🌺 Capítulo 30
🎧 Canción del capítulo: Mon Laferte — por qué me fui a enamorar de ti.
Llegaron a la casa, bueno, castillo en realidad, cerca del mediodía.
Era un bullicio de gente yendo y viniendo a todas partes, debían tenerlo todo preparado para esa noche. Aunque a la duquesa le hubiese gustado darles un buen recibimiento, apenas tuvo tiempo de saludarlas y presentarse a Sienna, porque quedaban muchas cosas que hacer para la fiesta.
— ¡Por fin han llegado! — Se quejó la hermosa mujer en cuanto bajaron del vehículo. — Esperaba que vinieran antes, para descansar esta semana aquí conmigo.
Esa había sido la intención inicial de las señoras, pero al final decidieron cambiar de estrategia, pues temían que si Sienna se cruzaba antes con Cailean saliera huyendo sin siquiera poder asistir a la fiesta. Y querían que estuviera allí, no solo para que saliera de un poco de su escondite bañado de lágrimas, si no para que conociera a otros posibles buenos candidatos que seguro se presentaban a aquella celebración.
La anfitriona, que las saludaba desde lejos incluso mientras ellas se bajaban del vehículo, era una mujer ya mayor. Además de conservarse de maravilla, lucía unos cuantos años menos de los que realmente tendría. Sus rasgos, su aire de movimientos y todo en su persona, demostraban que fue una dama verdaderamente bella en otra época y, por supuesto, lo seguía siendo ahora.
Poseía esa clase de belleza atemporal, especial, que se mantiene durante toda la vida.
Sienna nunca había estado muy segura de que esperar al encontrarse con la dama, sin embargo, era bastante similar a lo que imaginaba. Una mujer hermosa, con mucha actitud, tal vez amable pero seria, sin duda fuerte y poco dada a recibir órdenes. Le recordaba muchísimo a su nieto, era evidente de donde había sacado él la mayor parte de su carácter.
Tampoco sabía si debía agacharse para hacerle una reverencia o alguna otra cosa de ese estilo que entrase dentro de las normas de protocolo, creía que todas esas actuaciones ya estaban obsoletas hoy en día, pero también era consciente de que las personas mayores muchas veces se quedaban ancladas en sus modos de vida. Y tal vez, esta acaudalada duquesa lo esperaba.
— Lo sentimos querida, ya sabes que estamos ocupadas con el negocio. — Comentó Poppy haciéndose aire velozmente con el abanico. No hacía calor, mas, ella siempre estaba aireando a todo el que se encontrase cerca sin importar el clima.
— Así es, pero nos quedaremos después. Lo haremos al revés este año. — Añadió Tulip, apoyándose en Sienna como si necesitase ayuda para caminar.
Eso también formaba parte de su elaborado plan, mantener a la doctora más tiempo allí, a lo mejor eso ayudaba a su tonto ahijado a ver lo que se estaba perdiendo. Querían que volvieran a pasar tiempo juntos y a acercarse, ya habían tenido suficiente distancia como para echarse de menos, ahora debían ponerle solución a esa separada espera.
Una obligada convivencia no le haría daño a ninguno.
— Supongo que me tengo que conformar con eso. ¿Y quién es esta encantadora muchacha? — Preguntó la anfitriona, dirigiendo un par de bonitos ojos verdes hacia la doctora.
Así que de ahí es de donde habían salido las pequeñas escamas que relucían entre el marrón de los ojos del duque, pensó Sienna fascinada.
— Es nuestra invitada, ¿recuerdas que te dijimos que la traeríamos con nosotras?
— Por supuesto, mas, la imaginaba diferente. — Dijo la mujer, recorriéndola con un mirada dudosa y luego mirando a sus amigas.
— La gente suele pensar que es más alta. — Bromeó Tulip, apretando la mano de la joven para darle confianza. — Sienna, ella es la Duquesa Elisabeth. Duquesa, nuestra querida doctora Bartlett.
La señora Vaughan sabía que su amiga no lo decía por maldad, pero a veces era algo brusca a la hora de hablar y a las personas que no la conocían podía resultarle chocante u ofensivo. No quería que Sienna pensara mal de la mujer y mucho menos que se sintiera incómoda o poco bienvenida.
También podía comprender sus dudas, ellas mismas las habían tenido al principio. Hasta que los vieron juntos.
Incluso en aquellos primeros momentos en que no se soportaban y parecían lanzarse dardos envenenados con los ojos, ya entonces, se podía entrever lo que pasaría después. Todas esas chispas, esas pequeñas llamaradas que amenazaban con chamuscarlo todo, flotaban peligrosamente en el aire entre los dos.
— Encantada cielo. — Dijo al final, regalando una pequeña sonrisa a la joven. —Puedes decirme Duquesa, todo el mundo lo hace. Pero no te asombres, lo usan como apodo, no por el título. Hay muchas Elizabeth en el Reino Unido y Lizzy suena demasiado blando para mi gusto.
