🌺 Capítulo 29

🎧 Canción del capítulo: Dancing With Your Ghost — Sasha Sloan.


Sienna se despertó por la mañana despacio, tomándose un tiempo para que cada parte de su cuerpo fuera asimilando sin prisas el comienzo de un nuevo día. Se deleitó escuchando el reconfortante sonido del mar susurrando su atemporal melodía y sintiendo como la brisa tropical que se colaba a través de la ventana abierta le acariciaba la piel.

A veces se preguntaba qué hacía todavía allí.

En algunas ocasiones, cuando los días se sentían un poco más difíciles y pintados de gris, pensaba que se estaba escondiendo para lamerse las heridas, como una cobarde.

Sin embargo, otras veces, cuando se sentía algo mejor y su cielo se veía un poco más azul, se aseguraba de que lo hizo porque, al igual que se había enamorado de unos serios ojos color café, también lo había hecho de aquella tierra. De ese pequeño punto en el mapa conformado por largos paseos de arena dorada, aguas infinitamente transparentes, hermosas flores tropicales, cascadas cantarinas y enormes árboles relucientemente verdes.

Puede que fuera un poco de ambas cosas al mismo tiempo, o tal vez una provocó la otra. No podía estar segura. Quizás si nunca le hubieran roto el corazón, no habría llegado a tomar la decisión definitiva de permanecer ahí, rodeada de toda aquella agreste paz.

Su madre estaba tan encantada de que por fin hubiera decidido alejarse un poco del trabajo para descansar y disfrutar, que no se quejó ni una sola vez por permanecer tanto tiempo separadas, sin verse en persona.

Su pequeña por fin estaba dejando de ser esa niña tan rígida que siempre tenía que estar haciendo algo productivo, que debía estar ocupada en todo momento para no sentirse inservible o culpable por perder el tiempo. Era un poco más libre, decía ella. Además, creía que hacía mucho que necesitaba algo de aire, lejos de todos esos microscopios, ordenadores y batas blancas.

Jasmine estaba segura de que su adorada hija necesitaba explorar el mundo, dejarse sacudir por él y por todo lo que podía ofrecer, vivir de verdad. Pese a que ella misma bien sabía que eso no siempre salía bien. Sienna había sido siempre una niña tan disciplinada y estricta consigo misma que empezaba a temer que se quedara así para siempre, sin conocer todos los colores que puede obsequiar la efímera existencia humana.

Incluso aunque muchos de esos colores no sean brillantes o agradables. Algunos raspones en el corazón no iban a hacerle daño, acabarían curándose como siempre lo hicieron sus rodillas.

Estaba increíblemente orgullosa de su pequeña, no se cansaría nunca de decirlo, con solo verla ya se sentía admirada, encantada, por todo lo que había logrado pese a sus condiciones sociales humildes. Siempre se maravillaba de cuanto era capaz de brillar su niña en todo lo que hacía, más, temía que nunca dejara de ser esa chiquilla que actuaba siempre con racionalidad. Una, que se escondía siempre del lado seguro de la línea, alejada todo, una que se mantenía encerrada dentro de aquello que más sabía hacer y más amaba.

Deseaba que viera que existían cientos de cosas más que poder amar ahí fuera, solo tenía que atreverse a buscarlas, darse una oportunidad.

Pese a que en realidad no le había contado todo lo que sucedió con Lord Antipático, la doctora estaba segura de que ella lo sabía. Porque era una de esas mamás que siempre lo saben todo sin que su retoño tenga si quiera que abrir la boca.

No obstante, Jasmine no dijo nada, se limitó a apoyarla en todas las decisiones que tomó al respecto, como lo hizo durante toda su vida. Comprendía que Sienna acabaría relatándole todo cuando se sintiera capaz de hacerlo, así que no pensaba presionarla. Además, ella la había enviado a aquella perdida isla como una aventura, poco importaba que hubiese encontrado o no un entrañable amor, su mayor deseo era que viviera al máximo.

Quería que entendiera que había un inmenso mundo allí fuera que solo esperaba a que ella se atreviese a volar.

Michael y Jason, que encantados se habrían quedado con ella de no tener más responsabilidades que se los impedían, acordaron guardar en secreto su paradero e ir a visitarla en cuanto pudieran. Ambos sabían que estaría mejor allí, nada mejor que el paraíso para sanar heridas. Aun así, su amigo se encargaba de llamarla casi cada día para ver cómo se encontraba, estaba preocupado y contaba los días para que pudieran volver a verse.

