🌺 Capítulo 39
🎧 Canción del capítulo: Arctic Monkeys - Do I Wanna Know?
Cailean tuvo muchas dudas antes de poner su plan en práctica. De hecho, le había costado tanto decidirse que casi pensó que era mejor no hacerlo.
Pero entonces, la tarde anterior los vio.
Allí estaba esa pequeña mentirosa, corriendo divertida por la playa; sonriente, juguetona y hermosa, mientras el maldito Ezio la perseguía como un cachorrito enamorado. Primero habían llegado muy abrazados en esa estúpida motocicleta suya y luego, después de tomar un almuerzo ligero justo allí en la arena, se pusieron a tontear en la playa.
Ella le había jurado que no tenía nada con ese idiota demasiado atractivo, pero lo que estaba viendo parecía querer admitir todo lo contrario.
Otra vez volvía a estar apartado, observándola desde lejos como un mero espectador y sintiéndose casi como un pervertido por invadir así su privacidad, mientras, la señorita era desmesuradamente feliz y cercana con otro. Al duque en realidad no le incomodaba que tuviera amigos que la apreciaran de esa manera, que la hicieran sonreír o la cuidaran, lo que le molestaba es que no le permitiera a él hacer ninguna de esas malditas cosas.
Cualquier idiota sonriente era bienvenido, pero él no.
Ese era su verdadero problema.
Por eso al final estaba allí, presto a hacer esa tontería en un intento casi desesperado de llamar su atención.
Si alguien supiera la de locuras que estaba dispuesto a hacer por ella, pensaría que se había vuelto completamente loco. Lo someterían a cientos de pruebas médicas únicamente para asegurarse de que todo estaba en orden allá arriba en su cabeza, solo para al final descubrir que esa maldita mujer le había achicharrado completamente el cerebro.
Después de llegar a la muy meditada conclusión de que su mayor puntuación con la sirena era el aspecto físico, decidió buscar una forma de aprovechar eso a su favor. Si bien era consciente de que a ella no la impresionaba en demasía, tal vez, si realmente lo intentaba, conseguiría la respuesta deseada.
El problema era que el único plan que se le había ocurrido le parecía una reverenda estupidez, pero es que tampoco conseguía dar con otra forma "natural" de aprovechar aquella pequeña ventaja que parecía tener sobre ella.
Así que allí estaba, en su casa.
Llevaba al menos una hora esperándola de aquella manera.
Había pasado tanto tiempo que ya había empezado a aburrirse y a sentir frío.
Realmente aquello era una tontería, incluso para él.
Maldición, si hasta había estado ensayando posturas y buscando el lugar de la casa en el que se vería mejor, teniendo en cuenta incluso donde reflejaría más favorablemente el sol o el viento era más suave. Definitivamente esa era una de las estupideces más grandes que había hecho en toda su vida. Y todo por la Sirena...
Iba a darse por vencido, a marcharse a su propia casa y fingir que nunca había intentado hacer una bobería como aquella, pero entonces escuchó el característico clic de la puerta al abrirse anunciando la llegada de Sienna. Aquel sonido hizo eco en toda la cabaña como un disparo, como diciéndole que ya no tenía escapatoria.
Ya no había vuelta atrás, tenía que seguir con el plan como estaba previsto, se dijo, poniéndose de pie y preparándose en una pose que pareciera natural, casual e inocente.
Sienna venia distraída pensando en Cailean, siempre pensaba él, eso no era algo nuevo.
No obstante, esta vez, trataba de adivinar cuales serían las razones por las que seguía en aquella parte del mundo, intentaba imaginar por qué se había quedado. ¿Acaso no tenia un adictivo trabajo al que volver? ¿Una encantadora familia con la que pasar tiempo? ¿Unos amigos? Es más, él mismo le había repetido en más de una ocasión que nunca se tomaba vacaciones, ¿por qué todavía seguía ahí entonces?
Porque lo cierto era que Cailean al final no le hizo caso, no se marchó a casa. Tampoco es que eso la extrañara realmente, dudaba seriamente de que el hombre obedeciera los requerimientos de nadie. Mucho menos si no le interesaba cumplirlos, sin embargo, su comportamiento seguía desconcertándola; puesto que, en realidad, el duque había hecho justo todo lo contrario.