Elizabeth siempre había confiado en el criterio de sus amigas, para todo. Sin embargo, no estaba segura en este caso, podía ver el potencial que tenía la señorita Rodríguez, mas, no encontraba que conexión podrían tener Cailean y esta pequeña muchacha.
Ni siquiera parecía del gusto de su nieto. Es verdad que el muy descarado había probado prácticamente de todos los estilos, colores y tamaños, no obstante, nunca lo vio pasear con una pequeña rubia de aspecto más bien inocente y adorable. ¿Tal vez esa era la clave?
Algo debía tener esa chica si las expertas casamenteras estaban tan seguras con ella.
Incluso habían arrastrado a la pobre muchacha hasta su puerta, con ellas.
— Es un placer señora, gracias por recibirme en su casa.
— No es nada. — Comentó restándole importancia. — Espero que disfrutes del tiempo aquí. No dudes en pedir lo que necesites a quien sea del personal. Vamos, las acompañaré yo misma a sus habitaciones y luego pediré que les suban algo de comer, seguro que tienen hambre.
— Y mucho calor, mis pobres huesos están deseando sumergirse en una agradable bañera llena de espuma. — Dijo Poppy quejumbrosa, mientras se encaminaba hacia la puerta.
— Lo suponía. — Afirmó la duquesa con una sonrisa. — Más tarde podemos ponernos al día nosotras. — Anunció, antes de dirigir la mirada hacia la señorita Bartlett. — Y también podremos conocernos mejor, doctora, me temo que ahora carezco de tiempo.
Después de ese invernal encuentro con la anfitriona, Sienna no se atrevió a salir de su habitación hasta que llegó el momento de la fiesta.
Además de que la pieza era increíble, como si formara parte de un retrato de alguna obra antigua, con grandes cortinajes de brocado en encantadores tonos pastel, una gigantesca cama con dosel y muchos cojines a juego con el resto de la decoración. Aunque, sin duda, lo mejor era la enorme ventana que daba hacia el jardín cargado de rosas, también se podía divisar no muy lejos un extenso laberinto de setos muy bien cuidado y césped verde, mucho césped, hasta donde alcanzaban los ojos.
Unos minutos después de instalarse, le llevaron una gran bandeja cargada de deliciosos alimentos, fríos y calientes, podía escoger lo que deseara, tal y como prometió la duquesa.
Por lo que le pareció mejor permanecer allí, no tenía razones para salir y tampoco quería pasear por los pasillos siendo una extraña, apenas una intrusa. Pese a que se moría de ganas de verlo todo, aquello era como estar dentro de un increíble cuento de hadas.
No podía creer que Cailean hubiera crecido allí y no se dedicara a presumir de ello a cada palabra. Era simple y llanamente asombroso. Ahora comprendía por qué siempre tenía ese aire de aburrimiento o desinterés por todo, probablemente pocas cosas le sorprenderían teniendo en cuenta como había sido criado.
Poco antes de la fiesta, una encantadora muchacha llamada Maeve, se presentó en la puerta para ayudarla en todo lo que necesitara. Ayuda que aceptó sin dudar, sobre todo, al ver la alborotada melena rojiza de la joven, sólo alguien que sufría de un pelo como el suyo sabría socorrerla y entenderla, pensó divertida.
Un largo baño y mucho maquillaje después, se miró al espejo de cuerpo entero una vez más, no estaba segura del vestido. Aunque realmente le encantaba su sedoso tono burdeos, tan similar al de una sabrosa copa de oscuro vino; el tacto todavía suave de la tela pese a los años y, por supuesto, la luminosidad que aportaba a su piel e incluso a su figura.
Las hermanas Vaughan se lo habían regalado junto con infinidad de prendas más. Ellas ya habían notado que le gustaba la ropa vintage, por lo que cuando llegaron a tierra, pasaron por sus casa y le abrieron las descomunales puertas de sus armarios para que tomara todo lo que ella deseara. Pues muchas de las cosas que allí guardaban llevaban años sin utilizarse, desde que las señoras eran unas jovencitas.
Nunca habían querido deshacerse de todas aquellas prendas por meras sensiblerías, porque estaban impregnadas de recuerdos de otros tiempos, sin embargo, al ver en la señorita Bartlett, una persona que sería capaz de apreciarlas y quererlas tanto como ellas, la idea de regalarlas de repente se hizo muy fácil.
Además, estarían mejor siendo utilizadas por alguien que escondidas en un oscuro guardarropas a la espera de que alguna plaga las devorase en cuanto se despistaran.
La doctora no se atrevió a seleccionar más de dos cosas, unas que llamaron tanto su atención que le parecía imposible dejarlas allí. No obstante, las gemelas se encargaron de empaquetar todo lo que consideraban que sería de su talla o necesitaba pocos arreglos y enviarlo a su casita en la isla.
