Sígueme #12
Capítulo 12
Sígueme
Susan
Cómo era posible que tuviera treinta y cinco años y fuera virgen, ¿eso podía pasar? Dónde único había visto algo hacía era en una película «virgen a los cuarenta» cinco años más y podían haber hecho otra parte con Demyan. Encima era hombre, ellos experimentan más rápido el sexo que las mujeres ¿Verdad?
Me había quedado en shock sin poder decir ni una sola palabra al respecto. Yo no debía ser su primera mujer, yo sé lo que era perder la virginidad con alguien que no te ama ni en lo más mínimo y si, para mí fue una mierda y si, a estas alturas de mi vida la virginidad es algo a lo que no le daría importancia ya, pero respeto el significado de esta y si, también sé que es hombre, pero no, yo no puedo ser esa mujer.
Ya él se había alejado de mí, lógicamente por mi cara de espanto. Me asustaba más un hombre virgen que la llorona.
—¿No vas a decir nada? —pregunto él apoyándose en su coche.
Cerré mi boca antes de que me entrará una mosca y aclare mi garganta.
—Demyan, yo no sé qué decir —retorcí mis dedos, nerviosa—. No creo que…
—Susan, si vas a soltar alguna tontería te pido que te lo ahorres en este momento —pidió él bastante enfadado.
—¡Oye! ¿Yo que culpa tengo de que tú seas virgen? Lo estoy procesando ¡Entiende! —creo que está, era la tontería que él no quería escuchar.
Cerro los ojos y suspiro —No es una enfermedad Susan.
Cruce mis brazos —Pues nunca he estado con un hombre virgen Demyan, así que dame un respiro.
Él soltó una carcajada, de esas que sabes que no fueron porque algo le hizo gracia, sino porque estaba tan enfadado que veía mejor reír y no explotar.
—Mira Susan, que te entiendo a la perfección…
—No eres el tipo de hombre con el que suelo acostarme —intente defenderme.
Él se quedó con las palabras en la boca, me miró en busca de una solución para este problema, pero de sus labios entreabiertos no salía nada.
Suspire —Tiene que ser lindo ese momento y con alguien que te quiera.
Su cuerpo se tensó, enderezó los hombres y señaló la puerta —Llama un taxi y vete.
—¿Me estás echando? —no me lo podía creer.
—¡Sí! Te estoy echando —encima me levanta la voz—. Cuando salga de aquí ya espero que no estés Susan. Fue un placer conocerte.
¿Qué? Me estaba dejando él a mí. Quise decir algo, quejarme, pues no estaba complacida con esto, pero me lo tomé como una señal del universo diciéndome que dejara su vida en paz y así lo haría.
Era un hombre de treinta y cinco años, virgen y enamorado de su hermanastra, encima ginecólogo que esos siempre terminaban siendo infieles. No había un solo lugar en su vida para mí.
Yo era una mujer de veinticinco años, que odiaba las relaciones y el romance en general, terapeuta de parejas, que todos saben que al final terminamos peor que los pacientes. No había un lugar en mi vida para él.
Así terminaba nuestra historia y así morían mis esperanzas de quedarme aquí. Es que tampoco podía ser tan hija de puta de utilizarlo, ya eso sí que no.
—Pues muy buen, me lo merezco —salí de la cochera azotando la puerta.
Corrí hacia las escaleras cuando sentí sus pasos.
—¡Pues sí que te lo mereces! —grito desde la puerta.
Me giré —Ya lo he dicho yo ¡Imbécil!
Encima que agachaba la cabeza venía y me lo restregaba.
—Te lo repito por si las dudas ¡Tarada! —me insulto de regreso.
Recogí mis cosas y me vestí como pude ¡No encontraba las bragas! Las dejé, no me importaban. Así cuando las viera me recordaría y se pondría a llorar. Aunque nuestra relación no era tan especial como para terminar llorando.
Atravesé el salón donde él estaba viendo la tele o al menos fingía que lo hacía, pero con esa cara de pitbull puesto a dieta estaba claro que no.
—Adiós Demyan, fue bonito —lo miré por una última vez.
