Capítulo #.0: La Traición.

Eran las tres de la tarde, un 22 de noviembre del año 1909, en Londres, Inglaterra. Aisha Dulkenhein, una joven de veinticinco años, se encontraba en King's Cross, una de las principales estaciones ferroviarias de la región, tras llegar desde Racon Hills, su pueblo natal. El propósito de su viaje era visitar a su prometido, Arthuro Knygthe, quien dos meses atrás había viajado allí para atender negocios relacionados con la compañía que su familia gestionaba. Al bajar del tren, Aisha observó con admiración las maravillas que componían la gran ciudad y que solían atraer siempre su atención. El bullicio de los viajeros apresurados contrastaba con la imponente estructura de la estación, donde los altos techos arqueados de hierro y cristal dejaban pasar la luz solar, creando un ambiente de agradable frescura. A pesar de su deseo por encontrarse con su prometido, no podía evitar detenerse y avanzar con lentitud a través del andén, contemplando con calma la majestuosa arquitectura. Al salir, sus ojos se posaron en el imponente reloj central, preguntándose a cuántas historias de amor habría ayudado contando las horas para su reencuentro.
Una vez afuera, buscó uno de los coches de alquiler, fijándose en la mejor apariencia de los caballos y el cochero, así como en lo confortable que se veía el carruaje. Aunque no menospreciaba a la casta trabajadora, como joven burguesa, prefería siempre la comodidad que la primera clase le garantizaba. Tras abordar el carruaje, continuó apreciando el paisaje desde la ventanilla: las tiendas y cafeterías alineadas en los largos vestíbulos, el aroma del café molido o las galletas recién horneadas.

Después de algunos minutos, finalmente llegó a The Savoy, el hotel que ella y Arthur solían utilizar en sus visitas a Londres. Arty, como Aisha le llamaba cariñosamente, tenía desde su infancia un buen amigo llamado Garret, quien creció junto a ellos en Racon Hills pero terminó viajando a Londres para ofrecer sus servicios como detective en la capital. Desde entonces, Arthur y Aisha viajaban al menos dos o tres veces al año para visitarlo. Aunque no lo consideraba tan cercano como a Arthur, Aisha le había tomado aprecio por el tiempo compartido. Después de todo, tanto Garret como Arthur, su mucama en Racon Hills y un tercer amigo llamado Archer conformaban el pequeño grupo de personas importantes para Aisha. Esto se debía a su educación: hija del alcalde de Racon Hills, quien perdió a su esposa durante el parto y sobreprotegió a Aisha, manteniéndola en casa la mayor parte del tiempo. La única compañía constante de Aisha era Arthur, con quien su padre la había comprometido desde que tenía cinco años, creando así no solo un vínculo afectivo, sino también dependiente, lo que explicaba en parte por qué lo extrañaba tanto.

—Buenos días... —dijo Aisha con una leve pero amable sonrisa.
—Buenos días —respondió la recepcionista del hotel con una expresión educada y cordial—. ¿En qué puedo ayudarle?
—Mi nombre es Aisha Dulkenhein, soy la prometida de Arthuro Knygthe. Me gustaría saber si se encuentra hospedado aquí. Debe tener reservada la habitación 568.
—Oh, por supuesto, la señorita Dulkenhein. La recuerdo —afirmó la empleada con amabilidad—. Aunque... no recuerdo haber visto recientemente al señor Knygthe. Permítame revisar.

La recepcionista revisó calmadamente el registro de huéspedes y, tras unos minutos, se volvió hacia Aisha con una expresión un tanto apesadumbrada.

—Lo siento, señorita. El señor Knygthe no se ha hospedado en el hotel desde la última vez que vino con usted.
—Oh... ya veo —Aisha sintió una punzada en su corazón, pero negó su temor interno y sonrió—. Quizás esta vez su trabajo está más lejos y escogió un hotel más cercano, ha pasado antes. En realidad... quería darle una sorpresa —se explicó Aisha, más para sí misma que para la empleada—. Así que no le dije nada. Me reuniré con un amigo suyo y... sorpresa.
—Ya veo, estoy segura de que al señor Knygthe le encantará —respondió la recepcionista con una sonrisa—. ¿Y usted qué hará mientras tanto?
—Oh, no se preocupe, tomaré una habitación aquí por el momento. Le agradezco su atención.
—Entiendo, mandaré enseguida a una doncella a su habitación para lo que sea necesario y nuestro mozo se ocupará de su equipaje. Gracias por preferirnos, señorita Dulkenhein.