Dejaron solo una pequeña maleta para este nuevo viaje, donde guardaron lo que podría utilizar los días que estarían en la finca escocesa de la Duquesa. Ese vestido borgoña que llevaba ahora era una de ellas, la que mayor énfasis pusieron las hermanas en que debía vestir esa noche.
— Señorita Sienna, los invitados están llegando y las señoras Vaughan te esperan para bajar contigo. — Anunció Maeve llamando a su puerta.
Bueno, al parecer ya no había tiempo para seguir pensando o arrepentirse de nada.
Bajaron las enormes escaleras que conducían a la planta inferior juntas, la señorita Bartlett siempre entre ambas hermanas que la rodeaban como si fueran su escudo protector. Iba, además, sostenida firmemente por la arrugada mano Tulip, que sin duda pretendía prestarle algo de su fuerza. No se equivocaba, pues a cada paso que daban, su corazón se estremecía un poquito más ante la idea de verlo.
Sin embargo, al pisar la sala donde tendría lugar la recepción, todas sus preocupaciones salieron volando lejos gracias a un conocido y cariñoso abrazo.
— ¡Mi preciosa! ¡Te he echado tanto de menos! — Comentó Michael estrujándola entre sus brazos.
— ¡Ay y yo a ti! — Exclamó devolviéndole el apretado achuchón y refugiándose en su pecho. Era casi como volver a estar en casa, casi.
Se sentía como si hiciera siglos que no lo veía, pero lo cierto es que hablaban casi a diario. Sin embargo, eso no era lo mismo que tenerlo delante, donde podía sentir todo el cariño que ese hombre siempre le había demostrado y recibido de ella.
— Tú tan bonita como siempre. — Dijo mirándola con orgullo.
— Lo aprendí de ti, mírate, con ese corte de pelo de adulto. — Añadió tocando la melena ahora corta de su amigo.
— Ha sido idea de los niños. — Contestó con una sonrisa. — Por cierto, voy a necesitar tu ayuda para algo super importante más tarde.
— ¿Para qué? ¿Qué locura vas a hacer y por qué me implicas?
— No es nada grave, pero te cuento después.
— ¿Después? ¿Por qué? Necesito preparación, podrías haberme dicho por teléfono al menos.
— No, no podía hacerlo así. Pero luego te cuento, no seas ansiosa. — Sonrió y le guiñó un ojo con picardía. — Voy a buscar a Jason que seguro también quiere saludarte, además le prometí que nos conseguiría algo de beber. — Besó su mejilla y comenzó a alejarse. — No te muevas de ahí, ya vuelvo.
Sienna asintió con una sonrisa, quien sabe que se le había ocurrido ahora a Michael, conociéndolo podía ser cualquier cosa. Solo esperaba que no fuera algo que los hiciera quedar en vergüenza delante de su anfitriona y el resto de la familia, suficiente tenía ya con no gustarle mucho a la mujer.
Un camarero pasó a su lado y le dejó una deliciosa copa de champagne, podía acostumbrarse a beberlo después de tanto degustarlo, pensó divertida. El líquido frío fue bien recibido por su garganta, que estaba a punto de quedarse seca debido a la ansiedad de llegar al evento.
Afortunadamente su encuentro con Michael ayudó a calmarla, eso y que no había al parecer rastro alguno de Lord Antipático. No estaba allí, de lo contrario seguro que lo habría visto entre la gente en cuestión de segundos, siempre había sido así con él.
Pese a que había prometido no irse de donde estaba, no pudo evitar caminar un poco hasta una de las enormes ventanas que daban al jardín. Se veía hermoso todo iluminado para la noche.
También podía apreciarlo desde su habitación y lo había hecho durante horas, sin embargo, ahora, reluciente por las pequeñas luces amarillas que parecían hacerlo brillar, se veía como un paisaje completamente diferente.
Ya no estaba poblado de mariposas, abejas zumbando o pájaros cantando, ahora se podía ver el pequeño destello de las luciérnagas como si fueran hadas diminutas yendo de aquí para allá, acompañadas de la encantadora melodía de los grillos. Sí, todo era distinto siempre bajo el manto nocturno.
Incluso las rígidas esculturas de mármol parecían haber cambiado sus ropajes y posturas para estar en conjunto con la fiesta.
— ¿Sienna? — Preguntó a su espalda una conocida voz femenina. — ¡Hola! ¿Qué tal estás?
¡Maldición! Había estado tan preocupada pensando en su encuentro con el diablo que había olvidado completamente que también vería a su mujer, Amanda.
Definitivamente no se sentía todavía preparada para hablar con la encantadora señorita Rodríguez, pero, a menos que se camuflara entre las cortinas de raso que colgaban del techo, no tenía forma de evitar a la mujer.
— ¡Hola Amanda! Yo estoy bien ¿y tú? ¿Cómo te ha estado tratando el mundo después de la isla? — Preguntó girándose para enfrentarla, luego de tomar algunas respiraciones para darse coraje.