Estaba guapo el rubio de los ojitos dulces, incluso enfadado.
—Largo, Susan —pidió.
¿Escucharon eso? No sé qué es, pero se escuchó por mi pecho, me dolió así como para dentro, como si algo se acabará de romper y sí, también me dieron ganas de vomitar, no logré tragar o respirar. Sabía lo que significaba…, le había hecho alergia a algo que comí seguramente.
Horas después ya estaba en casita frente a la televisión con una buena pizza con piña ¡Sí, con piña! Es mi favorita y no me importa que a más de la mitad de la humanidad no le guste.
—No estoy entendiendo este asunto —soltó Brandon a mi lado.
Me faltó agregar que la pizza me la había comprado él después que le dije que la operación conquistar a ojitos dulces había fallado. Freddy también había venido con él, pero más bien por el chisme.
—Es virgen y me dejó —repetí con la boca llena.
Freddy arrugó el entrecejo —¿Por qué un virgen te dejaría? Eres la solución de cualquier virgen que quiere dejar de serlo.
Negué con la cabeza —No me va eso de ser la primera mujer de alguien.
—¡Eso fue! —Brandon me dio un manotazo que casi se me cae la pizza—. Habla ya, ¿qué le dijiste para que te dejara?
Suspire —Nada malo, él se puso histérico —me metí otro trozo en la boca—. Le dije que tenía que esperar a una mujer especial que lo quisiera.
Brandon abrió la boca y se tocó el pecho.
—La cagaste Susan, ahora sí —murmuro Freddy.
Me encogí de hombros —¿Qué?
—Acabas de decirle que no eres especial para él y que no le quieres nada —Brandon tomo aire—. ¡Estúpida! Con esto te ganaste el infierno.
Rodé los ojos —Yo no dije eso…, espera.
¡Mierda! Justo eso había dicho.
—Lógico que te echara, le dices que buscas algo serio con él, que estás enamorada y luego vas y te niegas a quererlo —explica Freddy.
—¡Estaba nerviosa! —me justifiqué.
—Es Virgen, Susan, ¡Virgen! No tu mamá revisando tu diario —me siguió regañando Brandon—. No entiendo por qué tus nervios.
Mordí mi labio —No lo sé.
—A ver ya, ¿lo quieres? —pregunto Freddy acercándose más a mí.
Brandon también se volvió a sentar y me observo casi de manera siniestra a la espera de una respuesta.
Me lo pensé un poco, era lindo, caliente cuando quería serlo, romántico, detallista, caballeroso, me respeta al menos cuando no estaba enfadado, pero no importa porque a mí me gusta discutir, se podía tener buenas conversaciones con él y aunque no era como yo si estaba receptivo a cumplir con mis caprichos y acompañarme a mis locuras.
Me gustaba su manera sería de mirarme, pero como se reía con esas carcajadas gruesas cada vez que soltaba alguna tontería de las mías. Me gustaba que me abrazara sin avisar y esos besos tímidos, su manera de tocarme y la manera en la que me abrazaba al dormir, como si me estuviera protegiendo de mis propias pesadillas.
Solté un suspiro, ellos seguían observándome
—¡Ya, no sé! — chillé volviendo a tomar mi pizza—. Cállense la boca, necesito pensar.
Lo hice, pase toda la noche pensado tanto que a la mañana siguiente ni siquiera me quería despertar, pero tenía trabajo. Elegí un traje gris, de esos que reflejaban un mal día, me puse gafas porque no quería que se me vieran las ojeras y no me peine, ventajas de ser rizada, como te levantabas así sería tu peinado del día.
Conduje mi escarabajo hacia el trabajo, un bonito día para morir. El cielo oscuro, olor a lluvia y frío.
Nada como empezar la mañana con un café sin azúcar y una pareja nuevamente enamorada.
—Y bien chicas, ¿cómo les va en su día a día? —solté un bostezo.
Ellas se miraron con ternura.
—Recuperamos el deseo de continuar con nuestra relación —respondió la morena con un estilo princesa perfecto.
