🌺 Capítulo 5
🎧 Canción del capítulo: Calvin Harris ft Rihanna — This is what you came for.
Sienna todavía no estaba muy convencida de que hubiese sido inteligente aceptar el plan del antipático desconocido. Por favor, si ni siquiera le había preguntado el nombre o como se ganaba la vida. Y la verdad es que también tenía dudas respecto a la estabilidad mental del hombre, quien sabe qué clase de loco excéntrico podría ser él.
Pero lo cierto es que era demasiado tentador como para rechazarlo, pues le gustaba mucho la posibilidad de disfrutar de aquello como unas sencillas vacaciones y no como una excursión para cazar un marido.
Bueno, le podría dar una oportunidad, tal vez solo por esa noche y parte del día siguiente. Si al final resultaba que ese hombre no le agradaba, podría inventarse que le había gustado cualquier otra persona y alejarse de él con la excusa de conocer a otro. Claro que, entonces tendría que pasar tiempo con otro, de lo contrario no le creería y a decir verdad eso tampoco le hacía mucha gracia.
A lo mejor la fortuna le sonreía por una vez y encontraba a uno agradable con el que compartir el viaje y tal vez el resto de su vida, como su madre quería.
Deja de preocuparte por eso ahora, se dijo dando unos últimos retoques a su labial rojo oscuro. Luego, cuando estuvo satisfecha con el resultado, se alejó un poco para contemplarse entera frente al espejo.
No estaba del todo segura de aquel vestido, que hacía juego a la perfección con el tono de sus labios. Le encantaba todo de aquel traje vintage, es verdad, desde su escote en forma de barco, pasando por su figura superior ajustada y hasta la falda acampanada que le llegaba un poquito por debajo de la rodilla.
Pero tal vez era demasiado.
Si bien es cierto que se trataba de una cena elegante y suponía que la mayor parte de los invitados irían muy bien vestidos, tenía la sensación de que tal vez fuese demasiado arreglada o llamativa con aquella brillante seda color sangre y los altísimos zapatos de la misma tonalidad. Tenía miedo de desentonar, como si fuera un brillante semáforo en medio de la fiesta.
Ah... hacía tanto tiempo que no iba a una fiesta. Si hubiese tenido un poco más de confianza con Michael le habría pedido consejo, aunque en realidad tampoco sabía cuál sería el concepto de elegancia o estilo de él.
Unos suaves golpes en la puerta acabaron con sus preocupaciones o más bien fueron suprimidas por falta de tiempo. Seguro que era Caesar que ya venía a por ella, podía aprovechar para preguntarle al muchacho sus dudas. Seguramente él sabría como solían acudir las mujeres esa primera noche, tal vez incluso hubiese visto ya a alguna de las huéspedes de camino.
Se atusó un poco el pelo para dar más volumen a sus gruesos rizos, dio un último vistazo rápido en el espejo para asegurarse de que todo estaba en su sitio y abrió la puerta con una enorme sonrisa.
—¡Justo la persona a la que necesitaba! —exclamó emocionada, pero lamentablemente el joven no movió ni un músculo al verla.
Ups, pues no había acertado al parecer.
—Vaya, Señorita Doctora —dijo al final, luego tragar saliva varias veces como si estuviera buscando su voz—. Está usted... impresionante, si me permite decirlo —añadió de manera muy respetuosa.
—¿Seguro? —preguntó sintiéndose todavía algo insegura—. No lo sé, tal vez sea demasiado para una simple cena.
—Oh no, en absoluto, las señoritas van muy elegantes hoy, al igual que los caballeros. Aunque sin duda usted deslumbrará —agregó con una amplia y agradable sonrisa—. Espéreme aquí, acercaré un poco más el carrito para que no se estropeen sus zapatos con la arena. —Sin esperar, salió corriendo a hacer lo que había dicho.
Cuando regresó el muchacho le tendió la mano para ayudarla a subir y emprendieron el trayecto rumbo al hotel con calma. La noche era cálida y agradable, el clima se sentía más fresco de lo que había estado durante todo el día, pero sin duda era reconfortante después de tanto calor. Los aromas y los sonidos eran completamente diferentes a los que se producían durante las horas de sol, pero desde luego no menos hermosos.
