🌺 Capítulo 38

🎧 Canción del capítulo: TheBanners — Someone to you.


Los días, las semanas e incluso los meses, se fueron cayeron del calendario uno a uno a gran velocidad, sin embargo, se sintieron también eternamente largos, como si fueran capaces de durar varios milenios.

Cuando se detenía a pensar en ellos, a contarlos, notaba la verdadera rapidez con que se habían desvanecido. No obstante, si reparaba en ellos de manera individual, uno detrás del otro, todos lastimosamente iguales al anterior; oscuros, apagados, intranscendentes, lacerantes y tremendamente solitarios; entonces sí que parecían larguísimos.

Ni siquiera el consuelo que brindaba la isla parecía ser suficiente ahora.

Sienna miró hacia el cajón que ocultaba "el cuaderno del olvido", no había vuelto a tocarlo desde que se marchó a Escocia. Ahora que volvía a tener todos los recuerdos frescos en la memoria y los sentimientos revividos con intensidad, no creía que le fuera a ser de utilidad, solo conseguiría enfadarse consigo misma por haber sido tan ilusa. Por creer que sería capaz de borrarlo de su corazón en algún momento.

¿Por qué tenía que ser precisamente él? Volvió a preguntarse.

¿Y por qué demonios seguía buscándola?

Creía que después de ignorar sus primeras interacciones Cailean se rendiría, sin embargo, no fue así. Todavía seguían llegando sus mensajes, casi de a diario, a pesar de no recibir respuesta alguna. Él nunca le hablaba de nada en especial, solo le contaba un poco de su vida, alguna cosa curiosa de la que se hubiese enterado o algo que no deseaba hacer, no eran relevantes, pero allí estaban. Recordándole que él existía, recordándole que él pensaba en ella.

¿Por qué no la dejaba marcharse? ¿Esconderse? Aquella tonta búsqueda no tenía sentido. Claro que tampoco lo tenían sus sentimientos hacia él y eso no le impedía tenerlos.

—Ah maldito duque de Antipatía, has vuelto mi vida del revés... —murmuró.

—¿Decías algo, Sienna? —preguntó Ezio apareciendo en la cocina.

—No, solo pensaba en voz alta, ¿has podido repararlo?

—Sí —contestó él con su brillante sonrisa, mientras se acercaba a lavarse las manos—. No era nada grave, solo algo de agua salada y óxido, creo que después de esto funcionará algún tiempo más.

—¡Gracias! —exclamó aliviada—. Temía volver a tener que bañarme con agua fría esta noche.

—No ha sido nada. Aunque yo en tu lugar iría buscando algún otro por si acaso, ese calentador es demasiado viejo.

—Hablaré con las señoras Vaughan entonces, a ver cuando vuelven a la ciudad para ir con ellas a por otro.

—Bien pensado, si necesitas ayuda no dudes en avisarme.

—Así lo haré, yo no sabría ni por donde empezar con eso.

—Seguro que eso es porque ni siquiera lo has intentado —dijo él con ampliando la sonrisa.

Sienna sabía que tenía razón, una pequeña investigación sería suficiente para permitirle desarmar y rearmar el aparato en busca del fallo sin ningún tipo de dificultad, pero ni siquiera tenía las herramientas necesarias para intentarlo, por lo que le parecía mejor pedírselo al muchacho. Además, él era el verdadero experto en esos temas.

—¿Te invito a comer? Al menos acéptame ese pago —pidió ella, a sabiendas de que era imposible negociar con que aceptara algo de dinero.

A veces se preguntaba cómo hacía él para sobrevivir si no cobraba a casi nadie por sus trabajos, pero lo cierto es que en la isla eso no era realmente necesario. Siempre había algún vecino al que le sobraba una gallina, huevos, verduras e incluso carne y lo compartía con el resto; la vestimenta, por otro lado, era poco importante para unas personas que se pasaban la mayor parte del tiempo con calor y en el mar.

Además, los trabajos en el hotel y las visitas de los turistas generaban la pequeña inyección monetaria que era necesaria para mantener a flote su economía. La verdad es que eran una comunidad muy unida y que funcionaba de manera muy orgánica y eficiente.

—Está bien, no puedo decirle que no a eso —contestó él—. Voy a recoger las herramientas y nos vamos.

—Perfecto, iré a buscar a Gato a ver si consigo que entre antes de marcharnos.

Él asintió y volvió a salir por la puerta trasera, la misma por la que acababa de entrar.

La doctora fue a su habitación, le echó un vistazo a su aspecto para asegurarse de que era presentable como para ir a un restaurante y se echó una nueva capa de protección solar. Luego se colocó unas cómodas zapatillas deportivas y salió para buscar a su mascota en lo que su acompañante terminaba con lo que hacía.

