableciera la paz lo asignaría como guardia de algún importante noble que acabara de tener hijos para ver si a él también le gustaba ocuparse de críos.
Debía reconocer que habían hecho un buen trabajo cuidando de Rike, pero seguía pendiente el pequeño problema que estábamos retrocediendo y los brujos presionando cada vez más. Los espías pasaban la información que lograban recaudar, pero acercarse a una reunión de los altos mandos seguía siendo difícil incluso hasta para ellos. Rogers era demasiado cuidadoso sobre con quién compartir sus planes, maldito brujo astuto. No podíamos arriesgarnos demasiado allí, bastaba con que uno de los infiltrados quedara expuesto para que los brujos registraran a todos los presentes y ejecutaran a quienes encontraran.
Habían cortado nuestras rutas comerciales también, lo cual nos dejaba con un sur demasiado cerca de la línea de fuego y un reino al borde del desabastecimiento considerando la mano de obra reducida por el reclutamiento. Los cruces también estaban siendo vigilados desde el lado humano, y aunque los cambiaformas que habían quedado fuera lo intentaran, no todos tendrían éxito en reabrirlos como en el caso de Oslo. Y estaba el pequeño asunto de torturarme mediante asesinatos. ¿Qué demonios hacer cuando te estaban apuntando desde todos los frentes posibles?
—General Chen, quizás, si se concentrara más en la guerra actual en vez de mi falta de descendencia, no tendría que preocuparse porque muera antes de asegurar mi línea de sangre —dije fríamente—. Hay cuerpos de brujos en medio de los cruces a Rike, quiero que alguien vaya a buscarlos porque los devolveremos a su gente.
—¿Y por qué habríamos de hacer eso? —preguntó él sin ocultar su disgusto.
—Porque también tienen cuerpos de cambiaformas, y no permitiré que ningún hijo de Rike no sea enterrado en su hogar —respondí con dureza—. ¿O acaso tienes alguna maldita objeción a eso?
—Ellos asesinaron a esos cambiaformas —comentó la capitana Saya—. Los brujos en ese cruce murieron por su propia estupidez. ¿Entonces por qué deberíamos hacer semejante intercambio? Además, se trata de criminales condenados a muerte lo que les dimos para que jueguen.
—Los brujos pueden haber perdido sus modales, pero nosotros no perderemos los nuestros.
—¡No mostraré respeto a alguien que no hace lo mismo a cambio!
El griterío comenzó de nuevo, cinco malditos minutos de paz y otra vez caíamos en el caos que era discutir entre cambiaformas. Respiré profundamente para aferrarme a la poca paciencia que me quedaba. La sala no era lo suficientemente grande como para tener a todos tan separados como debería. Los golpes no faltaban y objetos volaban de un lado de la mesa a otro para atacar. El azul predominaba, en tiempos de guerra el color del duelo era lo principal. ¿Apenas había podido liderar a un grupo en Oslo, y ahora debía lidiar con esto?
—¡Silencio, maldita sea! —grité y todos obedecieron, internamente conté hasta tres antes de proceder—. Los brujos han bloqueado nuestra frontera sur, nuestra única vía comercial en medio del invierno. Tienen magia, y saben que en algún momento tendremos que atacar por ahí para desbloquearla. No se arriesgarán a acercarse a Rike sino que buscarán algún modo de obligarnos a salir. Es plena llanura. Estaremos completamente expuestos a sus ataques y créanme que no están jugando bonito. Los kitsunes son unos potenciales aliados que pueden ayudarnos a dar vuelta esa situación, pero para conseguir que ellos cooperen con nosotros debemos demostrar que somos seres respetuosos y civilizados. ¡Y eso implica devolver los malditos cuerpos de esos estúpidos brujos!
—Los kitsunes declararon sus intenciones de permanecer neutrales en este conflicto —dijo un comandante.
—Vamos, ni que fuera a pedirles que peleen con nosotros. Sé que no lo harán. Solo los necesito para cavar túneles —dije sonriendo—. Así nos moveremos sin ser vistos. Imaginen la cara de esos malditos brujos, cuando esperen un ataque frontal y el suelo se deshaga a sus pies. Los kitsunes pueden negarse a pelear, pero siguen siendo nuestros aliados y nadie sabrá de su actuación.