—Seguro que este año gano todas las apuestas gracias a usted —comentó el muchacho emocionado poco después, sin apartar la mirada del camino que tenían al frente.
—¿Cómo? ¿Qué apuestas? —Sienna abrió los ojos que llevaba cerrados para disfrutar de la brisa nocturna sobre el rostro y lo miró tratando de encontrar una respuesta.
—Las del personal —ella lo contempló preocupada. Evidentemente sin comprender, por lo que él se apresuró a explicarse—: No son nada malo, no se preocupe. Se trata simplemente de un juego que tenemos entre los empleados. Nos gusta adivinar quienes serán los más solicitados o los que van a recibir más cantidad de propuestas, también que parejas saldrán solo mientras están aquí y cuales acabarán en boda.
—Ah que divertido —comentó genuinamente interesada. Le parecía una forma bastante entretenida de pasar su tiempo allí—. Quiero saber cómo son esas apuestas, ¿me irás contando?
—Claro, de momento no hay mucho porque acaban de llegar. —Él pareció dudar un momento antes de hablar, pero finalmente siguió, aunque tal vez con algo de vergüenza—. Sin embargo, yo ya la he puesto a usted como candidata a la favorita.
—¿La favorita? ¿Yo? ¿Y qué es eso?
—La dama que llamará la atención de más hombres. Y luego de esta noche, tengo la victoria asegurada. —La orgullosa sonrisa se reflejaba en sus chispeantes ojos oscuros.
—Gracias, supongo —dijo divertida sin querer desanimar al muchacho.
Ella, ¿la favorita? Seguro, pensó irónica.
Sabía de sobra que era muy inteligente, tal vez incluso demasiado, además, tenía un buen empleo que sin duda podría ser mil veces mejor si quisiera y poseía buena autoestima, una lo suficientemente estable que le decía que era bonita. Pero ¿tanto como para ser la favorita? No lo creía. Era agradable que alguien lo pensara al menos, aunque solo fuera un inocente jovencito isleño cargado de grandes sueños.
La doctora era una mujer muy hermosa, aunque parecía no darse cuenta de ello. Aun así, era evidente que tenía mucha seguridad en sí misma, como si su aspecto, normalmente fuese la menor de sus preocupaciones.
—¿Y quién es el favorito? ¿Hay alguno? —preguntó rindiéndose a la intriga que sentía.
¿Sería el trajeado de casualidad? Tenía muchas posibilidades, porque, aunque nunca se lo diría a él para no aumentar su probablemente descomunal ego, le parecía bastante atractivo.
—Sí, hay dos de hecho. La duda está entre el Señor Hayes, el deportista americano y el Duque. Yo sinceramente apuesto por el segundo. A las damas suele hacerles más ilusión tener su cuento de hadas con príncipe y todo que un deportista rebelde.
—¿Duque? ¿Hay uno de esos aquí? —cuestionó ella emocionada y cargada de curiosidad mirando al muchacho.
—Ve como hasta usted se emociona con un noble —dijo divertido y ella se sentó correctamente otra vez algo avergonzada.
No quería que el muchacho pensara que podría estar interesada en atrapar a un lord o algo así, nada más lejos de la realidad. Lo que pasaba es que la había sorprendido el hecho que la agencia tuviera a socios de tan alto standing. Sabía que se trataba de una empresa de lujo, pero no era consciente de hasta qué punto llegaba este. Pensaba que solo habría unos cuantos empresarios con empresas medianamente exitosas, tal vez incluso algún famoso, pero nada más, no esperaba encontrarse con tanto dinero junto.
—No es eso, es que me da curiosidad —trató de explicar—. No sabía habría alguien tan distinguido aquí.
—Oh, ha habido varios de esos la verdad, hasta una princesa hace muchos años —susurró orgulloso—. Pero en este caso el Señor Duque es muy reservado y no quiere que se conozca ese dato de él.
—Ah entiendo ¿Y cómo es que tú lo sabes entonces?
