Capítulo #.2: Angel de la Guarda.

"Cuidado... los más perversos demonios pueden mostrarte el más angelical de los rostros, pero aún así devorarán tu alma."

-Richard Heartstone.

La calidez del vespertino sol primaveral teñía de tonalidades naranjas el boscoso paisaje de Racon Hills, cuando un joven estudiante de medicina y su bien amada prometida jugaban a las atrapadas entre la arboleda. El amor de ambos resonaba a través de sus risas, profesándose cuantas formas de cariño eran posibles, con el persistente ideal de construir un futuro juntos. Sin embargo, a menudo, los dulces sueños pueden volverse horribles pesadillas, en especial cuando el cruel e impredecible destino tiene planes diferentes.
Mientras la pareja se divertía, la enérgica chica tomó la errónea decisión de intentar escalar un árbol, momento en el que tropezó y cayó desde la rama, con la desdicha de torcerse el cuello en el proceso. Pese a sus esfuerzos e intentos desesperados por ayudar a la dama, no hubo nada que el inexperto médico pudiese hacer para remediarlo y, aún en estado de shock, tampoco pudo hacer nada contra la corte que lo declaró culpable, encerrándolo injustamente en prisión durante dos años a finales de 1896. Parecía poco, en especial para una familia afligida que deseaba encontrar culpable al prometido que jamás fue aceptado. No obstante, no imaginaron que sería suficiente para decolorar su alma hasta un tono monocromático, sembrando una semilla de rencor que crecería hasta florecer en venganza y fructificar en placer.
En 1898, Richard Heartstone fue liberado de prisión por falta de pruebas concluyentes, pero devuelto al mundo de una forma muy diferente a la que llegó. Dos años después de ser contratado en la morgue de Racon Hills, único lugar donde consiguió trabajo tras su historial, se desempeñó como autor intelectual de una serie de asesinatos bajo la firma de R.C.H, todo con el objetivo de vengarse de quienes le abandonaron y condenaron, impidiendo especialmente que se pudiese despedir de su amada prometida, Rachel Evans. Por desgracia para Richard, en 1900, a mitad de sus planes, fue interrumpido por un detective novato que consiguió llegar hasta el hombre con el que se encontraba aliado. Pero antes de que fuese expuesto y pudiesen atraparlo, el joven que se había convertido en un monstruo de angelical rostro, consiguió escapar.

