Capítulo #.3: Fingir un Secuestro.
"La lluvia siempre me ha parecido algo maravilloso... Es la prueba de que hasta la naturaleza misma necesita desahogar sus penas en forma de llanto."
-Aisha Dulkenhein.
Húmedo... pese a tratarse del frío mes de diciembre, el ambiente predominante en París resultaba ser, sobre todo, húmedo. Despertada por el escalofrío que le generaba el entorno, Aisha abrió sus enrojecidos e hinchados ojos con la calmada lentitud de quien encuentra confusos sus propios deseos, borrosos sus recuerdos y cuya mente está nublada por la bruma de una dolorosa agonía.
—Richard... Heartstone... —susurró para sí misma, después de que la oleada de memorias sobre la noche anterior acudiese a ella en tempestad—. Ni siquiera mis mejores sueños serían capaces de inventar algo así.
Desganada, Dulkenhein observó el reloj en la pared del fondo de la habitación y notó que era ya casi mediodía. Este detalle no resultaba una sorpresa, pues estaba consciente de que solía dormir con amargura cuando su estado de ánimo era decadente. Contrario a lo esperado de una joven burguesa, Aisha tenía un lado rebelde, torpe y desordenado, por lo que su habitación del hotel reflejaba fielmente su mente. Semanas de soledad, acompañadas de una agria y supuesta libertad, la habían llevado a impedir el servicio de limpieza, teniendo apenas la ropa lavada y doblada en un rincón. Como consecuencia, al intentar levantarse, sus pequeños pies tropezaban con los zapatos del día anterior o su mano, en un intento de recuperar el equilibrio, terminaba manchada de azúcar sobre alguno de los pasteles en la bandeja junto a la cama.
—Creo... que sí debería llamar al servicio de habitación.
Con esto en mente y una leve expresión de incomodidad, Aisha se retiró los guantes de encaje que llevaba entonces para dejarlos junto a toda la ropa usada que luego mandaría a la lavandería. Notó en el proceso que la noche anterior se sintió tan retraída al punto de dormir con la ropa puesta y el cabello sin cepillar, obteniendo como frustrante resultado un vaivén de girones. Resignada al hecho de no poder remediar su imagen, caminó hasta la ventana con el objetivo de desplegar las cortinas para que la tenue luz de la estancia se volviera más extensa, permitiéndole así acomodar el manojo de enredos que era su cabello. Fue así que se percató de la intensa lluvia en el exterior, comprendiendo también la causa de su sensible despertar.
—Incluso el cielo está llorando hoy... qué Navidad tan triste. Me pregunto si Richard acudirá al punto de encuentro pese a esta lluvia —murmuró, dubitativa, ante el paisaje nublado—. No importa... en cualquier caso, es mejor que yo lo haga. Si en este punto titubease, él probablemente no sería tan amistoso.
Decidida a que el clima no le privara de su planificado encuentro, Aisha cepilló con cariño los enredos de su cabello hasta dejarlo suave y adornado. El atuendo del día tenía como objetivo principal proteger del frío y la humedad ambiente, pero poco más lo diferenciaba de un vestido cualquiera. En esta ocasión, no usó joyas ni maquillaje, pues los consideró un estorbo innecesario, pero sí continuó llevando el pequeño bolso en el que solía guardar su dinero y, más importante que eso, su revólver.
—No es que importe en este punto si lo pienso detenidamente... —reflexionó frente al espejo sobre la situación con Richard—. Esto es tonto desde cualquier ángulo. Aún si nos agradamos mutuamente, aún si lo admiro, eso no evitará que me transforme en una de sus obras de arte si es necesario —afirmó, suspirando con resignación ante el espejo, para acto seguido confrontar su propia mirada en el reflejo—. Pero ya estoy entre la espada y la pared. No puedo simplemente rendirme sin luchar... abandonar la única posibilidad que tengo justo ahora. Realmente quiero sentir que vuelvo a ser importante para él, al menos por un momento.