Aisha asintió con una educada sonrisa que mantuvo más de lo que hubiese deseado, tomó las llaves de su habitación y se dirigió hacia esta, solo para entrar, poner el seguro y dejarse caer sobre la cama. A pesar de estar comprometidos desde que tenía cinco años y Arthur siete, o de ser novios cercanos desde hacía diez, Arthur siempre había afirmado que deseaba esperar a la boda oficial para consumar el matrimonio, como era tradición. Aisha entendía su decisión, al menos al inicio, pero desde hacía un tiempo había comenzado a cuestionarlo miemtras que silenciosas lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos grises, humedeciendo las mantas. No es que estuviese desesperada por tener intimidad con Arthur, sino que en su pecho ardía la cicatriz de una traición que le hacía meditar la idea de forma constante.
Cinco años atrás, una Aisha más joven estaba emocionada por su boda inminente; tenía el vestido, las flores y las invitaciones. Todo estaba meticulosamente planeado, excepto el fallecimiento de su padre durante un incendio en su mansión. El luto, el proceso de duelo y los trámites legales llevaron a posponer la boda, cubriendo con un velo negro la delicada expresión de Aisha. Poco después, Arthur tuvo que ausentarse, viajando a Alemania para atender los negocios de la compañía que estaba aprendiendo a gestionar. Regresó después de lo previsto por un supuesto retraso y, al llegar, Aisha notó un nerviosismo extraño en él, siempre tan seguro. Evitaba estar a solas con ella, besarse o abrazarse e incluso esquivaba los temas relacionados con retomar el matrimonio en un futuro cercano, pasando largas horas en su despacho o con su padre, mientras Aisha sufría en la soledad de su habitación.
La pérdida de su padre la afectó profundamente, pero lo consideró algo natural, aunque no de la manera en que sucedió. Era algo para lo que se había preparado a lo largo de su vida, esperando tener a Arthur a su lado, lo que no ocurrió. Poco después, Arthur mencionó que debía atender negocios en Londres, marchándose sin dar más detalles. Ante la prolongada ausencia de su prometido, Aisha decidió visitar a los padres de Arthur. Allí, la madre de este, una agradable y dulce mujer que muchas veces jugó el rol de madre para Aisha, le contó entre risas que Arthur estaba preparando en Londres una residencia, probablemente pensando en el futuro cuando se casaran.


—¿Qué estoy haciendo? Solo estoy siendo idiota otra vez...

