Cien citas para enamorarte #21
Capítulo 21
Cien citas para enamorarte
Demyan
¿Cómo era posible que un beso me volviera loco? Y es que ya no eran sus besos, era su simple presencia frente a mí.
¿Estaba mal esto?
Ella me besaba con deseo y yo le correspondía de igual manera, me gustaba sentirla contra mi cuerpo. Su olor, sus gemidos, el calor de su piel y la suavidad de esta. Quería volver a sentir lo que era estar dentro de ella, besar su intimidad.
—Enséñame —pedí contra sus labios—. Quiero saber que es lo que te gusta.
—¿No crees que ya va siendo hora de que me digas que te gusta a ti? —pidió ella tomando mi mandíbula.
Negué con la cabeza —Solo me gustas tú, no se me ocurre más nada.
Ella mostró una sonrisa coqueta —¿Alguna fantasía?
Lo pensé un poco. El sexo era algo que empezaba a descubrir, si había visto algo y si me había dado placer a mí mismo en algunas ocasiones, pero como tal no tenía a una idea o una fantasía que me gustaría cumplir como el resto de los hombres.
Me sentí un poco frustrado por eso, mis conocimientos eran básicos y no supe qué responder.
Ella pasó sus manos por mi pecho —No pasa nada, puedes descubrir que te gusta.
—Ya dije que tú —repetí.
Ella empezó a reír, me gustaba su risa.
—Que te gusta en el sexo —corrigió—. A mí me gusta ser posesiva y controlar la situación.
Mordí mis labios, era tentador, solo que no me veía capaz de controlarla a ella.
—Me gusta eso —respondí masajeando sus caderas.
Ella se cruzó de brazos —Pues tenemos un problema, no puede haber dos.
Pensé un poco —¿Que gane el mejor?
Ella soltó una carcajada —¿Me estás retando?
—Tal vez —incluso daba miedo responder.
Ella me volvía loco y sé que ganaría en menos de unos minutos, por mucho que me esforzara en controlarla sería imposible y con lo orgullosa que era si lo lograba jamás me daría ese reconocimiento, pero a nadie le importaba una victoria si se trataba de tenerla. Lo disfrutaría, perdiera o ganara, solo que quería darle tanto placer como me fuera posible. Susan es una mujer con mucha más experiencia que yo, era difícil sorprenderla y pensar en la de veces que otro hombre le dio más placer que el que yo le doy solo me causaba una horrible ansiedad.
Ella ladeó su rostro y acarició mi cuerpo —¿Te gusta mi boca aquí? —toco mi miembro por encima del pantalón.
¡Maldición! Por supuesto que sí.
Retuve la respiración —Sí, me ha gustado bastante.
Ella soltó una carcajada y acaricio mis mejillas —Eres tan lindo.
¿Lindo? No quería ser lindo.
Me quité la corbata porque sentía que moriría de calor con ella encima de mí, justo cuando lo hice una deliciosa idea surco mi mente ¿Por qué no? A veces para dominar había que usar algunos recursos. Me dejé la corbata, porque la usaría en unos minutos, tenía que nublar su mente antes o no se dejaría ganar tan fácilmente.
La levanté de encima de mí e hice que se sentará en la mesa, ella mantenía esa sonrisa juguetona que se fue disipando a medida que la desnudaba para mí. Me sentía seguro haciéndolo, porque sabía que a ella no le molestaba, todo lo contrario su mirada se volvía cada vez más intensa. Suspire contra sí abdomen mientras bajaba sus bragas por sus largas piernas.
Ella se acomodó en la mesa y se ofreció a sí misma abriendo sus piernas y apoyándose en sus codos. Por mucho era lo más hermoso que había visto en mi vida.
—¿Qué harás ojitos dulces? —me provocó con su sensual voz.
Bese sus piernas, mordí el interior de sus muslos y bese sobre su monte de venus. Ella me controlaba muy fácilmente. Levanté la mirada, estaba mordiendo sus labios a la espera.