Al salir, una gran sombra oscura se cernía sobre Gato, este maullaba encantado y se enredaba entre sus piernas cargado de felicidad, pero, la fea impresión que le dio ver aquella figura al asomarse por la puerta, le provocó un gran sobresalto.

—¡Ay, que susto! —gritó Sienna. Aunque, en realidad, se sorprendió todavía más cuando su cerebro por fin registro que se trataba de una persona y de una conocida, además—. ¿Cailean?, ¿eres tú? ¿Qué haces aquí!? ¿Por qué estás en el suelo?

A pesar de que comenzó a recuperarse del susto inicial, su corazón seguía latiendo frenéticamente y casi sin control. Sin embargo, ahora, era enteramente por culpa de Lord Antipático. Para rematar, eran tantas las dudas que invadieron repentinamente su cabeza que, por un momento, se planteó la posibilidad de que él fuera en realidad solo un mero producto de su disparatada imaginación.

—¡Hola a ti también, Sienna! —dijo—. ¿Cómo has estado mi querido Lean? ¿Has tenido un buen viaje? Ay, hacía tanto que no te veía... Te he echado muchísimo de menos —agregó poniendo voz de mujer, tratando de imitarla.

—Me ha sorprendido que estuvieras aquí de la nada —pronunció intentando justificarse. Aunque la sorpresa todavía era tal, que apenas podía pensar con claridad.

—He venido a ver a mis madrinas.

—Ellas no viven en esta zona.

—Lo sé, pero estaba de paso — él se encogió de hombros, sin dejar de mirar al gato o de tocarlo; quien pesar del suave cariño que estaba recibiendo, le soltó un maullido poco amigable—. Es antipático —añadió con una sonrisa—, me gusta. ¿Cómo sé llama?

Cailean su puso de pie lentamente. Todavía no se había atrevido a posar la mirada sobre ella desde que llegó, pero no podía, ni quería, seguir retrasándolo más. Necesitaba que sus ojos volvieran a llenarse de ella.

De repente, al verla por fin después de tanto tiempo separados, al contemplar su pequeña y familiar figura rodeada de rizos, sus cortos pantaloncitos de cintura alta con pinzas y sus hermosos ojos; todo el peso, así como la tensión que lo habían acosado durante semanas, parecieron esfumase. Fue como si por fin hubiera logrado llegar a casa luego de una larga lucha.

Su presencia siempre le había traído paz, pero hasta ese momento, en el que todo a su alrededor había parecido un caos, uno que desapareció de repente al verla a ella; no fue consciente de cuanto influía la doctora realmente en él. De cuanto mejoraba la Sirena sus días tan solo por existir.

—No lo sé, no ha querido decírmelo así que le llamó Gato —contestó ella todavía recelosa, arrancándolo sin delicadeza de su ensoñación.

—Ah, tiene sentido supongo —aceptó con un asentimiento, antes de dirigirse al animal y luego otra vez a su dueña—: ¿Qué tal, Gato? ¿Qué le pasó en el ojo?

—Tampoco lo sé, estaba así cuando apareció hace meses. Una vida difícil supongo.

—¿Eres un tipo duro entonces, amigo? —le preguntó al animal, que sé acurrucó ronroneando como una simple bolita de pelos solo para que él siguiera tocándolo.

—Traidor —murmura ella en voz baja.

A Sienna le había llevado meses ganarse la confianza del animal, le costó sudor y sangre conseguir una simple caricia y ahora, como salido de la espesa nada, llegaba el maldito duque de la frialdad y con un mínimo esfuerzo, ya lo tenía ronroneando a sus pies como una mansita criatura sin garras.

Cailean, por su parte, iba a responder diciendo algo como que incluso a los animales les costaba resistirse a sus encantos o que todos lo adoraban sin importar cual fuera la especie, pero las palabras sé le quedaron atascadas en la garganta cuando, de la pequeña casita donde vivía Sienna, salió un altísimo, fornido, moreno y atractivo hombre.

¿Era verdad lo que dijeron las señoras en la fiesta? ¿Ella estaba con otra persona?

—Vaya, ya entiendo porque has querido quedarte aquí, Sienna —dijo con tono antipático mientras volvía a ponerse de pie—. Tú debes de ser su amante adolescente supongo. Cailean Lee Kyong, encantado —comentó, acercándole la mano para saludarlo—. Creía que al menos te conseguirías a alguien a quien no le pidiesen el carne para beber.

El muchacho no era realmente tan joven, tal vez unos pocos años menos que la Sirena, nada preocupante en realidad, nada comparado a los siete años con los que él la sobrepasaba a ella; pero aun así le molestaba.

Maldición... sus perspectivas de éxito iban de mal en peor y cayendo en picado.