Una parte de ella se alegraba de encontrarse con la diseñadora, esa que había visto en ella una potencial buena amiga. No obstante, la otra, la que todavía estaba rota por el desamor, no quería saber nada.
Aunque lo cierto es que la muchacha ni siquiera podía caerle mal, porque era una muy buena persona, siempre había sido encantadora con ella y, sobre todo, no tenía la culpa de que él hombre que Sienna quería la prefiriese antes que a ella misma.
— Pues muy bien, no puedo quejarme. Y ya veo que tú tampoco, vas como siempre sorprendiéndonos con tus maravillosos vestidos. — Dijo la diseñadora, que no se quedaba atrás en belleza, haciendo referencia al traje que la señorita Bartlett llevaba esa noche.
— Gracias. — Comentó con una pequeña sonrisa, deslizando una mano por la sedosa tela en un intento de inculcarse algo de calma. — Tengo suerte para dar con los buenos, supongo.
— Tienes buen ojo diría yo, te llevaría a trabajar conmigo si no fueses tan buena en lo tuyo.
— En realidad esto se lo debo a las señoritas Vaughan, que me abrieron sus armarios justo antes de venir.
— ¿Cómo? ¡Eso sí es ser afortunada!
— Eso creo, hay demasiadas cosas impresionantes ahí. — Dijo casi olvidando sus problemas con la mujer. Casi.
— Estoy segura de ello, esas mujeres tienen mucho estilo. ¡Por cierto! — Exclamó emocionada, como si de repente hubiese recordado algo importante. — ¡Muchas felicidades! ¡Por el Nobel! ¡Eres increíble, chica! — Agregó de manera sincera. — Aunque creo que somos muchos lo que no perdonamos no haberlo sabido antes, nos habría encantado dar una fiesta por todo lo alto en tu honor. — Bromeó.
— Gracias y, perdón por eso. Nunca creí que fuera algo que pudiera emocionar a la gente. — Contestó, todavía se sentía algo avergonzada de que la gente reconociera sus méritos.
— ¿Cómo no hacerlo? Es un premio impresionante. Pese a que no entiendo nada del tema, soy consciente de que lo que has hecho es sumamente importante. ¡Y obviamente cualquier cosa buena que suceda merece una celebración!
Amanda levantó su mano para dar un sorbo a su copa entre risas, un gigantesco y reluciente anillo brilló cegadoramente sobre su dedo anular.
El peso del mundo volvió a caer sobre los hombros de Sienna, la realidad la arrastró de vuelta a su feo lado. Esa hermosa y encantadora dama era o, mejor dicho, sería muy pronto, la esposa del maldito señor Kyong.
Estuvo a punto de olvidarlo todo gracias al encanto de la diseñadora. Era fácil hablar con ella a pesar de que eran muy diferentes. Con la señorita Rodríguez era sencillo sentirse normal, como una más, a su lado ya no era el bicho raro que siempre la acusaban de ser las que debieron ser sus amigas. Era una pena no poder disfrutar realmente de ello por culpa de sus sentimientos.
Maldito corazón y maldito Cailean, ¿por qué tenían que hacerle las cosas tan difíciles?
— También debería felicitarte, supongo. — Dijo Sienna señalando el enorme anillo. — Al fin se ha animado a pedírtelo. — Murmuró, tragándose el nudo que de repente había vuelto a instalarse en su garganta.
No, definitivamente no estaba lista para esto. No importaba cuanto tiempo hubiera pasado lejos y escondida, seguía sin estar preparada para afrontar esa relación sin sentirse morir por dentro.
Mientras contemplaba el reluciente diamante en el dedo de la otra mujer, sentía que algo que apenas había comenzado a sanar, se rompía otra vez dentro de ella. Como cuando arrancas la cáscara de una herida que ya parecía curada y esta vuelve a sangrar, dejando la lesión otra vez abierta y completamente al descubierto.
Todo lo que la isla precariamente había conseguido reparar, se desmoronó otra vez con tan solo una conversación. Solo fueron necesarias unas pocas palabras aniquiladoras para que la destrucción volviera a arrasarlo todo a su paso. Ya no tendría que preocuparse por lo que sentiría al ver a Cailean, no lo había olvidado, ahora lo sabía.
Para colmo, se sentía culpable, porque Amanda era una mujer increíble y se merecía todas las cosas buenas que llegaban a su vida.
¿Pero, por qué su cosa buena tenía que ser precisamente Cailean?
— Así es, le ha costado muchísimo. Aunque creo que tenía el anillo desde hace bastante tiempo. — Contestó ella mirando la pieza con una enorme sonrisa. — Una imaginaría que un deportista profesional, grandullón, bruto y con mucha confianza en sí mismo sería más decidido ¿no?
— Pues sí. — Dijo, tratando de simular felicidad. Apenas era capaz de escuchar lo que le decía, pero entonces algo extraño hizo eco en su mente. — Espera... ¿Deportista? — Preguntó Sienna sin comprender nada.