Después de arreglarse, ordenar sus pertenencias, solicitar el servicio de habitaciones y almorzar, ya eran las tres de la tarde. La lluvia aún continuaba cayendo con una intensidad reacia a detenerse, como si los cielos enviasen a la albina un mensaje divino para que se abstuviese de continuar su camino, el cual fue completamente ignorado por ella cuando, paraguas en mano y contra todo consejo sabio, cruzó el vestíbulo del hotel camino al punto de encuentro que Richard había solicitado.
—Entonces... Sacré-Cœur... Richard realmente escogió un punto de encuentro distante —afirmó Aisha para sí misma mientras caminaba bajo la lluvia, meditando qué camino tomar—. Supongo que la ruta más rápida desde aquí es el Pont Royal... y luego a través del Jardin des Tuileries.
—¡Señorita! —llamó una voz femenina y delicada a través de la lluvia.
Aisha volteó confusa en dirección de uno de los cafés, desde donde se acercaba hacia ella una joven de cabello rubio con lentes y un paraguas hasta detenerse junto a ella.
—Buenas tardes otra vez —expresó sonriente la joven—. ¿A dónde va con esta lluvia? ¿No cree que es mala idea?
—Oh... la lluvia no parece tener intención de parar —afirmó Aisha, deteniéndose un tanto confusa—, y yo necesitaba ir a un lugar. Perdona, ¿nos conocemos?
—¿No me recuerdas? Nos vimos cerca de la estación de Champ de Mars. Usted estaba fatigada y me preguntó por el hotel Lutetia.
—Cierto... ya recuerdo. Gracias otra vez, fuiste muy amable. Realmente fue un camino largo.
—Pues sí, ¿no prefieres venir y hablar en el café? Puedo invitarla a uno.
Aisha se cuestionó la idea por algunos segundos, pero terminó aceptando cuando la joven francesa tomó su mano con gentileza para caminar hacia el café. Después de todo, había acordado encontrarse con Richard luego del mediodía, pero no asignaron una hora específica y, con la persistente lluvia, asumió que lo más probable es que Heartstone también esperase un poco. Así que no le pareció mal sentarse a tomar una taza de té con alguien que había sido amable. Por el contrario, si lo rechazaba, podría ser tan sospechoso como mal educado, así que solo siguió a la mujer en silencio. Llegadas al café, ambas tomaron asiento y su recatada acompañante no tardó en hacer el pedido de un té acompañado de dos postres.
—Nada como postres y un té caliente para entrar en calor con esta fría lluvia, ¿no crees? —preguntó la chica de gafas con una amable mirada tras el cristal.
—Pues sí, gracias. Una vez más, eres muy amable.
—Perdona que fuese tan repentina. Normalmente me acercaría más despacio, pero no creo que fuese agradable estar bajo la lluvia para ninguna de las dos. Te reconocí apenas verte; tu cabello y tu vestido son muy bonitos y únicos.
—Lo agradezco...
—Oh, ¿tienes problemas para entender mi francés? —inquirió preocupada la chica pecosa, al notar el acento inglés de Aisha.
—No, está bien. Te entiendo con normalidad, mi francés es bueno. Siempre me alegra poder practicarlo.
—Ya veo, ¿sucede algo? Pareces angustiada...
—No, no es nada, solo siento un poco de frío. Mi cuerpo es... un tanto débil.
—Entiendo. ¡Mira! Nuestro té.
El mayordomo colocó el té y los postres en la mesa frente a las chicas para luego retirarse tras un cortés saludo. La joven francesa no tardó en extender su mano hacia uno de los pastelillos para degustarlo con lentitud.
—Entonces, ¿vienes de Inglaterra?
—Sí... yo pensé que París era bonito, así que decidí visitarlo.
—¿Y ahora te convenciste? París es hermoso... ¿pero por qué en esta fecha?
—Bueno... eso es porque mi padre falleció hace un par de años y pensé que mi hogar era un poco oscuro y silencioso. Por eso decidí —Aisha alzó la taza de té mientras expresaba su mejor sonrisa— que sería más colorido pasar aquí la Navidad.
