Solo faltó el anillo #13

Capítulo 13

Solo faltó el anillo

Susan

Ojalá me deje el desgraciado, había visto eso en algún tiktok y jamás me imaginé preparando una sorpresa para alguien con ese pensamiento de fondo, aunque yo sí esperaba que me dejara, solo que después de la boda y tal vez un poco más.

Había llenado el suelo de pétalos de unas bonitas rosas que destruí para esto, velas en la mesa junto a la ventana para que las malas vibras se suicidaran por ahí y nos dejarán en paz está noche y una cena casera, mentira, la pedí en el italiano de la esquina solo que la estaba calentando en una sartén para que fuera más creíble cuando le diga que yo cocine.

Me había puesto un sexi vestido de satín rojo, escote de corazón para que las dos compañeras se asomarán y gruesos tirantes. Nada más, estaba descalza porque por mucho que quisiera sorprenderlo no usaría tacones en mi propia casa.

Pipo me miraba esperando que algo de los canelones se cayera al suelo, era el gato aspirador a veces.

—Deja de mirarme así, me darás mala suerte —le pedí.

Tocaron a la puerta y salí casi corriendo a ella, tome aire y abrí.

—Sorpresa — chillé entusiasmada.

—Oh —me miro de arriba abajo—. Estás muy guapa.

Tome su mano y lo hice entrar —Nada especial, así ando siempre en casa.

Él sonrió —Huele bien, ¿qué es?

Me puse de puntillas para darle un besito en los labios —Canelones, una de mis especialidades.

Él se sonrojó —Pues me alegro de haber traído un tinto —mostró la botella.

Le daría un buen uso a ese vino tinto y a él después.

Me sujete de sus hombros y lo bese ansiosa, pero por desgracia él no respondía con las mismas ganas. Me separé y lo miré a los ojos, estaba algo nerviosos y tenso.

—Oye, disfruta de esta noche —le pedí masajeando sus hombros.

Él forzó una sonrisa —Eso hago, solo que…

Acune sus mejillas entre mis manos —Bésame Demyan, sé el hombre que te gustaría, sin pensarlo mucho.

Me miro a los ojos suplicando un poco de ayuda, él no era muy espontáneo, todo lo contrario. Se pensaba mucho las cosas y parecía verlo todo negativo. Me puse de puntillas y besé con delicadeza sus labios, su mandíbula y cuello. Él podía ser todo lo que quisiera, pero jamás se resistiría a mis besos. Unos cuantos fueron suficientes para qué me rodeará con sus fuertes brazos y buscará mis labios, si tan solo supiera lo que causaba un beso suyo no me haría rogarle tanto.

Me levanto a horcajadas y camino hacia la mesa, pero se detuvo y se separó de mí con el ceño arrugado y una mala cara, algo confusa.

—¿Qué tienes? —pregunte, aún mareada por su beso.

Él olfateó —¿Qué se quema?

Abrí mucho los ojos y me solté de sus brazos —¡Mis canelones!

Corrí hacia ellos y apagué el fuego, cuando levanté la tapa ya estaban quemados ¡Mierda! Ahora que se supone que haría.

—Pensé que se hacían en horno —murmuro Demyan detrás de mí.

Ni siquiera lo sabía, los estaba calentando y quería fingir que eran míos.

Forcé una sonrisa —Qué pena, tendré que pedir pizza.

Miró la hora en su reloj —Es temprano, si quieres cocinamos los dos y terminamos antes esos canelones.

—¿Eh?

Esto era obra del karma.

Él se colocó un delantal, remango su camisa blanca y coloco sus manos en sus caderas.

—Bien, tú guías nunca he hecho canelones antes —encima él tampoco sabía.

Suspire —La verdad es que ahora me apetece algo más…

—¿Más? —insistió.

—¡Latino! Un arroz moro con carne —sugerí.

Había visto a mi abuela hacerlo un montón de veces cuando era pequeña, no podía ser tan difícil.

Él asintió —Bien, nunca lo he comido, así que quiero aprender.

Diosito si estás ahí ayúdame a cocinar bien.