—Pídelo — ordené.
Alzo una ceja y se estiró en la mesa —Puedo estar así todo el tiempo.
Me levanté y tomé un puñado de su cabello para hacer que volviera a sentarse en la mesa.
—¿Puedes? —la reté.
Pase con suavidad la punta de mis dedos por su cuello, descendí hasta sus senos solo dando un breve pellizco a uno de sus pezones, sus labios se abrieron y un jadeo escapó. No era mucho lo que hacía, solo era tentación.
Seguí por su cintura y llegué a su sexo, ella me miró expectante y deseosa. La acerqué a mis labios, quería escucharla, pedir más. Abrí sus pliegues y solo toque levemente, con curiosidad y pereza, tente a su clítoris, pero no lo suficiente; sin embargo, sí lo fue para que su piel se erizará y un hermoso gemido escapará.
—Demyan —se sujetó de mi mandíbula, como hacía habitualmente, para que la mirara—. No juegues.
Sonreí —¿Qué quieres? Pídelo.
Mordió su labio, su mirada estaba perdida —Quiero que me toques.
Aplique un poco más de fricción —¿Así?
Cerro sus ojos —Más.
Bese su cuello —Date la vuelta.
Ya la tenía. Bajo sus pies al suelo y se dio la vuelta en la mesa apoyando sus senos en la madera fría. Bese su espalda y descendí hacia sus nalgas dónde dejé una mordida. Ella soltó un gemido gustoso y volvió a pedir más. Estaba húmeda, caliente y receptiva, podría penetrarla ya mismo y era la urgencia que sentía en mi entrepierna, pero aún no había terminado de dominar a mi morena.
Pase mi lengua por su sexo haciéndola chillar, sople y mordí su piel mientras la penetraban con mis dedos, instintivamente ella llevó sus manos atrás y se abrió aún más para mí. Ni siquiera fue difícil.
Tome la corbata que ya estaba suelta en mi cuello y en un movimiento rápido comencé a sujetar sus manos juntas.
—Demyan —se quejó sorprendida.
Me levanté para volver a besar su espalda, tome mi miembro y tente su entrada, pero ella cerro las piernas e intento levantarse.
—Ya basta Demyan —ese tono hizo que me enfriará.
Fue un no rotundo y estaba intentando soltarse, así que lo hice por ella, una vez libre no dudo en abofetearme.
—¡Joder! —no me lo espere.
Ella tenía la respiración agitada, me miró con los ojos algo llorosos, pero rápidamente tomo una bocanada de aire y volvió a tener esa postura segura de siempre.
—No… —mordió sus labios y acomodó su ropa—. Lo siento, fue un impulso. Me iré a la cama ya.
Intento salir de la oficina tan rápido como pudo, pero esto no se podía quedar así. Llegué a ella justo a media escalera, la tomé del brazo e hice que me mirara.
—No pensé que te fuera a molestar —intente explicarlo.
—No importa —ella trataba de soltarse.
—Susan —acuné sus mejillas—. Lo lamento.
Sus ojos estaban llenos de lágrimas, me senté en el escalón con ella. Me dejo abrazarla, aunque sabía que le estaba siendo algo incómodo, ya que solo quería huir.
—No lo volveré a hacer —le prometí—. Tú ganas, me gustas cuando eres dominante y controlas todo en mí, con solo una mirada puedes hacerlo.
Ella suspiró —Ahora solo quiero ir a la cama.
—Vale.
La levanté del suelo y la llevé a la habitación, ella no se quejó cuando me acosté a su lado, se hizo un ovillo y me miró a los ojos.
—Tú podrías hacerme lo que quieras fácilmente —susurro ella—. Soy un Minion a tu lado.
Peine su cabello con mis dedos —Sí, pero jamás lo haría.
Ella había sentido miedo y ahora me sentía estúpido.