Hacía ya casi un mes que él había llegado a la isla de improviso y había pasado también poco más de una semana desde que Sienna había vuelto de dar un paseo con Ezio y se había encontrado a Lord Antipático en plena mudanza.
El hombre consiguió, a pesar de que ella todavía no se explicaba cómo porque por alguna misteriosa razón él no parecía ser del agrado de la gente de la isla, que le alquilaran la cabaña deshabitada que se encontraba cerca de la suya. Debido a lo cual, llevaba cerca diez días viéndolo constantemente, hiciera lo que hiciera, el maldito duque siempre estaba allí.
Nadie en el pueblo había querido explicarle el porqué de aquella animadversión hacia Cailean, se limitaban a decir que tenían sus razones y a ignorarlo o a tratarlo cuando era estrictamente necesario. Sin embargo, a pesar de todo eso, el maldito hombre había logrado vivir justo donde quería.
Si bien es cierto que no había vuelto a mencionar el matrimonio, al menos no abiertamente, también lo era que él no dejaba de rondarla. Sus intenciones siempre estaban implícitas sin que tuviera que verbalizaras.
Un encuentro "casual" más y terminaría por matarlo, pensó.
Lo adoraba, pero iba a tener que acabar con él si no quería ser ella la que moría.
Apenas le quedaban ya fuerzas o razones para rechazarlo y el hombre no llevaba allí si no unos días, a ese paso terminaría aceptado su propuesta a pesar de que sabía perfectamente que no era una buena idea. Cada vez era más difícil recordar que no debía hacerse ilusiones porque él realidad no la quería y solo buscaba un matrimonio de conveniencia; resultaba extremadamente complicado no olvidar que el suyo era un amor unilateral y que no podían estar juntos cuando solo uno de los dos era quien quería de verdad.
No era justo para ella, probablemente tampoco sería algo sano.
Al final entró en su casa, muerta de calor y completamente agotada después de un largo día de ayudar a los nuevos huéspedes del hotel, deseando casi desesperadamente que al menos por esa tarde él la dejara en paz, que le diera un pequeña tregua. Pero todo eso estaba tan alejado de la realidad, el día le tenía preparado otros planes completamente diferentes.
Nunca, ni en un millón de años se habría esperado la escena que la recibió al entrar. Era tan increíble que por un momento llego plantearse si no habría caído victima de una ola de calor y estaba desmayada en alguna parte soñando con ese maldito hombre.
Los oscuros mechones húmedos de Cailean apuntaban en diferentes direcciones y dejaban caer pequeñas gotas con complejo de exploradoras, porque se dedicaban a deslizarse por toda la impresionante extensión de su pecho, hasta desaparecer en el grueso borde de la toalla anudada peligrosamente baja en sus caderas.
¿Estaba mal sentir envidia de una simple gota? Se preguntó Sienna.
—¿¡Qué haces desnudo!? —Fue lo único que atinó a preguntar, luego de echarle un buen vistazo completo.
Aquel cuerpo tenía que ser ilegal, alguien no podía tener esa cantidad de abdominales, esos marcados brazos, esas pantorrillas fuertes y...
Cailean casi sonríe al ver esos ojos azules pasar por encima de él una y otra vez, habían merecido la pena todas las veces que se remojó mientras esperaba a que ella llegara. El frío y el aburrimiento tal vez valieron para algo, después de todo.
Él la había observado su rostro detenidamente para no perderse ni un solo detalle, al principio, la sorpresa se había adueñado de su expresión, pero luego la mirada femenina se tornó evidentemente más oscura y apreciativa. Le gustaba lo que estaba viendo, pensó, sintiendo la emoción de la vitoria adueñándose de su cuerpo. Tal vez las cosas no iban a ser tan complicadas después de todo.
Entonces reparó en algo que hasta entonces no se había fijado, ¿cómo pudo pasar eso por alto? Todo transcurrió en cuestión de segundos, pero ahora sentía que había sido demasiado lento en su capacidad para detectar ese impresionante cambio en ella.
—¿¡Quién eres tú y que has hecho con mi Sienna!? —gritó él casi al mismo tiempo.
—No, no, yo primero, que es mi casa —dijo dejándose caer sobre una silla. Al final tuvo que fingir que estaba agotada y taparse la cara para conseguir dejar de mirarlo—. ¿Qué haces desnudo?