Se cuestionó Aisha, recordando entre las sábanas cómo en el pasado había actuado de forma similar. Cuando la madre de Arthur le contó sobre los planes de éste, se marchó alegre a su hogar, segura de que pronto su amado regresaría solo para decirle que el tiempo separados era apenas un pequeño sacrificio en pos de un hermoso futuro juntos. Sin embargo, cuando Arthur volvió, no mencionó palabra alguna respecto al tema. Los días pasaron junto con los meses y nada había cambiado, hasta que Arthur planteó una vez más que debía marcharse a Londres por trabajo y, por más que Aisha insistió, él le afirmó que no podía llevarla consigo.
Incapaz de resistir más la curiosidad, Aisha empacó una maleta y se marchó a Londres buscando sorprender a Arthur y hacer que le contase. Sin embargo, al llegar, descubrió que éste no se encontraba hospedado en su hotel habitual. Cuando buscó a su amigo Garret para preguntarle, él tampoco supo responderle, pues afirmaba no haberlo visto en cierto tiempo. Aisha pidió entonces ayuda a Garret. ¿Qué tan difícil podía ser para un detective de crédito como él encontrar en aquella ciudad a su amado? Pues, en efecto, no fue algo complejo, ya que Garret conocía la propiedad que Arthur había comprado en Londres, siendo justo allí donde llevó a Aisha, con la idea de que ambos podían sorprender a Arthur y, de paso, ver a su amigo.
Pero fueron ambos los sorprendidos cuando, al llegar, se encontraron con que en los jardines de la vivienda el joven Arthur paseaba en compañía de otra mujer, notablemente mayor que él. Su esbelta figura exhibía pronunciadas curvas, incluso bajo el pomposo vestido vino, que contrastaba con un cabello tan rojo que el fuego parecía chispear de él, enmarcando aquel semblante redondeado de elegantes facciones. Al percibir la situación, Garret intentó llevarse a Aisha, alegando que probablemente se trataba de alguna acompañante de negocios extranjera, pues su porte no parecía en absoluto inglés. Pero Aisha se negó rotundamente y, desde la distancia, espió a su amado solo para contemplar en cierto punto del paseo cómo él abrazaba a la dama y juntaba sus labios con los de ella en un apasionado beso.
En aquella ocasión, el pobre Garret, quien nada tenía que ver en el asunto, terminó envuelto en él y teniendo que cargar con una Aisha colérica. Aunque la joven era amable, aquel lado violento tomó a todos por sorpresa. Sus desgarradores gritos y maldiciones tanto hacia la mujer como hacia Arthur atrajeron la atención de más de un curioso, mientras Garret se esforzaba por apartarla. Arthur, al escucharla entendió la situación, también se disculpó e intentó calmarla, apartándose de su dama en compañía. Ese día terminó con una deprimida Aisha que pasó la noche en la oficina de Garret a base de té con sedantes, mientras él la vigilaba, pues habían tenido que apartar a Arthur ante la molestia de Aisha. La cuál por su parte, se marchó de regreso a Racon Hills en cuanto salió el sol. Esa vez llegó a su hogar y lloró durante al menos dos días en su habitación, sobre el regazo de su mucama, quien la consolaba con cuidado y ternura.
Fue entonces que el joven Arthur apareció por la puerta, con la apariencia desaliñada y apresurada de quien llevaba días sin dormir. Al principio, Aisha le expresó odio, le pidió marcharse, lo insultó de cuantas formas se le ocurrió y buscó las palabras más vulgares que una señorita burguesa podía emplear, pero aun así Arthur fue insistente. Pidió perdón, rogó y la llenó de promesas, asegurando que no volvería a cometer tal desliz. Durante un tiempo, Aisha meditó la situación a solas y, aunque en su corazón la traición dolía, decidió confiar en Arthur, dándole así una segunda oportunidad. Pese a ello, la imagen de aquella mujer en brazos de su amado era una escena que no conseguía borrar de su mente, pasase el tiempo que pasase.


—Arthur... —susurró Aisha levantándose de la cama con lentitud—, ¿por qué eres tan cruel conmigo?

Reprimiendo algunas lágrimas, intentó secar su rostro y fingir la mejor apariencia posible al observarse en el espejo. Acomodó su cabello, tocó sus pechos, miró sus manos y observó una vez más su reflejo sonriente, con una expresión tan falsa que se dio asco a sí misma.

—Me pregunto si será por ser débil... ella se veía tan radiante y llena de vitalidad, tan fuerte. Su cabello... era tan colorido y en especial sus... montañas enormes. Las mías son tan pequeñas... ¿Por qué me haces esto, Arthur? ¡¡¡Yo no tengo la culpa de tener este pequeño cuerpo patético y débil!!!

En un nuevo arranque de cólera, Aisha gritó y restregó su rostro con brusquedad, dejándose caer al suelo mientras sus manos se aferraban al cabello, tironeándolo. Descargando su ira, impotencia y frustración, comenzó a golpear el suelo por varios segundos hasta que finalmente se detuvo, totalmente exhausta, algo normal debido a su delicada constitución.

—¿Por qué, Arthur...? ¿Por qué...? ¿Qué fue lo que hice mal...?

Aún débil y de rodillas, cubrió su rostro, lamentándose mientras se esforzaba por respirar. Para alguien como ella, toda acción sobreexaltante era extraña y difícil de manejar. Su enfermizo cuerpo reaccionaba de forma lenta, haciéndola desmayarse, desplomarse o tener dificultad para respirar. Incluso, pese a tener veinticinco años, la fragilidad de Aisha le hacía aparentar mucho menos, casi unos quince. Cuando finalmente recuperó algo de fuerzas, se levantó y volvió a mirarse en el espejo de forma inexpresiva.

—Al final, ni siquiera un amor de tantos años perdura de forma pura y angelical. Ni siquiera tú has podido amarme por completo... ¿qué podría esperar del resto?

