Capítulo #.1: En Blanco y Negro.

"A veces el dolor y el despecho te ciegan, no te dejan ver el monstruo en quién confias..."

-Aisha Dulkenhein.

Tras la devastadora infidelidad de Arthur y el doloroso enfrentamiento que tuvieron, Aisha decidió dejar atrás todo cuanto le causaba sufrimiento, pues no lograba estar en ningún lugar sin que los recuerdos de Arthur o las miradas inquisitivas de las personas la atormentasen. Así, en la oscura y fría noche del 24 de noviembre, tras despedirse solamente de su mucama, Aisha partió rumbo a París. Durante la travesía, la mayor parte del tiempo su mente estuvo ausente, distante y perdida en la amplitud del paisaje que observaba por la ventanilla del vagón. A su memoria acudieron todos los momentos junto a Arthur, con una intensidad que a su corazón le resultaba abrumadora. El sonido del tren en marcha parecía el eco lejano de sus risas compartidas, las luces parpadeantes en los túneles se asemejaban a las noches en que bailaban bajo las estrellas. Cada escena que se deslizaba por la ventanilla era un fragmento de su amor perdido, desde paseos alegres en tren hasta las dulces noches de baile en su residencia. Enajenada del mundo, sus lágrimas se deslizaban en silencio al ritmo de su tenue palpitar, adolorido por las punzadas que le causaban sus propios miedos. Siempre había considerado que era desenfadada, pero nunca había abandonado su elegancia o educación, tratando de ser la mejor hija y novia posible. Sin embargo, a Arthur no le importó traicionarla, como si no la valorase en absoluto como futura esposa o como mujer.

—¿Si no era para estar a su lado... entonces para qué estoy en este mundo?

Finalmente, el tren llegó a su destino en París la mañana del 25 de noviembre, dejando a la joven Aisha en la estación de Champ de Mars-Tour Eiffel. Al principio intentó contemplar las maravillas que la ciudad de las luces tenía para ofrecer, pero su vista siempre terminaba posada sobre alguna pareja, sobre gente alegre o vestidos llamativos, y terminaba observando el suelo. Si bien al comienzo imaginó la ciudad como un pacífico y elegante refugio donde buscar un nuevo comienzo, ahora todo se le antojaba frío y ajeno, sintiendo la extraña sensación de ser juzgada por todas las miradas. El bullicio de las personas acentuaba su soledad mientras que su mente le insistía en que aquel mar de gente tenía los ojos clavados en ella, escrutando sus gestos, sus actos, sus expresiones y probablemente criticándola en voz baja, hablando a sus espaldas de sus defectos, de su imagen y de su patética condición.
A pesar de no poder estar más lejos de la realidad, Aisha apresuró el paso cuanto pudo a la par de mantener su mirada en el suelo, hasta que en cierto punto tuvo que detenerse para buscar soporte en la pared de un edificio cercano, pues sentía su cuerpo al borde del colapso, mientras, su mente seguía desvariando y haciéndole desear gritar por ayuda. No obstante, la joven albina logró respirar profundamente hasta poner en orden sus pensamientos, recobrando la lucidez justo a tiempo.

—Buenas tardes, señorita —le saludó con un evidente acento francés una joven de dorados cabellos—. Disculpe mi atrevimiento, pero no he podido evitar notar que parece un poco cansada. ¿Se encuentra bien? ¿Puedo ofrecerle alguna ayuda?
—Buenas tardes... —tartamudeó Aisha, recobrando la compostura—. Es usted muy amable, pero no tiene por qué preocuparse, solo he... tenido un día agotador y al parecer necesitaba descansar un momento. Me he sentido un poco mareada, pero ya estoy mejor.
—Entiendo, aun así, ¿no le gustaría que la acompañe hasta una banca?
—No, descuide, en verdad me encuentro mejor. Lo cierto es... que me he preocupado un poco porque pensé que me había perdido, pero si fuese tan amable de indicarme en qué dirección se encuentra el Hotel Lutetia, le estaría sumamente agradecida.
—¿El Hotel Lutetia...? Realmente está un poco lejos, le recomiendo tomar un carruaje, señorita. De esa forma serían solo unos veinte minutos.
—¿Tan lejos está? Vaya, gracias por su consejo. En verdad se lo agradezco mucho.
—No hay nada que agradecer, por favor, tenga mucho cuidado y no se sobreexija tanto. Las señoritas debemos mantener el aire en los pulmones, o estos corsés nos harán desmayar —bromeó la joven francesa, sonriendo entre sus pecas.

