No cuesta nada #29
Capítulo 29
No cuesta nada
Demyan
Mi cuerpo había llegado a límite. Me sentía tan cansado que no podía moverme en la cama, pero era una tranquilidad sentirla a mi lado a pesar de que yo no podía ni la estaba reteniendo esta vez. Ella se había quedado porque así lo había decidido.
Me abrazo, beso con cuidado mi espalda y se acurrucó contra mí.
—¿Te sientes mejor Demyan? —pregunto en voz baja.
Mi corazón se agitó al escucharla, ella puso su mano sobre mi pecho, sentí su respiración, golpear mi cuello.
—Estoy bien — hablé en voz baja.
Asintió —Tu corazón va muy rápido y te dio un ataque de pánico, ¿seguro que no quieres ir a un hospital?
Negué con la cabeza, no es la primera vez que pasaba, solo que esta vez alguien más lo había visto. Me sentía avergonzado, así que me mantuve dándole la espalda e intenté descansar. No le volvería a pedir que se fuera, estaba claro que no lo haría.
Cerraba mis ojos y solo podía recordar aquel momento. El dolor punzante en mi pierna, su mano sujetado la mía con fuerza y sus jadeos dolorosos. Yo no podía decir nada, estaba atrapado y no me podía mover. Era tanto el dolor que preferí morir en ese instante, pero lo tenía a mi lado, mi hermano, joven y asustado.
El ruido me aturdía, las cierras cortando el metal y las voces de los paramédicos, fue un alivio cuando él fue liberado, pero yo había pasado horas ahí. El dolor y la desesperación hicieron que tuviera mi primer ataque y fue horrible, no ayudaba en nada y quedé inconsciente en minutos.
«Tres fallecidos,» recordé esa información, alguna enfermera seguramente que pasaba a mi lado y creía que yo estaba inconsciente, «el chico no volverá a caminar, es imposible.»
Mi corazón se rompió ese día, porque me convertí en un asesino y le destroce la vida a mi hermano.
Desperté con la respiración agitada, el rostro húmedo por las lágrimas y la visión nublada. Mire a mi alrededor solo para comprobar que ya Susan no estaba. Quizás entendió que lo mejor era irse.
—Toc-toc —la escuché decir detrás de la puerta—. El desayuno.
Abrió la puerta empujando con un pie y se acercó con una enorme bandeja a la cama.
—¿Qué haces aquí? —fue una tonta pregunta o al menos una que realmente no quería hacer.
Ella la ignoró —Come y no quiero escuchar excusas, llevo toda la mañana cocinado, hice las compras y no puedo más —se quedó organizando algunas cosas por la habitación.
—Susana yo…
—Oh, te prepararé un baño —entro corriendo al cuarto de baño—. Anoche, no te bañaste cerdo.
Esta vez la comida se veía muy apetitosa y estaba caliente, lo había hecho ella. Me llevé algo a la boca porque estaba hambriento, pero el estómago me dio un vuelco y tuve que salir corriendo al baño.
Me arrodillé al suelo y escupí todo en el retrete.
—No, ojitos dulces —me sostuvo dándome palmaditas en la espalda—. Te prepararé algo más ligero, creo que…
—Vete —la interrumpí.
Ella se quedó en silencio —No me da la gana.
—Susana…
—Levántate —ordeno.
No quería que se fuera porque ya no la amaba y me había rendido en cuanto a nuestra relación, solo no quería que me viera así. Parecía un tonto, demasiado débil como para cuidar de mí mismo, y se suponía que yo debía cuidarla a ella. Ahora no estaba en condiciones de hacer nada.
Solo quería dormir, pero no para volver a tener esos horribles sueños. Preparó mi cepillo de dientes y se sentó en la encimera para quedar a mi altura.
—Abre —podio tomando mi mentón.
Abrí la boca y ella cepilló mis dientes. Estaba seguro de que por muy mal que me sintiera yo mismo podría hacerlo.
—Escupe y enjuaga —ordeno.
Lo hice, ella humedecido sus manos y las paso con delicadeza por mi rostro. Me miró con esos lindos ojos avellanas, a veces claros y a veces oscuros. Me dio un pequeño beso en los labios y me abrazo.