Me senté en la cama y me quité el resto de la ropa, ella me miró con atención, pero no dijo nada. Me levanté y tomé otra corbata en el armario. Cuando volví a su lado la miraba con curiosidad.
—Átame las manos —pedí dejando la corbata en sus manos.
Ella sonrió —¿No querías ganarme?
Negué con la cabeza —Me gusta que me vuelvas loco.
Yo solo quería darle placer y si para ella era placentero controlar la situación y no ser controlada, yo me convertiré en su esclavo de ser necesario. Porque lo que amaba era esa sonrisa caprichosa y mirada caliente en su rostro.
Accedió tomando mis manos y sujetándolas juntas con la corbata, me quedé esperando a que ella hiciera algo, pero aún estaba algo afectada.
Acaricio mi mejilla justo donde me había golpeado —¿Dolió?
Negué con la cabeza —Para nada.
¡Si me dolió! Sentí que tenía un volcán haciendo erupción en mi cara y el cerebro se me reinicio cuatro veces en menos de un segundo, pero no quería hacerla sentir mal con esa información; sin embargo, era una mujer fuerte y no podría imaginar que me encantaba ver esa fuerza a pesar de su aspecto frágil. Ella podría controlarme, volverme loco y hacerme gemir su nombre. Solo ella podría hacerlo conmigo.
Dejó un suave beso en mi mandíbula y siguió por mi cuello, iba despacio lo que no era común en ella.
—¿Estás bien? —no estaba siendo ella misma.
Asintió —Solo estoy disfrutando.
A mí me estaba volviendo loco. Sus caderas se movían contra mi polla mientras me besaba, acariciaba mis labios con los suyos y tiraba con sus dientes suavemente. Una tortura, eso era para mí. Podría romper la corbata en mis manos y tocarla, pero no lo haría. Levantó mis brazos por encima de mi cabeza y los dejo ahí.
Sentí la humedad de su lengua sobre mi pecho y suspiré de placer, no sabía que eso me gustaría. Sus largas uñas se clavaban en mis costillas a medida que descendió por mi cuerpo, jugueteo con mis pantalones hasta que por fin le dio un poco de atención a mi miembro con su mano. La mire, tenía esa pequeña sonrisa en el rostro y mirada caliente, mucho más segura y sensual.
—Me encantaría intentar muchas cosas contigo —confeso ella.
Mi piel se erizó y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo cuando sentí sus labios sobre mi sexo. Solté un gruñido, quería tomarla y estar dentro de ella.
—Hazlo todo —pedí, casi suplique—, y enséñame.
Quería que me enseñará lo sucio, adictivo e intenso que podía ser estar en una cama con ella.
Mostró esa tierna sonrisa de lado —¿Y si te haces adicto?
Estaba con mi polla en su mano, cerca de su boca, besándola de tanto en tanto y me hacía esa tonta pregunta.
—Morenita, ya lo soy.
No había marcha atrás. Cerré mis ojos y levanté mis caderas, ella me tomaba con su boca, demasiado bien. Mi cuerpo temblaba hacia todo lo posible por acallar mis gemidos.
—Ojitos dulces, mírame —pidió y obedecí—. Quiero que me mires.
Lo peor que podía hacer era abrir mis ojos, llevo su mano a su sexo y se tocó. Sus labios se abrieron y soltó un gustoso gemido, ahora simplemente no podía dejar de mirar. Su cuerpo temblando por el placer que ella misma se daba era algo adictivo y su mano rodeándome y moviéndose suavemente por mi tronco me estaba llevando a la luna.
—Oh dios —soltó arqueando su espalda.
—Susan —la llamé—. Ven aquí.
La necesitaba cerca. Subió por mi cuerpo y me ayudó a sentarme, acaricio mi cabello antes de besarme y sonrió contra mis labios.
—¿Qué quieres? —pregunto sujetándose de mi cuello.
Mire sus pechos —Dámelos —ella alzó una ceja—, por favor.