—Así lo haré, muchas gracias.

La mujer se despidió de Aisha, y esta, luego de observar en todas las direcciones mientras acomodaba su vestido, suspiró para darse ánimos y buscar otro carruaje de alquiler. Tal como la dama de cabellos rubios le había mencionado, el trayecto resultó verdaderamente largo si se consideraba recorrerlo caminando; sin embargo, en el carruaje Aisha supuso de forma acertada que fue apenas un cuarto de hora.
El lujoso hotel al que llegó resultó casi a totalidad de su agrado, pues pese a la distancia tenía instalaciones elegantes y llamativas, sin resultar escandalosas. Su habitación estaba posicionada de forma tal que, a pesar de la distancia, podía contemplar a lo lejos la silueta de la Torre Eiffel con tan solo salir al ventanal, haciendo que el nuevo entorno le resultase reconfortante y aislado, como un refugio en medio de la tormenta. Sin embargo, al observar la ciudad desde el balcón de su habitación, dejó de concentrarse en la Torre Eiffel para contemplar la multitud de personas que iban y venían. Sintió un terrible escalofrío en su interior que la obligó a entrar en la habitación y lanzarse sobre la cama. Ese día durmió durante horas, esquivando la realidad que la rodeaba. Por la noche, apenas cruzó palabras con los empleados y pidió cenar en su habitación para no tener que compartir el comedor con los demás huéspedes del hotel. Durante varios días, aquel comportamiento se volvió rutina, disminuyendo incluso la cantidad de alimento que la joven ingería. La soledad de aquellas paredes atraía los vestigios de sus recuerdos como un cadáver descompuesto atrae a las aves de rapiña. El sueño era constante y a la vez difícil, haciéndola alucinar en ocasiones o despertarse con sudoraciones frías. Pasaron al menos dos semanas hasta que finalmente decidió salir de su habitación, algo que en verdad le parecía una hazaña, pues temía la opinión del mundo al verla más lamentable de lo que ya era. En un intento vano de no llamar la atención, caminó por las calles de París, paseó por los jardines de Luxemburgo, observó los barcos en el Sena y se perdió más de una vez entre las librerías. Pero todo resultaba abstracto, la belleza de la ciudad no lograba mitigar su dolor. Cada esquina parecía susurrarle los recuerdos de Arthur, y cada calle empedrada resonaba con el eco de sus pasos ausentes. Fue entonces cuando se convenció de que el vacío que Arthur había dejado en su vida era demasiado grande para llenarlo con distracciones pasajeras.

—Me siento tan mal... —susurró Aisha a sí misma frente al espejo de su habitación—. Tan sola. Este lugar en verdad es hermoso, ¡pero estoy aquí sola! ¿De qué me sirve? ¿De qué me sirve todo si no lo tengo? ¿A quién quiero engañar?

Con lágrimas en los ojos que corrían por sus mejillas, Aisha se cuestionaba frente al espejo sus actos mientras retiraba su cálido maquillaje y joyas.

—Arthur... por favor, lo siento. En verdad lo siento. Por favor... ven a buscarme. Estoy aquí... te estaré esperando... ¡Sí! Eso haré, te escribiré una carta y vendrás a buscarme a París, me pedirás perdón... y nos reconciliaremos bajo la Torre Eiffel. Definitivamente, eso... eso es una buena idea.


Autocompadeciendose a sí misma, con una fe plagada de engañosa esperanza, Aisha dedicó toda aquella tarde a redactar y escribir una carta que considerar perfecta para Arthur...

"Querido Arthur:

Quizás, y solo quizás, puede que me sobrepasase un poco la última vez que nos encontramos. Ciertamente te castigué de forma algo severa por tu infidelidad, pero debes admitir que es tu culpa por faltar a tu palabra. Sin embargo, mi considerado y amoroso corazón está dispuesto a darte una oportunidad más, pero para que eso suceda debes venir a buscarme. Claramente, como el caballero que eres, debes llegar con un ramo de hermosas rosas blancas, ya sabes, esas que tanto me gustan, y con mi anillo definitivo de matrimonio. Si lo haces, es posible que reconsidere aceptar tu amor nuevamente. ¿Dónde estoy? Pues en el lugar más romántico del mundo para orquestar nuestro reencuentro. Te estaré esperando en el restaurante Le Jules Verne.