—El servicio siempre sabe esas cosas, Señorita Doctora —contestó con picardía. Claro, era evidente que quienes trabajan ahí siempre conocen todos los secretos—. Pero, además, este caso es especial y personal, porque las hermanas, ya sabe las señoritas Vaughan, le conocen desde que era un niño y quieren que todas las muchachas del evento lo sepan. No piensan dejar que se marche de aquí sin una esposa así que utilizaran todas las herramientas que puedan a su favor.
—¡Que emocionante! ¿Quién es?
—Es Lord Allenbright, aunque como ya le dije no quiere que le llamen así y seguro que usted todavía no conoce a muchos por su nombre, le mostraré quien es en la fiesta. Estaré allí sirviendo copas.
—¡Genial! Esto es fantástico, cada momento que pasa me gusta más estar aquí. —Sienna estaba bastante impresionada, un duque nada menos.
Y ella que pensaba tal vez se aburría.
Le diría a su madre que el hombre le propuso matrimonio y ella lo rechazó, solo para que la mujer se indignara un poco y tuviera cotilleos que compartir con sus amigas, pensó divertida.
Al final el agradable trayecto se les hizo corto gracias a la amena conversación. Así que unos minutos después entraba en el salón observándolo todo segura, relajada y con la cabeza bien alta, como iba siempre.
O al menos lo intentaba.
Porque uno de los finísimos tacones que llevaba puestos quedó atascado en una angosta rendija entre los adoquines de la entrada. ¿Qué probabilidades había de que sucediera algo así? Mínimas sin duda, pero allí estaba ella, con un zapato atascado y a punto de caerse de trasero delante de un montón de gente.
Cerró fuertemente los ojos esperando un golpe que extrañamente nunca llegó.
Justo cuando creía que estaba perdida, unos fuertes brazos la atraparon en el aire en el momento indicado impidiéndole caer completamente.
Sienna se quedó quieta por un momento, intentando procesar lo que había pasado, o más bien en realidad no había sucedido. ¿Cómo es que no había llegado al suelo de piedra?, ¿de dónde había saldo esa persona que ahora la sostenía protectoramente?, ¿quién era? y lo más raro de todo ¿a dónde demonios había ido a parar su zapato derecho?
—Parece que mi misión en este viaje es echarle una mano siempre que pueda —comentó una agradable voz masculina.
Ella finalmente se atrevió a mirarlo y descubrir de quien se trataba. Suponía que tendría la cara del color de su propio vestido por la vergüenza, pero todo eso se le olvidó al encontrarse con los cálidos e impresionantes ojos azules de Trevor Hayes.
Ahora comprendía como alguien salido aparentemente de la nada la había sostenido tan de prisa. Era el deportista, probablemente sus buenos reflejos le ayudaron a ver a bulto de color rojo moverse peligrosamente hacia un destino doloroso.
—¡Señor Hayes!, gracias —dijo ella impulsándose para ponerse de pie completamente, aunque todavía algo inestable por la falta del tacón.
—No ha sido nada. —Él le restó importancia al asunto con una agradable sonrisa y la soltó, pero no del todo.
Como si fuera lo más normal del mundo que las mujeres cayeran de repente en sus brazos, bueno, pensándolo bien tal vez lo fuera para él. Cualquiera se refugiaría encantada en ese impresionante y gigantesco pecho o se dejaría abrazar entre esos fuertes bíceps.
—Pero llámeme simplemente, Trevor —agregó enseguida bromeando, tratando de que ella olvidara su bochorno—, de esa otra forma suena demasiado formal y me hace sentir increíblemente viejo.
Él sonrió ampliamente antes de mirar a su alrededor en busca del zapato fugitivo de Sienna, que resulto estar prácticamente al lado, todavía preso del hueco en el suelo. Se acercó al prófugo calzado caminando con la gracia confiada que solo los deportistas suelen tener, lo tomo sin dificultades y volvió hacía donde estaba ella.
—Usted es la señorita Bartlett, ¿verdad? La doctora en ciencias.
Preguntó atrapándole nuevamente los ojos con los suyos mientras se arrodillaba lentamente delante de ella. No pensaría colocarle él mismo el zapato, ¿o sí?