Con la certeza de que sería perseguido a nivel nacional, Richard se desvió de las posibles rutas donde sabía que lo buscarían, optando por esconderse a simple vista en un pequeño pueblo a no más de trescientos kilómetros al sureste de Racon Hills, donde vivió durante tres años bajo la identidad de Maxwell Hughes. No obstante, aquel no fue el final de su recién emprendida obra como asesino, pues con la venganza inicial frustrada, cuatro nuevos nombres se habían unido a su lista, bajo la promesa de que pagarían muy caro por haber interferido. Desde el anonimato, logró orquestar más de una desgracia sobre el grupo de adolescentes que lo había expuesto, en especial sobre Garret Scotlan, el novato detective que se había empeñado en encontrarlo.
Finalmente, en 1903, emigró hacia Rusia, donde, desde inicios de 1904, comenzó a trabajar como un habilidoso doctor del bajo mundo. Allí, consiguió numerosos contactos e información que le proporcionaron importantes avances en su posición. Sin darse mayores lujos, se dedicó al ahorro de todas sus ganancias, previendo la necesidad futura de un considerable efectivo, como la inversión destinada a Lynneg Fedorova, una sicaria rusa a quien contrató para que se encargase del asesinato de Arthuro Knygthe, uno de los jóvenes de Racon Hills cuyos sobornos habían influido en la investigación.
Una vez concluido aquel plazo, se marchó a Francia, donde su objetivo inicial era continuar con algo más de tranquilidad lo que le quedaba de vida, hasta percatarse de sus propias acciones involuntarias. Pese a intentar varias veces dejar de lado la vida delictiva, su mente no lo hizo fácil, pues cazar a sus víctimas para luego asesinarlas se había convertido en un vicio para él. Cuando intentaba abstenerse, pasaba días sin poder trabajar ya que sus manos temblaban, su mente no conseguía concentrarse y se irritaba con facilidad. Además, sus ya persistentes ojeras empeoraban ante la falta de sueño producto de la ansiedad, que aunque intentaba calmar con jarras de café, terminaba volviendo para instigarlo a retomar su, entonces considerado, verdadero oficio. Aún cuando para el perturbado médico parecía una eternidad, lo cierto es que no había pasado demasiado tiempo entre 1906 y 1908, momento en el que para calmarse terminó por desbordar todas sus emociones hasta dejarlas fluir, llevando a cabo al menos cinco o seis asesinatos, que pese a ser sangrientos y brutales, gracias a sus conocimientos logró silenciarlos sin problema. No deseaba ser visto realmente, solo se había convencido de que no podía existir sin hacer esto; necesitaba disfrutar la emoción de ser un cazador premeditado y sentir cómo la sangre bañaba sus manos mientras la adrenalina recorría su cuerpo.
En un principio se enorgullecía de pasar desapercibido, se sentía alguien superior e inalcanzable en comparación a los incompetentes que lo rodeaban, llenándose de una profunda satisfacción. Pese a ello, su perspectiva cambió de forma drástica cuando reflexionó el hecho de que, sin importar su notable destreza, nadie lo recordaría mientras permaneciese en las sombras, o peor aún, si en consecuencia otras personas se atribuían sus logros. No era algo que su orgullo le permitiese, por lo que decidió alzar una vez más su firma, grabando las siglas R.C.H en al menos cuarenta asesinatos visibles, cuyo resultado exhibió como obras de arte a lo largo de Francia entre 1908 y 1909. Con el tiempo, su ego había crecido de forma considerable, dando por seguro que siempre quedaría impune. Motivo por el que quedó sorprendido cuando, a mediados de diciembre, mientras se dirigía a uno de sus refugios, reconoció desde la distancia un femenino rostro de blancos cabellos y frágil constitución.


—¿Aisha...? ¿Me encontró desde Inglaterra? No... no puede ser.

Richard sonrió nervioso ante la distante imagen de la joven, para luego dar la vuelta y ocultarse tras la primera esquina que le fue posible, intentando desde allí pasar desapercibido entre la multitud pero sin perder de vista su reciente descubrimiento. Cuando se despertó en la mañana esperaba un día normal como los que solía tener, donde desayunaría algún postre cálido y recién horneado para luego buscar el mejor café posible antes de marcharse a su autoproclamado trabajo. Con certeza, no formaba parte de sus planes coincidir de forma tan abrupta y sin motivo alguno con el borroso recuerdo que más cerca estuvo de exhibirlo públicamente, por lo que admitió en su interior, que tras diez años de vanidad resultaba emocionante volver a quedar sin palabras durante al menos unos segundos.

—Cálmate... —se dijo a sí mismo respirando hondo—, ella aún no te ha visto. Por el momento, veamos hacia dónde va.

Con la cautela que lo identificaba, acomodó su sombrero y siguió los pasos aterciopelados de color morado, no sin antes asegurarse de mantener una distancia prudente. Llegó así a las afueras del Café Constant, donde vio cómo Aisha se detenía para comprar algunos postres que se sentó a degustar en la terraza del café mientras leía uno de los tantos libros que llevaba. Este curso de acciones y el hecho de verla a solas le resultaron tan extraños a Richard que no conseguía dar con una respuesta rápida ni confiable al dilema, por lo que decidió comprar un periódico y sentarse en una banca cercana al café, desde donde fingió leer mientras vigilaba si Aisha hacía algo más, si algún otro miembro del grupo aparecía o si al menos Arthuro estaba con ella. Tras pasar un rato y acabar el periódico sin ningún acontecimiento llamativo, el rubio se levantó para caminar hacia el café y tomar asiento en este directamente, solo que manteniéndose en el extremo contrario a donde estaba Dulkenhein. Si bien en un principio estaba convencido de que ella lo reconocería pese a los años, ahora no estaba tan convencido de si tan siquiera lo vería. Lo primero que hizo entonces fue pedir un café, ya que definitivamente sentía la imperiosa necesidad de calmarse y organizar sus pensamientos en frío.