Con consideración y siempre tuya,

-Aisha Dulkenhein."

Con la convicción y fantasía de imaginar a su amado Arthur aparecer en medio de París como un príncipe azul cumpliendo sus caprichos, Aisha selló la carta para luego entregarla en el correo. Ahora caminaba entre las calles y multitudes con una alegría inigualable a la tristeza de las anteriores semanas, ignorando incluso las miradas más indiscretas a su alrededor. A la mañana siguiente se arregló de pies a cabeza de la forma más hermosa que pudo y se encaminó a una librería cercana. Allí compró varios libros no muy extensos y, tras guardarlos en su pequeño bolso de mano, caminó hasta la Torre Eiffel para tomar asiento en una de las mesas del prestigioso restaurante en el mirador de esta. Entre una comida y otra, el tiempo se pasaba volando mientras leía las delgadas páginas de cada tomo, hasta que al caer la noche regresó al hotel, ahogando varios suspiros.
Como un junco inquebrantable, a la mañana siguiente repitió todo el proceso, exceptuando la compra de libros pues ya contaba con estos. Tras otra noche sin resultados, dio inicio a lo que casi podría considerarse un ritual durante varias semanas. Desde su lugar en el restaurante, Aisha observaba su alrededor de vez en cuando con emoción, como alguien ansioso por ser espectador de un momento genuino e inigualable. No obstante, en algunas ocasiones, los pensamientos de Aisha divagaban y ella se negaba a sí misma la posibilidad de que realmente Arthur fuese a buscarla. Se cuestionaba si había escogido las palabras correctas o si aquel hombre aún la amaba lo suficiente como para viajar kilómetros con tal de disfrutar una vez más de su compañía. Aun así, la esperanza persistió como un guía a través de los fríos días que cada vez parecían más largos ante la llegada del invierno.
Fue entonces que, una cruel burla de la vida, nubló la mente de la emocionada mujer, pues no existe muralla impenetrable y, como si se tratase de una broma hacíasu persona, el día antes de Nochebuena tuvo lugar un curioso festival que llamó la atención de Aisha. Entre las calles, la mayoría desfilaba en parejas que intercambiaban besos y abrazos, mientras que los restaurantes y mercados ofrecían ofertas a quienes se presentaban con sus seres más queridos. Como si intentase justificarse a sí misma, afirmó en su mente que Arthur iría a buscarla el día de Navidad, para hacer su declaración aún más romántica, asegurándose de que lo perdonaría ante tan brillante idea.
Finalmente llegó la mañana de la ansiada víspera navideña, aquel momento por el que Aisha sentía que había esperado tanto. Más que nunca se vistió de forma encantadora e hizo uso de sus mejores maquillajes y joyas, hasta parecer una pequeña muñeca de porcelana. Con aquella radiante imagen se sentó, como era habitual, en el mirador de Le Jules Verne, y esperó durante todo el día. Para su desgracia, las horas avanzaban crueles, solitarias y frías, sin dejar ver ni rastro de Arthur. Llegada la noche, Aisha sintió como su quebrado corazón comenzaba a convertirse en pequeñas astillas que le obligaban a permanecer en aquella silla, pues levantarse representaba un futuro completamente desconocido e incierto. No obstante, obligada por su imagen y decoro, cuando llegó la hora de cerrar, Aisha se retiró del restaurante, observando desde el mirador la vista nocturna de la ciudad. Fue entonces cuando comprendió aquella verdad que se había negado desde su llegada, y cómo la ciudad ante ella era un reflejo de sí misma. Todo parecía hermoso en apariencia, pero se encontraba profundamente ensombrecida por la tristeza. Ni siquiera la ciudad de la luz podía iluminar el oscuro rincón de su corazón donde la depresión había echado raíces.

—Padre mío, tenías tanta razón... este mundo es horrible, cruel y solitario. Yo jamás sería alguien por mi cuenta. Arthur... he llegado a este punto en el que realmente... realmente ni siquiera tú podrías amarme. Incluso tú te hartaste de mí y me dejaste a mi suerte. ¿Por qué? ¿Por qué todos a los que aprecio terminan por abandonarme...? Dios, ¿por qué? Siempre seguí tus reglas, he sido una buena chica, amable, cortés y elegante. ¡¿Entonces por qué me castigas con esta soledad?!