—No le hagas caso Ezio —pidió la doctora apartando la mano del duque para que no sostuviera la del joven—, su principal don es ser odioso e irritante.

—Uh, eso me ha dolido —contestó el aludido con una sonrisa socarrona que evidenciaba todo lo contrario y retiraba la mano que había quedado vacía.

—¿Qué haces aquí Cailean? —insistió.

Necesitaba saber qué demonios estaba haciendo él allí, en su refugio, en su pequeño escondite secreto donde todavía intentaba sanar las heridas. En esa isla a la que siempre volvía para esconderse precisamente de él

—¿Yo? Nada, dando un paseo

—¿Aquí? ¿No estás un poco lejos de casa?

Cailean se planteó decir alguna excusa, inventar cualquier justificación que pudiera ser creíble y lo ayudase a ganar algo de tiempo, pero no venia nada a su mente. Estaba completamente en blanco. A pesar de que intentó exprimir sus sesos, estos parecían tan secos como una piedra.

Ella estaba de pie, con los provocativos labios fruncidos por la irritación, las manos firmemente apoyadas en la cintura y mirándolo con una adorable expresión de sorpresa e incredulidad, a pesar de que pretendía mostrarse enfadada. Parecía como si estuviera dudando de que él fuera real, al tiempo que se preguntaba que lo había llevado otra vez tan lejos de su casa.

¿Siempre había sido tan hermosa? Se preguntó, bebiéndose su imagen como un hombre desesperado.

"Seguro que sí", se respondió a sí mismo sin dudarlo, después de todo, siempre había creído que lo era. Incluso cuando pretendía que no le interesaba. La cuestión era que, cada vez que la veía, la encontraba un poco más bonita que las anteriores. A ese paso acabaría siendo lo más bello que había visto nunca, muy rápidamente.

No obstante, todos esos pensamientos no lo ayudaban a responder lo que ella deseaba. Seguía teniendo que explicarle que estaba haciendo ahí, en esa isla y en su puerta.

Probablemente debería soltar algún elaborado y profundo discurso que lo hiciera quedar como un buen tipo, mientras, a ella la impulsaba a aceptarlo con una gran sonrisa. Pero no tenía ninguno. A pesar de que había intentado redactar algo durante todo el camino hasta allí, no había conseguido obtener nada decente.

No tenía una explicación sobre porque quería dar ese paso con ella, al menos no una que a la doctora fuera a gustarle. Sin embargo, debía dársela y cualquier momento era tan bueno como otro para formular se petición.

Seguro que habría tenido más posibilidades pensado en algo bonito como hizo Jason, pero él no poseía imaginación para ese tipo de cosas y, además, apenas tenía tiempo. El bastón de la duquesa resonaba en su cabeza como un acelerado segundero que le gritaba que ya no podía seguir retrasándolo más.

Así que, era ahora o nunca pensó él.

—Bueno en realidad venía por ti —Confesó.

Luego de dudar sobre que postura tomar para hacer su declaración, acabó decidiéndose por mantenerse de pie; lo de la rodilla le parecía demasiado anticuado. Sin contar con que las piedras de la carretera le machacarían la pierna incluso a través de los pantalones.

Rebuscó en el bolsillo derecho, pero estaba vacío, ¿dónde demonios habían metido la caja? ¿De verdad se estaba poniendo nervioso ahora? Busco en el izquierdo, tampoco. En los pantalones, ni rastro. ¡En el interior de la chaqueta! ¡Sí! Allí lo había puesto en el aeropuerto por miedo a perderlo.

Solo esperaba que Fred, su asistente, hubiese hecho un trabajo escogiendo la joya. Maldición, tendría que haberse tomado al menos tiempo de mirarla antes de llegar hasta aquí, solo para asegurarse. Lo de actuar sin pensar realmente no le estaba saliendo nada bien, pero ya estaba allí y no había vuelta atrás.

—¡Cásate conmigo! —pidió, abriendo la caja de color turquesa y acercándonosla al rostro femenino.

Dentro del paquete había un anillo con un gigantesco diamante central cuadrado y varios pequeños lo rodeaban. El tamaño parecía ser el adecuado para los finos dedos de Sienna, pero la piedra era realmente ostentosa y descomunal.

Incluso él se sorprendió al verlo aquello, le costó bastante retener el suspiro de asombro que quería escapar de su garganta. Definitivamente tendría que haberle echado un vistazo antes de tratar de dárselo a la futura novia, pero ya lo hecho, hecho estaba.