Efectivamente, el señor Hayes tomó con suavidad su tobillo y lo retuvo el tiempo suficiente para colocar nuevamente el tacón en su lugar. El calor de sus grandes manos le subió a velocidad vertiginosa por la pantorrilla, sobre todo cuando su travieso pulgar le rozó la piel casi como de casualidad, causándole unas pequeñas cosquillas antes de soltarla.
¡Vamos Sienna! ¡céntrate! ¡El hombre acaba de preguntarte algo! ¡Deja de pensar en lo sexy e impactante que resulta todo esto y responde a su pregunta! Se gritó mentalmente.
—Así es, pero estará bien con que simplemente me llame Sienna. —Iba a preguntar cómo se había enterado de quien era, pero no tuvo tiempo.
Trevor miraba a alguien entre la multitud, concretamente a una hermosa mujer morena, que parecía estarle esperando. Era evidente que no quería ser descortés con ella, pero sus ojos se sentían irremediablemente atraídos hacia la figura que lo aguardaba tranquilamente dentro.
—Lamento tener que acortar nuestra charla tan pronto y no poder acompañarte a entrar como haría un verdadero caballero —dijo con una cautivadora y agradable sonrisa de disculpa—. Pero dentro hay una encantadora mujer esperándome y no quiero tardarme más. ¿Me disculpas?
—Oh claro que sí, ve, ve. No la hagas aguardar más, ya hablaremos en otro momento.
—Gracias, ha sido un placer Sienna.
—No, gracias a ti por evitar que me cayera delante de todo el mundo —comentó sinceramente. La había salvado que era lo importante, daba igual si ahora quería correr hacia otra.
Él negó con la cabeza como quitándole importancia al incidente y se adentró definitivamente en el salón, caminando directamente decidido hacia la bellísima mujer vestida de un favorecedor color champagne.
Si ella no se sintiera todavía algo avergonzada por la casi caída pública, tal vez habría notado que Caesar tenía razón, la mayor parte de las miradas tanto femeninas como masculinas se centraron en ella en cuanto pisó el lugar; y no precisamente por su torpeza.
Mientras que el sitio donde tuvo lugar el coctel de bienvenida parecía un antiguo palacio mediterráneo, este parecía un salón de baile europeo. Podía imaginarse a cualquier de las princesas de Disney bailando allí dentro un vals.
Los altos muros y columnas decorados al estilo rococó con detalles dorados, los elevados techos pintados con hermosos frescos de ninfas corriendo libres por unos idílicos bosques y por supuesto enormes lámparas de cristal colgadas del techo. Era sencillamente maravilloso, como estar en un elegante palacio de otra época.
Era como un pequeño Versalles, no tan pequeño en realidad, seguro María Antonieta habría estado satisfecha allí dando alguna de sus fiestas.
Un cuarteto de cuerda tocaba una suave melodía que invitaba a bailar y hacía pensar que una acababa de viajar en el tiempo. Si pestañeaba varias veces seguro que se transformaba en una debutante victoriana que esperaba encontrar al famoso duque para cazarlo y casarse. Sonrío divertida ante la loca idea y tuvo que hacer grandes esfuerzos para no girar sobre sí misma como una colegiala emocionada ante tanta belleza.
Tal vez mañana... cuando el salón estuviera vacío la dejaban pasearse para disfrutarlo.
Lo mejor sería que dejara de hacer tonterías y buscase al Antipático ¿o tal vez era preferible dejar que la encontrase él y mientras interactuar con otras personas? Como fuera debía preguntarle su nombre en cuanto lo viera, no podía seguir llamándole de cualquier forma con cualquier apodo tonto y algo despectivo que se le ocurría.
—Supongo que vienes sola esta noche preciosa —susurro una horrenda voz masculina en su oído al tiempo que unas indeseadas manos atrapaban su cintura.
Ella se puso tensa al instante, pensando en la forma de quitárselo de encima.
No había cosa que odiase más que los hombres que se pasaban de confianza y encima tenían las manos largas. Imaginaba que darle un bofetón a alguien la primera noche no era una buena manera de empezar, pero tal vez un firme empujón acompañado de un discreto codazo en las costillas la ayudasen a enviar un claro mensaje sin necesidad de crear mucho escándalo.