Aisha reprimió las ganas de llorar y gritar su frustración a los cuatro vientos. Sus manos se aferraron al barandal con fuerza, y las gruesas lágrimas humedecieron todo a su paso, desde las mejillas hasta el vestido. El frío viento acarició su rostro, haciéndole sentir que la brisa la envolvía, invitándola a continuar, a ponerse de puntillas y alcanzar aquel cielo estrellado que reflejaba sus felices memorias, donde creía que estaría en paz, junto a su madre y su padre. Un lugar sin dolor, donde no sufriría más traiciones.

—Créeme, pequeña Aisha, no hay encanto alguno en un ataúd cerrado. Tu efímera belleza es demasiado frágil y delicada para una muerte tan poco poética...

Los negros botines de Aisha ya estaban de puntillas en el borde del barandal, dispuestos a precipitarse hacia el vacío, cuando dos firmes manos se posaron sobre las suyas, sosteniéndola en un delicado abrazo. Al principio, Aisha pensó que sería Arthur, que el cielo había respondido a sus plegarias y, aunque tarde, el joven había decidido buscarla. Pero la ronca y melosa voz le resultaba completamente desconocida, lo que la hizo voltear con prisa para observarlo.

—Disculpa... ¿nos conocemos? —preguntó Aisha con cierto temor en su voz.
—Algo así... —respondió el hombre de rubios cabellos mientras sacaba un pañuelo de su bolsillo y se lo extendía a Aisha—. Justo ahora se podría decir que soy tu ángel de la guarda.
—¿Mi... ángel... de la guarda? —Aisha no entendía muy bien la situación, pero al ver el pañuelo no dudó en tomarlo avergonzada y voltear su rostro para secar tanto las lágrimas como el desastre que estas habían hecho con su maquillaje.
—Sí, ya sabes, ese ángel que te vigila todo el tiempo y te sigue a todas partes —bromeó el hombre mientras se acercaba a Aisha y ponía las manos en sus hombros—. Descuida, está bien llorar, incluso para una dama. En especial si está sufriendo...

Las palabras del desconocido llegaron con una violenta fuerza hasta Aisha, haciéndole encoger en el lugar ante el golpe de realidad que representaban. Ya no entendía nada a su alrededor, sentía el mayor miedo que alguna vez había sentido, no sabía qué hacer o a quién pedir ayuda, al punto de incluso considerar la muerte una ruta de escape. Se sintió tan inferior y miserable en ese momento que volvió a manchar sus ya limpias mejillas con nuevas lágrimas.

—¿Señorita, se encuentra usted bien?

Entre un suspiro y otro apenas logró reaccionar al notar que ante ella se encontraba un guardia de seguridad que le apuntaba con una linterna. Sin embargo, antes de que pudiese contestar, el desconocido se detuvo a su lado, colocando una mano sobre su hombro de forma protectora.

—Buenas noches, oficial, todo se encuentra bien. Me he tardado demasiado en esta noche tan importante, y mi querida dama se ha emocionado en consecuencia.
—Oh, le comprendo, aun así, una joven señorita debería poder enviarlo a prisión por semejante ofensa, caballero. Llegar tarde a la cena de Navidad, mi esposa probablemente me estaría esperando con malas represalias —bromeó el guardia de seguridad al percibir de inofensiva la situación—. En cualquier caso, como dije, entiendo vuestro caso, pero si aceptan el consejo, se hace un poco tarde, deberían terminar de pasar la noche en un lugar más cálido y seguro.
—Comprendo, gracias, señor. Siendo el caso, querida, ¿no crees que deberíamos retirarnos?

Aisha no articuló palabra alguna, pero asintió levemente mientras observaba el suelo. No estaba segura de lo que estaba sucediendo, pero en su interior sentía que acababa de ser rescatada de algo siniestro. Recapacitó sobre sus acciones y observó la altura de reojo sintiendo un pánico que le hizo aferrarse al inmaculado abrigo del sujeto.