Por un momento sintió como si hubiese estado viendo una serie dramática y, sin querer, se saltó varios capítulos de vital importancia para comprender con claridad la trama.
— Trevor, Trevor Hayes ¿De quién creías que hablaba? — Preguntó la señorita Rodríguez, empezando a sospechar cual era el malentendido allí.
La emoción invadió rápidamente el cuerpo de la doctora como una corriente eléctrica, la cargó de energía positiva, quería gritar, bailar, reírse a carcajadas. Sin embargo, con la misma velocidad que llegó, volvió a abandonarla. El hecho de que Amanda lo hubiese rechazado no cambiaba nada las cosas con el señor Kyong, porque ni siquiera intentó ponerse en contacto con ella.
Bueno, en realidad sí que había una variación, ahora era peor, mucho peor. Porque antes al menos la dejaba porque tenía sentimientos por otra mujer, mas, ahora, simplemente lo hacía porque ella no le interesaba y punto.
Eso era todavía más doloroso que la otra opción inicial.
—¡No! De él, claro. Me he despistado por un momento. ¿Cómo fue? — Se apresuró a preguntar Sienna para cambiar de tema.
La otra mujer notó la incomodidad de su acompañante con el tema, así que decidió contarle su historia para distraerla. Luego se encargaría de interrogar al idiota de Cailean para averiguar que tonterías estaba haciendo esta vez.
Cuando pusieron fin a su intento de relación, estaba segura de haberlo empujado en la dirección correcta para él, pero al parecer no lo había entendido todavía. ¡Qué tonto! Los hombres podían estar realmente ciegos a veces.
— Bueno, como sabes nos marchamos de la isla separados. Las señoras se sentían mal porque no hubiese funcionado para mí, así que se ofrecieron a organizarme citas con buenos candidatos siempre que quisiera.
— Vaya, eso tiene que haber sido un poco una locura. Bastante complicado, además. — Murmuró sintiéndose mal por Amanda, si bien es cierto que en el fondo le gustaba que no estuviera con el duque, tampoco quería que fuera infeliz y se pasara la vida buscando el amor.
— Algo así. — Confesó, con una pequeña sonrisa que dejaba claro lo difícil que había sido aquel tiempo también para ella. — Me presentaron muy buenos hombres, he de admitirlo. Pero desafortunadamente con ninguno funcionó. Así que les dije que me tomaría un tiempo lejos de todo eso para despejarme y luego, cuando estuviera lista, volvería al mundo de las citas. Tal vez incluso a otra estadía por la isla.
— Tiene sentido, debe de haber sido agotador.
— Lo fue. — Admitió Amanda soltando un suspiro cansado. — Pero, una tarde estaba en un desfile de modas en París, tratando de volver a vivir con normalidad ¿y quién crees estaba en primera fila del otro lado de la pasarela?
— ¿El esquivo Trevor había ido a buscarte por fin?
— Él dice que no, que le habían invitado por que es rostro de una de las marcas. — Luego añadió con un susurro. — Pero yo no le creo, seguro que estaba allí por mí. Después de eso no volvimos a separarnos y hace unos días al final me lo pidió.
— Es genial, me alegro mucho por ustedes. — Dijo con sinceridad, dándole un abrazo. — Las gemelas Vaughan tienen que estar encantadas.
— Así es, ellas sabían desde el principio que todo iría bien entre nosotros, pero ninguno de los dos nos atrevimos a dar el paso por lo que acabamos complicándolo todo.
— Bueno, pero ya están juntos, que es lo importante. Muchas felicidades. —Añadió nuevamente. — Deberíamos encontrarnos con más tiempo para tomar un café y que me cuentes todo con lujo de detalles.
Ahora que sus sentimientos no le impedían entablar una bonita amistad no pensaba dejar escapar la oportunidad.
— Gracias y por supuesto. Lo cierto es que tenía muchas ganas de verte, pero imaginé que estarías muy ocupada con todo lo que estaba pasando con tu trabajo. — Dijo con evidente sinceridad. — Ahora ya sé que estás disponible para encontrarnos y no voy a dejarte escapar. — Añadió con una sonrisa encantada. — Por cierto, ¿dónde está Cailean? — Preguntó mirando alrededor. — No me he cruzado con él todavía.
— No lo sé, no le he visto desde que se marchó la isla. — Sienna bebió un trago de su copa para disimular. — La última vez que hablé con él me dijo que te había pedido encontrarse contigo nuevamente fuera. Imagina lo desinformada que estoy. — Trató de bromear.
— Ah eso... — Dejó escapar una pequeña risa. — Ya sabes que él es un hombre bastante impresionante, pero no funcionó. Sobre el papel todo encajaba perfectamente entre nosotros, sin embargo, en la realidad ya no tanto. Es cierto que había una gran conexión y que su abuela y yo nos llevamos de maravilla, pero no había chispa. No sé cómo explicarlo.