Secando sus lágrimas con un pañuelo que sacó de su bolsillo, acomodó su cabello y el sombrero que antes llevaba. Estiró sus guantes y con cuidado alisó su vestido, devolviendo a su imagen aquella perfección burguesa que siempre le exigían mantener. Convencida de su falta de belleza, sentía que poco más le quedaba.
Tras recibir sus maletas en la habitación y atender a la doncella, finalmente tomó su bolso y se encaminó fuera del hotel, tomando otro carruaje durante varios minutos más hasta llegar a la oficina de Garret. A veces le resultaba curioso que, pese al tiempo como detective y haber resuelto varios casos de renombre, él no mejoraba su apariencia, pero Garret no era la clase de hombre que se preocupase por esos detalles y casi siempre estaba demasiado concentrado en los casos que tenía pendientes. Al entrar en la oficina, el asistente de Garret le pidió que esperara sentada hasta que él volviese, ya que había ido al baño. Mientras esperaba, a Aisha le llamó la atención el pequeño mural que había en una esquina de la oficina y se acercó para verlo tras reconocer las curiosas siglas R.C.H. En el mural había borrosas fotografías, recortes de periódicos, notas y descripciones que terminaban todas apuntando a una vieja fotografía de diez años atrás con el nombre nombre: Richard Heartstone. Para Aisha, resultaba un tanto gracioso y distante aquel recuerdo, cuando eran un grupo de adolescentes con mucho tiempo libre que se dedicaban a jugar a los detectives y realmente habían estado cerca de alguien tan peligroso. Aquel hombre había azotado Racon Hills con una serie de asesinatos a varias mujeres jóvenes, hasta donde supieron en consecuencia de su injusto encarcelamiento tras culparlo sin evidencias del asesinato de su novia. Aisha había podido hablar con él personalmente, pues Garret se había obsesionado con encontrar al culpable de los asesinatos, siendo aún el inicio de su carrera.


En aquella ocasión, Aisha recordaba claramente cómo, tras reunirse en la morgue, Garret y Archer evitaban los cadáveres, haciendo tantas preguntas como podían sobre los asesinatos, lo que solía hacerle pensar en ellos como policías inexpertos que fingían realizar su trabajo sin tener idea alguna de la realidad. Arthur, por su parte, jamás mostraba interés y solo acompañaba a Garret porque eran amigos. Lo llamaban “el bolsillo con piernas” ya que, siendo adinerado, ayudaba a Garret a obtener pruebas mediante sobornos ocasionales. Aunque no era completamente legal, lo veían como un mal menor por un bien mayor. Así funcionaba este grupo de jóvenes curiosos en aquel entonces, entrometiéndose en asuntos ajenos.
Aisha, sin embargo, observaba con detenimiento los cadáveres y aprovechaba la oportunidad para conversar de forma trivial con Richard, quién ejercía entonces como médico forense. Lo observaba con discreción pero con mucha atención, notando sus gestos, sus rasgos, sus expresiones, su nerviosismo contenido y su sobresaliente intelecto al responder.
Al abandonar el lugar, el grupo debatió extensamente sobre lo ocurrido, mientras Aisha planteaba dos conclusiones irrefutables para ella. La primera era que Richard le parecía un hombre fascinante, poético y enamorado, lo que la llevaba a la segunda teoría, afirmando con certeza que él era el asesino. Sus amigos, en cambio, se burlaban de su idea, argumentando que Richard tenía una constitución demasiado débil para ser responsable y que no podían guiarse únicamente por la intuición femenina sin pruebas concretas. Aisha no era detective ni le interesaba serlo; simplemente, la situación había captado su atención y se sentía satisfecha con su hipótesis. Un mes después, al capturar al supuesto asesino, este confesó en el tribunal que Richard Heartstone era la mente maestra detrás de los asesinatos, dándole sentido a las siglas R.C.H y dejando a todos boquiabiertos, excepto a Aisha. Ella no pudo evitar reír al recordar cómo, la misma mañana del juicio, habían despedido a Richard en la recién inaugurada estación de trenes de K&D tras agradecerle por su colaboración en el caso, escapando de cualquiera que fuese el peso de la ley.