—Ella... sola en París... ¿por qué? —se preguntó internamente analizando la situación—. Veamos, si fuera una chica mimada con un novio millonario ¿por qué estaría en París sola? Arthuro no pudo ir al baño y tardar tanto, es ridículo y venir solo a este tipo de lugares resulta hasta triste —con este pensamiento dando vueltas finalmente algo en la mente de Richard hizo click, conectando una idea con otras—. Triste... es realmente... triste —Una sonrisa ansiosa y divertida se formó en la comisura de sus labios mientras observaba a la chica dando organización a sus ideas—. Puede ser, pero no demos nada por sentado. Por ahora... veamos dónde se está quedando.

Cuando comenzaba a caer la noche, con las primeras luces encendidas, Aisha puso pausa a su lectura y esto marcó también el punto en que Heartstone desocupó su asiento. En esos momentos se cuestionaba el motivo de la albina para estar sentada todo el día en aquel lugar. Él en lo personal tenía las piernas dormidas y podía afirmar con certeza haber tomado al menos veinte tazas de café. Aun así estiró su cuerpo al salir y retomando la misma discreción de antes, acomodó su ropa y su sombrero dispuesto a continuar el seguimiento de la joven inglesa, hasta dar con el lugar en el que se estuviese quedando.

—Venga, una chica como ella solo podría ir a uno de ocho posibles hoteles, de ello estoy seguro... el problema es cuál —meditó intentando adivinar la dirección de los pasos que seguía—. Aunque existe la posibilidad de que se comprase una casa aquí en París y realmente Arthur esté trabajando mientras ella pasea... pero eso no suena como algo que haría Aisha. Recuerdo que coincidía conmigo respecto a cuán molesta es la excesiva interacción social —afirmó para sí mismo rememorando las largas conversaciones que había tenido diez años atrás con una Aisha de apenas quince años.

Lo cierto es que le había resultado molesta la intervención de lo que consideraba un grupo de niños y algo peor era tener que lidiar con ellos en su área de trabajo o soportar los intentos de interrogatorio. En especial, la pequeña albina de ingenua imagen en ocasiones aparentaba tener una mente más perspicaz que podía también volverse insensible con preguntas de todo tipo, incluidas alguna que otra personal, haciéndole perder la paciencia y pedirle amablemente que se retirase. Sin embargo, en la actualidad recordaba la situación con bastante agrado y simpatía hacia Dulkenhein, con una mezcla de reconocimiento a su astucia y al mismo tiempo pena ante su situación emocional.
Basado así en sus conjeturas, Richard caminó hasta Lutetia dándole vueltas a las posibles ideas y tras disipar su curiosidad se encaminó al sureste de la ciudad.
Desde que había retomado el dominio de su firma como R.C.H en París, se había hecho con varios contactos que terminaron involucrándolo en una amplia gama de negocios ilegales, como la venta de sustancias, la trata de personas, las corrupciones políticas y la compraventa de información. Siendo esta última su punto fuerte gracias a su tiempo en Rusia y Alemania, los cuales le habían proporcionado las vías para los intercambios de conocimiento aliado y enemigo. Los políticos vieron la oportunidad de conocer más acerca de las condiciones de Alemania ante la tensión causada por la creciente carrera armamentista junto con la triple alianza que llevaban a cabo en esos momentos, por lo que Richard había sido considerado un informante valioso cuya recompensa siempre incluía muchas ayudas legales o permisos especiales. Entre estos beneficios obtenidos, figuraba uno al que consideraba tan cercano como útil y oportuno, siendo este Takashi Satou, un inmigrante japonés de unos veintisiete años, el cual ocupaba un rol cómplice en la mayoría de asesinatos, además de también ser su entonces único amigo.