La pieza sin duda destilaba riqueza, dinero y poder por cada una de sus afiladas esquinas, sin embargo, no creía que fuera a verse bien en las pequeñas manos de la Sirena. Mucho menos que fuera a ser de su agrado. Ella preferiría algo más discreto y cómodo de llevar, algo con lo que pudiera trabajar en el laboratorio sin miedo a romper un guante o a matar un compañero por accidente al mover el brazo para alcanzar algo.

—¿Qué? —preguntó Sienna totalmente desconcertada.

Los ojos de ella se paseaban de la joya hacia el hombre que la sostenía sin saber que pensar o como reaccionar, decididamente cuando pensó que estaba loco no estaba equivocada. De todas las cosas que se le ocurrió pensar para justificar su presencia en la isla y en su casa, esa, sin lugar a duda, jamás fue una de ellas.

—Creo que será mejor que me marche... —dijo Ezio alejándose lentamente.

—Pero íbamos a comer. —Sienna casi hasta había olvidado que él seguía ahí, presenciándolo todo.

Pero después de esa desconcertante sorpresa, nadie podía culparla al respecto.

—No te preocupes, lo haremos en otro momento. Después te llamo.

Seguro que a él si le respondía el teléfono, pensó el duque malhumorado, mientras lo quemaba con la mirada sin apenas darse cuenta.

Cailean esperó a que el otro hombre se marchara en su motocicleta antes de volver a hablar, la expresión de Sienna le decía que estaba enfadada y no quería oír nada de tonterías. Así que debía esforzarse por contarle todo sin sonar como un verdadero idiota.

Las cosas definitivamente iban a ponerse difíciles.

—A ver —empezó despacio, tratando de decir que dirección tomar con su discurso—. Mi abuela quiere que me canse con una mujer que aparentemente es fabulosa, buen partido, hermosa y montones de cosas más, pero yo no la quiero ella.

—¿Y qué demonios significa eso!? ¿¡Que me quieres a mí!? — Preguntó escandalizada o tal vez emocionada, realmente no estaba segura.

Luchaba con unas desmesuradas ganas de llorar que la invadían, al mismo tiempo que intentaba ocultar y extinguir la leve llamita de esperanza que volvía a resurgir de entre sus propias cenizas. Se suponía que esos restos todavía humeantes no debían despertarse nuevamente, ella misma se había encargado de enfriar ese terreno con sus propias lágrimas.

Maldito fuera su falso olvido que solo servía mientras él se mantenía alejado.

—No, tampoco he dicho eso... —contestó el hombre.

Y así, solo con unas pocas y simples palabras, él volvía una vez más a hacer añicos su corazón si siquiera imaginar lo que estaba haciendo. Volvía a clavarle un puñal invisible que atravesaba sus costillas y se incrustaba justo en la fuente de sus latidos. Volvía a dejarla desangrándose en el más absoluto de los silencios.

—Ah...

—No hace falta que te muestres tan aliviada, condenada mujer —espetó él molesto, malinterpretando su corta respuesta.

—No te entiendo —consiguió pronunciar al fin—. ¿Quieres que finjamos otra vez para espantarla?

—No precisamente... Ellas, las señoras, no se tragaron la mentira la primera vez, así que no creo que tampoco nos vaya a funcionar esta.

—¿Entonces que es lo que quieres? ¿Una boda real? ¿Conmigo?

—Así es —afirmó con una pequeña sonrisa—. Por fin empezamos a entendernos.

—¿Por qué yo?

—Bueno, de todas las mujeres que conozco eres la que menos me cuesta soportar.

—Ah, vaya. Gracias, esas son precisamente las palabras románticas que una chica quiere oír cuando le piden matrimonio—dijo destilando ironía.

—¡No! Mierda... Lo que quise decir es que nos llevamos bien.

—No es cierto.

—Pese a nuestras tontas discusiones, nos las ingeniamos para que casi todos pensaran que éramos pareja e incluso conseguimos pasarlo bien en el proceso.

—Ya, ¿y?

Si le decía que la quería, que creía sentir algo romántico por ella, por mínimo que fuera, gritaría que sí y metería sin dudarlo el dedo en ese descomunalmente exagerado anillo que traía.

"¡Vamos Cailean! ¡Hazlo! ¡Dímelo!" rogó sin palabras.

—Dios Sienna, eres exasperante, pero me diviertes —confesó con una pequeña sonrisa, buscando su mirada—. Me gusta pasar tiempo contigo y compartir el día a día. Admiro tu trabajo y sinceramente creo que eres bastante impresionante. Joder, incluso eres capaz de hacerme sonreír hasta cuando no quiero.

—¿Y crees que eso es suficiente para un matrimonio? Por qué eso es lo buscas, ¿no? No estoy segura de estar entendiendo bien la situación, la verdad.

—¿Podemos seguir discutiendo esto dentro? Los vecinos nos están mirando...

—¿Qué vecinos? —preguntó Sienna echando un vistazo a su alrededor.