—Bueno... Técnicamente no lo estoy. Llevo una toalla —una que tapaba apenas lo justo y necesario y que, por supuesto, dejaba muy poco a la imaginación.
¿Todo eso era real...?
"¡Para Sienna! Deja de pensar en lo que no debes" Se amonestó a sí misma obligándose a apartar la mirada, otra vez.
—Cailean... —pronunció apretando los dientes, enfadada.
Aunque lo cierto es que no sabía si estaba más molesta con él o con sus malditos ojos que no dejaban de salir corriendo hacia su cuerpo por mucho que intentaba detenerlos.
—De acuerdo, de acuerdo. Mi ducha está estropeada, tengo que ir a la tienda para que me consigan una nueva.
—Ya... ¿Y qué tiene que ver eso con esto? —preguntó señalando su pecho todavía húmedo.
—Pensaba pedirte permiso para usar la tuya porque está haciendo demasiado calor, pero no estabas. Supuse que no te importaría si lo dejaba todo tal cual estaba.
—¿Y entonces lo has hecho? ¿Así sin más?
—Correcto —asintió.
—Está bien, entiendo esa parte, pero eso no explica que haces fuera del baño, así.
—Ah eso... —maldición, no había pensado en eso y mira que había tenido tiempo de sobra—. Tenía sed.
—¿Y no podías a esperar a vestirte y luego salir a buscar algo?
—No lo pensé —contestó y rápidamente intentó cambiar de tema, si lo presionaba ya no iba a saber que decir—. Mi turno. ¿Qué haces con la cabeza de otra persona? —contraataco con una pregunta, mirando con mucha atención los lisos mechones dorados.
—Que exagerado eres, de verdad.
Ella casi había olvidado que sus rizos no estaban. Por dios, después de encontrarlo así se le había borrado de la mente hasta su propio nombre.
—Esto se quita, ¿no? —Él se acercó despacio, incapaz de aguantar la tentación de tocar un rubio mechón, este rápidamente se deslizó entre sus dedos como si fuera oro líquido—. Que suave...
—Sí se quita —contestó Sienna alejándose un poco de él y su calor—, una de las chicas del hotel quería practicar el alisado en algún pelo difícil y yo la deje.
—Ahh, eso es bueno... Qué largo es —dijo, caminando a su alrededor como si estuviera encima de un pedestal. Apreciando la impresionante extensión de su cabello, que le llega casi hasta debajo del trasero.
—Lo es. ¡Ahora deja de rondarme como una mosca cojonera! —exigió, dándole un manotazo para que no volviera acariciarle el pelo.
Sin embargo, el verdadero problema no era el contacto, era ese malditamente atractivo pecho desnudo a tan corta distancia.
—Me gusta más como siempre —comunicó, antes de volver a acercarse para olerlo, quería saber si su avainillada escancia seguía allí —. Aunque así también te queda bien.
A Cailean sin duda le gustaba, esa deliciosa suavidad que se sentía como un hermoso trozo de seda de la mejor calidad era indiscutiblemente maravillosa, pero, no eran los elásticos rizos de siempre. Esos que volvían rápidamente a su forma cada vez que los estiraba, como delicados resortes de ámbar y que, además, siempre le recordaban a ella.
Por otro lado, y a pesar de la innegable belleza de esa tersa cortina dorada, los productos que habían utilizado para alisarlo borraron todo rastro de su característico aroma de vainilla. Eso, definitivamente, sí que era un gran punto en contra respecto a ese nuevo peinado.
—No recuero haberte pedido opinión —aseguró Sienna con el ceño fruncido.
—Es cierto, perdón.
—¿Por qué mejor no dejas de meterte donde no te llaman y te vistes?
—No sé si debería... hace bastante calor. Volvería a sudar otra vez rápidamente y entonces el baño no tendría sentido, sería solo un desperdicio de agua. Hay que cuidar el planeta.
—Lord Allenbright... —dijo ahora totalmente molesta, con una falsa sonrisa que no deparaba nada bueno— Si no se viste ahora mismo, juro que pienso ahorcarlo con esa maldita toalla que lleva puesta.
Cailean había empezado a notar que ella utilizaba su título, con cualquier variación adecuada a cada situación, cuando se encontraba muy al borde de su capacidad de paciencia, cuando estaba a punto de arrancarle la cabeza o de pegarle una patada en la espinilla. En esos momentos en que el enfado era tan grande que de ser posible lo mataba con su propias manos.