—Bienvenido, English —saludó el joven con un notorio acento oriental cuando le abrió la puerta a Richard.
—El asunto de hoy es bastante simple, Black —afirmó por su parte Richard de forma tajante mientras entraba y se sentaba en el recibidor.
—Agh~... siempre tan al grano.
—No me gusta extender detalles innecesarios en cualquier parte. Las paredes pueden tener oídos, y lo sabes.
—Lo que tú digas, señor paranoico —le acusó este de forma sarcástica tomando asiento junto a Richard—. ¿Será lo mismo de las otras veces?
—Sí, es lo mismo. El lugar será el Hotel Lutetia, aunque no estoy seguro de la habitación.
—Bien, ¿y cómo se ve? ¿Cómo se llama y qué referencias puedo tener?
—Referencias ninguna, no necesito ni quiero que interactúes con ella. Su nombre es Aisha Dulkenhein; te será bastante fácil de reconocer ya que tiene el cabello blanco y siempre viste de morado.
—¿Buscamos a una abuela...? —preguntó curioso acomodándose los lentes—. ¿Por qué alguien se viste solo de un color? ¿No tiene más ropa o hizo uno de esos votos de castidad?
—En términos simples de persona adinerada, porque quiere y porque puede —argumentó Richard torciendo la mirada ante la distracción—. Respondiendo a tu otra pregunta, no, no es una anciana, todo lo contrario. Mide aproximadamente uno cincuenta y pesa alrededor de cuarenta y ocho kilos.
—¿Buscamos a una niña...?
—Casi —afirmó Richard esta vez con una sonrisa—, pero no, es una mujer; solo que está enferma y eso hace que parezca pequeña y débil.
—Ya veo... bueno, supongo que mañana empezaré con ello.
—Quiero que lo hagas antes de la salida del sol, al menos hasta que tengas un horario fijo —le exigió Heartstone con un perfil de suma seriedad—. Además, en esta ocasión, necesito todos los detalles posibles, no omitas nada y ten en cuenta que esto tiene prioridad.
—¿Eso a qué se debe...? —inquirió el japonés arqueando una ceja ante la poco habitual petición.
—Eso... no tienes que saberlo —declaró Richard con la amabilidad de su juguetona sonrisa.

Black solo se encogió de hombros asumiendo que English, como gustaba de llamar a Richard, no le respondería.

—Supongo que la paga aumenta.
—Claro, soy alguien justo. Te pediría ir desde ahora, pero no tiene mucho caso hacerlo.
—Vaya... parece un caso especial. Me pregunto por qué tan atento el día de hoy.
—Por otro lado, necesito que averigües algunas cosas extras lo antes posible —continuó Richard ignorando por completo a Black.
—Y me ignoras... irónicamente luego de llegar bastante tarde y no haberte presentado en Sacré-Cœur en todo el día. Estuve esperando, ¿sabes?
—Quiero saber qué día llegó Aisha a París y también si están en París Arthuro Knygthe, Archer Onil o Garret Scotlan.
—En fin... lamento decírtelo, pero no existe regulación de paso a París con nombre y apellido, además de que la vía de ingreso influye mucho.
—Entonces, de entrada a Francia en general, especialmente desde el norte, mediante los puertos o vía de trenes.
—¿Sabes que esto tomará tiempo, verdad?
—Una semana...
—No creo que tome menos de veinte días —afirmó Black negando con la cabeza.
—Que sean doce...
—Me esforzaré...
—Bien, entonces me retiro. Eso es todo por ahora.
—¿Ya? ¿Tan pronto? Pero si acabas de llegar —bromeó Black ante la prisa de Richard—. ¿No quieres quedarte un poco?
—¿Tienes un buen café que me tiente?
—¿Café? Sí. ¿Bueno lo que se dice bueno para ti? No.
—Entonces no. Buenas noches, Black.
—Como quieras, English, buenas noches.