Solté un lamento que no pude retener, la abrace y llore en su hombro intentando no hacer ruido, fue imposible.
—Todo está bien —me animó ella.
Negué con la cabeza y escondí mi rostro en su cuello, se había dado una ducha aquí, olía a mi gel de baño y mis productos para el cabello, me gustaba sentirlo en ella porque la hacía un poco más mía.
No me atrevía a decirle que la amaba, tenía miedo que eso la asustara y se fuera corriendo. Por el momento prefería disfrutar de sus abrazos.
—Un baño te hará bien —hablo ella.
Asentí, me alejé un poco limpiando mi rostro mientras ella desabotonaba mi camisa y la bajaba por mis brazos. Se inclinó para besar mi pecho y yo sentí como toda mi piel sé calentana y erizaba. Era increíble el poder que tenía un beso suyo sobre mí. Sorprendente.
Quito mis pantalones y por último tomo mi mano y beso mis nudillos lastimados. Golpear una pared fue estúpido. Tocó el anillo en mi dedo meñique, aún seguí ahí, prometí que no me lo iba a quitar y no lo hice. Fue una promesa que me hice a mí mismo.
Entre en la bañera, el agua estaba caliente, pero relajaba mi cuerpo. Eche la cabeza había atrás y cerré mis ojos.
—¿Te sientes cansado? —pregunto y yo asentí—. Claustrofobia.
—Así es, desde hace diez años —le informé en voz baja, sin abrir mis ojos.
—Debiste decirme —paso la esponja por mi cuerpo—. Te cuidaré.
—No debes hacerlo, no me conoces —le dije y ella empezó a reír.
—Oh, mi ojitos dulces, lo sé, aun así me casaré contigo —respondió tranquila.
Alce una ceja —¿Qué?
Mordió su labio —Dime algo que pueda odiar de ti.
—Muchas cosas —la miré a los ojos.
Masajeo mis hombros —Te reto.
Ella me miró, estaba esperando que dijera algo lo suficientemente importante para hacer que se alejara para siempre de mí. Cuando Verónica lo supo me rechazo, por un tiempo no supe nada de ella, incluso estaba segura de que una vez que Susan supiera sobre mí me odiaría y se alejaría de mi vida.
Este era el menor momento. Debía mostrar mi verdadera cara a la mujer que amaba, pero no todo, pues no la lastimaría, solo no me vería como lo ha hecho desde que me conoció.
—Soy un asesino —confesé.
Ella se detuvo —¿De qué tipo?
Tome aire —Tenía problemas con el alcohol y las carreras, no me importaba nada más que no fuera tener una botella de whisky y el tanque lleno. Mate a una familia que regresaba a su hogar después de unas vacaciones, me fui contra ellos y…, mi hermano iba conmigo, no siempre fue así.
Ella no me estaba mirando, tomo aire y siguió lavando mi cuerpo.
—¿Fueron esos diez años? —pregunto en voz baja.
—Estuve en la cárcel —le informé—, salí antes por buen comportamiento, pero merecía podrirme ahí, ¿sabes hace cuánto estoy afuera? Seis meses, ¿sabes cuánto llevo tratando de mantenerme sobrio? Desde que salí empecé a beber, es cuestión de tiempo para que vuelva a descontrolarme.
Dejo la esponja a un lado y suspiró —La ley es justa, ya pagaste.
—¡Di algo! —le grité.
—¿Quieres que te odie? —pregunto ella muy tranquila.
—¡Sí! —lo merecía.
—Ya lo haces tú, creo que es más que suficiente. Seis meses es poco tiempo —peino mi cabello—. Y creo que eres bastante maduro para saber cuánto bebes, sin embargo…
—No lo soy —la interrumpí—. Lo hice cuando te fuiste y destruí todo.
—No me destruiste a mí —respondió—. Si quieres soltar tu ira lo veo bien, pero la próxima golpea algo suave y que no esté vivo. Cómo decía, no beberemos más.
¿Beberemos? Ella no tenía nada que ver con mis problemas.
—Susan deberías odiarme —no la entendía.
—¿Por qué? —hizo una mueca—. Mira quédate en remojo y cálmate porque estás diciendo cosas raras, te haré un desayuno más ligero y veré qué tenemos para el estómago.
