El flechazo de cupido #1

Capítulo 1

El flechazo de cupido

Susan

«Susana Collins, terapia de parejas» Leí en la puerta por décima vez mientras escuchaba a este par de idiotas sacarse las mierdas como si fuera su hobby favorito y luego decían que se amaban.

Era curioso, decían que las parejas que empezaban una terapia juntos lo hacía porque realmente se amaban y querían arreglar su desastrosa relación; sin embargo, una vez que estos dos idiotas se sentaban no hacían más que culparse por todo, es como si en el fondo estuvieran aquí para ganarse el papel de víctima. Era como un pequeño juicio del amor en el que yo fingía tomar nota y escuchar, ni se piensen que después de quince minutos yo seguía atenta, había aprendido a desconectar mi cerebro.

—¡¿Cómo puedes decir tal cosa?! —grito la rubia.

La miré de arriba abajo, era una manipuladora, vale que su esposo era un idiota que no sabía expresarse ni lo más mínimo, pero aquí la señora le daba un giro descomunal a la situación, quedado ella como toda una inocente. El hombre ya no tenía ganas ni de respirar, estaba aquí de milagro.

—¿Qué quieres que diga? Estamos juntos por los niños y porque en tu vida no has trabajado nunca —se quejó él, una dosis de valor.

Ella abrió los labios insultada, no sabía qué decir ¡Bingo! Significaba eso que era verdad. Lógicamente, no la tacharía a ella como la causante de todos los problemas, a su marido le faltaba chispa, no tenía muchas emociones y para una mujer que había estado en casa con sus dos pequeñas por muy buena vida que tuviera, era necesario un poco de entusiasmo.

—¡He sido madre y esposa toda la vida! —se defendió ella—. ¿Crees que es fácil cargar contigo?

En algún momento estas dos personas encajaron bien, imaginé que él había encontrado la motivación en ella y ella había logrado ser la reina de un hombre que se guiaba fielmente por sus palabras.

—¿Hace cuánto no follan? —les pregunté, dejando a un lado mi cuaderno de notas.

Debería decir mi cuaderno de dibujos, les había hecho unos retratos muy chulos a los dos, con sus caras de enfado y todo.

Me miraron boquiabiertos. Odiaba la sorpresa de las personas, era una pregunta muy fácil de responder ¿Cuándo fue la última vez que follaste? No se coman la cabeza.

—¿Meses, semanas, días? —insistí—. ¿Tal vez horas?

Ni hablar, si hubiesen tenido sexo antes de venir, no estarían tan amargados.

—Tres meses —respondió el hombre.

Pobres criaturas, tenían sus órganos del amor de adorno. Para que luego digan que si te casas follas más ¡Falso! Suele suceder todo lo contrario.

—Imagino que tampoco han tenido muchas citas —señale.

—Desde que tuvimos hijos nos olvidamos de que era eso —se quejó la mujer en un tono burlón.

—¿Que edad tienen los pequeños? —pregunte.

—Veintitrés y treinta —respondió el marido bastante orgulloso.

Madre mía, ¿cómo les explico que su problema es que son idiotas?

Tome aire —Ya es hora de que se den cuenta de que son dos pares de aburridos —los señale—. No tienes que esperar a que tu marido proponga un plan, él se cansó de qué le negaras todo, es hora de que dejes de estar sentada esperando flores y las des tú.

—Pero yo… —se intentó defender.

La interrumpí —Tú eres un muerto andante que no hace más que hablar de sus problemas y vale que necesitas que tu esposa te escuché y te consuele, pero ella está aburrida de escuchar problemas y necesita un poquito de emoción en la vida. Unas vacaciones, sexo contra la encimera, una peli de terror, cualquier cosa que rompa la aburrida rutina que se crearon, yo que sé, ya no tienen a sus hijos y se les ha olvidado como era la vida de pareja, son como dos desconocidos.

Los ojos de ambos estaban tan abiertos que parecía que en cualquier momento se caerían. Tome un trozo de papel y comencé a apuntar en él.