Nadie vivía cerca de aquella zona, precisamente por eso le habían ofrecido esa casa, para que pudiera estar alejada y tranquila. Solo había otra casita a unos pocos metros de distancia y estaba visiblemente vacía.

—Invítame a entrar y ya está —protestó, al tiempo que la esquivaba para meterse por la puerta abierta. —Vaya, es muy pequeña.

—Es solo para mí, no me hace falta más espacio.

—También es cierto, ¿para qué querrías más? —mientras hablaba iba mirando cada parte de la vivienda, buscándola a ella en los detalles—. Es bastante bonita, ¿la decoraste toda tú?

Nunca había estado cerca de nada que fuera de ella. Deseaba saber cómo vivía, las cosas que le gustaban, las que escogía como decoración, qué trozos de la doctora eran visibles entre aquellas paredes. Tal vez incluso podía descubrir algún secreto al observar sus cosas.

La cabaña era realmente bastante pequeña y sencilla, de hecho, él nunca había estado en una residencia completa de ese tamaño; probablemente entraría entera dentro de su habitación, la de su casa en Edimburgo, ni pensar en la del castillo.

Sin embargo, eso no le quitaba en absoluto belleza o mérito. Estaba decorada con esmero y se sentía acogedora, cálida, como un verdadero hogar. Tenía justo lo necesario y nada más, era simplemente perfecta.

—Sí, aunque la gente del pueblo me ayudó bastante —contó Sienna—. Apenas era habitable cuando decidí quedarme.

—Nadie lo diría viéndola ahora, está muy bien —comentó, sin parar su expedición por la pequeña cabaña—. ¡Ah! ¡Esto sí que es maravilloso! —añadió con una gran sonrisa al abrir la puerta trasera y encontrarse de frente con el inmenso mar a escasa distancia.

—Así es, ¿puedes parar de curiosear por todas partes?

—Claro, perdón. ¿Vives aquí sola entonces? —preguntó.

Aunque era consciente de que el espacio era reducido, dos personas podían coexistir cómodamente allí. Él mismo podría vivir estupendamente en esa diminuta residencia con Sienna. ¿Quién necesita espacio extra pudiendo estar así de cerca de la Sirena?

—Con el gato, ¿con quién más?

—No lo sé, solo preguntaba. ¿Te noto un poco a la defensiva? —comentó escondiendo una sonrisa, mientras se sentaba cómodamente en una de las sillas de la cocina–. Nah, seguro que es solo mi impresión

—¿Qué quieres realmente Cailean?

—Pues ahora que lo dices me tomaba algún refresco... una cerveza fría, tal vez —dijo pensativo.

—¡Sabes que no me refería a eso! —contestó y luego mientras, sacaba un botellín frío de la nevera murmuró—: Idiota.

—Gracias, no eres una anfitriona muy agradable —dio un trago a la deliciosa bebida helada antes de seguir hablando—. ¿Te lo han dicho alguna vez? Deberías practicar un poco eso...

—Ay Lean, déjate tonterías o te juro que te rompo esa cerveza en la cabeza, de verdad —se quejó, al tiempo que se dejaba caer pesadamente sobre otra de las sillas.

¿Qué hacia este hombre allí otra vez? Destrozando los pocos rescoldos de paz que había conseguido acumular desde que se habían despedido en Escocia. ¿Por qué estaba precisamente ahí, llenando con su presencia uno de los pocos sitios que estaban libres de él?

Ahora ya ni siquiera en su casita podría sentirse libre su esencia.

Aunque ella misma lo había traído cientos de veces con la mente, eso no se comparaba en absoluto a verlo realmente allí, cómodamente sentando en la cocina, observando cada detalle de su casa con embeleso, elogiando su refugio.

—Está bien, está bien, no diré más nada —aceptó él levantando ambas manos en señal de rendición—. Cuanta violencia...

El duque la observó esta vez a ella, detenidamente, parecía todavía más apenada que la última vez, ¿estaría algo mal? Tal vez estaba trabajando demasiado, a lo mejor estaba enferma. Realmente esperaba que no fuera eso último, sin embargo, estaba claro que algo le estaba robando esa alegre chispa que tano la caracterizaba.

¿Sería acaso que ese idiota con el que salía no se estaba comportando adecuadamente? Hacía muchos años que no se metía en peleas y el muchacho parecía bastante fuerte, pero eso no iba a detenerlo de aclararle unas cuantas cosas respecto a su mal comportamiento. Estaba dispuesto a lo que sea con tal de traer de vuelta esa brillante sonrisa que la doctora tenía siempre.