— ¿Era como... que tu corazón pertenecía a otro?
— Sí. — Aceptó con una sonrisa. — Tiene que haber sido eso. Aunque era consciente de que tenía a un buen hombre dispuesto a mi lado, con quien podría ser feliz y tener una buena vida a largo plazo, no podía hacerlo. No podía aceptarlo ¿tiene sentido?
— Claro que lo tiene.
Sienna la comprendía perfectamente, pues recordó cuando se había sentido exactamente de la misma forma con Trevor.
Todo parecía cuadrar estupendamente para los dos, de hecho, estaban desarrollando una excelente relación con apenas esfuerzo, pero en su ecuación había otra variable que alteraba completamente el resultado, el duque; quien al final no quería nada con ella. No obstante, tampoco podía sentirse cómoda queriendo a otro mientras él campara libremente por su cabeza y su corazón.
Al parecer lo mismo le había sucedido a Amanda.
Por un momento la alegría de que él todavía estuviera soltero la invadió, otra vez. Al parecer la esperanza puede ser una perra muy ilusa e insistente. Pero, al pensarlo bien, toda la emoción la abandonó rápidamente, en el fondo nada había cambiado. Él quería a otra persona. ¡Quería a otra...! ¡Una que lo había dejado...! ¿¡Amanda le habría roto el corazón!?
Esa posibilidad la torturaba todavía más que la idea de imaginarlo casado con ella. ¿Sabría el pobre y obtuso señor Kyong como lidiar con un corazón roto? ¿Estaría sufriendo en silencio, como ella? Que desastre, seguro que el hombre se paseaba por ahí siendo completamente insoportable y atormentándole la vida a todos. Pensó, cada vez más preocupada.
Pobrecito, puede que al final tuviera que dejar de esconderse e ir a buscarlo. Necesitaba comprobar con sus propios ojos su estado, quería saber que estaba bien a pesar de todo, mas, en caso de que no lo estuviera debía ser su pilar. Ella misma sabía de sobra cuanto podía doler un amor no correspondido.
Mientras tanto, al otro lado del abarrotado salón, Cailean en absoluto dolido por su separación con la señorita Rodríguez; vio a las gemelas Vaughan caminando hacia él.
Iban decididas, como dos viejos soldados preparados para dar batalla, haciendo resonar sus abanicos con desmedida energía. Intentó esconderse, escabullirse por alguna parte, pero era demasiado tarde, ellas sabían lo que hacían y lo habían acorralado justo cuando estaba algo despistado en una de las esquinas.
No tenía escapatoria.
— Hola pequeño Príncipe, que bonito estás. Como siempre. — Dijo una de ellas con evidente cariño.
— Para bellezas están ustedes, señoras. — Respondió, con esa sonrisa de pilluelo que siempre las hacía sonreír como jovencitas.
— Sentimos que no funcionara tu emparejamiento con la señorita Rodríguez. — Añadió Poppy con pesar.
— Así es, estábamos tan contentas cuando empezaste a fijarte en ella durante el viaje... — Luego añadió Tulip en voz baja, acercándose un poco a él, como si fuera a contarle un importante secreto. — Ella era tu emparejamiento ideal, según las estadísticas y pruebas.
Lo que ninguna de las dos quiso decirle fue que, si bien es cierto que sobre el papel Amanda estaba bastante mejor situada que la señorita Bartlett, la verdad es que en persona había tanta química entre ellos dos que no se necesitaba nada más para darse cuenta de que estaban destinados el uno al otro.
La doctora era su emparejamiento ideal. Sin lugar a duda.
Esa era una de las razones por las que ellas no se fiaban solo de las aplicaciones informáticas y les gustaba seguir llevando parte de sus citas como antes, "a la antigua". Porque cuando llega el amor, las máquinas, las estadísticas, las pruebas, test de compatibilidad y todo lo demás, poco importan. Aunque son inmensamente útiles, no pueden tener la última palabra.
Un emparejamiento tan espectacular como el de ellos dos no suele darse con frecuencia. De hecho, apenas habían visto a unas pocas parejas así a lo largo de toda su carrera. Esa clase de conexión tan automática, tan sorprendente, ardiente, dramática y al mismo tiempo singular, solo puede ser registrada por una persona, un ordenador es incapaz de contabilizar algo así.
Aunque extrañamente, al final no había funcionado. Era difícil comprender el porqué, cómo algo tan predispuesto al éxito acaba destrozado, pero así fueron las cosas para ambos. ¿En qué habían fallado?
Resultaba incomprensible y frustrante, incluso doloroso. Tener que ver pasar un amor así, sin poder hacer nada para evitar que se desperdicie.
Tal vez no era el momento o, quizás, a pesar de que odiasen admitirlo, no estaban destinados a ser. Después de todo, ellas sabían muy bien que la existencia de esa conexión especial entre dos personas no garantiza que estas puedan estar juntas y felices para siempre.