No iba a mentir, aquello realmente le encantaba.
Una sonrisa presuntuosa se adueñó de su boca. Él sabía que no era buena idea, pero iba a presionar un poco más. Solo un poquito.
—Para eso tendrías que quitármela. ¿Estás dispuesta a ver todo lo que hay debajo?
—¡Cailean! —gritó Sienna.
Empezó a correr hacia él, no estaba segura de que iba a hacer si lo alcanzaba, pero si sabía que tenía mucho que ver con asfixiarlo hasta la muerte. Para fortuna de él y desgracia de ella, el duque fue capaz de moverse más rápido y logró esconderse dentro del baño, pero, sin poder detener el ataque de risa que se adueñó de él.
La doctora se dejó caer sobre una de las sillas del comedor con el rostro entre las manos, mientras sentía el eco de la risa masculina todavía flotando en el aire.
Ese hombre definitivamente iba a matarla.
—Sirena, ¿crees que podrías ayudarme con...? —empezó a preguntar el, apenas asomando la cabeza, pero ella no lo dejo decir nada.
—¡Vístete! —gritó lanzándole uno de sus zapatos a la puerta ya cerrada.
"Maldito Cailean", pensó dejando salir un suspiro agotado.
—Voy a salir. No me ataques —dijo el duque unos minutos después, abriendo la puerta solo un poco.
—No lo haré si llevas toda la ropa puesta.
—Ay, me había olvidado de tu cabeza —comentó frunciendo la cara con una graciosa mueca, cuando por fin salió.
—Que pesado eres —se quejó ella rodando los ojos—. Bueno, si ya acabaste con todo vete a tu casa.
—Creía que ya habíamos hablado sobre tus malos modales como anfitriona, pero me parece que no has practicado nada —dijo, sentándose a la mesa con ella.
—Es que tú no eres una visita, eres más bien una invasión. Una especie de plaga demasiado difícil de eliminar, como las termitas o las polillas en los armarios viejos.
—Para, por favor —pidió tapándose la cara ruborizado—. No puedo con tanto amor, me estás ahogando con toda esa dulzura.
—No dejas de sorprenderme —confesó mirándolo con detenimiento—. Nunca imaginé que fueras así de hablador y risueño, sobre todo después de la impresión que me disté al conocerte.
Porque en realidad no lo era, Cailean no recordaba haber sido así nunca, ni siquiera cuando era un niño o un adolescente. Se había divertido sí y había jugado cuando pudo, pero jamás de esa manera. Las sonrisas nunca se habían adueñado de su rostro con tanta facilidad, a decir verdad, solía ser lo contrario.
No es que fuera una persona amargada, ni triste, era más bien alguien tranquilo a quien las cosas vacías rara vez lo divertían o lo emocionaban. Los chistes fáciles, las conversaciones vacías y triviales, las bromas sin sentido... nada de eso le había hecho gracia nunca, sin embargo, después de Sienna, todo a su alrededor parecía sentirse mucho más emocionante.
Eso era todo culpa de ella, se debía total y enteramente al efecto que tenía sobre él.
Su vida era mucho mejor porque la Sirena había entrado en ella.
Ya lo había aceptado desde hacía un tiempo, durante aquellos larguísimos días en que esperaba a que se pusiera en contacto con él, que respondiera al menos uno de los tantos mensajes que le enviaba. También en esos momentos en que se descubría de repente sonriendo, solo, sumergido en algún recuerdo compartido con ella o, tal vez, cuando llegaba hasta él algún aroma que se la traía de regreso de improviso.
En definitiva, lo comprendió mientras la echaba de menos.
—Vamos a dar un paseo —pidió el duque de repente para evitar esa conversación—. No creo que el casco vaya a estropear tu nuevo peinado.
—¿Casco? ¿En qué quieres pasear? Mejor no cuentes conmigo.
—No es nada a lo que no estés acostumbrada, ven. —La tomó de la mano para ponerla de pie y tirar de ella.
—¿Por qué siempre quieres arrastrarme a todas tus tonterías? —se quejó mientras se dejaba llevar.
—Porque sin ti no es ni la mitad de divertido —confesó con sinceridad.