Por otro lado, ella no parecía para nada emocionada con su presencia allí. No esperaba que saltara de alegría o que corriera a sus brazos en busca de un abrazo, pero al menos esperaba una cálida bienvenida. Iluso de él, pues se había topado con todo lo contrario, la barrera que ella solía colocar entre los dos era mas gélida y gruesa que nunca.

Pero aun así tenía que intentarlo.

No, los intentos carecían de sentido a estas alturas, tenía que lograrlo.

—¿Estás saliendo con ese muchacho que se fue?

—Ezio estaba reparándome el calentador de agua cuando llegaste.

—Eso no responde a mi pregunta —insistió, taladrándola con sus ojos marrones bañados por motas verdes.

Para el duque resultaba de vital importancia aquella información, no solo porque pudiera estropear sus planes de boda, si no porque necesitaba saberlo y punto. Todo su ser exigía una respuesta, una negativa a ser posible, pero una al menos.

Trató de buscar sus ojos, tal vez allí pudiera encontrar lo que quería saber sin palabras. Sin embargo, ella ni siquiera lo miraba, sus hermosos océanos azules lo evitaban constantemente. A veces parecían querer aferrarse a él, no obstante, rápidamente volvían a alejarse como si cualquier otra cosa fuera más interesante que su presencia.

—No creo que sea de tu incumbencia, Cailean.

—Teniendo en cuenta que acabo de pedirte matrimonio, yo diría que sí.

—No lo decías en serio —contestó restándole importancia.

—Sienna... —dijo en un tono bajo que sonaba como si en realidad estuviera diciéndole: no me hagas perder la paciencia, responde.

—Define salir.

—¡Responde la maldita pregunta y ya está! —exigió, apretando la mandíbula.

—¿Quién está siendo violento ahora? —inquirió la doctora con una sonrisa de suficiencia.

Él se limitó a rodar los ojos y dar un trago a su cerveza, completamente malhumorado. ¿Por qué le molestaba tanto que ella evadiera su pregunta? ¿Por qué demonios evadía ella su pregunta?

—Como te dije, me estaba ayudando con el calentador —respondió ella al fin—. Somos amigos, eso es todo.

—¿Qué clase de amigos?

Si sus sentimientos amistosos se parecían un poco a la que él tenía por la Sirena, estaría realmente perdido.

A pesar de que al principio lo percibió como algo completamente inocente, un simple acompañamiento, un agradable y sano compañerismo; el tiempo fue cambiando las tornas sin siquiera pedirle permiso. Sus sentimientos por ella ya estaban muy lejos de la pureza de una simple amistad.

Aunque no se atrevía todavía a llamarlo amor porque eso le parecía algo demasiado extremo y poco realista, seguro que esa definición se asemejaba mucho a lo que le estaba pasando; por dios, si incluso estaba pensado en boda. ¡Él!

O tal vez solo era producto de la desesperación, puede que simplemente no quisiera casarse con nadie y se aferrase a un bonito clavo ardiente.

Uno que llamaba mucho su atención y que no se cansaba de rechazarlo.

Uno que posiblemente nunca lo aceptaría.

—De los que se hacen favores, salen a comer de vez en cuando y nada más —dijo ella llamando su atención, pues se había quedado ensimismado en sus pensamientos.

—¿Entonces quien es él?

—¿Quién es quién? —preguntó verdaderamente confundida.

—El espectacular motorista con el que mis madrinas dicen que sales. Tendrías que oírlas, lo describen poco menos que como un maravilloso dios bronceado que encima va en moto.

Sienna lo miro sin realmente comprender de que estaba hablando, tuvo que hacer un esfuerzo para por fin lograr entender lo que estaba pensando Cailean.

—Ah, es Ezio —confirmó Sienna—. A veces damos paseos en su motocicleta por la isla, pero realmente no hay nada entre nosotros. Las señoras habrán malinterpretado esa cercanía.

—¿Y él lo sabe? ¿Que no hay nada entre ustedes?

—¿Podemos parar ya con el interrogatorio, Lord Allenbright? —preguntó aburrida y ofuscada.

Ella no tenía ningún tipo de relación romántica con el muchacho, ni con nadie, a decir verdad, simplemente se llevaba bien con Ezio. Sim embargo, tampoco sentía que tuviera que estar dando explicaciones al respecto, mucho menos a ese hombre que acababa de aparecer en su puerta como salido de la nada y que, para colmo, era el verdadero dueño de todos su sentimientos.

—Está bien, luego puedo hablar con él.

—Déjalo en paz, no lo metas en esto. Sea lo que sea que estés pensando, solo déjalo —pidió.

El duque no estaba seguro de si esa petición se debía a un discreto intento de defender a su joven amante o porque el muchacho realmente no tenía nada que ver con ella y no era necesario molestarlo, pero fuera cual fuera la razón, iba a respetarla haciendo justo lo que la Sirena le pedía. Al menos de momento.