Se levantó del suelo y salió del cuarto de baño. Le hice caso a su concejo, en parte porque necesitaba superar todo lo que había dicho por primera vez en voz alta y también tenía que entender su reacción.
Me había pasado diez años pensado que cualquier persona que conociera lo que yo había hecho me odiaría, me verían como alguien repulsivo que no merecía vivir. Ahora ella hacia todo lo contrario.
Salí de la bañera y me envolvió en una toalla, la busqué en el piso de abajo. El salón estaba ordenado, todo muy limpio y la maceta había sido remplazada por una nueva y color lila.
Ella estaba en la cocina escuchando un tutorial para hacer avena.
Mantuve la distancia, pero la observé concentrada en lo que hacía.
—Espero que esto que caiga bien —hablo de espaldas a mí—. ¿Cómo te sientes?
—¿Por qué eres así? —solté.
Ella se giró —Oh, mira —señalo una bolsa de yeso—. Rompiste una pared, le pregunté al chico de la tienda y dijo que esto ayudaría a cubrir el daño, por cierto, no te hagas el fuerte porque es Pladur y eso lo rompo hasta yo de una patada.
—Susan…
—Yo soy torpe con esto así que lo harás tú y… —tomo el anillo que también estaba en la encimera—. Encontré esto en el suelo.
Había lanzado el anillo de mi madre.
—Gracias.
—El resto de lo que deje está roto, pero lo lleve a arreglar —me informo.
Había hecho muchas cosas hoy, arreglo todos mis desastres.
—En cuánto al piso y el coche, no lo quiero —finalizo.
—¿Qué hago con esto? —mostré el anillo.
Ella suspiró, me miró a los ojos y después el anillo —¿Tienes algo más que decirme?
Lo pensé —No —mentí.
Asintió y mostró su mano —Colócalo.
Lo hice, estuve temblando en el proceso, como la primera vez encajo perfectamente en su dedo. Me sentí renovado y algo feliz, pero no sabía qué hacer o que decir.
—Hagamos algo —acuno mis mejillas—. Vamos a perdonar todo el pasado y viviremos un poco mejor, ¿vale?
—Si —la abrace—. Muchas gracias Susan.
Un mes después:
—¡Perreo intenso! —sentí gritar a Susan en el interior de la casa.
Baje del coche después de estacionarme y entre para verla con Maximiliano en dos patas moviendo la cola y ella ayudándolo a mantenerse en esa posición. No era algo nuevo, siempre que llegaba a casa me encontraba con imágenes como esta, algunas peores que otras.
Me acerque a la música y baje un poco el volumen, ni siquiera me había notado.
—¡Ay! Ya está aquí —soltó, bajando al gato—. ¿Muchas vaginas?
—Fue un día agitado —me tumbe y apoye mi cabeza en sus piernas—. ¿Cómo te fue a ti?
Había un gran desorden en el salón, estaba pasando sus consultas en casa y llevaba la organización de la boda sola, aunque sus amigos la apoyaban con algunas decisiones.
—Ya envié las invitaciones a tus cincuenta invitados y a mis cuatro invitados —me informo con una sonrisa—. ¡Mira esto!
Se estiró para tomar un folleto —¿No son lindos estos ramos de flores?
Yo solo veía flores y más flores, no encontraba mucha diferencia. Quizás ya estaba algo aturdido con tantas cosas que me había enseñado.
—Muy guapos todos —le informé.
Ella rodó los ojos —¿Por cierto que harás de despedida de soltero?
Pensé un poco —No tengo amigos, pensé que pasaríamos ese día juntos y…
—Oh no, yo me iré a un club de stripper con Brandon y Mel —me interrumpió.
Me incorporé —¿Qué?
Asintió —Me compré una diadema con una polla, fue mi sueño usar una.
Abrí mi boca sorprendido —No irás.
Mostró una sonrisa tierna —Lo haré.
—¡No! Además, tenemos muchas cosas que hacer lo mejor será que no hagamos ninguna despedida.
Ella se levantó balanceando sus caderas y repitiendo con una voz chillona lo que yo había dicho.
—Me estoy encargando yo solita de la boda —puso sus manos como jarras—. Tú solo arrugas la cara y dices sí, no o, ¿cuánto cuesta?