Caminó con ella hasta a la entrada de la otra cabaña, en la que se estaba quedado él ahora y le señaló la reluciente motocicleta Harley Davidson Sportster de los años cuarenta.
—¿Qué te parece mi nueva amiga? —preguntó señalándola.
—Bastante impresionante, la verdad. ¿De dónde la has sacado?
—Es de Tulip, la conducía cuando era joven. Me ha costado mucho conseguir que me la prestara, así que más te vale venir conmigo.
—¿Qué? No, no pienso subirme a eso contigo —negó con la cabeza y se alejó varios pasos—. ¿Tienes permiso de conducir al menos?
—Claro, desde hace muchos años. ¿Qué clase de persona loca crees que soy? No me ofrecería a llevarte si no supiera como hacerlo.
—No, no, mejor ve solo.
—Ah venga, Sienna, paseas por toda la isla con ese jovencito ¿pero te niegas a dar una vuelta conmigo?
—¿Por eso la has conseguido? ¿Es una especie de competencia entre machos o algo así? —él la miró sin comprender y ella agregó—: No pongas esa cara, he visto como lo miras siempre, con esa expresión toda ofuscada y oscura.
—No sé de qué estás hablando —dijo haciéndose el desentendido—. Solo quería llevarte a comer un helado.
Antes de que ella pudiera abrir la boca u objetar nada, él tomó uno de los cascos y lo colocó en la cabeza de Sienna. Lo ajustó con cuidado, luego se aseguró de que le había quedado bien colocado y le dio un pequeño golpe sobre este, como señal de haber acabado, de que todo estaba correcto ahora.
—Perfecta, vamos ¿O quieres que también te suba yo?
—No, no, ya voy solita —le dio un pequeño empujón al pasar para sentarse sobre la motocicleta.
—Ya te lo dije. No frunzas el seño o te saldrán arrugas, así ningún marido te va a querer —le recordó, mientras pasaba el dedo índice sobre el pequeño grupo de pliegues que se formaba a veces en su frente.
—Mejor así, seguro que eso me ayuda a deshacerme de un duque pesado que no deja de perseguirme con su anillo gigante.
—Ah, he oído hablar un poco de él —comentó mientras se subía delante y se colocaba su propio casco—. No creo que unas arrugas lo hagan cambiar de opinión.
—Seguro que no —aceptó cansada, rodando los ojos—, es un cabeza dura.
—Es posible —admitió con una sonrisa—. Pero me han dicho que es un gran tipo, uno bastante atractivo, además. Suena como un muy buen partido para mí.
—Claro, que lo compre quien no lo conozca, entonces —murmuró.
—Mi abuela siempre dice que soy muy lindo y tú no te cansas de decir que hay que hacer caso a los mayores, no puedes llevarle la contraria tampoco en eso.
—Pobre Duquesa... que tristes es ir perdiendo la vista de esa manera —dijo con voz apesadumbrada.
—Nunca vas a dejar ganar una discusión, ¿verdad? —preguntó divertido.
—No, va contra mis principios —declaró con una sonrisa cargada de seguridad.
—Bueno, así ya me voy a acostumbrando a la vida de casados...—Habló mirándola por encima del hombro— El abuelo me contó que lleva sin tener razón por lo menos desde de los años cuarenta, cuando conoció a la abuela.
—¿No te cansas de pensar en nuestra boda? —preguntó Sienna, dejando salir un agotado suspiro.
—No, ni que pensara corriendo —dijo con una gran sonrisa, volviendo a mirar al frente— ¿Estás lista? Agárrate que nos vamos —pidió.
—Lista, vamos.
—¿Segura? —preguntó, esperando a que ella se acercara y lo rodeara con los brazos. Pero no lo hizo.
—Sí, solo conduce con cuidado.
—Sus deseos son ordenes para mí, señorita Bartlett.
Encendió el motor, aceleró un par de veces, se bajó la visera del casco y estaba listo. No obstante, la Sirena seguía manteniéndose todo lo más alejada que podía, sosteniéndose de la parte de atrás del asiento sin tocarlo a él.
Bueno, ella se lo había buscado, no quería tener que recurrir a eso, pero la muy cabezota no le dejaba otra opción.
Arrancó dando un brusco acelerón que la empujó directamente contra su espalda.