—Si es que seguimos tu recomendación, empezamos de cero teniendo citas, hablando de nuestro día a día y nos dimos cuenta de que lo que nos enamoró en el pasado fueron las mismas diferencias por las que ahora peleábamos —explico la rubia, llevaba un estilo roquero.
Por fuera diferente ya eran, por dentro mucho más, pero eso era lo que las hacía especiales en su relación. Las personas cuando van de vacaciones quieren llevarse a casa algo nuevo, no más de lo mismo, eso pasa con las relaciones, buscamos algo diferente a lo que nosotros somos, pues el humano necesita del cambio y de las nuevas emociones.
—Genial —me hundí un poco en la silla.
—Ahora nos va genial, intentamos que cada día sea el primero —sonrió la morena.
¡Tan guapas! Daban ganas de enamorarse, mentira. Suspire.
—¿Estás bien? —pregunto la rubia.
Me enderecé en él asiendo —Si claro, si llamas bien rechazar a un chico solo por virgen.
La morena abrió la boca sorprendida —¿Por virgen?
—Sí, básicamente, le dije que no teníamos algo especial y que no me quería, lógicamente no fue queriendo —me intentaba justificar, pero de nada servía—. Solo que recién me di cuenta de que sí le quiero…, un poquito.
—¿Cómo recién? —a la rubia le gustaba el chisme.
Me encogí de hombros —Cinco segundos.
—¿Es un problema que sea virgen? Al final la mayoría no termina con su primera relación —explico la morena.
Asentí —En eso tienes razón.
—Cuando la conocí era virgen, me espante un poco, pero sabía que aunque llevábamos poco tiempo lo que teníamos valía la pena de recordar —menciono la rubia sonrojando a su esposa—. En fin, creo que él es quien debe decidir si vale la pena recordarlo.
Mordí mi labio —Creo que tienes razón, esta consulta, no se las cobraré solo por esto.
—Pues gracias —sonrieron.
—Una pregunta, ¿cómo pierden la virginidad las lesbianas? —la curiosidad había que resolverla.
—Sexo oral según Google.
Bien, con la duda resuelta y el cerebro en calma decidí ir a buscar a Demyan a su trabajo, tenía que arreglar esto. Al menos tenía que intentarlo, pero ya saben que los Rusos suelen ser complicados, obvio yo no lo era.
Les ha pasado que justo cuando están a punto de decir algo importante se congelan, bueno yo no estaba exactamente a punto de decirle algo relevante a Demyan, pero sí me había quedado congelada en la puerta de su oficina.
—Señorita —me llamo su asistente—. ¿Tienen una cita o necesita hacer una?
Negué con la cabeza y con el cuerpo tenso caminé hacia ella —Tengo que ver al doctor, es importante.
—El doctor está ocupado ahora mismo —respondió la mujer.
Rodé los ojos —Soy una amiga, ya estuve aquí antes.
Ella alzó una ceja —¿Para qué día quiere la cita?
Había que contar hasta mil para no decirle cuatro cosas.
—Le acabo de decir que es importante —me cruce de brazos—, y créame si me deja entrar, él se lo agradecerá por toda la eternidad, igual te dan un aumento.
—Lo siento señorita, pero no puedo ayudarla… ¡Señorita!
Camine con grandes sacadas para llegar a él antes que ella.
—¡Solo un momento! —abrí las puertas—. ¡Diablos!
—¡Susan! —me grito Demyan entre las piernas de otra mujer.
Si no fuera su trabajo me hubiese sentido muy adolorida.
—Le dije que no entrara señor —se defendió su asistente.
Él estaba rojo, mordió su labio y me miró tan mal que sentí que me lanzará, él especuló que tenía en la mano a la cabeza ¡Qué asco!
—Espera afuera —pidió.
Al menos no me echó. Se me hizo incómodo esperar afuera bajo la mirada criticona de su asistente. Cuando las puertas se abrieron salió la chica a la que primero le había conocido la vagina y luego el rostro, ella tampoco me miraba de una manera bonita. Demyan se apoyó en la puerta con sus brazos cruzados y me miró por unos breves segundos.