—Sí…
—Ves —soltó de pronto—. Además, no tengo nada que hacer y estoy a aburrida.
Es que ni siquiera me dejaba hablar. Si a ella le gustaba el rosa y yo decía el azul, al final escogería el rosa. En estos últimos días aprendí que era mejor decirle que si a todo lo que ella señalará, las mujeres eran algo complicadas.
Eso no es lo peor, ahora decía que no tenía nada que hacer y que estaba aburrida, pero ayer me grito cuatro cosas porque se sentía sobrecargada con todo lo de la boda. Sus gritos se podían escuchar a kilómetros de distancia. Así era mi futura esposa, a veces un amor y a veces un peligro para mí.
La admiraba, porque mientras yo me ahogaba con el trabajo y los problemas de la empresa a los que no le veía solución, ella había mantenido su trabajo, se estaba acostumbrando a vivir aquí y a pasar tiempo a solas en mi ausencia, mientas organizaba la boda. Yo ya hubiese estado saturado con tanto y no tendría ni un solo momento de alegría.
—Tienes que organizar a tus clientes, después de la boda no pasarás consulta porque yo quiero mi luna de miel —le informe—. Además, mira la casa, tus cosas están por todos lados y aún tienes un bolso en el vestidor sin abrir.
Se cruzó de brazos —Porque no sé dónde poner esas cosas, eres el único rarito que no tiene un lugar para…, para eso.
Alce una ceja —Define eso.
Se sonrojó —Ven, tengo que mostrarte una parte importante de mí antes de casarnos.
Tomo mi mano y tiro de mí hasta la habitación. Espere sentado en la cama admirando y dándome cuenta de lo mucho que había cambiado mi lugar. Ya no era mi sitio, ahora era nuestro y la cama que antes estaba vestida de blanco o negro, ahora era lila y tenía muchas almohadas de colores, lo cual no entendía que utilidad tenían, porque ella las lanzaba al suelo mientras dormía.
Mi vestidor estaba dividido en dos, por un lado, teníamos colores neutros, bolsos de cuero y zapatos de diseñador, esa era mi parte. En su lado había una variedad de colores que causan migraña, carteras de diferentes tamaños, algunas no parecían útiles de lo pequeña que eran, tacones visiblemente dolorosos, sandalias y botas, muchas botas y deportivos.
El tocador no tenía espacio, entre el maquillaje y toda la joyería que compraba en cada puesto que veía estaba abarrotado. Y las gavetas, ya de esas yo no tenía, la señorita usaba cada una para cada cosa y descubrí que había varios grupos de ropa interior, «lencería sexi» y «bragas cristianas,» así lo llamaba ella.
—Aquí está, no te espantes —vacío el bolso que había permanecido en una esquina del vestidor desde que ella llegó.
La cama quedó cubierta por penes, si la mayoría tenía forma de penes y el resto eran cosas extrañas. Los había visto antes y sabía lo que era, pero nunca tuve uno tan cerca ni imaginé tenerlo.
—¿Que es esto, Susan? —me cruce de brazos.
No me gustaban estas cosas.
—Te presento a mis juguetes —chillo emocionada—. Este es cuarenta y cinco centímetros, es un pene de cabeza doble y mide cuarenta y cinco centímetros.
Lo balanceo frente a mí, me alejé de aquella cosa.
—¿Por qué tiene dos puntas? —ni siquiera quería tocarlo.
—Oh —se sonrojó—. Fue una etapa de descubrimiento sexual.
—No quiero escuchar más —terminaría traumado.
—Este es Blu —me mostró un aparato pequeño y extraño—. Es un succionado de clítoris.
—¿Qué? —nunca había escuchado ese nombre.
—Mira, es una delicia —lo encendió y lo coloco en mi brazo.
Me alejé, se sintió muy raro —Mejor no lo probemos, te creo.
—¡Míralo aquí! Mi joya anal —mostró una especie de chupete con una Joya.
—Ya me imagino —era tarde, ya estaba traumatizado.
—Y cinco segundos —mostró un aparato pequeño—. Es un vibrador para el clítoris y se llama así porque me hace correrme en cinco segundos ¿Te gustaría probar alguno?
—Por supuesto que no —me niego, no soy un experto en el sexo y no quisiera un sustituto—. No me gusta que uses eso conmigo, ya te doy placer yo.