En varias ocasiones se planteó ir a verlo, pero las escasas veces que dejó la isla fue solo por su trabajo y volvió rápidamente, casi sin que nadie lo supiera.

Tal vez sí que se estaba escondiendo después de todo.

Fuera como fuera, le gustaba vivir ahí. A pesar de que había comenzado el viaje odiando ese agobiante calor pegajoso, ahora que había vuelto a acostumbrarse a él, le gusta y, además, le recordaba un poco a su verdadera casa así que se sentía bien.

También adoraba ese modo de vida tan sencillo y tranquilo que tenían en la isla. Normalmente se levantaba sin prisas, corría un rato por la playa, regresaba a casa para desayunar y luego comenzaba el día con lo que fuera que tuviera planificado para ese momento.

Ya fuera comprar algunas cosas en el pueblo, trabajar en sus investigaciones o ayudar en el hotel de las señoras Vaughan cuando llegaban nuevos huéspedes. En ocasiones, también colaboraba en la recogida de frutas con los agricultores locales y, cuando el calor amenazaba con quemarlo todo a su paso, se dedicaba a tejer con algunas artesanas del pueblo.

Llevaba una existencia reconfortantemente pacífica allí.

Tanto, que apenas echaba de menos el laboratorio y todos los experimentos que esperaban por ella pacientemente en Inglaterra. Lo cierto es que se sentía mucho mejor de lo que lo había hecho en años, a pesar de que las heridas en sus sentimientos todavía escocían.

Creía que le iba a costar más convencer a las gemelas de que le permitieran quedarse en la isla, pero fue todo lo contrario. Tal vez ellas se sentían culpables por no haberle conseguido pareja o, a lo mejor, pensaban acertadamente que Cailean había roto su corazón y eran capaces de ver la tristeza tras su falsa mirada jovial. Fuera cual fuera la razón, ellas aceptaron encantadas que viviera en la isla todo el tiempo que quisiera.

Caesar, el joven empleado que la acompañó durante toda la estancia vacacional se ofreció rápidamente a alquilarle una casa en cuanto se enteró de que tenía intenciones de quedarse.

Tampoco él sabía a ciencia cierta lo que había sucedido entre ella y el duque, pero era capaz de ver la pena plasmada en cada que cosa que hacía su querida doctora, por lo que podía imaginarse que fue lo que pasó. También él tenía pendiente una violenta "conversación" con ese hombre desagradecido que dejó atrás, sufriendo, a una maravillosa mujer como ella.

Afortunadamente para él, no iba a aparecer, no era el único empleado del hotel que se plantearía muy seriamente escupir en su comida si volvía a hospedarse allí, entre muchas otras cosas nada agradables.

Caesar le consiguió una pequeña cabaña que había pertenecido a unos pescadores que dejaron la isla mucho tiempo atrás y ahora se encontraba deshabitada. Aunque estaba algo vieja y al principio parecía no tener salvación, luego de unas manos de pintura que él mismo se encargó de dar, junto con algunos arreglos en los que toda su familia colaboró, quedó preciosa.

Había más casas disponibles, tal vez incluso en mejores condiciones que esa, pero el muchacho creyó que aquella vieja casa alejada y, al mismo tiempo cerca de todo, era el lugar ideal para empezar de cero. Con aquel aspecto cargado de historia, cálido y también reconfortante, como si el hecho de darle una segunda vida a algo que se creía perdido, totalmente destruido, pudiese ayudarla a ella misma a darse otra oportunidad para recomenzar.

Deseaba que la hiciera ver, e incluso sentir, que era posible reconstruirse otra vez desde los cimientos, incluso aunque pareciera no tener salvación.

Cuando los demás habitantes del pueblo se enteraron de que pensaba vivir allí, comenzaron a llevarle todo tipo de muebles que ya no necesitaban para ayudarla a formar la casa. Incluso le llevaban comida para que no tuviera que molestarse en cocinar, ni se le olvidara comer mientras lo arreglaba todo.

Ella pensaba pedir las cosas a alguna tienda con ayuda de las señoras Vaughan, pero la conmovedora y desinteresada ayuda de esas personas le hizo imposible rechazarlos. Sin duda, todas esos objetos que le regalaron serían mucho mejores que cualquiera que pudiese comprar. Y para más agradecimiento, varios hombres aparecieron para ayudar con las reparaciones necesarias.

