Mi prioridad #36

Capítulo 36

Mi prioridad

Demyan

Contar se me daba bien últimamente, había contado hasta diez cuando la vi besarse con ese imbécil, conté hasta diez cuando me pidió el divorcio para no follarla en cualquier lado solo por decir tonterías, también conté cuando pateó mi puerta, aunque debo reconocer que tuve que contener la risa, ¿celos?

Me estaba tragando todo porque lo merecía, pero era agotador no saber qué pasaría, no podía obligarla a estar conmigo, así que intentaba hacer que se enamorara de una manera real, sin trampas y que recuperará la confianza en mí.

Tal vez la discusión de hoy no ayudaba mucho en ello, pero la deseaba y odiaba pensar que ella no me quería. Me repetía un millón de veces que yo merecía esto y debía soportarlo.

Encima los problemas de la empresa no me lo ponían nada fácil, quería ponerla a trabajar ya, con el objetivo de tenerla cerca, pero realmente no quería involucrarla en mis escándalos y fastidiar su carrera y su vida. No era bonito que te señalarán como la esposa de un asesino, por eso no quería que se quedara aquí, pero era muy cabezona.

Llame a mi secretaria —Carlota, puedes encargarme una tarta de arándanos y también pídele a Verónica que venga.

—Está bien, señor —hablo ella amablemente.

—Otra cosa, ¿ya mi esposa se fue? — pregunté, estaba nervioso aún.

—Salió del edificio hace cinco minutos —me informo.

—Bien, muchas gracias.

Reuniones, papeleo, mi matrimonio, no podía más. Entendí que debía tener prioridades, no podría limitar a Susan en cuanto a lo que ella deseaba hacer, de algún modo debía respetar eso y a la vez protegerla de mí. Mire la foto en mi teléfono como el loco enamorado que era, no me bastaba con tenerla en casa esperándome, la quería en todo momento.

—Si supieras cuánto te amo morenita —debía demostrarlo mejor de lo que lo había hecho.

Verónica entró sin llamar, se sentó frente a mí con ese aspecto arrogante que últimamente tenía.

—Por fin solos —dijo con una sonrisa—. Pensé que nos veríamos durante o después de tu luna de miel, pero ni siquiera tomaste mis llamadas, ¿la estabas pasando bien?

—Muy bien, por desgracia acabó pronto —respondí tranquilo.

—Me alegra que me pusieras en la junta, pero eso no es suficiente, Demyan, yo sola no te puedo ayudar —comenzó hablando ella, me atormentaba—. Necesitamos aumentar las ventas y marcar una diferencia, tal vez asociarnos con…

—No nos asociaremos con ninguna otra marca, nuestra empresa está bien, no necesitamos más —respondí muy seguro.

—Eso te haría ver como un hombre accesible, tienes que mejorar tu reputación y que esa estúpida se meta no…

—¿Qué dijiste? —la interrumpí.

—Susana, no puedo creer que la dejaras hablar frente a la junta y nos señaló como culpables —continuo hablando ella sin ningún tipo de temor.

—Verónica…

Contar no me estaba ayudando ahora mismo.

Ella se levantó y camino hacia mi contorneado las caderas, se inclinó y tomo mi mentón.

—Debe ser duro estar casado con una mujer tan tonta…, ah.

Tome su mentón con fuerza, me levanté y la volví a dejar en su asiento. No hablaría mal de mi esposa después de lo que hizo en la boda. Le pedí por respeto a nuestra antigua relación y a mi actual relación que no se apareciera, que viera la invitación como una señal de respeto y obligación, aun así se apareció, tuvo el descaro de besarme y Susana nos vio. No vio mi rechazo, solo vio como la bese y la cité para hablar, cualquier cosa paso por la mente de mi esposa y ninguna fue la correcta. Se sintió engañada y fue mi culpa por haber pensado en los sentimientos de una mujer que no tuvo la sensatez de mantenerse lejos de mí.

—¡¿Qué mierda te pasa?! —me grito alterada.

Volví a mi lugar —¿Cuándo es tu boda?

—¿Por qué te interesa? —chillo ella.

Su voz me irritaba, ¿cómo había cambiado tanto?

—¡Adelántala! Y quiero la invitación sobre la mesa, ya — ordené.