Richard se despidió del japonés y, por una vez, caminó con prisa hasta su hogar. En su interior sentía revolotear una mezcla de emociones que desde antaño no recordaba disfrutar. La ansiedad, la emoción, el suspenso ante las posibilidades, todo era un lienzo en blanco donde plasmar una exquisita obra de arte. Ya fuese a su favor o en su contra, deseaba obtener toda la información que necesitaba y poder pensar con más profundidad, darle más detalles, decidir qué líneas trazar con su diestro pincel metálico.
Sin lugar a dudas, aquella noche no pudo apreciar la gentil visita de un sueño reparador, algo en lo que beber varias tazas de café a cortos intervalos de tiempo tampoco ayudó, empeorando sus ojeras a la mañana siguiente y todas las consiguientes a esa.
Por lo general, Richard y Black se reunían entre una y dos veces a la semana para debatir sus movimientos o estrategias, pero en esta ocasión el inglés tenía la ociosa necesidad de saber cuántos detalles fuesen posibles, por lo que las reuniones comenzaron a tener lugar todos los días, tiempo en el que de cierta forma no pudo estarse quieto, por lo que cambiaba su paradero cada dos o tres días. Tampoco prestó atención a ninguno de sus otros planes, dedicándose a esperar durante horas los informes de Black. Pese a tener ideas en su mente, le intrigaba e incomodaba no conocer la situación de forma minuciosa, negándose a sacar conclusiones apresuradas.
Luego de una larga espera durante casi doce días, Black finalmente le confirmó que la joven Dulkenhein se encontraba a solas en París y confirmó también las sospechas de Richard cuando le entregó una carta de la joven que había conseguido interceptar.