En apenas unos días, su pequeña casita en el paraíso estaba lista y lo cierto es que le encantaba más que ninguna en la que había vivido antes.

No solo por su interior algo antiguo, remodelado con cariño y decorado con el estilo de todos los de allí, si no porque, además, tenía la playa justo en la puerta trasera. Solo con asomarse a la salida podía pisar la arena.

No estaba segura de sí aquellas personas sabían que vagaba por la isla con un corazón que apenas conseguía latir, pero eran increíblemente amables con ella. Antes también lo fueron, pero ahora era como si la cuidaran más e intentaran protegerla. Ella no necesitaba a tanta gente pendiente de que estuviera bien, no obstante, el sentirse acogida por esa pequeña y hermosa comunidad la ayudaba a sentirse un poco menos rota.

También tenía una mascota, no recordaba la última vez que había tenido una, pero ahora estaba acompañada de un bonito gato negro al que le faltaba un ojo. Había llegado hasta allí uno de los primeros días en que se mudó y no se había vuelto a ir.

Al principio, el animal no se atrevía a entrar en la casa y tenía pinta de haber llevado una vida bastante dura, sin embargo, solo fue necesario un poco de tiempo para que eso cambiara. Al parecer nadie sabía de dónde había salido, creían que tal vez lo habían tirado de algún barco porque ya no les servía para cazar ratones y no se atrevía a acercarse a nadie.

Afortunadamente, después de unos días de salir de su escondite solo para comer lo que ella dejaba en la entrada, se fue acercando, cada vez un poquito más.

Hasta la noche que la encontró llorando escondida en la parte trasera de la casa. Esperaba que nadie la viera allí, que nadie la oyera, ni lo supiera, no obstante, el gatito la descubrió y se sentó sobre ella buscando sus caricias, tal vez dándole consuelo. Ese pobre animal que seguro hacía mucho que no recibía amor o caricias, puede que incluso nunca los hubiera conocido durante su pobre existencia, ahora buscaba las de Sienna y la dejaba llorar sobre su áspero pelaje.

Se volvieron inseparables desde entonces, incluso permitió que le diera una ducha y se acurrucaba con ella cada noche.

Las hermanas pequeñas de Caesar, que estaban encantadas con el animal, cocieron varios parches para tapar su ojo faltante y hacerlo parecer un pirata. Se veía adorable con aquello sobre su pequeña cabeza oscura, siempre en diferentes colores y haciendo resaltar su gran ojo verde que lo analizaba todo detalladamente.

Al cabo de unas semanas de estar allí, notó sorprendida que apenas echaba de menos su querida bata blanca. Nunca había permanecido tanto tiempo alejada de una y menos aún recordaba alguna otra ocasión en que lo hubiera estado sin sentirse extraña, sin embargo, ahora apenas la buscaba. Sólo la recordaba cuando ultimaba detalles para los premios Nobel.

Además, había encontrado un nuevo hobby, sí, otro más, se dedicaba a conocer la isla en motocicleta con el hermano mayor de Caesar, Ezio. El muchacho también trabajaba para el hotel y hacía variedad de cosas más en la isla. Lo conoció cuando fue arreglar su casa junto con los demás y, a pesar de que era un par de años más joven que ella, habían congeniado muy bien por lo que se encontraban con regularidad.

¿Qué más podía pedir?

Se preguntó, recordando sin querer un aroma amaderado y verde, un perfume similar al que tendrían las tierras salvajes de montaña. El familiar olor de las Highlands, que ya hacía mucho que había desaparecido de allí sin dejar rastro.

Justo en ese momento, el gato saltó sobre la cama y caminó hasta estar sobre su pecho, sacándola de su adormecida ensoñación. Un penetrante ojo color esmeralda la miraba acusadoramente, ya habían pasado dos segundos desde su hora habitual de la comida y tenía hambre.

Apartó al animal con cariño para salir de la cama, tenía que comenzar el día, uno que no sería como todos los demás. Había llegado por fin el momento que tanto esperó y al mismo tiempo temía. Ese día era el día.

Se acercó a la cocina para llenar el cuenco de comida de su peludo amiguito y vio todos los papeles que había dejado desperdigados sobre la mesa la noche anterior.