—Entonces, dicho esto, tenga buenas noches, oficial. Gracias por su preocupación y tenga feliz Navidad —comentó el hombre mientras caminaba a las escaleras sosteniendo el brazo de Aisha.
—Buenas noches para ambos y feliz Navidad.
—Feliz... Navidad.

Las palabras de Aisha escaparon como un leve susurro apenas audible que al guardia incluso le resultaron adorables. Pese a la creciente curiosidad de quién era su acompañante, Aisha lo siguió en silencio, cuestionándose si en aquel momento podía haber un destino peor que su sufrimiento interno. El hombre tampoco articuló más palabras, como si respetase el cómodo silencio que existía entre ambos. Tras vagar por las calles aún repletas de transeúntes que disfrutaban las celebraciones nocturnas, el autoproclamado ángel se acercó a la puerta de un café frente al que pasaban, invitando a Aisha a que le acompañase.

—¿No quieres comer algo? Estoy seguro de que estaremos más cómodos aquí.

Una vez más, Aisha asintió sin formar ninguna otra expresión. En cambio, le llamaba la atención que aquel hombre no solo le hubiese llamado por su nombre, sino que también se mostrase amable y actuase como si en verdad supiese lo que pasaba por su mente. No habían vuelto a hablar sobre el tema, pero ella sabía que su reacción fue más que suficiente para confirmar sus palabras.

—Esto... pese a que agradezco vuestra ayuda —expresó Aisha en voz baja tras tomar asiento—, en verdad me gustaría conocer vuestra identidad, misterioso caballero.
—Ya te lo he dicho —afirmó el hombre con una amable sonrisa al extender el menú—, soy tu ángel de la guarda.

Aisha frunció el ceño brevemente mientras tomaba el menú para leerlo y hacer su pedido. Mientras esperaban, lo observó detenidamente, aprovechando la claridad de la luz, pues antes, bajo la oscuridad de la noche, no había podido distinguir bien sus facciones. Se dio cuenta entonces de cuan familiares le resultaban aquellas características, a las que no designaba unos diez o quince años más que ella. No llevaba barba ni bigote, y su cabello rubio, apenas ordenado, presentaba algunas zonas blancas. Su pálida piel destacaba aún más bajo los ojos, con las notorias ojeras de alguien que ha pasado incontables noches sin dormir. Su constitución tampoco se correspondía con la de un ángel, y aunque su voz era amable, a Aisha le resultaba cansada, ansiosa y extrañamente conocida.
Pasaron algunos minutos hasta que la mesera regresó para entregar una taza de té para Aisha y otra más oscura a su acompañante, que ella identificó como café. Mientras él se disponía a beber, se dio cuenta de que estaba siendo observado de pies a cabeza y le devolvió la mirada con la genuina sonrisa de quien ha sido descubierto. Esto permitió a Aisha contemplar los profundos zafiros de sus ojos, sumergiéndose en un mar de recuerdos, reviviendo aquellos momentos en los que juraba haberlo visto realizar el mismo gesto.

—Richard Heartstone... —susurró Aisha al caer en cuenta del hombre al que acompañaba.
—Vaya, te tardaste —respondió él con total tranquilidad para beber de su café.
—Te ves... diferente.
—Bueno, si te soy sincero, me sentiría decepcionado si me dices que Garret sigue buscando a un veinteañero.
—No es eso, solo... —Aisha desvió la mirada hacia su té y se convenció de que no encontraba las palabras adecuadas para describir sus emociones, pues se mezclaban en una aglomeración confusa de pensamientos.
—¿Tienes miedo...?

Aisha observó una vez más a Richard, encontrándose con una mirada seria y diferente a la de antes. Sintió que la pregunta no solo estaba cargada de simple curiosidad, sino también de una minuciosa percepción que buscaba recabar información en el interior de su mente. Sin embargo, pese a recordar de forma fugaz los acontecimientos de Racon Hills que involucraban a Richard como un sangriento homicida, Aisha negó con la cabeza mientras mantenía su mirada fija en él, dejando incluso escapar una leve sonrisa.

—No, siempre supe que eras tú. Pese a saberlo, volvía y hablaba contigo durante horas en la morgue —aseguró Aisha rememorando sus recuerdos—. Aún lo recuerdo, fue una de las pocas experiencias emocionantes de mi juventud...
—¿Y si te volviese una de mis flores...? Después de todo, motivos me sobran.
—Me hubieses empujado en la torre, o en su defecto me habrías dejado saltar.
—Como dije antes, no encuentro nada poético en una muerte tan absurda.
—Entonces te daría las gracias por convertirme en una obra de arte.
—Agh~... tan peculiar como siempre, señorita Dulkenhein. Ocultas tu miedo de forma tan odvia... que me resulta adorable.