—Ups, perdón, se me ha ido. Había una piedra en el camino —mintió—. Será mejor que te agarres, estas carreteras en mal estado son un peligro.
No esperó a que ella se moviera, lo hizo él. Estiró los brazos hacia atrás, hasta encontrar las manos femeninas que no estaban muy lejos y las llevó todo el camino de vuelta hacia adelante. Las colocó cruzadas sobre su cintura, envolviéndose con el calor de ella.
Tal vez no había sido una buena idea después de todo, sentir las palmas femeninas abiertas sobre su abdomen, siendo capaz de percibir su delicado tacto incluso a través de la delgada tela de la camiseta era una deliciosa tortura; una que no debería estar acosándolo mientras intentaba concentrarse en la carretera, no, definitivamente esa no era una buena combinación.
Sin olvidar los firmes mulos desnudos, benditos fueran los pantaloncitos cortos, uno a cada lado de los suyos...
Pero no podía despistarse, llevaba una preciada mercancía, una sumamente importante, a decir verdad; definitivamente no podía permitir que las distracciones le ganaran.
Cuanto más intentaba ella alejarse de él, más parecía acercarse.
A veces pensaba que llevaba un corto elástico amarrado alrededor de la cintura, uno que iba dese la suya hasta la de él, uno que le impedía poner distancia entre ellos. Porque, a pesar de que se alejaba todo lo posible, la maleable cuerda conseguía encogerse rápidamente trayéndolo de vuelta para dejarlos todavía más cerca que antes.
Algunos días pensaba que tenía que relajarse, dejarse ir a la deriva y permitir que las cosas siguieran su propio rumbo sin importar a donde la llevaran. Pero sabía perfectamente en donde acabaría esa tentadora renuncia. Otras veces, en cambio, pensaba que podía ceder, solo un poquito, lo justo y necesario para disfrutar de él sin implicarse realmente, pero eso seguro que también acababa llevándola directo a la rendición total.
No podía bajar la guardia, ni siquiera un poco, porque todas las rutas la llevaban directamente hasta los brazos de ese hombre que no podía quererla como ella deseaba. Podría haber aceptado que la quisiera a su manera, con fraternal cariño, si su propio corazón no estuviera tan hundido entre los pantanos del amor.
Tal vez con el tiempo pudiera permitirse conformarse solo con él que podía ofrecerle, pero de momento, todavía era demasiado difícil el simple hecho de solo mirarlo sin morirse de ganas de comérselo a besos.
Aunque ahora, mientras el sol les acariciaba la piel de la cara, el húmedo aire salado les llenaba los pulmones y él no la estaba mirando, quizás pudiera darse el lujo de disfrutar un poquito. Aprovechar para regodearse de su cercanía, llenarse del calor de su cuerpo, saborear su suave respiración bajo la mejilla o, simplemente abrazarlo con ganas sin que fuera sospechoso.
Sienna se acurrucó un poco más contra él olvidando todo lo demás.
Cailean no pensaba dar una vuelta tan larga, su idea era hacer un poco de carretera y detenerse cuando encontrasen algún lugar en el que comprar helados. Sin embargo, el simple hecho de sentir el delicioso cuerpo de la Sirena apretado contra el suyo, como si fuera un gatito tomando un baño de sol; permitiéndole incluso sentir los latidos acompasados de su corazón, lo impulsaron a seguir haciendo ruta.
Al final se vio obligado a detenerse porque, a pesar de que la isla seguía, no encontrarían ya más casas por aquella zona, mucho menos, algún lugar en el que comprar ese helado que le prometió.
—Llegamos —dijo apretándole las manos para llamar su atención.
No se había resistido a sentirla sin tocarla, así que había ido todo el camino conduciendo con un solo brazo, porque el otro, lo mantuvo ocupado sosteniendo el de ella. Guardando bajo su palma grande, las dos de ella que se mantenían firmemente cerradas sobre su estómago.
Giró su rostro hacia ella, estaban cerca, casi tan cerca que los cascos se chocheaban. Aprovechó para observarla, para apreciar la delicada suavidad de su piel incluso a tan corta distancia, admiró también la larga extensión de sus claras pestañas y la curva tentadora de sus labios.
Una sonrisa se adueñó irremediablemente de la boca masculina al verla bien, pestañeando despacio, con la mira adormecida como si hubiese estado teniendo una buena dosis de sueño sobre su espalda.