—¿Quién carajos te crees para ordenarme algo? —se levantó golpeado la mesa con las palmas de su mano.

—¿Quién putas te crees tú para entrar a mi oficina y hablar mal de mi esposa? Me tienes harto, Verónica y cambiarán muchas cosas de ahora en adelante si realmente quieres ese puesto en la junta —le advertí.

Con la misma facilidad que se lo di a ella y a su prometido podía quitárselo. Lo hice para que me dejara en paz, pero al parecer no era suficiente.

—Demyan no te conviene tenerme de enemiga, puedo hacer que tú y tu esposa…

Atrapé su brazo y tiré de ella hacia mí —Cierra la boca.

Volví a llamar a mi secretaria.

—Diga señor —hablo a través del comunicador.

—Ordena que vacíen la oficina de la señorita Verónica —pedí mirándola a los ojos.

—Señor…, está bien.

La oficina de Victoria estaba junto a la mía, era grande y tenía unas lindas vistas a la ciudad, no había otra como ella y por un tiempo perteneció a mi madre.

Ella me empujó para soltarse —¿Me vas a echar?

No la iba a echar, por desgracia yo cumplía mis promesas y ella me ayudó a volver a la empresa, así que la mantendría aquí, pero lejos de Susan.

—Ve a recursos humanos y que te busquen otra oficina —le ordené volviendo algo más calmado a mi sillón.

—¡¿Por qué?! Me gusta en la que estoy y pensé que así sería cuando tú… —no la dejé terminar.

Era hora de que se diera cuánta que las cosas habían cambiado, ya se lo había dicho, pero al parecer creía que era débil y cedería a todos sus caprichos. Ahora solo tenía una mujer en mi mente y solo a ella escucharía.

—Susan tomará la tuya —le informé.

—¿Qué carajos hará ella aquí? —pregunto notablemente irritadas—. ¡Demyan, responde!

—Lo que a mí me apetezca —eso era suficiente respuesta.

Esta empresa ahora es tanto mía como de Susana, si quiero que esté en la oficina de al lado echándose fresco lo haré.

—Te estás pasando —se quejó ella con la voz algo ahogada—. Éramos…

—Era tu perro, solo velabas por tú benefició, pero yo tengo otras prioridades ahora y no me importa quién sea si se atraviesan los quitaré del camino —le informe—. Se acabaron los juegos Verónica, tuvimos nuestro tiempo y no funcionó, te deseo un feliz matrimonio.

—Hablaremos —camino dando largas zancadas hacia la puerta.

—Pide una cita —dije antes de que cerrara la puerta con un fuerte golpe.

Había sido difícil tratarla así, era una mujer después de todo y una a la que había querido en el pasado, pero ya no era nada de eso y no sentía lo mismo. Verónica me había decepcionado tanto como yo decepcione a mi esposa.

No quería malentendidos ni que se sintiera en el derecho de decirme que hacer o que no hacer. Ya eso había acabado para ella. Tenía que cambiar, no me volvería a dejar mangonear por nadie, al final perdería yo más que nadie.

Llegue a casa con otro ramo de tulipanes y dos tartas. Se sentía bien atravesar la puerta, después de un largo día de trabajo. La casa estaba limpia y ya era raro que Susan limpiará. Los gatos estaban inquietos y me preocupé, porque por lo general siempre estaban cerca de ella.

—¿Dónde está mamá? —le pregunté a Victoria que solo me gruño como siempre.

Pipo intentaba subirse a la encimera para atacar las tartas que ahí había dejado y Maximiliano se restregaba contra mi pierna en busca de cariño. Sin duda algo estaba mal, solo se comportaban así cuando ella no estaba en casa. Guarde las tartas y subí a la habitación en busca de mi esposa, quizás estaba dormida.

—¡Susi! —la llamé.

La habitación estaba vacía y la cama hecha. Abrí el armario y comprobé que toda su ropa incluso sus preciados juguetes seguían ahí. No se pudo haber ido. Me senté en la cama y aflojando mi corbata comencé a marcarle al teléfono celular.

Quizás había dado un paseo o se fue de compras, mire la hora, era un poco tarde para ir de compras y ella era muy vaga como para salir a dar un paseo. El teléfono celular daba apagado.