Los distintos presentes intercambiaron miradas, la mayoría asintiendo en aprobación ante mi plan. Bien, Robin podía estar contento porque yo no me iría de aquí hasta asegurarme que esos cuerpos serían devueltos. Lo de los kitsunes era un plus. No era como si en realidad necesitara mostrar respeto y educación cuando mi hermano llevaba milenios tirándose a su líder. Prefería no pensar en los detalles de cómo Vali se llevaba tan bien con los kitsunes, me conformaba con que él lograra que nos dieran una mano en esto. O una pata, considerando que eran zorros. Lo que fuera.
—¿Entonces? —preguntó alguien.
—Entonces programen una reunión con un embajador de los kitsunes, si es la misma heika mejor, para esta semana de ser posible o cuanto antes —respondí—. También citen a las hadas y los vampiros. Estoy segura que puedo conseguir que peleen de nuestro lado. Rike siempre ha respondido cuando nuestros aliados lo han necesitado, es hora que ellos hagan lo mismo por nosotros.
—¿Y qué le hace sentir tan segura que ellos, de todos los seres con los que guardamos acuerdos, responderán?
—El príncipe de las hadas me aprecia demasiado como para negarse a una audiencia conmigo, puedo conseguir que acceda a cualquier cosa que le pida. Tengo entendido que los vampiros andan sufriendo problemas de abastecimiento actualmente, esos cazadores humanos les están dificultando la caza y el gran desequilibrio que esta guerra está causando en el mundo humano tampoco ayuda. Podemos negociar con ellos, unos cuantos litros de sangre porque cedan muchos más soldados —dije con tranquilidad y sonreí sin poder evitarlo—. Además, estamos hablando de los seres más insoportables de Yggdrasil. Cualquiera aceptará con gusto la oportunidad de darle una maldita patada en ese ego ridículamente grande que tienen los brujos. Menos muertes para nosotros, más para el resto. Me parece un plan genial.
—Hay solo un problema, prinssese —apuntó Saya mirándome seriamente—. ¿Cómo pretende que esos potenciales aliados nos tomen en serio cuando estamos alojando a dos brujos?
—No tienen por qué saberlo —dije simplemente.
—Uno de ellos me atacó, usted estaba presente.
—Tú lo atacaste primero, las reglas del duelo lo autorizan a responder.
—Los brutales asesinatos de cambiaformas el año pasado fueron cometidos por un brujo. Las pruebas indican presencia de magia.
—Fue un sucesor de Hoor, un maldito sucesor que había logrado obtener sangre de brujo y yo misma lo maté.
—Tengo mis motivos para desconfiar.
—Y yo los míos para tenerlo aquí.
—¿Además de los subjetivos?
—¿Estás desconfiando de mí, Saya?
—Sé lo que vi esa vez.
—¿Y?
—No confío en él.
—Hay una guardiana del tiempo que quién sabe por qué, contra cualquier maldita regla de la logia, decidió involucrarse de pleno en esto y quiere acabar conmigo —dije y le sonreí con suficiencia—. En ese caso, prefiero contar con un guardián del tiempo también.
Saya no tuvo nada más para decir luego de eso. Desearía que fuera una excusa barata tanto como cualquier otra mentira que había soltado desde que había pisado la corte, pero no era el caso. La reunión se extendió por un tiempo que me resultó interminable, cada tema más aburrido que el anterior. Discusiones sobre estrategias, debates por posibles movimientos de parte del enemigo, una increíblemente ridícula disertación sobre prisioneros políticos... ¿Por qué diablos había pedido esto? De pronto devolverle el cargo al radgiver no parecía tan terrible. ¿Era muy tarde para un rembolso? La maldita charla terminaría por empujarme al suicidio, tan hipócrita como eso fuera de mi parte.
Para el momento en que mi estómago gritaba de hambre más que gruñir, ya había sido informada de nuestros prisioneros del sótano, en algún lugar teníamos que almacenar a los brujos que estábamos reemplazando; la línea de Rike next top sacrifice porque para qué molestarse en matar nosotros mismos a nuestros criminales condenados a muerte cuando los brujos estaban contentos de hacerlo y festejar como si fuera un logro; y mil cosas más a las que seguramente debería haberles prestado más atención de lo que hice en realidad. No era mi culpa que mi mente no pudiera concentrarse en un tema tan aburrido por más de dos malditos minutos consecutivos. Tal vez debería haber mandado a Vali a jugar a ser Nina Loksonn.