Demyan a pesar de no saber cocinar un arroz moro era más hábil que yo en la cocina, cortaba la cebolla sin derramar una lágrima, en cambio, yo no dejaba de llorar y solo estaba preparando el arroz.

—¿Estás bien? —pregunto él, con una sonrisa burlona.

—Sí —mis ojos estaban ardiendo.

—Oh, ven aquí —me abrazo y me dio unas palmaditas en la espalda—. No llores morenita.

—¡Quítate hueles a cebolla! —me aparté, él soltó una carcajada—. Eres como una cebolla de dos metros, no me toques.

Acercó mis manos —Ven, no es tan malo.

—¡Ah, quita! —le pegué con una espátula.

Demyan no dejaba de reírse de mí, mientras yo intentaba freír algunas papitas y cocinar dos chuletas.

—¡Me quemó! —me queje echándolas a la grasa.

Él volvió a reír —Estás demasiado lejos y si las lanzas al aceite te salpicará.

—¡Si me acerco, me salpica! —grite intentando removerlo todo con la espátula.

—¿Estás segura de que sabes lo que haces? —repitió por milésima vez.

—Que sí, lo he hecho un millón de veces —asegure, claramente era mentira.

—A ver —tomo el mando.

Claramente, miedo no tenía a morir frito con aceite. Lo que había empezado como una cena rápida nos tomó casi dos horas de preparación, con la mesa lista y el estómago rugiendo nos servimos…, no tenía buena pinta, pero algo era.

—Prueba tu primero —lo animé.

Si era tóxico no moriría yo. Con una sonrisa burlona se llevó a la boca un poco de arroz, no hizo una mueca ni nada desagradable, solo asintió, lo que significaba que al final sí que cocinaba bien y le había gustado. Seguramente no era una cena muy espectacular, pero tampoco era mala.

—¿Y bien? —serví algo de vino en su copa—. ¿Te gustó mi excelente comida?

Se aclaró la garganta —El arroz está demasiado blando, parece una crema, no tiene sabor alguno y los frijoles están duros.

Abrí mi boca —Así es.

El alzo, una ceja —Si tú lo dices.

Comenzó a picar la carne, pero ni siquiera el cuchillo podía cortar el filete así que lo pincho con el tenedor e intento arrancar un trozo con los dientes, incluso así era difícil.

—Bien, está quemado por fuera y crudo por dentro —señalo mostrándome el interior rosa.

Rodé los ojos —Es termino medio, genio.

—Medio vivo —dijo burlón—. Un poco más y se come el arroz, en fin.

Pinche una patata y se la di —¿Y esto?

Se la comió y relamio los labios con gusto —Esto fue lo único que se salvo y fue porque yo intervine a tiempo.

Abrí mis labios asombrada —¿Te estás burlando de mi?

Soltó una carcajada —No…, bueno un poco.

Le pegue en el brazo —Cuando me case contigo cocinaras tu a diario —le advertí.

¡Mierda! Demyan se atraganto con el vino cuando escuchó eso. Hablé sin pensar y creo que he dicho la estupidez más grande de mi vida y mira que he dicho tonterías. El se limpio los labios con una servilleta y oculto una pequeña sonrisa.

—Bien —se aclaro la garganta—. No tengo problema con eso.

¡¿Que?! No se había negado, ni siquiera me corrigió.

Estaba nerviosa y mis manos sudaban debajo de la mesa.

—¿Helado con vino te parece bien para cenar? —sugeri, en un intento de cambiar el tema.

Él se encogió de hombros —¿Con una película quizás?

Eso era mil veces mejor que hablar de matrimonio. Había puesto el proyector en la habitación y me había tumbado con mi helado y mi copa de vino, el seguía rígido en una esquina de la cama comiendo y sin apenas mirarme. Otro hombre se hubiese aprovechado de la situación, pero cierto, el era virgen.

Seguramente muchas mujeres lo desearon, ¿por qué nunca tuvo sexo antes?

—¿La secuestro? —pregunto.

Le había puesto trecientos sesenta y cinco días para avivar su temperatura, pero el hombre solo cuestionaba la salud mental y emocional de la protagonista.