—¿En serio cree que el sexo y un poco de atenciones arregle treinta años de descuido? —hablo la rubia mirando a su marido con algo de rencor.

—Sí, básicamente, eso es lo que mantiene una relación, el sexo y las atenciones que se dan mutuamente —termine mis notas y se las pase—. También te puedes divorciar.

El hombre tomó la nota —¿Sexo al menos cuatro veces a la semana, citas todas las semanas, vacaciones y la misión “sorpréndeme”? —leyó él.

—¿Sorpréndeme? —pregunto ella leyendo por encima del hombro de su marido.

—¡Bu! — grité y ambos saltaron—. Las cosas planificadas pierden calidad, lo que pasa que cuando se tiene hijos todo se debe hacer bajo un estricto plan y lo entiendo, pero ya sus pequeños tienen pelos en lugares que no se imaginan y es hora de que ustedes dos empiecen a darse unas cuantas sorpresas.

Ellos se miraron y vi que algo había cambiado en su manera de hacerlo, un atisbo de esperanza y algo de desconcierto había en ambos.

—¿Tan fácil? —murmuro el marido.

Me reí —Sí, pero igual son cien la sesión y nos vemos la próxima semana para saber cómo van.

Esta era mi vida. Arreglaba problemas matrimoniales en las mañanas, pasaba las tardes con mis pequeños gatitos y en las noches salía de fiestas, porque sí, yo también debía sorprenderme de vez en cuando.

Si algo quería para mí era la completa felicidad y por eso evitaba encontrarme en el lugar de esas parejas. Cualquiera creería que alguien tan inteligente como yo no tendría problemas en el amor ¡Falso! El amor te hace idiota, lo dice la biblia, Karol G y Shakira, si a ellas les pasó quién soy yo para evitarlo, solo una mortal demasiado guapa.

Llegué a casa y me metí dentro del vestido color arena que usaría para la boda de mi querido príncipe azul, Brandon, era mi mejor amigo y el único hombre al que amaría en mi vida, por suerte gay lo que significa que también es el único hombre que ha pasado por mi cama y no ha terminado como vino al mundo.

Yo era una mujer de necesidades básicas, las flores me las regalaba yo misma, las cenas las pagaba yo, pero los abrazos eran necesarios, por desgracia los juguetes no cubrían esa necesidad.

¿Te doy miedo? Lo siento será mejor que no te enamores de mí.

En fin. Acomode mis rizos rojos y ajuste mi vestido.

—Diosa, como siempre cariña —me dije a mí misma en el espejo.

No llegar tarde era mi misión de hoy y justo eso hice.

Ya mis amigos estaban casados, mire a Mel y a Brandon felices con sus parejas, al menos yo sería la tía millonaria. Aún no era millonaria ¡Maldición! Me faltaba un millón para serlo.

Cuando era pequeña había soñado en un lugar como este para casarme, muchas flores blancas y azules, mis favoritas; luces, música suave y… Nunca imagen al novio.

¿Me podía casar con mi soltería?

Llegó la hora de lanzar el ramo de flores. Me aleje de la maldición y me acerque a Eros, el esposo de mi mejor amiga Mel.

—¿No quieres probar tu suerte en el amor? —pregunto él.

¿En serio? Pensé que él era de los míos, fríos por dentro y muy calientes por fuera, pero se quedó babeando por mi amiga y cupido los embrujo a ambos. Lo cierto es que hacen una hermosa pareja, pero ni ellos se han salvado del drama.

Alce una ceja —Mi querido cupido te aseguro que la suerte y el amor no tienen nada en común.

Ya eso lo sabía yo que veía diariamente como el amor había arruinado muchas vidas, pero no me pagaban por arruinar ilusiones. Prefería hacer que para otros los problemas en el amor llegarán a ser un tanto más tolerables, pero jamás inexistentes.

Sentí un pinchazo en el brazo, había sido él con un palillo de dientes.

—¿Que haces? —el alcohol le había quemado las neuronas.