—Oh, entiendo. Me imagino... en mi caso yo sí tengo a mi familia, aunque no tanto tiempo. Aún vivo con mis padres. Trabajo en una biblioteca cerca de Lutetia; de hecho, justo salía de allí. Por eso supe dónde quedaba el hotel cuando nos encontramos.
—Ya veo, ¿qué hacías entonces cerca de Champ de Mars?
—Vivo cerca —expresó con diversión.
—Trabajas algo lejos... oh, esto, ¿cómo te llamas?
—Cielos, cierto. Me llamo Liliane, ¿qué hay de ti?
—Mi nombre es Aisha Dulkenhein y, como notaste antes, vengo de Inglaterra, de un pequeño pueblo llamado Racon Hills, aunque también estuve varias veces en Londres. Aprendí a hablar francés como parte de mi educación.
—Vaya, lo siento. Recién me percato de que eres...
—¿De alta clase? Está bien, no hay problema. No me molesta. Realmente sabe bien el té y yo... creo que lo necesitaba.
Aisha volvió a sonreír de forma un tanto más amplia para luego beber de su té y degustar los pasteles. Por norma general, no le agradaba tener que compartir con otras personas si estas le resultaban desconocidas, pero su educación le exigía ser siempre elegante y cortés. No obstante, en aquel momento no era por meras cortesías, pues reconoció en el interior de su alma que realmente necesitaba aquel té, aquella conversación amistosa y divergente de la oscuridad a la que estaba convencida de que se adentraba. Con solo pensar en ello, Dulkenhein sentía como su corazón se aceleraba, haciendo temblar la taza en su mano, hasta que la leve sonrisa de Liliane le devolvió a la realidad.
—Ey, mira. ¿Qué opinas de él? —le preguntó a Aisha, señalando a un joven que recién entraba al café.
—¿El de cabello negro y lentes? —inquirió ella para asegurarse—. ¿Qué tiene?
—¿No crees que es lindo? Le he visto un par de veces por la biblioteca y aquí, cerca del café. Creo que también es extranjero, pero del oriente.
—Supongo...
—A veces me gusta pensar que si me ve varias veces, asumirá que es un encuentro del destino, me notará y tendremos una cita —expresó Liliane con una expresión de contemplación y fantasía en su rostro.
—Supongo... que te deseo suerte con eso. Yo... no sé mucho de chicos.
—¿No tienes aún un esposo o al menos un prometido?
—Yo...
Aisha dudó por algunos segundos de su respuesta. A su mente acudió una vez más aquel enjambre revoltoso de hirientes recuerdos junto a Arthur y su mente no supo exactamente qué responder. Sin embargo, como una indeseada intrusión, la imagen de Richard junto a sus manipulativas palabras hizo acto de presencia, haciendo que Aisha reflexionase en retrospectiva todo el tiempo que había compartido con Arthur a lo largo de su vida, asumiendo por ende el derecho sobre este anexo a la voluntad de recuperarlo.
—¿Aisha...?
—Lo siento —se disculpó la albina con una sonrisa—, es que recordé algo y me perdí en ello. De hecho, sí tengo un prometido, pero cuando vine a Francia, él estaba un tanto ocupado con su trabajo. Es un empresario muy adinerado y, por lo general, dinero es igual a responsabilidades. De hecho, justo ahora iba a buscar un favor que le había pedido —dicho esto, Aisha terminó el pastel que comía y humedeció sus labios con la taza de té, para acto seguido ponerse de pie—. Si me disculpas, en verdad debo irme, pese a la lluvia.
—Oh, entiendo, lamento haber molestado entonces.
—No, no. Disfruté mucho el té y de seguro mi prometido estará tan agradecido como yo por tu amable gesto. Una vez más, gracias Liliane. Tomemos té juntas otra vez otro día. Dijiste que trabajas cerca de aquí, ¿no es así?
—Sí, de hecho sí —respondió Liliane emocionada.
—Entonces podemos vernos mañana en la tarde cuando salgas. Te esperaré aquí luego del mediodía.
—Me parece bien, nos vemos entonces, Aisha. Ten cuidado con la lluvia en el camino.