—Si, pero está bueno y se le perdona —hable con la boca llena.

—Esa mujer está loca, tiene síndrome de Estocolmo o algo —nego con la cabeza insultado—. Le gusta el maltrato.

Rodé los ojos y dejé todo a un lado para acercarme a él —Le gusta la pelea y él le da pelea.

Hizo una mueca mientras miraba la película —¿Estás segura que no es porno?

—¿Has mirado antes? —susurre en su oído mientras masajeaba sus hombros.

Su cuerpo se tenso —Si…, no mucho.

Sonreí y bese su mandíbula. Así que no era tan inocente.

—Te has tocado —ni siquiera era una pregunta, claro que lo había hecho.

—Si —echo la cabeza hacia tras y cerro los ojos.

Ya era mío, poco a poco desabotone su camisa mientras besaba su cuello.

—Y dime ojitos dulces —mordi el lóbulo de su oreja—. ¿Te gusta eso?

Señale la pantalla, él ni siquiera miro.

Me miró a los ojos y tomando el mando apagó la película.

—Me gustas tú Susan —fue su respuesta—. Te quiero a ti, pero…

Besé sus labios y tire de él hacia la cama, me correspondió y tumbado a su lado me rodeo con sus piernas y me abrazo con fuerza, pero por su manera de tocarme no parecía buscar desesperadamente el sexo, al menos no como yo estaba acostumbrada. Él dejaba dulces besos, peinaba mi cabello y me apretaba contra su pecho, pero de una manera…, nada sexual, ni siquiera sabía cómo explicarlo.

Acariciaba mi rostro, el puente de mi nariz y se tomaba su tiempo para mirarme y solo rozar nuestros labios, disfrutaba de mi olor y me cubría con su cuerpo sin llegar a más.

—Hay mil maneras de hacer el amor morenita —susurro en mi oído.

Lo rodeé con mis piernas y tire de su camisa hasta dejarla fuera, su torso era demasiado bueno para estar oculto. Marcado, grande y caliente.

—No conozco ninguna, ojitos dulces— respondí, cerrando mis ojos y dejándome llevar por sus besos en mi cuello.

Él mordió la piel de mi hombro —Yo te puedo enseñar, si tan solo fueras paciente y me escucharás.

Me reí —Eres virgen —le recordé.

Apretó mis muslos y se movió contra mí, como si me estuviera penetrando, pero solo era un roce, aun así podía sentir lo excitado que estaba.

—Eso no lo es todo en una relación —explico.

Levanté mis caderas para volver a sentirlo —Lamento decirle que es lo único verdadero.

Él se quedó quieto y acaricio su rostro —¿Qué te hicieron?

Sentí un frío incómodo recorrer mi cuerpo, no quería recordar eso e hice a un lado a este gigante que casi me aplastaba para sentarme en la cama y tomar aire. Él se acercó a mí y me rodeo con sus brazos, dejando algunos besos en mi hombro y espalda.

Tenía que ver las cosas con más claridad y tenía que hacer que él las viera igual, era demasiado bueno para este mundo, incluso demasiado bueno para mí.

Me quité el vestido por encima de la cabeza y me quedé con mi bonito conjunto de lencería rojo. Lo empujé y me coloqué a horcajadas sobre él.

—Quizás existan mil maneras, pero yo quiero practicar la más primitiva contigo hoy.

Él colocó sus manos en mis muslos y me tocó de una manera fría, era como si quisiera, pero a la vez no.

—Voy muy en serio contigo —hablo él sentándose conmigo encima—. ¿Tú vas en serio conmigo?

Yo necesitaba casarme con él, si eso no era ir en serio, no sabía qué.

—Por supuesto —respondí rápidamente.

—Bien, pues yo no tengo problema en esperar —comenzó a explicarse—. Ya tengo a mi persona especial, que me ha dicho que me quiere.

Asentí —Si soy yo, Susana Collins de la rosa, terapeuta de parejas con las tetas operadas y amante de los gatos, el alcohol, el sexo y los cigarrillos.