Se giró aparentando una calma que en realidad no sentía para ver de quien se trataba, tal vez el imbécil pillaría la indirecta si solo le lanzaba una mirada de odioso fastidio. Pero todo su enfado e incomodad desaparecieron, transformándose en una sonrisa aliviada, al encontrarse con la risueña cara de Michael.
—¡Que susto me has dado! —prestó dándole un golpe juguetón en el hombro.
—Lo siento, solo era una broma —contestó ampliando su pícara sonrisa. Luego la miró completamente, la alejó un poco sin soltarle las manos e incluso la hizo dar una vuelta completa para verla mejor—. Estás espectacular, por cierto.
—¿En serio lo crees? Me preocupaba desencajar o haber exagerado un poco.
—En absoluto, estás fabulosa. Por un momento casi hasta se me olvida que me gustan los hombres.
—¡Qué exagerado! —ella soltó una carcajada divertida al igual que él.
Esta vez fue su turno de analizar su atuendo. Con aquel traje oscuro, probablemente hecho a medida y tan elegantemente peinado se veía espléndido, más de lo normal.
—Tú también estás muy guapo, me encanta lo que has hecho con tu pelo.
—¿De verdad? —Se pasó una mano por la suave melena ondulada muy bien peinada—. Quería verme más formal.
—Pues la verdad es que te ha quedado genial. Aunque normalmente también te luce bien.
—También a ti ese color, preciosa. Deberías ir todos los días con él, sólo con un precioso vestidito rojo. Matarías a más de uno, seguro —bromeó.
Michael escaneó toda la zona a través de sus claros ojos verdes, esta vez sin la sombra de las gruesas gafas de vista, tratando de analizar el ambiente y por supuesto de localizar a Jason. Él hombre que le tenía loco desde que lo había visto abordar en el muelle esa misma mañana.
Su curiosa observación se detuvo de repente cuando cerca de una de las esquinas de la sala se topó con una fuerte mirada oscura. Una que le decía claramente, sin necesidad de palabras, que no le gustaba nada que estuviera allí.
Él sonrió complacido para sus adentros, pues evidentemente esa era una buena señal y volvió a hablar con Sienna como si nada sucediera.
—Bueno será mejor que me vaya, antes de que cierto a caballero deje de fulminante solo con la mirada y decida hacerlo de verdad con sus propias manos por invadir su territorio.
—¿De qué hablas? ¿Quien...? —Ella siguió los ojos de Michael hasta dar con lo que estaba viendo, hasta encontrarse con el antipático. Estaba con su habitual cara de ogro malhumorado, al parecer un poco más enfadado de lo habitual— Ah, él —contestó sin darle más importancia o prestarle más atención.
Le había visto desde que llegó, bueno, más bien había intuido donde estaba porque no quiso mirarlo directamente, al menos no todavía. De todas formas, no era precisamente como si alguien como él pudiese realmente ignorarse. Destacaba entre la multitud sin siquiera proponérselo, como la luz de un faro en medio de la oscuridad.
Aunque lo cierto es que había tratado de ignorarlo o al menos fingir que no sabía dónde se encontraba, era plenamente consciente de su ubicación exacta y de que su mirada de halcón se había posado sobre ella desde el instante en que puso un pie en el salón.
—Te vi comiendo con él antes. — La sonrisa pícara en la cara de Michael, acompañada de un sugerente movimiento de cejas, le indicaban a Sienna lo que pensaba de aquel encuentro.
—Si bueno, no fue gran cosa en realidad.
No quería desanimarlo, pero eso era verdad. Lo cierto es que se había sentado con el roba taxis simplemente porque no había otro lugar, al final dio la casualidad de que hablaron y puede que tuvieran un trato. Pero esa ya era otra historia.
—Sé que dijiste que no te gustaba, pero es un buen partido —continuó hablando convencido—. Deberías darle una oportunidad, he oído bastantes cosas buenas de él.
—¿De verdad? ¿Cómo qué? —preguntó incapaz de esconder sus dudas.