—Lo tendré, suerte con el chico... extranjero.
Aisha sonrió e hizo un pequeño guiño hacia Liliane, quien se sonrojó observando de reojo al chico de lentes que habían visto entrar antes. Luego devolvió la mirada hacia Dulkenhein y con un ademán de manos, ambas se despidieron.
Con mayor disposición, emoción y menos preocupación por las consecuencias, Aisha emprendió su camino rumbo a la Basílica del Sacré-Cœur, cercana al punto de encuentro designado por Richard. Mientras caminaba, la brisa helada le golpeaba el rostro, seguida por las gotas de lluvia que escapaban del paraguas. Pero no le supuso ninguna preocupación cuando, al llegar al Pont Royal, sintió la necesidad de caminar más lento para observar las agitadas y oscuras aguas del Sena. Un paso detrás de otro, el puente de piedra la llevó hasta los Jardines de las Tullerías, donde sintió que la recibían con un aroma a tierra húmeda, mezclado con flores perfumadas y el cantar de aves que solo escuchaba en su imaginación.
Para Arthur, en el pasado, la mente de Aisha siempre había constituido un enigma difícil de descifrar y lo mismo aplicaba para sus amigos. Pero lo cierto es que la joven, en ocasiones, tenía un don único para convencerse a sí misma de su propia realidad, al punto de que la lluvia, a través de la cual pocos se aventuraban a caminar, le parecía un juego de niños, saltando tal cual de charco en charco. Y todo era gracias al pensamiento de que realmente volvería a estar con Arthur. Mientras estuvieran juntos, no le preocupaba si el mundo se inundaba, si Richard continuaba asesinando a placer, o si incluso debía disparar un par de veces más su revólver para obtener la felicidad. Estar junto a Arthur y sentir su amor era siempre lo más importante.
Llegó así, entre tarareos, frente a la inmaculada Basílica, para luego caminar hacia la calle de la izquierda, buscando la pequeña Iglesia Saint-Pierre de Montmartre, donde entró tras cerrar el paraguas. Su oscuro vestido aún goteaba sobre el suelo de roca, mientras el eco de sus pasos resonaba entre las columnas de elevados capiteles, abriéndole paso a través del silencio hasta acogerla entre las bancas.
—En verdad viniste... —irrumpió con calidez la voz de Richard desde otra banca, mientras se ponía de pie para acercarse.
—Oh... ya estabas aquí.
—Empezaba a pensar que no vendrías.
—Yo pensé lo mismo... debido a la lluvia...
—Pero aquí estás, aquí estoy y aquí estamos. ¿No es así...?
Aisha asintió sin levantar la mirada del suelo, sintiendo cómo la presencia de Heartstone podía hacer temblar sus fantasías y sacudir su realidad. El miedo a sus verdaderas intenciones seguía siendo una realidad, y el que intentase asesinarla una posibilidad. Por desgracia para Dulkenhein, no era precisamente buena disimulando sus sentimientos.
—Aisha... ¿sigues teniendo miedo? —cuestionó Richard con cierta diversión.
—Aunque el cuervo y el coyote colaboren en la caza, el cuervo, en su sabiduría innata, comprende que la necesidad puede quebrantar hasta los lazos más aparentes, y que el coyote, guiado por el hambre, se apropiará de la presa, recordándole la fragilidad de las alianzas en la danza eterna de la supervivencia. Pese a ello, el cuervo continúa cazando junto al coyote, pues sabe que lo necesita. The Death is Life, capítulo cinco. Consejo del cazador Seirus a su hijo adoptivo Scar, sobre cómo funcionan muchas alianzas en la naturaleza.
—¿Eh...? ¿Eso a qué viene? —inquirió Richard, cambiando su diversión por desconcierto.
—¿Cómo que a qué viene? Es una metáfora —comenzó a explicar Aisha con una mueca ante lo evidente—. Eres como un coyote... y yo como un cuervo. Estamos colaborando, pero eso no quita que uno no pueda traicionar al otro.