—¿Cuál es tu plan exactamente? —le preguntó ella poco después.

—Hablar con el jovencito y hacerle ver que no estás disponible.

—¡Ese no! —protestó soltando un bufido—. Para nosotros dos, ¿qué fue lo que te trajo aquí realmente.

—Ah, pedir tu mano.

—¿Y ya está? ¿Pensabas que diría que si como una tonta y punto?

—Lo deseaba sí, sin embargo, ni por un momento se me pasó por la cabeza que sería fácil convencerte. Sobre todo, después de que conocieras mi familia.

—Eso me tranquiliza, parece que al final no has perdido la cabeza del todo.

—¿Qué es exactamente lo que te impide aceptar? —preguntó.

Aunque aquello podía sonar como una frase cualquiera, como algo sin importancia, su respuesta en realidad era sumamente importante para él. Puesto que, si sus razones para rechazarlo iban más allá de las meras quejas hacia su persona, esas que al final podían cambiarse sin mucho esfuerzo o que acababan pasándose por el alto con el tiempo; probablemente tendría que aceptar que lo suyo era imposible y marcharse.

El simple hecho de pensarlo ya le resultaba sorprendentemente doloroso, casi insoportable; pero todo tienes sus límites y él no podía, ni quería, obligarla a estar a su lado si ella realmente no lo soportaba.

—¿Todo? —dijo, haciéndolo sentir como si esa simple palabra fuera una patada fuerte en su pecho—. Esta idea tuya no tiene ningún sentido Lean, para empezar tú ni siquiera quieres casarte realmente —él la miró como si fuera a protestar por eso y ella se apresuró a comentar—: ¿Elegiste tú mismo el anillo al menos?

—No —contestó bajito, teniendo la decencia de parecer avergonzado.

—¿Ves?

¿Por qué tenía que escogerla justo a ella? Se preguntaba invadida por un lacerante dolor. ¿Por qué ella?, conocía a cientos de mujeres y más de una probablemente estaría encantada de aceptar, ¿por qué tenía que destrozarla de esa manera?

De todas las personas que había en el mundo...

A ese paso ya no quedarían ni otro de ella que poder recoger cuando todo se acabara. Ni siquiera las cenizas, que acabarían consumiéndose hasta hacerla desaparecer.

Afortunadamente él nunca sabría sus verdaderas razones, lo difícil que fue rechazarlo, cuan doloroso se sintió decirle que no una y otra vez. Pues, aunque la parte menos racional de ella quería correr a sus brazos, ponerse el horrendo anillo y decirle que sí sin pensar en nada más; el otro lado sabía perfectamente que eso sería mucho peor.

Porque mientras ella realmente lo querría, poniendo su corazón y todo su ser en cada cosa que hicieran juntos, él simplemente estaría fingiendo hacerlo. Jugaría a amarla, la ilusionaría sin siquiera darse cuenta, solo para destrozarla con sus verdaderos sentimientos indiferentes al final del día.

Aunque resultase tremendamente tentador decirle que sí a pesar de que todo era una farsa, no podía hacerlo.

No podía aceptarlo, no podía hacerse eso a sí misma.

—Entiendo lo que puede parecer, pero si lo piensas detenidamente seguro te darás cuenta de lo buena idea que es—insistió, al parecer no iba a rendirse sin pelear. Malditos fueran él y su cabezonería—. Tal vez ahora no puedas verlo porque estás sorprendida y lo entiendo, por eso te pido que al menos lo pienses.

—Cailean...

—¡No! ¡Shh! No digas nada todavía, tómate tu tiempo.

Ella lo miró con la expresión cerrada, casi como si estuviera apagada.

Lo estaba dejando fuera de manera tan tajante, que le resultaba imposible averiguar que era lo que realmente estaba pensando. Normalmente podía leerla casi con facilidad, conocía de memoria la mayor parte de sus expresiones faciales y cual solía aparecer dependiendo de la reacción, sin embargo, ahora no había nada.

Absolutamente nada, solo un hermético vacío.

Sin embargo, eso no iba a detenerlo, encontraría la manera de llegar hasta la Sirena y quedarse.

Pero ¿cómo podría hacer para conquistarla?

Su dinero, que era según muchas mujeres una de sus mejores cualidades, era más que evidentemente que no la impresionaba. Conocía su acomodada posición social, lo rentable que era su empresa. Incluso, había visto las hermosas propiedades de su familia y ni siquiera eso llamó su atención más allá de su encanto por la belleza del lugar.