Cuantos amores ideales y perdidos habrán vagado por el mundo en soledad, o peor con otra persona...
— Pero bueno, es comprensible que estuviera distraído con Sienna, Tulip, después de todo ella también es una mujer espectacular.
Nada más oír su nombre el duque se centró todavía más en la conversación. Quería saber de ella, deseaba preguntarles si la habían visto, si estaba bien, que sabían de la doctora, todo. Por qué dudaba que las hermanas hubieran dejado que se marchara sin más y menos sin haber conseguido pareja.
¿Le habrían encontrado un marido después de todo? ¿Algún aburrido científico incapaz de sacar a la superficie todo su brillo interior, pero con el que igual conectaría? ¿Un estúpido rebelde que no sería capaz de comprender lo especial que ella era, pero aun así la haría feliz? ¿Al hombre ideal, tal vez? ¿Por qué nadie se lo había contado de ser así?
— Es cierto hermana, es una pena que tampoco funcionara para ella. Pero claro, la pobrecilla estaba tan distraída con ese maravilloso premio que le dieron que evidentemente no era el momento para el amor.
— Exacto, la pobre muchacha no podía con todo, fue una suerte que decidiera quedarse con nosotras en la isla. A descansar un poco. — Confesó intencionadamente, compartiendo una sonrisa cómplice con su gemela.
Habían tirado el anzuelo, solo faltaba ver si él picaba.
Así que ahí era donde se había estado escondiendo todo ese tiempo, se dijo Cailean.
Había ignorado sus llamadas, así como cualquier otra forma que encontró para ponerse en contacto con ella. Parecía haberlo borrado completamente de su vida, como si nunca hubiera existido junto a ella o para ella y, a pesar de eso, siguió tratando de encontrarla. Siendo sincero, eso había dolido bastante, puede que más de lo que esperaba.
Comprendía que no quisiera saber nada respecto a trabajar con él, al menos durante ese año sabático que le dijo que se tomaría, pero no la buscaba por eso, quería simplemente hablar con ella. Saber cómo le estaban yendo las cosas, como llevaba los preparativos para el nobel, si estaba nerviosa, preocupada, asustada... o, si simplemente deseaba practicar con él la lectura de su discurso para el premio.
Necesitaba, al menos, escuchar su voz.
Pero nada había tenido respuesta. Ni siquiera el gigantesco ramo de flores que había enviado a su casa, acompañado de una caja llena de esos dulces de crema que tanto le habían gustado en la isla, a modo de felicitación por su gran logro. Claro que, si había estado allí todo ese tiempo, seguramente jamás recibió su regalo ni la tarjeta de felicitación que tanto le costó redactar. Tal vez no ignoró su regalo, puede que simplemente desconociera su existencia, razonó sintiéndose algo más animado.
Maldición, incluso se había despertado a las tres y media de la mañana para ver la entrega de premios en directo... Estaba tan hermosa con aquel serio y elegante vestido que llevaba, sus palabras de agradecimiento fueron también estupendas. Se había sentido tan orgulloso y emocionado al verla.
Deseaba con todo su ser haberla acompañado, pero en cambio, ella no había querido saber nada de él. Al parecer su amistad era algo unilateral que solo él había percibido de esa manera, pensó abatido.
— Sí, por eso ahora que está más tranquila le ha dado una oportunidad a este encantador muchacho. — Comentó Poppy, tratando aún más de empujar una reacción por parte del duque.
Aquella información captó nuevamente la atención del señor Kyong.
¿Un hombre? ¿Había otro hombre en la vida de Sienna después de todo?
Quería saber quién era él, de dónde había salido, cómo lo había conocido, cuánto tiempo llevaban juntos, si era un buen partido, si se trataba de una pareja adecuada para ella... Necesitaba saber tantas cosas que sentía que le faltaría tiempo para el extenso interrogatorio que deseaba hacer a las dos damas que tenía en frente.
Esa conversación era probablemente una de las menos inocentes que las señoras Vaughan habían tenido nunca. Era increíble que Cailean no sospechara de las intenciones detrás de tantos comentarios soltados estratégicamente con la información indicada, pero es que el muchacho estaba centrado y al mismo tiempo preocupado por sus palabras, que era imposible que viera nada más.
— Seamos sinceras Tulip, ¿Quién no estaría preparada para un joven moreno, musculoso, amable, que te ayuda con todas las reparaciones de tu casa y encima te enseña su isla en una maravillosa motocicleta? — Comentó la anciana, con actitud soñadora.
— Tienes toda la razón, sobre todo ahora, que la edad no es más que un número. ¿Qué más da que tenga unos años menos que ella? Ahh, si yo misma tuviera diez años menos...
— O cuarenta. — Murmuró Cailean malhumorado y por lo bajo.