—¿Te quedaste dormida? —preguntó con voz suabe, sin resistirse a darle un beso en la punta de la nariz con cariño—. ¿Yo hago todo este esfuerzo por mostrarte la isla y tú te duermes?
—No lo estaba —se quejó todavía somnolienta—. Tenía los ojos cerrados por el viento.
—Seguro que sí, espero que ese viento no me haya babeado la espalda —contestó.
—Es solo una pequeña mancha, se te secará enseguida con este calor —dijo bromeando, mientras se bajaba.
Cailean se había detenido frente a una agreste costa de arena dorada. Un bajo muro de piedras separaba la zona de playa de la carretera y justo detrás, al otro lado de la calle, había una pequeña tienda con un poco de cada cosa.
Sienna se desperezo para estirar el cuerpo, alargando los brazos hasta el cielo primero y doblando un poco la cintura después. A pesar de que había hecho bastantes caminos con Ezio en su motocicleta, todavía no se acostumbraba al cansancio que le producía esa postura encogida.
Sus ojos se veían irremediablemente atraídos hacia el índigo oleaje, el mar siempre había tenido un efecto calmante en ella y ahora, además, le servía para concentrarse en otra cosa que no fuera la delgada línea de piel que apareció por el borde inferior de la camiseta del duque cuando este levantó los brazos para quitarse el casco.
"Concéntrate en contar las olas que llegan a la costa, Sienna." Se repetía, pero era tan difícil... y no precisamente por el constante movimiento marino.
—Alguien me prometió un helado, pero no estoy viendo ninguno —protestó ella poco después, con las manos apoyadas en la cintura.
—Al menos quítate esto primero —pidió él con una sonrisa mientras se acercaba a ella para quitarle el casco.
—Listo, estás perfecta. —Él le pasó una mano para acomodarle los mechones que se habían descolocado un poco —. No le ha pasado nada a esta cabeza nueva que te empeñas en llevar.
—Que pesado estás con esto, de verdad. —Lo apartó de un empujón—. Ve a por los helados, mejor.
Estaban demasiado cerca, otra vez, con la mirada justo a la altura de la boca masculina. Esos labios parecían tan suaves que incluso sus dedos se morían de ganas por tocarlos.
"Realmente lo eran." Le recordó su cerebro, ocupándose de enviarle varias imágenes de sus besos una tras otras. Como si fueran necesarias las pruebas, como si ella en realidad no fuera capaz de rememorarlo perfectamente sin esfuerzo.
—Perdón, es que no me acostumbro a verte así. Aunque creo que en realidad me gusta —dijo, ladeando la cabeza, en un intento de verla mejor—. Es como una larguísima cascada de oro líquido.
—Deja de ser agradable —protestó alejándose todavía un poco más—, ya te he dicho que me asustas cuando haces eso.
Sienna se sentó en el pequeño muro para quitarse las zapatillas, pensaba enterrar los pies en la arena y poner la mayor distancia posible entre ellos dos. Necesitaba ordenar sus pensamientos de inmediato si no quería acabar sucumbiendo.
—No puedo complacerte en eso, me niego a ser desagradable con mi futura esposa —dijo con una maliciosa sonrisa, aguardando a la reacción de la Sirena que no se hizo esperar.
Ella le arrojó una zapatilla justo en medio del pecho, que más que dolor le provocó una sonora carcajada. Porque el golpe fue acompañado de una enfurecida mirada a través de las pestañas, con el ceño fruncido, como si pudiera lucir peligrosa y no solo adorable. Después de eso y sin dedicarle otra mirada, la señorita cargada de dignidad, se dio la vuelta y comenzó a caminar por la arena.
Incapaz de dejar de sonreír, recogió las zapatillas de los dos, acomodó los cascos sobre la motocicleta y se fue a comprar los helados.
¡Maldición! Se sentía tan feliz, ella lo hacía tan feliz.
NOTA DE LA AUTORA:
¿Qué les ha parecido? ¿Qué piensan de la tonta idea de Cailean? ¿Funcionó con Sienna? ¿Funcionaría con ustedes? Espero que los estén disfrutando porque son los últimos que quedan, en breve nos despediremos de ellos.
Gracias por el apoyo.
¡Muchos besotes!
Nos leemos ❤.
J.J.
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