—¡Aisha, qué gusto volver a verte! —exclamó Garret al entrar en la oficina y ver a Aisha frente al mural, reconociendo su pálido cabello—. Ha pasado un tiempo desde la última vez que estuviste aquí con Arthur.
—Hola Garret, veo que continúas tan elegante como siempre —bromeó Aisha de forma sarcástica al voltearse y ver la ropa del detective un tanto desajustada.
—Por favor, ya sabes que no me preocupo por eso. Dime, ¿cómo has estado? ¿Qué es de mi querida Racon Hills? Ya sabes que Arthur no es muy detallista en esos aspectos —dijo Garret mientras saludaba a Aisha con un abrazo—. Y hablando del Rey de Roma, ¿por qué no está contigo? Debe cuidar de nuestra pequeña hermanita, o Archer y yo lo reprocharemos mucho —señaló Garret, haciendo referencia a cómo él y su amigo Archer llamaban hermana pequeña a Aisha.
—Pues... es que en realidad está trabajando. Yo estoy aquí un poco de sorpresa —respondió Aisha mientras se separaba de Garret con una pequeña sonrisa.
—¿De sorpresa? Oh, espera, ahora me cuentas bien. Por favor, mis modales, toma asiento —invitó Garret, señalando el amplio sofá de su estudio—. ¿Quieres un café, té o vino?
—Un té, eso estará bien —respondió Aisha tomando asiento.
—Entonces serán dos, yo aún no me acostumbro al café. Wishmoor, por favor, prepara dos tazas de té, una para mí y otra para la señorita —pidió Garret a su asistente mientras tomaba asiento junto a Aisha—. Entonces, ¿de sorpresa?
—Sí, bueno, Arty tenía que ver unas... acciones, desde hace un mes y algo aquí en Londres. Parece que al final hubo complicaciones y, bueno, se ha estado demorando. Así que decidí venir para hacerle compañía, darle ánimos y... ¡tan tan!, sorpresa.


Garret sonrió divertido mientras negaba con la cabeza ante los gestos poco expresivos de Aisha, que aun así le resultaban adorables. Aisha, por su parte, se mostró igual de agradable, devolviendo sus manos a reposar sobre el pequeño bolso magenta que llevaba.

—Bueno, ¿qué te trae a mi humilde oficina en lugar de correr a los brazos de tu tortolito? —indagó Garret, expectante ante la teoría de que había un motivo oculto.
—En realidad no es la gran cosa. Iba de camino al hotel y decidí parar aquí antes, ya que me quedaba de paso, y saber si querías ir conmigo a darle la sorpresa.
—La verdad, me encantaría... —afirmó Garret con un rostro apesadumbrado—. Pero estoy algo ocupado. Recientemente estuve trabajando en un caso y no obtuve crédito alguno. Ya me ha pasado otras veces y, al parecer, alguien se está dedicando a sabotearme. Aún me dedico a investigar quién y cómo.
—Entiendo... descuida, está bien. Igual ya sabes que eres bienvenido a visitarnos en el hotel cuando quieras —aseguró Aisha nuevamente con su amable sonrisa mientras tomaba las tazas de té que Wishmoor le extendía a ella y a Garret.
—Gracias, aunque ¿por qué se quedan en el hotel? ¿No había Arthur comprado aquella casa?
—Sí, pero... ya sabes, debido a lo que pasó le dije que no quería vivir en ese lugar —aseguró Aisha, refiriéndose al encuentro de Arthur y su amante en aquella casa.
—Ah... ya veo. Lo entiendo. En ese caso, te deseo suerte con la sorpresa y te garantizo que en cuanto esté libre iré a veros al hotel.
—Gracias, y gracias por el té, está exquisito.
—¿Lo notaste? La calidad londinense es asombrosa.
—Pues sí, pero al menos yo sigo apreciando Racon Hills, lo que me recuerda que no he sabido de Archer en los últimos cuatro años.
—Me pregunto con qué mujer se habrá enrollado...
—No creo que sea eso, lo último que supe fue que su madre falleció —expresó Aisha encogiéndose de hombros—. Tal vez está de luto o algo similar.
—Vaya... Arthur no me había contado eso. Mi pésame cuando lo veas. Aunque me sería extraño, Archer no era de ese tipo.
—Lo sé, tampoco era de enrollarse con mujeres, pero las personas pueden cambiar... —el tono de Aisha fue tan melancólico que incluso Garret hizo una mueca de disimulo, fingiendo que no entendía cuánto lo decía por experiencia—. En cualquier caso, no te robo más tiempo, gracias por el café, Garret.
—Tonterías, mi querida Aisha. Siempre es un placer recibirte, y hasta te dedicaría más tiempo de no ser porque estoy ocupado.
—Descuida, nos vemos luego. Suerte en el caso.
—Gracias, igualmente con Arthur.