De pronto, las ganas de preguntar por la doctora habían desaparecido. Así como su deseo de saber si ella estaba allí. Ella no quería saber nada él, lo había dejado más que claro durante todo ese tiempo de distante silencio, incluso había conocido a otra persona con quien pasar su tiempo y a la que probablemente no le gustaría compartirla con un viejo amigo.
Él personalmente tendría serios problemas si tuviera que hacerlo.
— ¿Qué has dicho, muchachito insolente? — Pregunto Poppy fingiéndose enfadada, lo había oído perfectamente.
— Nada señora. Evidentemente comenté que ustedes se conservan de maravilla, pueden conseguirse el hombre que deseen.
— Eres un adulador. — Contestó Tulip sonriendo y acariciando su mejilla con cariño. Lo querían como si fuera su propio nieto, las destrozaría ver que dejaba escapar el amor sin siquiera darse cuenta. — Pero, a mi edad, ya no sabría qué hacer con un hombre. — Bromeó, continuando con su conversación ahora más distendida.
— ¡No me diga que cuando uno se hace mayor esas cosas se desaprenden! — Exclamó Cailean con pánico, siguiendo con sus chistes.
— Ay, eres un sinvergüenza. — Comentó Poppy dándole un pequeño golpe con el abanico, como hacía desde que él recordaba.
— ¿Hace mucho que llegaron? Mi abuela no me había contado nada todavía. — Preguntó recorriendo el salón con la mirada, él mismo llegó tarde por culpa del trabajo y por tanto no sabía quienes eran los invitados y cuales ya estaban allí.
Los tres sabían perfectamente lo que Cailean realmente quería averiguar, más ninguna de las dos pensaba ponerle las cosas fáciles o contar más de lo mínimamente necesario.
¿Qué hacía otra vez tratando de averiguar si Sienna había venido? Apenas dos segundos antes estaba decidido a ignorarla eternamente.
— Anoche llegamos a la ciudad y hoy en la tarde a la casa. Ya sabes que somos mayores para viajar tanto. — Dijo la anciana.
— Sí, pobrecita Sienna, no sé cómo no se aburre con nosotras. Es tan encantadora. — Agregó su hermana. — No sabíamos que estabas aquí, si no te habríamos llamado para que la acompañaras por la ciudad anoche.
— Así es, tuvo que salir sola la pobrecita. Nosotras estábamos muy cansadas como para acompañarla. Tal vez antes de marcharnos puedes hacerle un tour, por lo que nos contó de camino aquí, le gustó mucho la ciudad. — Comentó Tulip, buscando algo de ayuda de él, tratando de empujarlo un poco más en la dirección adecuada.
Sin embargo, Cailean solo podía pensar en la noche anterior.
Era ella de verdad, la Sirena realmente caminaba por aquella acera lluviosa. Sienna realmente andaba por las calles de Edimburgo. No se estaba volviendo loco.
Cuando la había visto paseando cabizbaja estuvo seguro de que era ella, su alborotada melena rubia era inconfundible, ese tono dorado casi blanco de pelo solo lo había visto en una mujer antes. Mas, cuando consiguió aparcar su coche y correr hacia donde la vio, ya no quedaba ni rastro de ella.
Se sintió como un loco acosador que persigue a un fantasma, pero no lo era, no se trataba de una aparición. La Sirena realmente estaba en la calle anoche, ¡y ahora en la casa de su abuela! Pensó, sintiendo como la alegría se adueñaba de su cuerpo solo de imaginarlo.
Por fin la había encontrado otra vez.
— ¿A quién buscas? — Preguntó una de las señoras con picardía, viendo al muchacho recorrer el salón con la mirada por encima de sus cabezas.
La pequeña sonrisa casi escondida y el reluciente brillo en los ojos masculinos que evidenciaban su felicidad, eran más que suficiente para que ellas supieran que estaban haciendo lo correcto.
— A nadie, solo me pareció ver a mi primo. — Mintió descaradamente. — Nos vemos después señoras. Ha sido un placer verlas.
Se escabulló casi corriendo de sus madrinas en cuanto consiguió ver unos rizos cenicientos moviéndose entre el gentío, pero, las personas que querían saludarlo o que bailaban animadamente en la pista, no lo dejaban pasar. Cuando llegó al lugar donde creyó haberla visto ella no estaba, igual que la noche anterior.
Se le había vuelto a escurrir de entre los dedos sin que pudiera evitarlo.
NOTA DE LA AUTORA:
Hola amores, aquí tienen otro nuevo capítulo. Sí, bastante seguidos esta vez, porque lo tenía casi listo. Aunque en realidad mi idea era traerles cap doble (este y el anterior), pero no me dio el tiempo, así que procuré dárselos lo más pronto posible.
¿Qué les ha parecido? El encuentro está ya muy cerca, por fin, ¿saldrá bien? ¿Qué creen ustedes?
Muchas gracias por haber llegado hasta aquí, solo quedan algunos capítulos más, no me abandonen todavía.
¡Muchos besotes!
Nos leemos ❤.
J.J.
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