Richard volvió a esbozar aquella sonrisa amable mientras atendía su café y recibía una bandeja con dulces de manos de la mesera para luego acercarla hasta Aisha. La joven correspondió la expresión pero en su interior admitía cierta confusión, pues aunque siempre sintió simpatía por el rubio, pese a su historial criminal, no había perdido el sentido del peligro. Se debatía entre el hecho de hablar con él en un lugar seguro, rodeada por sus viejos compañeros y el hacerlo en soledad, a miles de kilómetros, en un lugar desconocido. Por algunos segundos observó el panecillo en su mano para luego lanzar una curiosa mirada a su alrededor, fijándose en las meseras y demás clientes.

—Dioses, no está envenenado —bromeó Richard mientras tomaba uno de los pasteles—. Es solo que no soy un fiel amante de los dulces, prefiero el café y si como algo dulce luego sabe demasiado amargo.
—Sí, recuerdo eso —afirmó Aisha devolviendo la vista a la mesa a la par que llevaba el postre a sus labios—. Perdona, la verdad es que me siento algo... sorprendida. No pensaba que volvería a verte.
—Que triste... creí decirte que volveríamosa vernos. Te diría que también has cambiado, pero estaría mintiendo. Te ves igual de pequeña que cuando nos conocimos.

Aisha reemplazó la sonrisa en su rostro por una expresión reservada, desviando la mirada de vuelta a los pasteles. No le había agradado en lo absoluto el comentario.

—Normalmente te preguntaría qué te trae a solas por París, pero luego de ver lo de la torre... creo que no es precisamente un viaje de placer —afirmó Richard observando la reacción de Aisha—. ¿Dónde está Arthur...?
—¿Quién sabe...?
—Ya veo... parece algo que te molesta.

Aisha se encogió en el lugar mientras clavaba la mirada en los postres a los que había perdido el apetito. Tampoco sentía ganas de responder y en ese momento se cuestionaba el rumbo de la conversación. Por unos segundos sintió el deseo de marcharse, de desaparecer, de estar en cualquier lugar menos allí, sin embargo, cuando hizo el ademán de levantarse, Richard sostuvo su mano con suavidad.

—No es mi intención molestarte... solo quería hablar contigo sobre el tema. Perdona por no saber cómo abordarlo.
—Agh~... ¿de qué quieres hablar? —preguntó Aisha volviendo a sentarse frente a Richard.
—De ti. Estuviste a punto de ser una imagen borrosa y olvidada, de la cuál probablemente ni se sabría la identidad. Entiendo que es un mal momento pero... ¿crees que son los métodos más efectivos?

Aisha razonó las palabras de Richard y volvió a encogerse en su sitio, sintiéndose sumamente pequeña, ingenua e infantil, provocando un ligero temblor en su cuerpo mientras se erizaba su piel solo con solo pensar en la posibilidad de caer en el completo vacío del olvido.