—Tengo algo importante que decirte —repetí por milésima vez.
Soltó un largo suspiro —Entra.
Lo seguí a su oficina, él se apoyó en su escritorio y no hizo más que mirar al suelo. Yo retorcí mis dedos y mire la fría y blanca habitación por unos segundos, me sentía nerviosa, desesperada y también muy ansiosa.
—¿Hablarás? —soltó el impaciente.
Aclare mi garganta —Solo me sorprendió.
Él alzó una ceja —¿Que cosa?
Mordí mi labio, él sabía qué cosa era.
—Solo me sorprendió que fueras virgen con treinta y cinco años —me acerque a él, pero me detuve cuando se tensó—. Jamás he estado con un hombre virgen, por lo general ya tienen experiencia.
Rodó los ojos —Me dejaste como si tuviese una enfermedad muy contagiosa, Susan.
—¡Que no! Es que nunca estuve con alguien sin experiencia —repetí, volviendo a dar un paso hacia él.
Soltó una risita burlona —Oh, por favor, Susan, ni que tuviera que ir a la universidad para tener sexo con una mujer.
Tome sus brazos y le di un ligero apretón para que se detuviera.
—Vale, tienes razón y sé que la cagué, pero déjame arreglarlo con una cena en mi casa —él no me quería mirar, me coloque entre sus piernas e intenté mirarlo a los ojos—. Una cena romántica, ¿sí?
—Dijiste que no eras alguien especial —no me quería ni mirar.
Tome su mentón e hice que nuestros ojos se encontrarán, había mucho enfado en su mirada, pero también algo de tristeza que me dejó muy afectaba. Debía dejar la tontería con él y hacerlo bien.
Suspire y acaricié su mejilla —Eso lo decides tú, ¿soy especial?
Sus hombros cayeron, ya no estaba tan tenso.
—Me sacas de quicio, eres escandalosa, demasiado egocéntrica y muy… —no continúo.
—Ya todo eso lo sabía —sonreí—. ¿Qué más?
Soltó aire —Muy hermosa y especial para mí.
Esa era la respuesta que quería —¿Vendrás?
Volvió a ese porte frío, enderezó la espalda y levantó la barbilla —No lo sé.
Me lo estaba haciendo difícil, por eso no podía ser buena, ya había comprobado que yo no era muy paciente y con él necesitaba mucha paciencia. Si estuviera en su lugar ya yo hubiese dicho que si hacía mucho.
—Venga ojitos dulces —me puse de puntillas para verle a los ojos—. Me encantó nuestra cita, me encantaron tus besos y tu manera de tocarme.
Sus mejillas se sonrojaron y eso me encantaba, pase mis manos, los sus duros muslos.
—Susan —él me detuvo tomando mis manos.
Sonreí —Déjame seducirte, me encanta como te pones y te aseguro que para mí no es un problema, que seas virgen, todo lo contrario.
Él negó con la cabeza —Me pareció que lo veías como un gran problema.
—Olvida lo que te pareció, ahora estoy aquí —estire mis brazos y sonreí.
El cerro, los ojos, eso no era bueno —No lo sé Susan, me has hecho daño.
Aquí les presento al hombre más dramático del mundo y justo me toca a mí, la menos dramática, romántica y paciente.
—Bien —ahogue un lamentable gemido en el dorso de mi mano—, entonces esta relación, se ha terminado.
Me giré caminé hacia la puerta cruzando los dedos con disimulo para que él me detuviera.
—Dijiste que no me querías —me detuvo—, eso no depende de mí, mucho menos puedo obligarte a hacerlo.
Sonreí ampliamente —Si lo hago.
Se levantó y camino hacia mí —¿Qué haces?
¿Por qué era tan difícil decirlo? Se me hacía un nudo en la garganta y sentía que mi estómago se revolvía. Mi corazón se agitaba y mis manos sudaban. No era para tanto, yo quería a mis gatos, quería a mis amigos y quería al pastel de arándanos, uno podía querer muchas cosas y eso no te ponía en un compromiso, tampoco era un sentimiento tan inestable como lo era el amor.