—Es verdad, no me mires con esa cara —dijo divertido al ver la incrédula expresión de ella—. Para empezar, dicen que es de muy buena familia, buenísima diría yo.
La atención de Michael se escapaba irremediablemente hacia Jason constantemente. Al principio no importaba, podía controlarlo, pero ahora que dos hombres le habían abordado y hablaban animados con él, comenzaba a ponerse cada vez más nervioso.
No podía perder su oportunidad de conocerlo tan pronto.
—Me vas a tener que perdonar —comentó algo apenado por tener que dejarla tan rápido—. Pero creo que mejor me marcho, antes de que esos estirados me roben a mi hombre.
Sienna miro a donde señaló él nuevamente. En esta ocasión vio a un par de elegantes caballeros muy concentrados hablando con el hombre que le gustaba a Michael.
—Esta bien ve, después hablamos —aceptó con una sonrisa.
Recordó que él le había mencionado que llevaba bastante tiempo en el mundo de las citas a ciegas, así que tenía sentido que cuando encontraba a alguien aparentemente bueno y que realmente le gustaba, no lo dejara escapar.
—Si, nos vemos mañana en el desayuno, con más tiempo, para ponernos al día de todo. Disfruta de la noche.
—Tú igual —dijo respondiendo al agradable abrazo de despedida que le dio antes de comenzar a macharse—. No te metas en líos —agregó antes de que se alejara completamente.
—Tú si, en muchos. Cuantos más mejor —le gritó entre risas mientras se iba.
Probablemente no le vendría mal hacer caso al consejo de Michael, pero teniendo en cuenta que la persona con la que podría hacerlo era el antipático roba taxis, ya no le parecía tan buena idea. Hablando de él, lo mejor sería que fuera a buscarlo antes de que alguien más la interceptara o el hombre empezara a impacientarse.
Dirigió los ojos hacia donde le había visto la última vez, pero ya no estaba, genial, ¿dónde se había metido ahora? Afortunadamente no tuvo que seguir esperando mucho más porque el hombre apareció justo delante de ella en ese instante. ¿De dónde había salido?
Al parecer también aceptaban vampiros en aquellos eventos, pensó divertida.
Lo primero que vio fue la pajarita de satén negro en su cuello, porque se encontraba precisamente a la altura de sus ojos. No estaba segura de si debía moverlos para apreciar el conjunto completo, pero de todas formas estos se movieron libremente antes de que pudiera detenerlos.
El oscuro esmoquin perfectamente entallado le sentaba, como no, de maravilla. Incluso el mismismo James Bond se sentiría avergonzado de su aspecto a su lado. Probablemente le hacían la ropa a medida, podía imaginar a veintenas de costureras con sus pobres dedos llenos de ampollas solo para vestir a este presuntuoso.
Seguro que también era un delito que alguien pudiese verse tan bien.
Desde la punta de sus brillantes zapatos hasta el pulcro peinado. ¿Es que acaso ni siquiera un solo pelo podía tener mal? No, claro que no, porque en él todo estaba exactamente donde debía y como debía, creando de esa manera un conjunto espectacular para la vista de cualquiera con ojos.
—Veo que tenía miedo de que no la encontrase —dijo él sin más, señalando su vestido con un movimiento de cabeza.
Ah sí, por supuesto, eso es lo que tenía mal, su boca, su prepotente y antipática boca. Pensó Sienna decepcionada volviendo a la realidad.
Pero en realidad ni siquiera esta estaba tan mal tampoco, porque, aunque ella no lo imaginaba, lo ayudaba a ocultar lo que su mente no quería callar.
¿Cómo se le ocurría a esa condenada mujer aparecer con ese impresionante vestido de seda y encima rojo? ¿No se daba cuenta de que era totalmente injusto con el resto de las mujeres del evento? Es cierto que no iba mucho más elegante que otras, pero es que el contraste entre el color del traje y la palidez de su piel era increíblemente hipnotizante.
Por no hablar del suave vaivén de sus rizos dorados acariciándole los delicados hombros de marfil o incluso las caderas.