—Ah, era eso —afirmó Heartstone, ahora con diversión—. Perdona mi ignorancia, creo que olvidas que era de clase media.
—Pensé que eras más culto en la literatura.
—A nivel médico, ese no lo he leído.
—Pues te lo recomiendo, a mí me gustó.
—Se oye como algo frío y oscuro —este extendió su mano para picar suavemente la mejilla de Aisha con su dedo—, muy apropiado para ti.
—No te burles de mí... —le respondió ella casi con un tic en el ojo por la molestia.
—Es lo que menos quiero —confesó el rubio risueño mientras se ponía de pie—. Anda, vamos. Luego tengo otras cosas que hacer. Aunque no lo creas, planear... secuestros como este, es complejo.
—Por supuesto, hagamos esto de una vez —afirmó para seguirle al exterior de la iglesia.
—Si no te resistes, le quita algo de diversión.
—Creí que no era un secuestro...
—Shhh, tú solo finge la actitud.
—Había olvidado ese lado perezoso y tonto.
—Te solías reír bastante de ello.
—Y extorsionarte con café. Oh... ya sé, te pagaré un café para que no me seques realmente.
—Acepto la oferta.
Más allá de la tensión inicial, Aisha no pudo evitar reír tras el pequeño guiño de Richard que acompañó su afirmación. En ese momento, varios recuerdos acudieron a su mente para hacerla meditar sobre su acompañante. Por un lado, la edad le había dotado de cierto conocimiento, el cual intuía que Heartstone no solo era malo, sino también peligroso, y probablemente nada de lo que estaban a punto de hacer resultaría en un buen final. No obstante, en el interior de su alma recordó con afecto la historia de este, cómo él también había sido una buena persona, quizás con muy mala suerte, y por eso castigaba a otras malas personas. Una leve sonrisa se dibujó en su rostro y, aunque su escepticismo le hacía dudar de su argumento, el alma se sintió menos pesada. Asumió que al no tener un pecado que castigar, Richard no la vería como un objetivo, por lo que su compañía se tornó agradable y relajante. Después de todo, era imposible que un rostro tan angelical y bonito ocultase a alguien realmente malo.
Tiempo después de compartir una agradable caminata bajo la lluvia, Aisha y Richard llegaron a una pequeña casa un tanto apartada del resto. Al entrar, Dulkenhein observó la escasez de muebles predominante y el leve polvo acumulado en las esquinas. Por algunos segundos se sintió incómoda, pero luego observó a Heartstone, recordando que él no solía ser precisamente ordenado debido a su escaso tiempo.
—No estaría nada mal una mano femenina en este lugar —comentó Aisha, pasando la punta de su dedo enguantado sobre uno de los estantes del recibidor.
—¿Tú crees...? Solo venimos aquí a trabajar, lo demás no es importante. Me gusta llamarlo un refugio.
—¿Venimos...? ¿En plural?
—Eso no es importante ahora, vamos —afirmó Richard con una sonrisa tras mover uno de los estantes y revelar una puerta en bajada.
—Lo del sótano no era una broma...
—Por supuesto que no.
Richard descendió seguido de Aisha y, al llegar a la habitación inferior, encendió una pequeña luz que, aunque no era demasiado brillante, otorgaba la claridad suficiente para el trabajo requerido. Dulkenhein recorrió la estancia vislumbrando entre la penumbra algunas telarañas y algo de suciedad en las paredes. Mientras, Heartstone rebuscó entre las herramientas a su disposición, apartando cuerdas, esposas y varias cajas de maquillaje con sus respectivas brochas.
—Entonces, mi actriz principal, ¿me complace con su presencia al tomar asiento?
—¿Qué se supone que haga?
—Solo toma asiento —le indicó Richard señalando una silla.
—Bueno... —sin más cuestiones, esta se acomodó en la silla, observando cómo Richard se acercaba con las cuerdas.
—Antes de atarte, ¿puedes romper tu vestido?
—¿Romper mi vestido...?
—Rasgarlo, vamos, no podemos ser tan evidentes. Tiene que parecer que en verdad estás en peligro.