Ella sonrió, se sentó a horcajadas sobre mis piernas con el vibrador aún en su mano.
—¿Quién dijo que sería solo para mí? —susurro en mi oído—. Se sentiría muy bien sentir tu polla vibrar.
Jadee, cuando sentí algo vibrar en mí entre pierna, lo había encendido.
—Yo soy hombre.
Ella besó mi cuello —¿Y? Hace mucho no hacemos algo nuevo.
Se bajó de encima de mí, la miré quitarse el saco rosa que llevaba, abajo tenía un top blanco que marcaba sus pechos. Humedeció sus labios mientras se quitaba los pantalones y mostraba unas lindas bragas de encaje negro. Ya me estaba volviendo loco con solo verla desvestirse, me gustaba que sus ojos estuvieran pendientes a mí.
—Quiero verte usarlo —pedí.
Ella sonrió de una manera tierna. Se acercó a mí encajando sus largas uñas blancas en mis muslos y me beso. Fue un beso bastante caliente, humedeció mis labios con su lengua, mordió y recorrió mi boca.
—Ve al sillón —ordeno.
Así éramos en el sexo, yo pedía o casi suplicaba y ella daba las órdenes, enseñaba y gobernaba a su antojo. Me excitaba cumplir sus caprichos y volverme un esclavo para ella, pero también me gustaba que ella accediera a mis deseos.
Me senté en el sillón que se encontraba cerca de la cama. Sabía que este juego se trataba de ver, yo mismo lo había pedido y solo tocaría si ella lo permitía o pedía.
Se sentó en la esquina de la cama. Primero se quitó el top y humedeciendo sus dedos con su salida acaricio sus pechos.
—Te ves hermosa — hablé desde mi lugar.
—Ahora me quiero ver sucia, no hermosa —respondió ella—. Quítame las bragas.
Me levanté de mi sitio, tome sus bragas y las baje por sus piernas color canela, ella las abrió para mí y me lanzo esa mirada que era como una invitación. Bese su pantorrilla, me arrodille y hundí mis dedos en sus caderas para acercarla a mi boca.
—Solo prepárame —advirtió.
Suspiré contra su sexo, bese el interior de sus muslos y mordí cerca de sus labios. Ella jadeó, la acaricié con mis dedos y abrí su dedo, paga tentar su entrada con mi lengua, había aprendido sobre lo que le gustaba. Le di especial atención a su clítoris, provocándolo, hinchándolo y dejándolo, palpitando de dolor y placer. Intenté penetrarla con mis dedos, pero me detuvo.
—Vuelve a tu sitio —ordeno.
Di un último lametazo y me levanté para volver al sillón. Me sentía dolorosamente duro, así que saque mi erección, necesitaba atención. Volví a verla cuando sentí el vibrador, lo paso por sus pechos endureciéndolos y llegó descendió por su abdomen. Soltó un gemido cuándo tocó su clítoris, jadeo y levanto sus caderas.
—Oh, Demyan deberías probar esto —jadeo mientras había círculos con el aparato.
Tome mi polla y me toque jadeando también mientras veía a mi mujer dándose placer a sí misma. Su cuerpo tembló, cerro sus piernas y soltó un delicioso gemido. Cuando volvió a sentarse, estaba jadeando y sudorosa, los temblores del orgasmo aún eran visibles.
Se acercó a mí y se arrodilló en el suelo. Sustituyó mi mano por la suya, la acercó a sus labios y humedeció mi miembro con su boca.
—Ya veo que te gustaron las vistas —dijo pasando el vibrador por el tronco de mi miembro—. ¿Cómo se siente?
Solté un gemido —Bien —lo acerco a la punta—. Oh, mierda.
Demasiado bien, me tensé en el sillón, mientas ella pasaba el vibrador por mi miembro, volvía a su boca y lo repetía una y otra vez. Estaba temblando y desesperado, acaricio mis testículos y también sentí su lengua en ellos.
—Ojitos dulces —me llamo—. ¿Quién es la primera en hacer esto?
Sonreí —Tú.
Que opinan de que pasará un tiempo y Susan perdonará a Demyan encima se entera de eso y no lo viera como un asesino? Causará problemas en el futuro? Alguien se opondrá a la boda?
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