Tras apartar sobre la mesa su vacía taza de té, Aisha se despidió de Garret con un abrazo y se dirigió a la salida. Una vez en la calle, su rostro volvió a adoptar una expresión apagada y perdida mientras decidía caminar. Durante casi una hora se dedicó a vagar sin rumbo fijo, mientras su mente navegaba entre miles de pensamientos y posibilidades. Finalmente, cansada de su propia incertidumbre, tomó el coraje suficiente y se encaminó hacia la residencia que sabía que Arthur había comprado. Desde que dio el primer paso hacia su objetivo, el corazón le palpitaba con tanta fuerza que en más de una ocasión se detuvo para respirar, pensando que iba a desmayarse. Aun así, consiguió avanzar a paso firme hasta llegar a la llamativa propiedad. En aquella ocasión, el jardín estaba vacío y ya casi comenzaba a caer la noche, por lo que Aisha suspiró y se acercó a la puerta, dando leves toques. Casi de inmediato, una joven mucama abrió la puerta, ante la que Aisha mostró aquella amable sonrisa predefinida que tenía para hablar con cualquiera.

—Buenos días, señorita. ¿En qué puedo asistirle? —preguntó cortésmente la mucama.
—Buenos días. Soy Aisha Dulkenhein, amiga del señor Arthur Knygthe y... su señora. ¿Podría anunciar mi llegada, por favor? —mintió Aisha con total seguridad, consciente de la poca información que probablemente tendría la servidumbre sobre ella.
—¿La señorita Aisha...? —corroboró un tanto confusa la mucama, pero aun así sonrió, asintió y la invitó a pasar—. Con mucho gusto le anunciaré al patrón y a la señora su llegada. Por favor, pase al salón y siéntase cómoda. Buscaré algo para usted mientras, ¿se le ofrece algo en específico? —preguntó la mucama tras guiar a Aisha al salón principal e invitarla a sentarse.
—Una taza de té y, si es posible, galletas con jalea, eso estaría bien —respondió la albina tomando asiento—. Es muy amable.
—Con gusto, en seguida regreso.

La mucama se retiró hacia la cocina y, mientras la veía marcharse, Aisha borró su sonrisa y se giró rápidamente hacia su pequeño bolso, del que sacó un revólver que hasta entonces llevaba consigo.

—Entonces definitivamente ella está aquí contigo y tú estás aquí con ella. ¿Cuánto te corrompió realmente esa mujerzuela...? Incluso tus mucamas son hermosas. No me besas, no me abrazas, me ignoras y dijiste que esto no volvería a suceder, pero aquí estás, probablemente revolcándote con ella... ¿Por qué, Arthur? ¿Por qué? ¿No podías simplemente decirme la verdad e irte? ¿Por qué me sigues mintiendo...? ¿Acaso disfrutas burlarte de mí...? Es eso, ¿verdad? Lo disfrutas... sí, probablemente te ríes con esa mujerzuela de más allá del mar sobre cómo la estúpida Aisha te espera en casa... Eres un idiota, Arthur, solo juegas conmigo, solo me engañas. Pero ya estoy cansada de esto... estoy cansada de esa mujer... esta vez será la última.

Las manos de Aisha temblaban mientras cargaba el arma. Una vez lista, caminó hacia la escalera para llegar al segundo piso, siempre vigilando no ser vista por la servidumbre, hasta que finalmente llegó a lo que le parecía la habitación principal y tocó violentamente la puerta. Fue entonces cuando un desconcertado Arthur abrió la puerta, llevando solo un robe de chambre color café y con el cabello despeinado.

—¡¿Aisha?! —exclamó sobresaltado Arthur con los ojos abiertos como platos.
—Sabía que estabas aquí, tú sinvergüenza, engañándome con esta mujerzuela —Aisha apuntó con el revólver justo al rostro de Arthur, haciéndolo retroceder nervioso.
—Aisha, podemos hablarlo, ¿qué locura es esta? Baja esa arma por el amor de Dios —titubeó Arthur sin apartar la vista de ella.
—Por el amor de Dios debiste respetar nuestro compromiso. Me dejaste casi plantada en el altar para venir a revolcarte con esta ramera de quinta.
—Aisha —intervino la elegante mujer de rojos cabellos, mientras se cubría con un robe de chambre rojo—, por favor, no digas eso. Pese a nuestra relación, en realidad Arthur te adora mucho. No tienes que hacer esto, estás alterada...
—Cállate tú también, mujer sinvergüenza. ¿Quién te dio permiso para llamarme por mi nombre o decirme lo que puedo o no puedo hacer? Se nota que eres extranjera, ¿qué clase de mujer que se respeta a sí misma mancilla un compromiso de forma intencionada? —refutó Aisha, colérica, apuntando ahora a la mujer con su arma.
—Aisha... en serio, por favor, baja el arma, estás descontrolada... cálmate, puedes desmayarte, esto puede hacerte mal —intentó calmarla Arthur.
—Tú me haces mal, Arthuro Knygthe, pero estoy cansada de que te burles de mí.
—¡Yo no me he burlado de ti! —le interrumpió Arthur.
—¡Mientes! Lo haces todo el tiempo, cada vez que estás con esta mujer después de decirme que no lo harás. Cuatro veces, Arthur, cuatro veces me mentiste. Pero esta vez... es diferente, esta vez será la última. Es la última vez que me engañas con esta mujerzuela, Arthuro Knygthe.