¿Yo le quería? Sí, me gustaban sus conversaciones, su mirada, su porte serio y como yo solita lo lograba desesperar. Adoraba el misterio de su vida, su tranquilidad, honestidad, inteligencia y pureza.
Él me dio la espalda al no recibir una respuesta.
—Si te quiero —dije rápidamente—. Lo hago con sinceridad y lo hago…, mucho, mucho.
Se dio la vuelta lentamente —¿Cómo puedo estar seguro?
—Te quiero tanto que si no me aceptas no me iré de aquí —aclare—. Bueno, eso también demuestra mi falta de amor propio y un tanto de apego emocional severo, quizás una dependencia que debería ser tratada, pero por ti lo haría.
Una sonrisa se formó en sus labios, dio un paso hacia mí y tomándome entre sus brazos me beso. Ya me sentía en paz con esto. Sentir sus manos a mi alrededor levantándome del suelo era justo lo que necesitaba para que mi desastroso día mejorará.
Cómo pude hice que se sentara en su silla y me coloque a horcajadas sobre él, con este gigante está,,, era la mejor manera de besarlo cómodamente y podía pasar horas así.
Él se separó para mirarme, mientras yo iba desabotonando su camisa y dejaba algunos besos por su clavícula.
Cerro sus ojos y suspiro —¿Lo haremos aquí?
Me separé —¡No! Tiene que ser especial para ti.
Él asintió —Ya veo, en el garage no hubiera sido especial.
Metió sus manos por dentro de mi camiseta, abrí los labios por la sorpresa y le di una palmada en el brazo, era un atrevido cuando quería.
—Hubiera sido memorable y digno de contarle a mis nietos en mi lecho de muerte —él soltó una carcajada con mi respuesta. Me encogí de hombros—. No todos los días se tiene sexo en un garage, con grasa y herramientas por ahí.
Asintió —Muy memorable.
—¿Vendrás a casa entonces? —pedí.
Su sonrisa se borró, no podía creer que me fuera a decir que no. Puse ojitos tiernos y uni mis manos a modo de súplica.
Él empezó a reír —Bien, está bien morenita, iré a cenar —me dio unas palma ditas en la cabeza.
Entre cerré los ojos —¿Qué acabas de hacer?
Se encogió de hombros sin entender —¿Que cosa?
Volvió a darme otras palmaditas, la próxima le mordía la mano.
—¿Me diste palmaditas en la cabeza? —pinche su pecho con mi uña—. ¿Soy un perro?
Soltó otra carcajada —No, claro que no.
—¡Soy tu novia! — grité bien alto pellizcando sus mejillas.
—¡Sí! —grito él en respuesta.
—¡Entonces bésame! — ordené.
Él lo hizo, me beso con ansias devorando mi boca y apretándome contra él, podía sentir debajo de mí a su amiguito queriendo participar en el juego y no pude evitar reír.
Tocaron a la puerta, lo hicieron un par de veces, pero por más que lo empujaba él no me soltaba. Tomo mis manos y mordió mis labios.
—Señor… —la mujer se quedó en silencio al abrir la puerta.
Él se separó, con los labios hinchados y los ojos brillosos, me quité de encima aguantando la risa, ya que su camisa estaba prácticamente abierta.
—¿Sí? —pregunto abotonándola.
—Su próxima paciente ya está aquí —le informo antes de irse de mala manera.
Me senté en la mesa —No me cae bien ella, le gustas.
Él rodó los ojos —No seas tonta.
Le di un beso en la mejilla —Nos vemos en la cena.
Me detuvo —Hay algo que tengo que decirte antes de dar este paso.
—Vale, pero en la cena — miré mi reloj, pulsera—. Ahora tengo que irme, tengo una cita.
—¿Perdón? —soltó sorprendido.
—Clientes Demyan, tú ahora vas a ver una vagina y no te digo nada —le recordé antes de salir corriendo.
No había salido tan mal, mucho mejor de lo que imaginé.
¿Opiniones?
Le quitaran la virginidad a Demyan
Recuerden que la próxima actualización es el lunes pasen un lindo fin de semana
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