—Bueno... de haber sabido eso, me habría puesto algo menos importante —aseguró ella, comenzando a tirar de algunas puntadas del vestido, enfocándose en áreas sensibles como el encaje o las joyas.
—¿Es un vestido importante...?
—No es el punto, me gustan todos mis vestidos. Me refiero a algo menos... bonito.
—Mujeres —bromeó él sonriendo.
—Umju, ya está. ¿Así está bien?
—No del todo... —afirmó Heartstone, fijándose en las roturas dejadas por Aisha en el vestido, por lo que decidió acercar sus manos—. ¿Puedo?
—Bueno... supongo.
Ante la afirmación de Dulkenhein, el rubio se agachó frente a ella y no tardó en sostener varias piezas del vestido, que iba rasgando poco a poco desde diferentes ángulos, causando una mejor imagen de forcejeo, como si calculase la posición exacta que los causaría. Aisha no pudo evitar avergonzarse internamente al permitir tal ultraje a su imagen, pero rezaba para que valiese la pena y, si algo le resultaba reconfortante, era el hecho de que Richard parecía totalmente inmerso en lo que hacía de forma profesional.
—Muy bien, ya está —aseguró Richard al terminar para luego sostener las esposas y la cuerda—. Manos a la espalda, señorita, usted está bajo arresto.
Aisha hizo una mueca torcida que no estaba segura si era de gracia o molestia por el sarcasmo de su acompañante, pero obedientemente puso las manos en su espalda y sintió cómo Richard bordeaba sus muñecas con las metálicas cadenas de las esposas para ponérselas. Fue entonces, cuando él comenzó a rodearla con la cuerda, pegándola a la silla, que Aisha comenzó a sentir cómo su corazón se aceleraba. Con cada maniobra, Heartstone la inmovilizaba más, hasta que sintió cómo las cuerdas le apretaban levemente rozando su frágil piel. Aun así, se concentró en respirar profundo para mantener la calma. No obstante, ese estado de control duró poco, cuando Heartstone, tras tenerla aparentemente inmóvil, le colocó una oscura venda sobre los ojos, cegándola y dejándola desorientada.
—Agh... Richard, ¿esto es necesario?
—Por supuesto que sí. ¿Qué clase de secuestrador dejaría que le viesen su rostro? Se supone que estás totalmente indefensa.
—Vale... bueno... ¿podemos hacerlo rápido?
—Las cosas a prisa no salen bien, Aisha. Mantén la calma un poco más. Todo estará bien...
Aisha intentó calmar el creciente malestar que trepaba por su espalda, hasta retorcer su estómago y disparar su corazón. Respirar con profundidad se tornó en una necesidad imperiosa que rogaba porque Richard no notase, ni tampoco las pequeñas gotas de sudor frío que comenzó a sentir cómo humedecían el corsé de su vestido. Cuando finalmente consiguió alcanzar la serenidad, sus esfuerzos se vieron frustrados una vez más al notar cómo la voz y los pasos de Richard habían desaparecido, causándole una nueva ola de malestar y sugestión. No obstante, antes de que su imaginación llegase más lejos, sintió una leve caricia en su piel, justo en la zona del brazo donde Heartstone había roto parte de la manga del vestido antes de atarla. Lentamente, la caricia ascendió hasta su mejilla, revelando una inusual textura y un aroma que la joven alcanzó a identificar como maquillaje. Sintió entonces de vuelta los suaves pasos a su alrededor, haciendo que bajo el vendaje que cegaba la luz de sus ojos, sus descoloridas pupilas se moviesen de forma errática y frenética intentando identificar la ubicación de las pisadas, como si en su incapacidad, Dulkenhein quisiera poder estar al tanto de cada paso.
—¿Eso es... maquillaje? —inquirió curiosa buscando disminuir la propia tensión.
—Umju, ¿te dio el olor?
—Un poco, aunque es barato. No se parece al que suelo usar.
—Ya veo —afirmó él con lo que Aisha interpretó como una probable sonrisa de burla.
—¿Para qué es?