Sonrió, era malvada. Los acercó a mi boca y no dude en tomarlos, sabía cómo le gustaba exactamente, yo también había aprendido a enloquecerla. Lamí, los estruje con los labios y tire con mis dientes, ella gimió y me animo a continuar acercándolos aún más a mí. Bese entre sus pechos, su cuello, hasta que acercó sus labios.
—Me encantas —confesé antes de darle una pequeña mordida en el mentón.
Tomo mi miembro nuevamente y lo guío a su sexo, se dejó caer muy despacio sin dejar de mirarme, aunque su propio placer le impedía concentrarse, demasiado tiempo sin esto y ahora era un adicto a ella.
Roto las caderas, despacio —¿Así?
Así era bueno, pero podía ser mejor.
—Más —pedí.
Se inclinó hacia mí y se movió lentamente subiendo y bajando. Tome aire y dejé que continuará, ella parecía disfrutar. Apretó sus piernas, su interior se contrajo a mi alrededor y se quedó quieta tomando aire.
—Más Susan —volví a pedir.
Ella tomó mi mandíbula —Pídelo bien.
La bese, devore su boca y levanté mis caderas —Más ahora.
Hizo una mueca —Muy mal.
Aun así, obedeció, se movió sobre mí, restregando su cuerpo contra el mío, su respiración se agitaba a la par que la mía y nuestros gemidos se mezclaban en la habitación. Vibramos juntos y cuando me sentí a punto ella empujó con fuerza, grito mi nombre y me dejó muy dentro. Tembló contra mí y yo oculté mi rostro en su cuello mientras soportaba los espasmos del orgasmo.
Se movió de manera perezosa.
—Desátame Susi —le pedí, necesitaba abrazarla.
Negó con la cabeza —Aún no terminamos.
¿Cuántas veces podía tener sexo una pareja? Había perdido la cuenta, pero fue una noche larga en la que termine agotado. Me moví en la cama, buscando el calor de su cuerpo, pero ya no estaba.
Abrí los ojos con prisa solo para comprobar que la ventana estaba abierta y toda la luz del día se metía dentro.
—¡Mierda! —cerré mis ojos.
Me había quedado ciego. La puerta se abrió y apareció Susan vestida con un lindo pijama de osos que yo mismo había elegido y ella accedió a llevarse, el cabello estaba recogido en un moño alto y despeinado, podía jurar que no había ni una sola gota de maquillaje en su rostro, sus pequeñas pecas estaban visibles.
—Estás muy mal hablado esta mañana —dejo una bandeja de comida a mi lado—. Te hice el desayuno.
Era la primera vez que alguien me llevaba, él desayunó a la cama, no estaba acostumbrado a tanta atención. Me reí.
—¿Qué te pasa? —preguntó batiendo sus pestañas varias veces.
Tome la dona y le di una mordida —¿Hiciste el desayuno?
Ella rodó los ojos —Bueno, alguien lo hizo, tú lo compraste y yo lo serví. La intención es lo que cuenta.
Asentí —Gracias y… —la volví a mirar nuevamente—, te ves preciosa, esta mañana.
Sus mejillas se tornaron algo rojas, debía haberle una foto, jamás se ponía tan roja y no dude en estirarme para alcanzar mi celular y tomar una foto, ella metió las manos en medio.
—No seas exagerado —se quejó—. Ya sé que soy hermosa en pijama y sin peinar.
Me reí por la foto que había tomado —Sí, mira —se la mostré.
Ella rodó los ojos y me quito el teléfono celular —Te enseñaré a tomar fotos.
Dejó la comida a un lado y se sentó a mi lado para hacer unas cuantas fotos conmigo. La miré mientras sonreía para la cámara, demasiado hermosa.
—Hules a mi gel de baño —me gustaba sentirlo en ella.
Empezó a seleccionar fotos —No seas tacaño, ya te compraré otro.
Me metí otro trozo de dona en la boca y señale una imagen en particular.
—Esa me gusta —confesé.