—Incluso si lo supiera... él probablemente iría a mi tumba con esa mujer —aseguró Aisha apoyando su cabeza entre sus manos sobre la mesa—. Ni siquiera en la muerte tendría paz...
—Ey, descuida, es normal —susurró Richard acariciándole el cabello mientras observaba el alrededor—. A veces, cuando pasamos por un mal momento, solemos tener ese primer pensamiento. Queremos morir, escapar y terminar con lo que nos hace mal, con lo que no nos deja en paz. Pero tienes que ser más fuerte que eso. De lo contrario, ¿qué sentido tiene?
—¿Entonces qué hago...? Yo no me imagino la vida sin él... no sé qué hacer, me siento perdida...
—¿Quién dijo que debe ser sin él? Lo que tienes que pensar es en cómo recuperarlo.
—¿Recuperarlo...? —preguntó Aisha en un tono ahogado, alzando la mirada con esperanza—. ¿Cómo...?
—Dices... que se trata de otra mujer. Si me lo preguntas a mí, yo creo que siempre se lo dejaste demasiado fácil a Arthur. Asumiste desde el principio que él siempre estaría ahí. Y él, por supuesto, asumió que tú dependes de él, por ende estarás ahí pase lo que pase. ¿Ya lo has perdonado antes, verdad...?
—Sí... —asintió Aisha avergonzada.
—Ahí lo tienes, Arthur probablemente piensa que haga lo que haga siempre lo terminarás perdonando. De cierta forma es tu culpa por hacerle pensar eso. No te valora lo suficiente.
—¿Y qué puedo hacer para arreglar eso? Incluso le escribí una carta y no vino a buscarme, ni siquiera me respondió...
—Sabe que puede responder cuando quiera porque le acabas de mostrar que estás desesperada, lo que significa que lo perdonarás.
—Entonces lo he estropeado de todas las formas posibles, porque además... —Aisha observó su alrededor y habló más bajo—, porque además le pegué dos tiros la última vez que lo vi con ella.
—Vaya... —Richard esta vez no pudo contener el tono un tanto sorprendido—, tú sí que no te andas con rodeos.
—Era la quinta vez que me estaba siendo infiel. Lo había perdonado cuatro veces, e incluso la bala al principio no era para él... pero tenía que ponerse en medio.
—¿Lo ves...? No te das valor ninguno, Arthur no percibe un peligro real, cree que simplemente volverás arrepentida y lo perdonarás.
—Entonces, ¿qué hago? ¿Cómo podría recuperarlo? Si no me valora en primer lugar, ¿qué estoy recuperando?
—Tu relación sincera. Estabas primero que esa otra mujer. Hay un refrán que dice, uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Quizás si Arthur en verdad ve el peligro de perderte, recuerde cuánto te valora y necesita. Seguramente vendrá corriendo desde Londres.
—¿Y qué peligro podría ser ese...?
—Yo puedo ayudarte con eso —aseguró Richard con una leve sonrisa mientras le hacía un guiño—. ¿A quién conoces aquí que sepa más de peligros, miedos y de llamar la atención?
—¿Cómo... harías eso exactamente?

Esta vez, Aisha admitió internamente que sí sentía cierto temor ante las palabras de Richard, pues seguía existiendo la posibilidad de que este desease convertirla en su víctima. Sin embargo, la propuesta del experimentado rubio conseguía llamar su atención. Mientras observaba a Richard, la joven se debatía entre la desconfianza y la desesperación por recuperar a Arthur.

—Mira, desde lo de Racon, digamos que le encontré cierto placer a mi trabajo —comenzó a explicar Richard mientras jugaba con los cubiertos sobre la mesa—. Sin embargo, en los últimos años, la adrenalina de ser perseguido ha disminuido mucho. Ya sea porque me volví mejor o porque los guardias y detectives de aquí son todos unos incompetentes, el punto es que mi diversión ha ido en declive. Pero, me gusta recordar de vez en cuando al pequeño grupo de adolescentes cuyo detective novato estuvo cerca de atraparme y, peor aún, frustró mis planes.
—Normalmente uno esperaría que estuvieses molesto por eso... —comentó Aisha.
—Lo estuve, gracias a ustedes no pude completar mi venganza y quedaron vivas muchas... que no lo merecían. También era mi forma de duelo por Rachel, así que no pude despedirme apropiadamente. Pero todo eso me trajo a donde estoy, ahora lo veo como algo... divertido y... emocionante.

Aisha no estaba convencida de si sentía solo inquietud o miedo ante la expresión de Richard, quien sonreía con sinceridad como un niño emocionado. No obstante, lograba entender el hecho de que este quisiera ayudarle, al menos de cierta forma.

—¿Eso es un agradecimiento o... un reproche? —preguntó un tanto confusa.
—Ni una ni otra. Es una oferta. Yo te ayudo a recuperar el amor de Arthuro Knygthe y tú me ayudas a terminar lo que empecé hace diez años. Un... intercambio equivalente —declaró este con una sonrisa expectante hacia Aisha.
—Bueno... en el hipotético caso de que acepte, ¿cómo me ayudarías y cómo te ayudaría yo a ti?
—Eso es simple, tú vienes conmigo, fingimos que te estoy secuestrando, le mandamos una fotografía a Arthur y otra a Garret por correo y listo. Los tendremos aquí en Francia a ambos.
—¿Exactamente cómo es que yo me beneficio de esto...?
—Agh~... Aisha, si yo quisiera solo manipularte o usarte para atraer a Garret... —aseguró Richard de forma risueña ante la confusa pregunta de la albina, adoptando poco a poco un perfil más serio— no te lo estaría sugiriendo. Ya estarías atada y amordazada en algún oscuro sótano.