Volví a llamar hasta que recibí un mensaje.

«Estoy con Brandon, yo también necesito respirar.»

Seguía enfadada, pero al menos estaba bien. Me acosté en la cama y tomé aire

—Morena tonta, me vas a causar un infarto —me reí solo.

Decidí escribirle algo en plan tranquilo.

«Todo bien» no, eso era muy de estar enfadado. Lo borré.

«Pásala bien» le quitaba importancia a mi preocupación. Lo borré.

«Te espero en la cama, desnudo» no, eso es algo que pondría ella y por lo que yo regresaría corriendo. También lo borré.

Piensa Demyan, ¿qué fue lo que hizo que se enamorara de ti? Recordé sus palabras, había dicho que yo era diferente a los imbéciles con los que había salido.

Quizás yo también era un imbécil, pero le escribí como ese chico virgen e ilusionado del que se enamoró, aún estaba aquí, ilusionado y enamorado, aunque también asustado. Fue sincero con mi mensaje.

«Me preocupé, creí que te habías ido» sinceridad «Está bien, aunque compré tartas para ti, quizás te ayuden a respirar y podríamos comerlas juntos» envíe.

Que tontería había escrito, era tarde ya lo había visto.

«¿Mis favoritas?», pregunto ella.

«Así es, te estaré esperando» lo envíe y me lance a la cama, ¿Qué más? «Te amo Susana de Ivanov con tetas o sin tetas operadas»

Me dejó en visto. Me sentó mal. Me hice un ovillo en la cama y me quedé mirando la pantalla en espera de un mensaje que no llego. Cerré mis ojos y me quedé dormido sintiendo su olor en la almohada.

Desperté dos horas después por una llamada de Brandon ¡Maldición!

—¿Sucedió algo? — pregunté rápidamente.

—Tu querida esposa está ebria y solo pregunta por ti, ¿podrías venir a por ella?

Mierda, Susan —Pásame la dirección.

Salí corriendo de casa y tome el coche para llegar a un pequeño bar. En la puerta ya me esperaba Brandon con su marido y mi mujer que no dejaba de moverse y decir tonterías.

—Susan, ¿estás bien? —acuné sus mejillas.

Tenía la mirada perdida, pero sonrió al verme.

—Les dije que vendría porque él me ama, ¿cierto? —pregunto haciendo ojitos.

Sonreí —Por supuesto que te amo morenita, pero no tenías que ponerte así, pequeña.

Estaba muy mal, ni siquiera lograba mantenerse en pie.

—Aquí cada cual respira a su manera —me plantó un beso en los labios—. Llévame a casa, tengo sueño y una rata se está moviendo en mi estómago.

La ayudé a subir al coche, Brandon se acercó a mí y me pasó el bolso de mi esposa. Él no tenía buena cara, suponía que Susan le había contado todo sobre nuestros problemas, era su mejor amigo y era de esperarse que lo hiciera.

—Cuídala, ella antes era más feliz —me dijo antes de alejarse con su marido.

Lo sé, antes no lloraba por ningún hombre. Subí al coche, le puse el cinturón y manejé despacio a casa. Ella se quedó dormida casi todo el camino y cuando llegamos tuve que cargarla hasta la habitación. La dejé en la cama y después de quitarle los zapatos comencé a desnudarla.

—¿Tienes náuseas? —tal vez había bebido demasiado y necesitaba sacarlo.

Negó con la cabeza —No, tampoco ganas de sexo.

La levanté ya teniendo su cuerpo desnudo. Me miró de esa manera que adoraba, con algo de furia y tristeza, así era su mirada. Solté su cabello y lo peiné con mis dedos antes de acunar su mejilla y besarla.

—Puedo controlarme — susurré contra mis labios—, pero tú apestas a alcohol y cigarrillos, necesitas un baño.

Hizo una mueca —Qué romántico.

Llene la bañera para ella y la metí dentro del agua caliente. Se relajó y soltó un suspiro cuando pase la esponja por su cuerpo.

—Si te sientes mal dímelo —le pedí.