—Para que en la foto se vea como sombras y marcas en tu piel. Como es en blanco y negro, no se notará la diferencia. Así parecerá que las sogas te lastiman y que he sido brusco ante tu resistencia.
—Vale... aunque no te visualizo aún haciendo eso, ¿sabes?
—A veces, la imagen que tenemos de algo es difícil de cambiar. Aun si te convencen de que un lobo es peligroso, pero jamás lo has visto antes, es probable que lo veas como un perro e intentes acariciarlo.
—Siento que te burlas de mí de cierta forma.
—Como dije antes, en lo absoluto.
—Supongo que lo entiendo... —concluyó Aisha, retomando sus esfuerzos de calma—. Por cierto, pese a que no has terminado... ¿la venda es necesaria? ¿No podía ser lo último?
—No, está cumpliendo muy bien su objetivo. Te verás preciosa en la fotografía.
—No me gusta esta broma...
—Siempre puedes desistir... yo no dije que fuese una broma. Aisha, somos dos adultos, muy conscientes de lo que están haciendo. ¿No es así?
Aisha se limitó a guardar silencio y asentir, pese a la perenne duda en su alma de si realmente todo era parte de la actuación o si Richard en algún punto le confesaría que estaba por silenciarla por completo. Pasados unos minutos más que sintieron como horas de tortura psicológica, o en su defecto una pésima broma por parte del rubio, notó cómo este levantaba suavemente su mentón.
—Ya estás lista... sonríe para la cámara.
Aisha no supo exactamente qué expresión hacer ante aquella petición, pero la voz de Richard acompañada de una risilla sarcástica le confirmó que su rostro parecía perfecto, por lo que solo se quedó quieta intentando fijar lo que sería su vista hacia donde percibía la presencia del mayor.
—Quedaste perfecta... —afirmó Richard desde la distancia tras algunos segundos.
—¿Ya está? ¿Ya puedes quitarme esto...?
—Sí, ahora voy, dame solo un momento.
—Vale...
Aisha se sosegó dejando escapar un profundo suspiro mientras se reconfortaba con la idea de que pronto podría dar por terminado aquel terrorífico acto de carecer de su visión. Poco a poco, sus brazos se relajaron mientras sentía cómo las cuerdas se aflojaban, pero cuando pensó que Heartstone le quitaría las esposas, este le sorprendió con el acto de levantarla y cargarla de forma nupcial aún esposada. Algo que, dada la delicada y liviana constitución de Dulkenhein, no requería demasiado esfuerzo para las firmes manos del rubio.
—¡Richard! ¿Qué estás haciendo...? —cuestionó ella, severamente asustada, mientras intentaba forcejear.
—Completar el secuestro, ¿qué más iba a hacer?
—Esto no era parte del trato, dijiste que no me harías nada...
—Si continúas moviéndote tanto, nos vamos a caer de la escalera y algo me dice que a ti te va a doler más que a mí.
Como la espiral de emociones que su alma acostumbraba a ser, Aisha sintió en retroceso toda aquella negatividad que se había convencido de expulsar. Su corazón bombeaba de tal manera que retumbaba dentro de su mente y estaba convencida de que incluso Heartstone podía notarlo. La posición de este era demasiado acertada como para no percatarse de todos los síntomas que experimentaba su cuerpo ante la ola de pánico e incertidumbre. Tener los ojos vendados solo intensificaba la sugestión y percepción de los demás sentidos, haciéndole dudar de cada paso hacia su destino. Finalmente, lo que le dejó en un estado atónito fue cuando, tras sentir como ascendían a través de otras escaleras diferentes a las del sótano, Richard la dejó caer con amabilidad sobre una superficie cómoda. Pese a su restringida movilidad, cortesía de las esposas en su espalda, Aisha logró rodar hasta incorporarse sobre lo que no tardó en identificar como una cama.
—Richard... por favor...
—Aisha, si no te quedas quieta será más doloroso para ti...
—Por favor... dijiste que no me lastimarías... yo... yo confié en ti —suplicó ella con lágrimas que no alcanzaban sus mejillas tras morir en la venda.