Aisha se estremeció internamente ante la seriedad de Richard para aquella afirmación. Se convenció de que definitivamente el rubio seguía siendo alguien de poca confianza y extremo peligro, sin embargo, detectó cierto sentido en sus palabras, pues para qué contarle un plan que ella podía estropear si era más sencillo para él hacerlo de otra forma. Fue así que su pequeña y desesperada cabecita comenzó a generar sus propios pensamientos, aceptando la idea de que si Arthur enfrentaba un peligro real como lo era Richard, definitivamente era porque la amaba y no dudaba en poner su vida en peligro solo para salvarla, actuando como el valiente caballero de brillante armadura que tanto ella ansiaba que fuese, lo cual superaba incluso su plan original de solo buscarla en París. Después de todo, seguían allí y podrían reencontrarse bajo la Torre Eiffel. No tenía que seguir las instrucciones de Richard por completo, bastaba solo tomar lo producente.

—¿Lo estás meditando...? —inquirió Richard con un leve tono de seguridad y diversión.
—Algo así, pero me queda una duda, ¿qué diferencia hay entre esto y un secuestro real?
—Bueno, la primera diferencia es que, como dije, no estarás atada en un sótano con los ojos vendados a solo pan y agua mientras que algún depravado te usa como entretenimiento —afirmó Richard refiriéndose a sus anteriores víctimas—. La segunda, es que si en algún punto desistes, quieres solo volver con Arthur o a medias te arrepientes, solo tendrás que decirme y serás libre, o en su defecto, pase lo que pase al final, eres libre. No te haré daño, y mucho menos te convertiré en una de mis rosas —agregó como detalle divertido al terminar.
—¿Por qué eres... tan amable conmigo?
—Considéralo un reconocimiento, fuiste quien más cerca estuvo de atraparme, por no decir que me atrapaste y porque considero horrible una muerte tan poco poética. Si no te ayudo, quizás eventualmente vuelvas a lo mismo o algo similar. ¿Ves algo de romántico en una muerte solitaria que desfigure tu imagen o prefieres algo hermoso que la inmortalice?
—¿Como a Romeo y Julieta?
—De forma más inteligente y sin morir en el intento de preferencia, después de todo recuerda que están juntos hasta que la muerte los separe.
—Es un buen punto...
—Entonces, ¿aceptas?

Aisha se cuestionó y debatió aquella pregunta por algunos segundos, pero finalmente asintió con resignación, recibiendo una sonrisa por parte de Richard, quien complacido con la respuesta alzó su taza de café para beber de ella. Por algunos minutos más, ambos disfrutaron el pedido del café, como si tratasen de pensar en alguna posible discordancia, pero no surgió duda alguna.
Al terminar, ambos se levantaron y Richard acompañó a Aisha hasta su hotel, donde se despidió cortésmente de esta tras dejar un agradable beso en su mano. Tras su partida, Aisha caminó hasta llegar a su habitación y al cerrar la puerta no supo exactamente cómo reaccionar. Un escalofrío recorrió su cuerpo y observó cómo sus manos se mostraban temblorosas una vez más. Abrazándose a sí misma, anduvo hasta la cama para sentarse en el borde y dejarse caer sobre el colchón. Meditó durante varios minutos los acontecimientos ocurridos y entre lágrimas imaginó que realmente aquel plan funcionaría. Sin embargo, las sinceras palabras de Richard ante su situación ahora le resultaban dolorosas, bajando por su garganta como amargos tragos de veneno dispuestos a contaminar su alma. No obstante, se esforzó por controlarse al máximo, pese a que apenas durmió esa noche. Fue con los primeros rayos del sol que cayó víctima del cansancio, la fatiga y el estrés, con la esperanza de que al despertar las cosas comenzarían a ir mejor. Ignorante de la realidad oculta detrás del trato que, con ingenuidad, había aceptado, pues su mente solo conseguía pensar en su propio objetivo...

—Feliz Navidad... Arthur...

Continuara...

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top