Quería cuidarla como ella me había cuidado a mí. Bese sus hombros y deje que descansará un poco en el agua. La sentí temblar y cuando me separé comprobé que estaba llorando. Odiaba verla llorar, bese su rostro e intenté calmarla, ella solo continuó y me abrazo con fuerza ocultando sus lastimosos gemidos en mi hombro.

—Yo solo quiero que desees dormir conmigo —pidió entre lágrimas—. No quiero dormir en camas separadas ni que te vayas sin avisarme.

—Creí que sería más cómodo para ti, pero odio dormir separado a ti y por supuesto que no lo haré más, solo no quería asustarte —intente calmarla.

Tome una toalla y la ayude a salir del agua. La sequé suavemente y la volví a levantar para llevarla a nuestra habitación. Me quité la ropa y me acosté a su lado en la cama, ella seguía temblando y llorando en silencio. Nos cubrí con la manta y la estreché contra mí, así era mucho mejor.

Aclaro su voz —No puedo odiarte, te deseo tanto y te amo como nunca ame a nadie.

Bese su frente —Yo también te amo, ahora descansa.

—¿Estás enfadado porque bebí? —se limpió las lágrimas.

Me reí —No morenita, jamás, solo no termines tan mal si no estoy yo para cuidarte.

Al menos estaba Brandon y Freddy, ellos no la dejarían sola.

Ella se acurrucó y se quedó dormida rápidamente. No iba a hacerle un drama solo porque se sintió mal y busco consuelo en la bebida y sus amigos, eso era mi culpa y lógicamente no veía bien que bebiera así, pero estaba consiente de que eso ya ella lo sabía.

Me sentía incómodo sin poder hacer más nada por ella, no podía dormir ahora que la tenía entre mis brazos, esa sensación de que podría perderla en cualquier momento no me dejaba tener un segundo en paz. Intenté sentarme en la cama, para tomar un poco de aire, pero ella me detuvo sujetándome del brazo y tirando de mí.

Se removió incómoda —No te puedes ir, es una orden.

Me reí —Jamás me iré, te lo prometo.

Acaricié su mejilla y me acerqué para besar sus labios. Ella ni siquiera había abierto los ojos, aun así respondió al beso a abriendo sus labios y tirando de mi cabello para tenerme más cerca. Fue un beso lento, pero lo suficientemente bueno para calentar mi cuerpo, hundí mis dedos en su cadera y la acerqué más a mí, ella respondió con un jadeo que se convirtió en música para mis oídos. Hizo un ruido raro, mordió sus labios y suspiró.

La quería tener ahora mismo, despacio, pero sin demora. Deseaba a mi esposa más que a cualquier otra cosa. Bese el anillo en su mano y acaricié la curva de su cuerpo con mis dedos, toque el interior de sus muslos en busca de su sexo, quería darle placer, como un loco volví a tomar sus labios, la bese y mordí suavemente para que abriera los ojos. Me gustaba cuándo me miraba.

—¡Ya basta! —me golpeó.

Me separé de ella al recibir un fuerte bofetón. Estaba claro que nuestra confianza se había arruinado al punto de que no quería que la tocara. Ella abrió los ojos, se sentó en la cama y trato de controlar su respiración. Lejos de enfadarme me sentí decepcionado conmigo mismo, no podía tocar a mi esposa, había perdido ese derecho. Mis ojos picaron por la rabia.

—Lo siento —traté de sonar seguro, pero sincero.

No quería que se asustara y ya parecía estarlo.

—Yo te pegué —ahogo un lamento en la palma de su mano—. No sé qué me pasa, yo…, de momento recordé…

Se quedó en silencio, pero ya era tarde. Algo en mí había unido todos los momentos en los que ella se comportó de esta manera, casi siempre era cuando se sentía que no podía llevar el control de las cosas, gritaba y se defendía como si le fuera a hacer algo malo, muchas veces incluso lo hacía inconsciente. Una vez le pregunté quién le había hecho daño para no creer en el amor y ella no respondió, no la atormente más, pero ahora me daba cuenta de que el problema no era un simple corazón roto. Alguien había lastimado a mi mujer de manera grave.

Ella no creía en el amor.

Le tenía miedo a las relaciones.

Le costaba confiar en los hombres.

Odiaba sentirse dominada en el sexo.