La mano de Aisha apuntaba sin contemplaciones a la amante de Arthur, totalmente dispuesta a apretar el gatillo. Sin embargo, en una fracción de segundo, el castaño se abalanzó sobre ella, desviando el primer disparo hacia el suelo. La pelirroja rápidamente recogió algo de ropa y salió corriendo de la habitación mientras la pareja caía sobre la alfombra, forcejeando con el arma. Aunque Arthur tenía una notable ventaja en fuerza, el seguro del revólver se disparó, hiriéndolo en el hombro derecho y obligándolo a retroceder. Encolerizada, Aisha se puso de pie tratando de recuperar el aliento, observando a Arthur, quien retrocedía retorciéndose de dolor mientras sostenía su hombro herido. Justo en ese momento, Garret entró en la habitación.

—¡Por el amor de Dios, Aisha! ¿Qué estás haciendo? Baja esa arma, criatura.
—¡Cállate, Garret! No te metas en esto porque te pegaré un balazo a ti también —gritó Aisha sin dejar de apuntar a Arthur.
—Garret... ¡Por el amor de Dios! ¡Haz algo!
—Eso intento, ¿no ves? Podrías ayudar no haciendo estas burradas... Aisha, por favor...
—No te metas, te dije, Garret... sabes que tengo razón. Este malnacido incluso se puso delante de la bala por esa mujerzuela.
—Es por ti, Aisha... ¿no ves que esto está mal? Tendrás problemas con las autoridades... ¡Lo que haces es inaceptable! —le aseguró Arthur mientras intentaba mantenerse alerta, pese a la sangre que brotaba de su hombro.
—¡Lo único inaceptable son tus mentiras, Arthur!

En ese momento, el impulso de Aisha la llevó a disparar su arma dos veces seguidas contra Arthur. Sin embargo, su inexperiencia, sumada a la ágil reacción del castaño, le dieron tiempo suficiente para esquivar, haciendo que las balas impactaran en el cristal de la ventana, destrozándola. Con la ventana rota, Arthur tuvo la impulsiva idea de saltar a través de ella antes de que Aisha pudiera disparar de nuevo. El siguiente disparo tampoco acertó, enfureciendo a Aisha, quien se abalanzó hacia la ventana y desde allí apuntó a Arthur, que corría por el jardín. El siguiente disparo lo alcanzó en una pierna, haciéndolo caer. Para su fortuna a pesar de que Aisha tenía la intención de seguir apretando el gatillo, el arma ya estaba descargada.

—¡¡¡Juro que si te vuelvo a ver Arthuro Knygthe, te pegaré seis balazos en la cabeza, desgraciado!!!

Garret aprovechó el momento para abalanzarse sobre Aisha y sostenerla por la cintura de la manera más decorosa posible mientras intentaba quitarle la pistola. Después de varios intentos cuidadosos y cuando Aisha quedó exhausta, logró confiscar el arma mientras que Aisha se encogió en una esquina, deshecha entre las lágrimas que la rabia había reprimido hasta entonces. Apenas escuchó lo que Garret decía en el pasillo, y cuando él regresó para ayudarla, ella apenas le dirigió la palabra. Con cuidado, Garret la levantó, como la leve pluma que era, la cargó de manera nupcial para sacarla de la propiedad y llevarla a su oficina. Una vez más, Aisha terminó bebiendo un té repleto de sedantes que la hizo dormir entre dolor, tristeza y remordimiento, insegura e ignorante del destino que aún le aguardaba, pues aquella confrontación era apenas el comienzo de su emocional desequilibrio.

Continuará...

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