Tanto vicio en un solo cuerpo.

Él sonrió —Y mi novia.

Asentí —Tu morena, ¿a qué quieres llegar ojitos lindos?

—A que me gustaría también tener mi día especial —no entendía nada. Se aclaró la garganta—. Me mantengo virgen porque quiero llegar así al matrimonio y como vez no me he casado aún.

—¡¿Qué?! —me lance a un lado de la cama.

¿Esto estaba siendo demasiado fácil o difícil? Ya no lo entendía.

Cubrí mi cabeza con dos almohadas y ahogué un grito.

—Lo estás haciendo otra vez —reclamo él.

—¿Que cosa? —lo que tenía era pánico y ganas de llorar.

—Tratarme como a un bicho raro —respondió molesto.

Lance las almohadas a un lado —¡Lo estoy digiriendo! ¿Vale?

Soltó un bufido —Bien.

—Pensé que hoy te haría perder la virginidad, preparé todo por ti, para que tuvieras tu momento especial —cubrí mi rostro avergonzada—. La mayoría de la humanidad ha perdido la virginidad de la manera más fría y poco romántica posible ¡Te hice un favor!

Él asintió —Y me ha gustado, solo que no habrá sexo, ya decidí cuál sería mi momento especial y será después de mi boda.

—¿Y qué quieres de mí? —ya me sentía frustrada.

Él no se lo pensó mucho —Amarte y que tú hagas lo mismo, a mis treinta y cinco años sé que ese sentimiento no viene así nada más, intenté decirte que quería tiempo para los dos, para intentar conseguir eso.

Sí, me lo estaba haciendo difícil.

—Dijiste que buscabas algo serio y que me querías, sé que somos diferentes, pero también te quiero y podría funcionar tú…, tú me explotas la cabeza.

Alce una ceja —¿Y luego dices que la protagonista de la película es la loca?

Sonrió —Me gustas Susan, solo quiero estar seguro de que no es solo eso.

¿Amor? Eso no estaba en mis planes, no había que llegar a tanto.

Suspire —Nunca he llegado a este punto sin tener sexo —me cubrí con la manta.

Él hizo una mueca —¿Cómo?

—Nunca ha habido un hombre en mi cama con el que no tuviera sexo —me explique mejor.

—Ahórrate eso —se levantó de la cama molesto—. Me largo Susan, a veces dices las cosas más estúpidas que se te pasan por la cabeza, no te importa nada más.

—¡Soy sincera! — oculté su camisa detrás de mí—. Tú, en cambio, te guardas las cosas hasta el último momento.

—Intente decirte y siempre me interrumpes —respondió. Con que era eso lo que quería decir—. Dame mi camisa.

Negué con la cabeza —No te voy a dar nada ¡Ah!

Tiro de mis piernas con fuerza y me dio la vuelta para quitarme la camisa, lo consiguió.

—¡Oye espera! —me lancé a su espalda.

Camino conmigo encima hasta llegar a la puerta, ni siquiera fue difícil para él hacerlo.

—Ya bájate Susan —ordeno.

Negué con la cabeza —¿Todo esto es por celos?

Tomo mi brazo e hizo que me bajara.

—No —mentía, sus mejillas lo delataba.

—Nunca he tenido una relación —solté rápidamente—. Tengo veinticinco años y me he negado a algo así, no quería sentir amor por nadie…, que no fueras mis gatos o amigos.

Él suspiró —Yo tengo treinta y cinco años, Susan, y aquí estoy, intentando hacerlo incluso cuando ya debería rendirme ¿Te crees que no sé qué eres demasiado buena para mí?

No lo era, se había confundido de chica claramente.

—¿Estás loco? —me crucé de brazos.

—Linda, inteligente, carismática, pero muy hiriente —respondió.

Tal vez tenía un poquito de razón.

Me acerqué a él y lo rodeé con los brazos, ya la bestia celosa se había calmado, pero aun así su orgullo le impedía devolverme el abrazo. Me puse de puntillas e hice mis ojitos tiernos.