—Agh~... esto es más decepcionante de lo que pensé —afirmó Richard al terminar de leer la carta—. A veces buscas ayudar a alguien y... terminas haciendo todo lo contrario.
—¿Me hablarás un poco esta vez sobre el tema? —preguntó Black, sentado sobre el escritorio frente a Richard tras verlo estrujar y aventar el papel—. Insisto en que pareces muy interesado en esta... elegante señorita.
—¿Te suena el nombre de Garret Scotlan?
—¿El detective inglés del que me hablaste y que hasta el sol de hoy sigue con ganas de encontrarte? ¿Qué tiene que ver en esto?
—Aisha Dulkenhein es... o era, la prometida de Arthuro Knygthe, el mejor amigo de Garret. Cuando comencé a ejercer mi... hermosa profesión en Racon Hills, fue también cuando Garret comenzó su aspiración por ser detective. En ese tiempo, él, Arthuro y su otro amigo Archer jugaban a los policías intentando encontrar al misterioso asesino R.C.H. Junto a ellos estaba ella, como una pequeña sombra que solo seguía a su prometido a todas partes. Al principio me resultaba exasperante, especialmente porque era la más curiosa del grupo. Conseguir acceder a la morgue, a conocimientos y experiencias, para ella era más interesante que buscar a un asesino, así que le sacó cuanto provecho pudo, haciéndome todo tipo de preguntas molestas y personales. Sin embargo, pese a que la imaginé como una mimada de clase alta, me sorprendió el nivel de su perspicacia...
—¿No me dirás que ella te descubrió... verdad? —preguntó Black de forma escéptica.
—En efecto —respondió Richard con una sonrisa infantil y divertida—. E incluso lo comentó con sus amigos, pero no fue algo a lo que le prestasen mucha atención. Yo era un don nadie sin importancia... excepto para ella, que comenzó a buscarme con más frecuencia.
—¿Sabiendo que eras un asesino? O bueno, mejor dicho, ¿sospechándolo? —preguntó Black incrédulo.
—Pues sí, solía sobornarme con café a cambio de mi atención. Fue entonces que me di cuenta de que ella, en específico, tenía un severo problema social, incluso peor que el mío...
—Se nota y por mucho. Nunca entenderé a la clase alta. Cuanto más dinero tienen, más igborantes se vuelven.
—Ella no era tan desubicada. Nunca me buscaba fuera de la morgue... y casi nunca estaba del todo sola. Incluso, aún creo que de haber recibido algo de educación básica escolar, ella podría ser alguien muy interesante.
—Creí que aquí las niñas también estaban ya en este proceso de poder asistir a la escuela y aprender ciencias básicas —comentó Black acomodándose los lentes mientras se bajaba del escritorio y caminaba a la cocina para preparar un té.
—Sí, lo están. Pero Dulkenhein tuvo mala suerte. Su madre padecía hipotiroidismo, por lo que falleció durante el parto. El alcalde se quedó muy afligido y atormentado con la muerte de su esposa y poco después... ¡tan tan! descubre que su hija padece la misma enfermedad de forma congénita —continuó explicando Richard mientras pintaba garabatos sobre una hoja.
—Por supuesto, la sobreprotección vino detrás de todo eso. ¿Te interesaste en el caso? Pareces saber al respecto...
—Soy médico, la condición de Aisha llamó mi atención a nivel profesional, pero no había nada que pudiese hacer. Sin medicina, ella probablemente muera joven... Para cuando se la administraron y de la forma poco controlada en que lo hicieron, no consiguieron muchos resultados más allá de salvar su intelecto y su conciencia. Desde entonces, es una mujer que parece una niña frágil y débil, como una flor de cristal... que se romperá si la tocas. Al menos, eso pensaban todos a su alrededor, por lo que Aisha se sentía infravalorada y subestimada, motivo por el que evita los amplios círculos sociales.
—Empiezo a pensar que te agrada más el parentesco que otra cosa...
—Quizás... quizás no...
—Pero a toda esta, ¿por qué exactamente interferiste?
—Ya te dije, me agradó su espontánea personalidad. Si fuese alguien más... normal y libre, creo que ella sería una buena mujer. Así que quise liberar al ave indefensa de su jaula dorada. Organicé el asesinato de su padre, el principal problema... supuse que se casaría con Arthuro Knygthe, un desganado de la vida asquerosamente rico y cuando todo eso estuviese también a su nombre... —Richard sonrió y juntó sus dedos señalando hacia Black mientras simulaba un arma—, ¡pum! un tiro a la cabeza del segundo problemático y listo. Dulkenhein quedaba libre de las cadenas que la ataban y asquerosamente rica, para poder irse a cumplir su sueño de ver el mundo. Una obra... totalmente poética.
—A veces me convenzo de que tú estás enfermo, English. ¿Qué parte de que tu familia muera por completo te parece poético?
—Dulkenhein no sentía ningún apego emocional por su padre, Black, solo era... su padre. Mientras, Arthuro es para ella una enfermedad, un cáncer que limita sus capacidades y la asesina poco a poco.
—Sigue siendo el tipo que, según tú, le mueve la vida. ¿Por qué ella sería feliz después de eso? —Black regresó con dos tazas de té y las dejó sobre el escritorio en el que estaba sentado antes, sentándose esta vez junto a Richard.
—Porque es lo que él querría... así funciona la mente de Dulkenhein, alguien capaz de cualquier cosa por su amor. Si difícil es morir por alguien, más difícil es vivir por alguien, ella consideraría que se lo debía a Arthuro. Pero yo tuve que confiar en una mujer para el trabajo... la cual además no estuvo a la altura de las expectativas, maldición... —se autorreprochó Richard observando la taza de té mientras se frotaba el puente de la nariz, meditando inconforme la situación actual—. A este paso, lo más seguro es que Dulkenhein esté sufriendo por el cretino de Knygthe y probablemente, si continúa así, se suicide.
—Vaya... —bromeó el japonés un tanto divertido y risueño—, eso sí que es sentir como el tiro te sale por la culata...
—A mí no me hace gracia. Pero supongo que ya pensaré en algo, por ahora tú solo sigue vigilándola...
—Esta es la parte... en la que me preocupo por nuestro futuro y pienso en que esto podría ser problemático.
—No, descuida —afirmó Richard terminando su taza de té para luego ponerse de pie y acomodarse el abrigo—. Todo estará bien, si no encuentro una opción viable... yo mismo inmortalizaré su belleza, antes de que ella la destruya.