—¿Quién fue? —pregunte, preso por la ira que sentía en estos momentos—. Dime quién se atrevió a hacerte daño.

¿Cómo era posible? Una mujer tan agradable y hermosa, no era posible desearla de otra manera que no fuera con ternura y respeto.

—Nadie —mintió.

Tal vez no debía presionar, pero ya era tarde. Quería la respuesta y la tendría ya, porque de otra manera ella nunca me lo diría.

—Dímelo Susana, es una orden — imité su postura y manera de hablar.

Ella arrugó el ceño y se cubrió con la manta, se sentía expuesta e incómoda seguramente. En otro momento le hubiese dado igual, pero sabía que por primera vez alguien estaba rompiendo ese muro en el que guardaba todo lo que le dolía y ese alguien era yo.

—No te voy a decir nada —se levantó de la cama.

—Susana soy su marido, tenemos que hablarlo y yo tengo que lograr entenderte o seguiré lastimándote sin darme cuenta —le pedí instando alcanzarla.

Ella se escapó de mí —¡Ya basta!

Salió corriendo de la habitación, no espere que lo hiciera, el asunto era grave, pero no la dejaría sufrir sola. La seguí, demasiado tarde porque había logrado encerrarse en la habitación de invitados. Toque a la puerta y me acerque para poder escúchala, ella no debería sufría sola, quizás sea lo que menos necesité ahora, quizás me odie por esto, pero no la dejaré.

—Abriré la puerta y nos sentaremos a charlar —le avisé.

—¡No quiero! —se negaba.

—Es hora de que lo afrontes con alguien —había puesto el seguro, tome impulso—. Ya no estás sola Susan.

Golpee la puerta con tanta fuerza que la tire y caí al suelo. Solté un quejido, ya estaba viejo para esto.

—¡Demyan! —ella se acercó para ayudarme—. Casi te matas, ¿estás bien?

Mi espalda dolía.

Acune su mejilla —¿Tú estás bien?

Ella estaba agitada —Estoy aquí.

Esa no era suficiente respuesta me volví a acostar, necesitaba esperar a que el dolor pasará o moriría.

—Tarta de arándanos, zumo de naranja y charlamos, ¿te gusta el plan? —propuse.

Tuve que romper una puerta para que ella se tranquilizara, pensará y mostrará esa sonrisa después de asentir. Justamente eso hicimos y terminamos en la cama con algunos parches para el dolor que ella colocaba sobre mi espalda con mucho cuidado.

—Lo siento —se disculpó—. Hice mucho drama y te lastimaste.

—No fue un drama, solo estabas en shock y estoy bien —la calmé—. Solo me asusté. Si vas a sufrir hazlo conmigo a tu lado.

No siempre iba a poder evitar su tristeza, pero quería está ahí para ella, a veces yo podría llegar a ser la causa de su dolor, pero no significa que no la ame. El amor era complicado, se basaba en el perdón y la confianza, en aceptar los defectos y el pasado dejarlo ir.

—¿Quién te hizo daño? —volví a preguntar.

Ella suspiró y recostó su cabeza en mi espalda.

—Tenía dieciséis años y estaba enamorada de un chico mayor, mi madre me prohibió verlo, pero yo era tonta y ciega, un día escapé y no recuerdo mucho más, solo que fue desagradable y…

—Está bien —la interrumpí.

No podía seguir escuchando esa parte. Me acomode en la cama y la abrace para que se sintiera mejor, no es que pudiera bórralo, pero no estaba sola. Ya entendía todo en ella.

—Después de eso le dije a mis padres, pero ellos llegaron a la conclusión de que yo lo había provocado y pues en eso me convertí hasta que logre irme de casa —me explico.

Era muy inteligente y fuerte, ella había hecho todo sola y por su propio bien. Seguramente sintió miedo y quería protegerla lo más que fuera posible.

—Nadie lo volverá a hacer, te lo juro y haré que todos se arrepientan —le asegure.

—Demyan, deja de ser así porque me enamoró —acaricio mi mentón y dejo un tierno beso en mis labios.

Ya estaba tranquila y había vuelto a la normalidad.

—Soy tu marido, ya es un poco tarde.

¿Que opinan del trato de el para Victoria?
¿Lo perdonamos?

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