—Ojitos dulces, lo siento —le di un besito en la mejilla—. De verdad, tendré más cuidado con lo que digo y con respecto a tu decisión la respetaré.

Él no me quiso mirar —No suelo perdonar a las personas tan fácilmente Susan, necesito pensar.

No iba a permitir que me dejara por una tontería, había que ablandar ese corazón de hielo.

—Rubito, pero a mí sí porque soy la chica guapa a la que casi atropellas —le di otro beso—. Tu chica especial, la que te quiere y te hace la comida más deliciosa del mundo.

Él volvió a sonreír —Acabas de mentir en algo, tú no cocinas nada bien.

Me reí —Vale, pero todo lo demás es cierto, ¿verdad?

Asintió, punto a mi favor —Aún te tengo agendada así.

—Muy tierno —le quité la camisa de los hombros—. ¿Quieres quedarte a dormir? Solo a dormir.

Había que especificar para que no volviera a poner su carota de disgusto y me diera un sermón sobre lo que quería y lo que no quería.

Minutos después él estaba a mi lado en la cama rodeándome con sus brazos, se sentía…, reconfortante y seguro.

—¿Puedo hacer una pregunta? —pidió.

Asentí —Solo una.

—¿Por qué nunca tuviste una relación romántica antes? —pregunto.

A todo el mundo le ha causado curiosidad esto, es algo de lo que poco hablo.

—Al final terminan —dije sin más.

Él me miró y yo cerré mis ojos, si me hacía la dormida se callaría la boca.

—Eso no es una buena razón, no intentar algo por miedo a que termine mal es de cobardes —explico—, sé que no eres cobarde.

Me encogí de hombros —Sí que lo soy.

Pellizco mi mejilla —Dime la verdad o no te dejaré dormir.

Suspire —Bien, solo si me dejas hacerte una pregunta de esas muy incómodas después.

—Es justo —respondió él.

—Después de mi nacimiento, mis padres empezaron a tener muchos problemas en su relación, siempre amenazaban con un divorcio, siempre había peleas en las cenas; sin embargo, para el resto eran un ejemplo de lo que era “el amor” —comencé a explicarme—. Me di cuenta de que en algún momento si se habían amado, pero ya solo les quedaba fingir con tal de no ser juzgados, quizás, el amor no es real y mucho menos duradero, al menos yo nunca lo he visto.

—¿Qué hay de amigos, familias o tus pacientes? Seguramente has ayudado a muchas parejas —comento él.

—No todo el mundo puede estar solo, algunos se cansan y prefieren creerse el cuento — expliqué—. Yo solo les explico cómo superar la realidad cada vez que sienten que su cuento está llegando al final.

—Es una manera muy deprimente de ver las relaciones.

Aclare mi garganta —Verónica, cuéntame de ella.

—Es mi hermanastra —respondió simplemente.

Rodé los ojos —Ya sé, seré más específica, ¿Desde cuándo la amas? ¿Por qué no te quito lo virgen? ¿Por qué no están juntos?

Él asintió —Bien, me enamoré de Verónica cuando yo tenía veinticinco y ella veinte, no me quitó lo virgen porque siempre he tenido esta manera de pensar y no estamos juntos porque yo…, porque ella…

—Continúa —pedí.

Aclaro su garganta —Yo le pedí mucho tiempo y me fui, ahora ella se casará.

—Y ahí está el giro dramático — murmuré—. Yo creo que ella aún te ama.

Esa era yo, clavándome un puñal. Era tan buena gente que terminaba traicionándome a mí misma.

Negó con la cabeza —Ya no estoy seguro de lo que sienta yo por ella, pensé que cuando amas a alguien podías esperar por ella o perdonar.

Negué con la cabeza —No tonto, cuándo amas olvidas tus propias reglas. Huyes si tienes que huir detrás de esa persona y…, ¿secuestras?

Él soltó una carcajada —Deja de ver esas películas Susan.

Mejor eso que las mentiras de Disney.

Feliz comienzo de semana, espero les gustará este capítulo
Me dejan saber en comentarios
Recuerden que estaré publicando de Lunes a Sábado

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