Sin más explicaciones, Richard caminó hasta la puerta y con un ademán de su mano se despidió de Black, quien, confuso y preocupado, optó por solo encogerse de hombros. Conocía a Richard desde Alemania y sabía bien que era en vano intentar entenderlo; sus acciones siempre tenían motivos, pero raramente estos motivos eran a la vez en verdad razonables.
Tras meditar la situación durante un par de días, finalmente Richard llegó a una idea concluyente, donde asumió que para ayudar a Dulkenhein debía primero someterla por completo a la tristeza. Ser él quien provocase la situación desencadenante, única forma de tener todo controlado y entonces emerger desde las sombras en el momento oportuno para llevarla a su lado. Consideraba que Aisha era inteligente, pero en su estado actual también le parecía demasiado predecible, en especial porque se visualizaba a sí mismo en su juventud y podía sentir cómo la tristeza le carcomía el alma. Fue así que, tras asegurar los establecimientos que Aisha frecuentaba, Richard comenzó a mover su cadena de contactos con el objetivo de organizar algo que consideró cruel, inaudito y macabro: un Festival del Amor Navideño. Sin tener la necesidad de mover más que sus manos para redactar algunas cartas, no tardó en conseguir que la ciudad organizase el festival, llenando todo de colores, romance y amor, con parejas recibiendo descuentos de todo tipo o atenciones especiales. Era en momentos así donde estaba agradecido de que la corrupción política fuese tan fácil pero efectiva, dejándose ocultar bajo una simple alfombra de billetes o referencias de movimientos clandestinos.

—Agh~... siento que hoy necesitaré más de una cafetera —afirmó Richard para sí mismo mientras tomaba asiento en el Le Jule Verne.
—Bienvenido, señor... —saludó con coquetería una de las camareras acercándose para pedir su orden—. ¿Desea algo?
—Por el momento solo un café.
—¿Solo un café...?
—Sí, con eso está bien.

La camarera asintió un tanto confusa y se dispuso a buscar el café mientras Richard enfocaba a su objetivo. Los tres días que había planeado para el festival decidió dejárselos libres a Black y vigilar personalmente a Dulkenhein. Internamente, se sentía muy emocionado a la par de nervioso, viendo cómo su plan avanzaba tal como él deseaba. El día anterior había confirmado de primera mano los estragos emocionales que su festival había causado en Aisha y ahora que estaban en vísperas de Navidad, sentía que era el momento indicado para la señal que esperaba.

—Siendo ella como es... si fuese a escoger un día para dar un paso, sería claramente hoy y qué lugar más romántico que la Torre Eiffel —meditó Richard, jugando con el más pequeño de los cubiertos—. Al menos siendo una persona triste, logra ser en exceso predecible. Eso viene bien cuando tienes este trabajo... Pero no puedo permitir eso, Dulkenhein —murmuró ahora dibujando una leve pero torcida sonrisa—. Una muerte cuyo sarcófago deba estar cerrado e irreconocible, es un desperdicio y una ofensa hacia ti misma. No tiene arte, no tiene belleza alguna.
—Su café, señor —indicó la camarera aún sonriendo con galantería—. ¿Decidió algo más?
—No, el café está bien. Gracias.
—¿Está seguro? Si me permite el consejo, beber solo café es malo para la salud.
—Agradezco el consejo —aseguró Richard observando ahora detenidamente a la camarera—, pero aun así solo tomaré el café. Sabe bien y me place degustarlo con calma...
—Si insiste...

La camarera se retiró, dejando a Richard un tanto molesto, pero de vuelta solo con sus pensamientos.

—Entonces... en lo que estaba, me pregunto qué debería hacer una vez hable con ella —se cuestionó en su mente con una sonrisa—. Vaya, me siento adolescente. Por otro lado, ahora que lo pienso, quizás puedo sacar aún más provecho de esto... Si la convenzo de algo interesante, podría traer a Garret hasta París y claro, Arthuro vendrá también. Volveríamos a jugar al gato y al ratón, tal como empezamos, suena realmente divertido. Garret... ya estuviste muy cerca de atraparme una vez, ¿puedes volver a estarlo? En ese entonces yo era un novato... pero tú también, así que... te daré el beneficio de la duda.

Nadie alrededor de Richard podría adivinar sus pensamientos si solo analizasen su rostro. Pues disfrutaba tanto de sus planes que no pudo evitar sonreír tras beber el café mientras meditaba el abanico de posibilidades. Pero no era una sonrisa maliciosa, ni atrevida o perversa; Richard no tenía ese tipo de emociones. Aquella era una sonrisa sincera, genuina e inocente, como la de un niño ilusionado, siendo con exactitud cómo él se sentía.

—Definitivamente... esto será muy divertido.

Continuará...

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