¿Su atractivo físico...? Es verdad que ese aspecto era tal vez el mejor colocado en el ranking cualidades, por lo que se convertía en su opción más factible con la doctora, después de todo, ella había aceptado en varias ocasiones que le parecía muy atractivo. No obstante, a pesar de esa certeza, nunca pareció sentirse realmente tentada, ni tan siquiera después de aquellos enloquecedores besos de prácticas.

Cailean todavía soñaba con esa deliciosa boca pegada a la suya, mientras ella parecía haberlo borrado completamente como si no fuera algo relevante.

Así que el atractivo tampoco le servía, ni el dinero.

¿Qué le quedaba entonces? ¿Su personalidad? Uf ahí sí que estaba jodido, eso ni siquiera llegaba a ser una opción. En todo caso le servía como un punto en contra, porque esa faceta, estaba completamente seguro de que a ella ni siquiera le gustaba.

Ya no le quedaban herramientas, parecía no tener nada a lo que agarrarse.

¿Qué podía hacer? ¿Qué podía ofrecerle a una mujer como ella para que quisiera quedarse con él? Al parecer nada y mira que tenía cosas...

Sin embargo, a pesar de todo, no podía tenerla a ella.

Es verdad que era algo malcriado, un hombre poco acostumbrado a que le digan que no, era alguien más bien habituado a salirse siempre con la suya; pero esto iba mucho más allá de la frustración por una simple negativa. Había mucho más en juego.

Podía lidiar con el rechazo de cualquier mujer, no era un idiota, no obstante, no podía hacerle frente al suyo. No era capaz de renunciar a la Sirena, maldición, toda su puñetera vida dependía de eso.

Sienna era la indicada, tenía que serlo.

Todo su ser se lo gritaba sin cesar.

Porque, a pesar de todo lo anterior; de sus diferencias, de sus inocentes discusiones, de sus opiniones opuestas, estaba completamente seguro de que harían buena pareja. Se entendían, incluso con sus puyas y tontas peleas. ¿Por qué no era capaz de verlo ella con lo inteligente que era? Había infinidad de ventajas en aquella unión.

¿Qué exactamente lo que la detenía? ¿Qué era lo que la hacía rechazarlo?

Era más que evidente que podría ofrecerle una vida de lujos. Maldición podía incluso construirle su propio laboratorio en el lugar del mundo que ella deseará, con las máquinas y herramientas más modernas y útiles del mercado; tan solo para que continuará con ese trabajo que tanto amaba sin ningún tipo de restricción.

Si le preocupaban las relaciones maritales, bueno, él sabía de sobra que eso no sería en absoluto un problema. Si tan sólo ella insinuara que estaba dispuesta a intentarlo, él se lo demostraría más que encantado y sin cansarse. Que lo condenaran si no estaba deseando que la Sirena diera un paso en esa excitante dirección.

Por otro lado, si lo que la inquietaban eran los sentimientos, también eso podía cubrirlo. Él había pensado bastante en ella mientras estuvieron separados, incluso intentó buscarla por infinidad de medios por culpa de todo lo que la había echado de menos durante este tiempo. Eso debería significar algo, ¿no?

Además, estaba totalmente seguro de que todo eso de los corazones llegaría con el tiempo, que solo necesitaban convivir, compartir, estar juntos para que eso empezara a surgir. ¡Maldición! Si él ya hasta le tenía cariño y se preocupaba por ella.

—Será mejor que vuelvas a casa Cailean —dijo ella al final, poniéndose de pie y apartándolo de sus planes—. Vete de vuelta a Escocia, dale una oportunidad a esa mujer que ha encontrado tu abuela y luego ya verás que pasa. Quien sabe, a lo mejor hasta te gusta.

—Pero yo no...

"Yo no quiero a otra que no seas tú" gritó con fuerza algo en su interior.

Pero no se atrevió a decirlo, porque la intensidad con que eso apareció y se hizo eco dentro de él fue tan grande que incluso se asustó a sí mismo.

Tenía la respiración atascada en los pulmones y el corazón le rebotaba de manera desmesurada contra las costillas. No podía decirlo. No podía decir nada.

Pero tenía que ser ella, porque siempre había sido ella.

Solo la Sirena. 



NOTA DE LA AUTORA: 

Hola babys, ¿qué tal les trata la vida por su lado del mundo? Espero que bien. 

Bueno, por aquí estamos on fire hoy, tuvimos propuesta y todo ¿Qué les ha parecido? Digno de rechazarlo diría yo, la verdad. 

No sé si esperaban algo así de él, pero... fue todo lo que nos pudo ofrecer el muchacho. ¿Deberíamos hacer que Sienna pase página con alguien más o le damos otra oportunidad a nuestro desastroso duque?

Espero ansiosa sus respuestas. 

Gracias por el apoyo. 

¡Muchos besotes!

Nos leemos ❤. 

J.J.

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