—Te acabo de lanzar una flecha de cupido —explico él con una tonta sonrisa.

Lo que tenía de guapo lo tenía de tonto.

Le hice una fea mueca y seguí bebiendo de mi burbujeante copa de champán. A cupido me lo paso yo por…

—¡Ah, su puta madre! —grité al ver que el ramo de flores cayó en mis manos.

¿Cómo se podía tener tan mala suerte? Necesitaba sacarme esto de arriba antes de que algún idiota desesperado se tomará esto como una señal para conquistarme o yo por tonta empiece a soñar con flores y nubes de colores.

Eros comenzó a reír, sé lo pasé a la señora de unos ochenta años que había a mi lado, estaba muy perdida en sus pensamientos como para darse cuenta del problema que le había dejado o al menos era lo que yo consideraba un problema, otra lo recibiría con ilusión, en cambio, yo salí corriendo

¡Necesito una limpieza profunda!

No es que fuera supersticiosa… ¡Diablos! En el fondo, si lo era, muchas veces le daba like a publicaciones en Facebook para que no me echarán cuatro años de mala suerte.

Bueno, esa era yo, muy sincera, algo supersticiosa y a la que muchos consideraban incorrecta por no hacer lo que se suponía que debía hacer.

Unas horas después salí del lugar con mis tacones en mano, algo mareada por el alcohol, pero no borracha al punto de cometer un delito. El aire frío erizaba mi piel y el bullicio de las calles me mantenía distraída, justo como me gustaba estar. Cruce la calle cuando el muñequito se puso verde y se abrió de pies y brazos, algún día cruzaría imitando su andar tonto, pero aún no estaba lo suficientemente borracha para eso.

—¡Ay! —me agaché cuando sentí algo clavarse en mi pie, me había cortado—. Por tonta te pasa esto.

—¡Cuidado! —grito alguien.

El coche había frenado en mi nariz, no me llegó a golpear y aun así caí de culo al suelo y por último me acosté dramáticamente. Casi me muero y lo estaba procesando, mi preciosa y productiva vida casi termina.

Un ángel ¡Oh dios, me morí! Un ángel se había acercado a mí, su cabello era dorado y mientras más se acercaba mejor pude ver el brillo azulado de sus ojos, la piel pálida y esos bonitos labios que gritaban ¡Bésalo! Como si el cangrejo de Ariel estuviera cantando esa melodía para mí.

«Si lo quieres bésalo, bésalo y ya verás, no hay que preocuparse.»

—¿Estás bien? —pregunto algo preocupado.

—¿Iré al cielo? —pregunté.

Había que tener en cuanta que yo no era una santa, seguramente me habían enviado a un ángel por equivocación. Quizás me perdonaron por arreglar matrimonios que se encontraban a las puertas del pecado.

Vi la gente agruparse a nuestro alrededor, qué vergüenza. Moriría ebria, con un vestido color arena y con las bragas expuestas, que no estaba tan segura de cuánto de ellas se había visto, pero actualmente era mi única preocupación.

Nota mental: Usar lencería sexi siempre.

Aunque ya no necesitaría de estás tontas notas, yo Susana Collins había fallecido.

—Aguanta, ya viene la ambulancia —pidió el rubio tomando mi mano.

Estaba frío y la que moría era yo, pobre hombre, seguramente este era el peor día de su vida.

Se me estaba clavando algo en la nalga derecha, pero no tenía fuerzas para moverme y solo cerré mis ojos suavemente y respiré flojito. Qué mareo llevaba.

Sentí todo el ajetreo de los paramédicos para subirme a la camilla, me hacían preguntas que yo no lograba responder porque estaba muy aturdida por las brillantes luces que me golpeaban toda la cara. Hice el intento de tomar mi bolso, pero mi brazo dolió y tuve que quedarme quieta.