Mientras todas habían optado por llevar vestidos más provocativos o que resaltaban mejor las virtudes de sus figuras, ella había decidido ponerse un clásico modelo vintage. Que al contrario de lo que cualquiera podría pensar, la hacía destacar mucho más por encima del resto de las asistentes.
¡Condenada mujer insensata!, no pensaba decírselo, que volviera locos a todos los hombres que quisiera. No sería él quien tendría que soportar a una interminable cola de pretendientes fastidiosos.
—Por cierto, creía que no quería pretendientes y en cambio ya la he visto enredada entre los brazos de dos hombres en menos de diez minutos. —Aunque lo intentó, no logró ocultar del todo su desagrado por ello—. Me he apresurado a acercarme antes de que llegara otro.
—No es lo que parece —espetó ofendida por la insinuación que estaba segura de que se ocultaba tras sus palabras.
—¿Ah no? Porque me pareció ver a un exitoso deportista sostenerla brazos y luego arrodillarse ante usted.
—Me iba a caer —dijo con las mejillas completamente sonrojadas recordando el bochornoso incidente—, y se me salió un zapato.
—¿Y qué excusa va a darme para informático multimillonario?
—Le conocí en el barco, me cae bien y él ya tiene puestos los ojos en otro caballero increíblemente apuesto. —Señaló con la cabeza a donde Michael habla con el otro hombre.
—Ah, bueno, él no cuenta entonces —aceptó soltando un suspiro agotado— Empezaba a pensar que había escogido mal a mi candidata.
—Tampoco es que tuviera más opciones.
—Un hombre como yo siempre tiene más opciones —dijo con una sonrisa cargada de suficiencia.
El comentario le pareció tan tonto que ni siquiera le resultó digno de una respuesta, así que prefirió hablar de otra cosa. Cualquier otra, por irrelevante que fuera, era mejor que hacer caso a su actitud petulante.
Si al menos lo dijera de broma, tal vez podría tener salvación.
—¿A cuántos empleados tuvo que fustigar para que sus zapatos quedaran tan relucientes? —preguntó ella con indiferencia pasando a su lado sin dedicarle otra mirada.
¿Qué les pasaba a sus zapatos? Se cuestionó él mirándolos extrañado. A él le gustaban así, le parecían elegantes y formales. ¿Y por qué había cambiado de tema de esa manera tan repentina? Parece que la mujer era un poco extraña. Eso explicaría porque había escogido ir a ese lugar de vacaciones, pese a que no quisiera encontrar pareja.
Aunque tal vez lo de no querer marido fuera mentira, una estratagema para pillarle desprevenido, con la guardia baja. Tendría que estar atento y no dejarse atrapar por ella bajo ningún concepto.
No era precisamente la clase de mujer que le gustaría presentar a su abuela.
Luego levantó la mirada otra vez hacia ella y la vio encaminarse hacia una mesa vacía. Ni un saludo, ni un cómo estás, nada. Claro que él tampoco se había molestado en dárselos, pero aun así no estaba acostumbrado a ese tipo de trato tan frío por parte de una mujer.
El viaje ya comenzaba a parecerle demasiado largo, por favor, que incordio de persona.
Pero la necesitaba.
Como ya se esperaba, observó como varios hombres se disponían a abordarla o se preparaban para hacerlo, pero no pesaba permitirlo. Caminó decidido detrás de ella y le dedicó una mirada dura a cada uno de ellos para que olvidaran la idea de acercarse. No pensaba perder su comodín de seguridad tan pronto.
Nota de la autora:
Hola personitas encantadoras, ¿qué tal les ha ido esta semana? Espero que de maravilla.
Bueno, seguimos avanzado en esta nueva historia, ¿qué les parece hasta ahora? ¿Ya tienen algún candidato favorito para nuestra querida Sienna?
Muchas gracias por todo el apoyo y amor que le están dando, por ustedes es que ha llegado ya a las cien lecturas. No me cansaré nunca de agradecerles, porque después de todo son quienes me motivan a seguir.
¡Besotes!, nos leemos ❤,
J.J.
P/d: Hoy a modo de apoyo visual les traigo el vestido que lleva nuestra chica para la cena.
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