—Y lo agradezco... pero en serio agradecería que te quedes quieta.
El pánico terminó paralizando por completo a Dulkenhein cuando sintió como la mano de Richard sostuvo su brazo tirando suavemente hacia él. Por fracciones de segundo, pudo jurar que su corazón casi se detiene hasta que el silencio entre ambos fue roto por el sonido del cierre de las esposas, tras lo cual la luz volvió a los ojos de la confundida albina cuando Richard le quitó la venda.
—Cielos, es difícil si te mueves tanto. En fin... bienvenida a tu nueva habitación —exclamó el rubio con una notoria sonrisa divertida.
—¿Mi... habitación?
—Vamos, sé que tiene algo de polvo y no es lo más apropiado para tu clase, pero tampoco está tan mal —aseguró él paseando la vista por la estancia—. Ya tendrás la compañía de alguna que otra arañita.
—¡Richard! —exclamó Aisha mientras le lanzaba una de las almohadas junto a ella.
—¿Qué? ¿Esperabas algo más, señorita? —preguntó él con diversión, recogiendo la almohada.
Ante el cuestionamiento, Aisha le observó con una mezcla de molestia y vergüenza que terminó por hacerla sentarse en el borde de la cama, encogiéndose para abrazarse a sí misma. Ahora le costaba respirar y su corazón parecía una campana que no paraba de repiquetear hasta llegar a retorcer su cabeza.
—Criatura... solo fue una broma.
—¡No eres el mejor para hacer bromas!
Richard se quedó callado ante la afirmación, negó con la cabeza y acto seguido se acercó hasta Aisha y la envolvió calidamente entre sus brazos. Pese a su vergüenza inicial, en esta ocasión Dulkenhein correspondió al abrazo con fuerza, intentando esconder su rostro en el pecho del mayor.
—Eres un poquito dramática, ¿no crees...?
—Eso fue cruel...
—El indignado debería ser yo porque pienses así de mí mientras te ayudo.
—Lo siento...
—Y ahora te disculpas... el cuervo es excesivamente consciente del coyote. Creí que esa clase de cosas te gustaban.
—No en esta situación...
—Vale, lo tendré en cuenta.
Richard sonrió y con amabilidad acarició el cabello de Aisha para calmarla mientras ella recuperaba poco a poco el aliento.
—Ahora venga, tengo que seguir con otros quehaceres. Por favor, quédate y espérame aquí. Más tarde te traeré algo para cenar.
—¿A qué te referías con... mi habitación? No entendí eso del todo. —inquirió ella al separarse y recobrar la compostura.
—¿Olvidas que es un secuestro? Si cuando Arthur y Garret lleguen les dicen que te vieron desfilar en libertad, sería muy extraño.
—Sí, bueno, supongo que tienes razón. ¿Entonces sí es un secuestro?
—Ya te dije que no. Solo dime cuando quieras salir y consideraré si puedes. Fuera de eso, estaré trayéndote comidas y meriendas.
—Vale...
—Bien, entonces te veré luego. Siéntete cómoda y recuerda... no salgas de aquí sin mi consentimiento —en esta ocasión, el tono de Richard manifestó otra vez aquella inusual seriedad mientras hablaba—, o recuerda que lo tomaré como traición.
Aisha asintió consternada y vio a Richard marcharse tras recuperar su característica expresión amable. Aún desorientada, confundida y asustada, cerró la puerta para luego acercarse a la ventana, observando cómo él caminaba bajo la lluvia hasta desaparecer entre las calles. Con un suspiro desahogante, Dulkenhein no solo se apartó sino que también caminó hasta la cama de antemano preparada, viendo que esta contaba con un agradable juego de sábanas. Con resignación, se hizo un pequeño ovillo tras abrazar una almohada y se quedó meditando la situación con ciertas dudas en su interior, hasta que el cansancio, producto de las fuertes emociones, la dejó en un profundo sueño.
Aquella definitivamente le resultaba la más amarga Navidad de todas.
Continuará...
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top