¡Mierda! Era un doctor, no un ángel, me había atropellado un doctor demasiado guapo para ser real. Él no dejaba de hacerle preguntas a los paramédicos, este seguramente sería el peor día de su vida y todo porque me hice la muerta cuando ni siquiera me tocó, aunque me dolía, todo era por culpa de mi caída dramática y de que iba ebria.

Él siguió a los paramédicos hasta que me dejaron en el hospital. Yo estaba bien y odiaba los hospitales, no soportaba ver todas esas manos a mi alrededor tocándome con objetos que no conocía, si sacaban una jeringa gritaría con todas mis fuerzas.

—Necesitamos hacerle un análisis de sangre para saber si ha consumido algo más que alcohol —indico una de las doctoras.

—¡Oye! Que voy borracha, no drogada y estoy bien —me intenté levantar de la camilla—. ¡Ay!

Mi pie dolía, el rubio me tomo del brazo con cuidado e hizo que volviera a la cama.

—Hágale todas las pruebas necesarias —ordeno él y todos se pusieron en marcha.

Lo miré mal —¡¿Pero tú quien te crees que eres para tomar decisiones por mí?!

Él alzó una ceja —Probablemente el responsable de esto y aunque no veo que te tocará siquiera, necesito estar seguro de que no tienes nada que puedas usar después para demandarme.

—¿Demandarte? Tengo cosas más importantes que hacer que demandarte —señale—. Hoy tuve una boda y quiero irme a la cama ¿Entendido?

Él alzó una ceja —No estás en condiciones de tomar decisiones, el hospital se encargará.

—Será... ¡Ay! —grité cuando ando sentí un pinchazo en mi brazo—. ¡No! ¿Toda esa sangre es mía?

Me habían sacado mucha sangre.

—Ya cálmate, estás exagerando, los resultados estarán y podrás irte después de llegar a un acuerdo —explico él, muy tranquilo.

—¡No habrá acuerdo! Te denunciaré por…, por sacarme sangre, a ti y al hospital —parecía una loca pegando gritos.

Él rodó los ojos —¿Doctora podemos ponerle algún sedante?

Abrí mi boca asombrada —No te atrevas.

Ya no me gustaba mucho el rubio, tenía un aspecto de prepotencia, era de estas personas que se creían el culo del mundo. Lo examiné mejor una vez nos quedamos a solas y pude ver mejor su aspecto. Traje de diseñador, obvio, tenía dinero, era doctor. Cabello demasiado peinado y desprendía un aire de seguridad que odiaba. Nadie podía tener una apariencia tan perfecta, seguramente tenía algún tipo de trastorno con la limpieza. Yo solía examinar muy bien a las personas.

Un par de horas después ya me encontraba desesperada con su presencia.

—¿Cuándo vienen los resultados? —me queje—. Tengo que irme de aquí, mis gatos están solos en casa.

Él suspiró —Pronto, aunque por tu actitud imagino que te sientes bien.

Qué voz más ruda, me imaginaba de todo menos cosas sanas. Sus manos eran grandes y media casi dos metros, o eso creía yo desde mi posición en la cama. Las venas de sus brazos se marcaban y su camisa se ajustaba a la perfección por los músculos de sus pechos. Sus piernas, necesitaba que me rodeará con esas piernas para recuperarme por completo.

Estaba diciendo tonterías, pero no podía culparme, él estaba muy bien.

—Hola —agito su mano frente a mí—. ¿Cómo estás?

«Babeando por ti.»

—Físicamente aquí, mentalmente en mi cama, imaginando que me haces tuya respondí muy segura de mí.

—¡Doctora! —llamo él, una enfermera entro en la habitación—. Creo que tiene daño cerebral.

—Oh, yo pensé que era hormonal —murmure.

Qué problema el mío.

— ¿Está segura que le hicieron todas las pruebas? No quiero que salga de aquí con ningún problema —insistió él.

Mi único problema era tu frialdad, qué hombre tan pesado. 

—No tiene nada, señor, creemos que solo se desmayó por el susto —explico la mujer.

Me quité la manta de encima —Si eso fue ¿Ya me puedo ir?