El almuerzo no fue mejor. Si la reunión militar fue insoportable, no le llegaba ni a los talones a un banquete rodeada de todos los nobles queriendo hacer sociales y ganarse el favor de la actual princesa y gobernante. Maldita sea, en serio debí haber pensado mejor esto. ¿Cómo demonios había hecho el magister para hacerlo parecer tan simple? Mentalmente ya había apuñalado a todos los presentes al menos unas cinco veces. Mataría al próximo que se atreviera a hacer la más mínima sugerencia sobre casarme a la fuerza. De todos modos ni yo sabía dónde estaba el maldito anillo así que no era como si se pudiera hacer algo al respecto.
Para el momento en que el almuerzo terminó, ya había logrado clasificar a todos los presentes en una escala del odio del uno al diez yendo desde un amable cachorro de Fenrir debería rasgarte la garganta hasta un ojalá viera a Hela desnuda. ¿Por qué diablos tenía que soportar cosas así? El resto del día no fue para mejor. Reunión tras reunión tras reunión. Informarme, debatir, decidir; la cadena de acción parecía bastante evidente y similar en cada caso. Cualquier descanso posible implicaba sociales con los nobles, lo cual lo convertía en un no-descanso. Hubiera dado el alma que no tenía por poder reír con Holland mientras comíamos pastelillos congelados o practicar esgrima con Bass en los jardines celestes.
A eso solo debía sumarle las eventuales muertes en lo que duró el día, una primera jornada de reinado realmente excelente. Regla n° 54: trabajar era aburrido. Realmente esperaba que Valerie estuviera sufriendo del mismo modo que yo con estas cosas. Pero la maldita perra de seguro lo estaría disfrutando, mientras yo solo podía pensar en golpear mi cabeza contra el muro más cercano. ¡Vamos, si yo estaba condenada a sentir la muerte de cada uno de mi pueblo, la maldita zorra debería pasarla un poco mal también! ¿Era mucho pedir un poco de igualdad?
—Luces como si quisieras mandar todo al Helheim —comentó Vali casualmente, su sonrisa vacía siempre en su rostro.
Por supuesto, del segundo en que realmente conseguía estar sola, mi hermano tenía que aparecer. Regla n° 76: Vali siempre estaba para molestar cuando menos lo deseabas. Suspiré y le di la espalda, tenía una reunión con no sabía cuál maldito noble en cuestión de minutos y no quería desperdiciar mi efímero momento de paz y tranquilidad en otra inútil charla de sentimientos o política o cualquier tema deprimente que Vali siempre tocaba. Observar todo desde los balcones internos era aburrido sin agregarlo a él. Con Bass esto no pasaría. Bass de seguro tendría algo que lanzarles a los trabajadores para causar una buena travesura. Pero el maldito también había desaparecido.
—¿No quieres cambiar lugares? —pregunté en respuesta—. Adelante, hazte pasar por mí y reemplázame un rato.
—Ni aunque fuera cuestión de vida o muerte, lille.
—Porque eres capaz de dejar que Rike caiga antes que hacerte responsable de algo.
—Te estoy ayudando. ¿No?
—No te he visto en todo el maldito día.
—Estaba ocupado.
—¿Con qué demonios podrías estar ocupado?
—Con quién —corrigió él de un modo insinuante y me di vuelta enseguida.
—Te dije que te mantuvieras alejado del maldito brujo —respondí poniendo una mano sobre la empuñadura de mi espada.
—No es mi culpa si es él quien me busca.
—No me importa. No sé a qué maldito juego estás jugando, pero si le llegas a hacer daño...
—Metiste un conejito, en un horrible nido de víboras —murmuró Vali bajando la voz—. No eres tú quien tiene que demostrarle a Rike que él no es ninguna amenaza y su lealtad hacia ti es verdadera. El brujo tiene un largo camino por delante antes de lograr que los nobles le atribuyan cierto valor, mucho menos reconocerlo como digno de ti. Así que creo que lo mejor es que al menos sepa diferenciar a las diez familias nobles, y aprenda a moverse por aquí sin que lo decapiten.
—Él no forma parte de nada de esto.
—¿Quieres escuchar un secreto, lille? Los príncipes no nacen, se hacen. Con sangre, acero, y sacrificio. Tú y yo somos el perfecto ejemplo de ello. Así que mejor preocúpate por Rike, que yo me ocuparé de la otra cara de la política. Después de todo, tú fuiste quien me encargó hacerme cargo de la parte política de esta guerra. ¿No?
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