Se veía muy tierna y yo algo estúpido mirándola como bobo. Ella la miró por unos segundos.
—Sí, salgo hermosa —respondió muy segura.
Lo de ser humilde no se lo conocía ella, pero al menos era sincera. Me quito la dona de la boca y termino de comérsela ella. Rodé los ojos y continué con las otras partes poco sanas del desayuno que había preparado mientras ella cotilleaba mi galería. No había mucho que ver.
—¿Tienes algún plan para hoy? —pregunto ella—. ¿Alguna vagina que ver?
Negué con la cabeza —Me estoy tomando la semana.
—Genial, ¿eres millonario y no lo sabía? —pregunto.
—¿Quieres que trabaje? —no respondí su pregunta.
—No, la verdad es que te quería proponer una cita —respondió sin mirarme.
Dejé la comida, ¿me estaba pidiendo una cita? Eso era bueno, era estupendo.
—Sí —respondí en cuanto logré reaccionar.
—¡Genial! —salto en la cama—. Iremos a…
Mi teléfono comenzó a sonar en su mano ¡Mierda! El nombre de Verónica estaba en la pantalla, ella se quedó en silencio mirando al teléfono celular como si solo así pudiera silenciarlo.
—Puedes colgar —le permití.
Ella hizo una mala cara —Olvídalo, ya no quiero ir.
Dejó el teléfono celular en la cama y entro a mi vestidor. Era imposible que solo con ver su nombre se pusiera así, pero la culpa era mía, no debí hablar de Verónica como mi gran amor fallido y mucho menos con ella.
Tome la llamada —Dime Verónica.
—¿Cómo te fue con tu Susan? —pregunto ella—. Llevas todo el día desaparecido, imaginó que algo habrás logrado.
La miré en el vestidor, ignorándome, aparentemente, mientras buscaba entre su ropa.
—Sí, algo así —no dije más.
—Bien, lo que sea ven a celebrarlo a mi apartamento —pidió ella—. Mamá está en un viaje de negocios y Robert con sus padres.
—Tengo una cita con mi novia —respondí antes de terminar la llamada.
Ella me miró, yo la ignore y me concentre en el desayuno. Aclaro su garganta, aun así no la mira, el jugo sería lo más importante para mí en estos momentos.
Salto a la cama de pronto —Como te decía, he planeado una supercita solo para nosotros —chillo entusiasmada.
Alce una ceja —¿No dijiste que no querías ir?
—¿Cuándo? En ningún momento, mejor lávate las orejas de Dumbo que tienes para nada —el bullying en la relación no venía.
—Bien, ¿que más? —necesitaba más detalles porque ella estaba muy loca.
—Bueno, primero vamos a comer a ese sitio Ruso al que me llevaste porque necesito más de esa carne grasienta —pidió haciendo un baile raro con los brazos—. De ahí te llevaré a…, ¿no prefieres que sea secreto?
Lo pensé un poco —Sinceramente no, necesito saber que tengo que usar.
—Traje y corbata, está claro que no —aclaro ella—. Te ensuciarás y mucho.
Ya sentía miedo, pero me gustaba la cita sorpresa. Nunca tuve una antes.
—Muy bien, ¿puedo preguntar a qué se debe esto? —estaba muy animada.
Gateo de manera sensual hacia mí —Anoche me rellenaste como nunca papucho.
Escupí el jugo nuevamente en el vaso —¡Susan!
—¿Qué? —se cruzó de brazos—. Fue sexo del bueno, salvaje, pasional, romántico, caliente…
—Ya entendí —la interrumpí—. Gracias.
Apretó mi nariz dañada por el jugo que había salido por ella, no sé si eso lo arreglaba o empeoraba la sensación de molestia.
—No es nada y que se repita.
¿Que se repita? Parece que a Demyan se le olvidó otra vez su plan.
¿Que opinan de la reacción de Susan?
Déjame saber en comentarios, recuerda VOTAR y sígueme en Instagram @paloma_escritora
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