Los labios de la mujer se volvieron una fina línea —Hablaré con el doctor.

—Gracias —me levanté de la cama—. ¡Ay!

Él me sostuvo rápidamente y acercó una silla de ruedas para que me sentara. Tenía un ligero olor a tabaco, seguramente se veía muy sexi fumando, con el torso sudoroso y tumbado en mi cama.

Madre mía, la impresión de casi morir me tenía muy mal.

—Tienes un corte en el pie, deberías tener más cuidado —hablo en un tono fuerte.

—¿Perdón?

—Hoy casi te atropelló ¿Qué hacías en el suelo? Pensaste en que hubiese pasado si te golpeó con el coche —estaba de muy mal humor.

—Lo siento rubito, no me lo pensé en ese momento —me crucé de brazos.

—Ahora dime cómo arreglamos este tema legal —pidió él—. Ya he perdido mucho tiempo.

—Oh, sí, me imagino que tienes una vida ocupada —debía ser un aburrido—. Además, ¿de que tema legal hablas?

Él se cruzó de brazos —No tengo tiempo para una demanda, así que dime cómo arreglamos esto entre nosotros, propongo que nos veamos en algún sitio para hablar.

—¿Una cita? —mordí mis labios.

Él alzó una ceja —Reunión, puedes llamar a tu abogado si te parece bien.

«Aburrido.»

Puse una cara lastimosa —No tengo abogado, la verdad no creo que sea algo tan grave de resolver. Tú casi me dejas como calcomanía en la calle y listo.

—Perdón, pero tú llevas la mayor parte de la culpa, estabas en el suelo —recordó.

—Ah, sí —recordé. Las mejillas de él se volvieron rojas del enfado—, pero el hombrecito estaba en verde, yo podía estar ahí ¡Tú casi me atropellas!

Él abrió sus labios —No te vi y ni siquiera te toque.

—¡Ay! Creo que me duele el cuello —mentí—. Tendré que pedir que me hagan más exámenes.

Él abrió mucho los ojos —Señorita, ya escucho que está perfectamente bien.

—O tendré que poner una denuncia —puse los ojitos tiernos, esos que me habían sacado de muchos apuros—. No te lo tomes a mal, sería solo para qué investigarán.

—¡No! Ya le dije que no tengo tiempo para eso.

—O quizás…

—¿Cuánto quiere? —saco su cartera—. No tengo tiempo para estos asuntos, aunque no tengo culpa, no quiero esperar a que se compruebe.

—Oye espera —le quite la cartera y la lance a la cama—. Te tomo la palabra, hablemos en un lugar más tranquilo, me invitas a cenar.

Él alzó una ceja —¿Una cena?

Me crucé de brazos —Oye, hace unas horas me vi a punto de morir, lo menos que puedes hacer es invitarme a cenar y no te preocupes, puedo tolerar tu amargura.

—¿Perdona? —soltó él.

—Estás perdonado, mañana a las nueve me recoges en mi casa ¿Teléfono celular? —pedí con la mano abierta.

En medio de su desconcierto, él me lo pasó. Ni siquiera tenía contraseña, estaba claro que este hombre era un santo y no veía anillo en su dedo, si juntábamos ambas cosas significaba que era soltero. Soltero era igual a una nueva conquista para mí.

Escribí mi número y mi dirección en su teléfono celular, me agendé como «la chica guapa a la que casi mato» por si se olvidaba de mí, con esto le sería imposible.

—Bien, ahí está, te espero mañana a las nueve y cuando digo nueve me refiero a que estés a las ocho con unas bonitas flores —me incline y le di un beso en la mejilla—. No llegues tarde.

Me deberían dar un premio por ligar justo después de ver mi vida pasar ante mis ojos. Yo le bajaría el mal humor a ese rubio amargado.

No me juzguen, odiaba al amor, pero adoraba la diversión.

Espero ya te enamorarás de Susan y Demyan.
Si te gusto este primer capítulo y deseas seguir leyendo déjame un comentario y tú voto.

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