No estaba segura de que hacer con todos ellos, no quería tirarlos, pero sabía que tampoco querría seguir viéndolos después de hoy. Esperaba que, para bien o para mal, esa noche se acabara todo para siempre.

Los recogió sin poder resistirse a darles otro vistazo desinteresado.

Sienna estaba tan acostumbrada a ponderar hechos, a llevar un exhaustivo registro diario de los cambios, a analizar variables y a estudiar sus transformaciones, que, de repente, dejar por escrito lo que le estaba pasando le parecía lo más normal del mundo.

No tenía mucho sentido, pero lo cierta era que siempre había visto el mundo a través de la ciencia, de las ecuaciones, experimentos y largas horas de observaciones. Tal vez, si hacía lo mismo con el amor, bueno, más bien con el desamor, conseguiría comprenderlo, entender un poco mejor sus complejos sentimientos.

Superarlo.

Eso era lo más importante, pasar página.

Ser capaz de recordarlo sin que doliera.



REGISTRO DE UN PROCESO DE OLVIDO,

por la dra. Sienna Grace Bartlett.


Día uno sin ti: dueles tanto que quemas. Espero que esto dure poco tiempo y que no leas nunca estas patéticas y lacrimógenas palabras. Si por casualidad este montón de hojas llega a tus manos, Cailean Lee Kyong, alias: Lord Antipático (así es como te llamé en secreto todo el tiempo que estuviste aquí. No, no lo siento ni un poquito), espero que te comportes como el caballero que se supone que eres y lo cierres antes de saber lo que pone.

P/d: ¡Que caiga una maldición isleña sobre ti si continuas! ¡Se te caerá el pelo! ¡Y todos los dientes de delante! ¡Perderás completamente tu pícaro encanto, sí, ese que tanto te gusta!

...

Día cinco sin ti: perdón por romper nuestra promesa. Perdón por amarte, aunque me pediste muy firmemente que no lo hiciera. Yo no tengo la culpa de que mi corazón sea un rebelde incontrolable.

...

Día 7 sin ti: he bloqueado tu número de teléfono. Aunque no sé porque lo he hecho, no me has llamado. Tal vez temía hacerlo yo en un descuido o peor, me aterraba la posibilidad de que nunca me buscaras.

¿Por qué tenías que ser justo tú?

...

Día quince sin ti: te he buscado por internet. La prensa dice que a tu empresa le va cada vez mejor gracias a ti. Te sentaba de maravilla esa camisa de seda azul, aunque tu mirada parecía preocupada, espero que estés bien.

P/d: te enviado un beso con la luna, ¿la has visto esta noche?

...

Día 25 sin ti: ya no dueles. Seguro que no era amor. ¡Qué alivio!


Día veintiséis sin ti: me equivocaba. Todavía te necesito. Anhelo escuchar tu respiración tranquila al contemplar el mar, tu aroma a enebro, ver esa sonrisa pícara tan tuya asomando por una de las esquinas de tu boca...

¡No creo que te merezcas todas las lágrimas que te he dedicado! ¡Maldito!

...

Día treinta y cuatro sin ti: han llegado nuevos huéspedes, todas las parejas parecen prometedoras. Pero ninguno de ellos eres tú y ninguna de ellas soy yo. Ya no estamos aquí, no somos en ninguna parte.

P/d: Aun así, te quiero.

...

Día cuarenta y nueve sin ti: ojalá te hubiera confesado lo que sentía aquel día, tal vez tu rechazo me habría ayudado acabar con todo esto que siento. A lo mejor no seguiría ahogándome entre la esperanza y la desolación. Es tan difícil, tan triste e incluso penoso echar de menos algo que realidad nunca pasó. Sólo necesito una forma de ponerle fin a estos sentimientos, soy inteligente, lograré hacerlo, ¿verdad?

P/d: Me aterra la idea de no poder volver a amar de esta manera nunca, de no ser capaz de sentir nuevamente todo esto por alguien más.

...

Día cincuenta y ocho sin ti: he creído oír tu risa en el susurro del viento mezclado con el mar y casi me derrumbo, otra vez. Siempre me pasa lo mismo, cuando creo que lo estoy logrando sucede algo que me demuestra lo equivocada que estoy.

P/d: No dejo de preguntarme si tú también me extrañas a veces, si piensas en algún momento en mí, si me recuerdas siquiera. ¿Lo haces?

...

Día sesenta y tres sin ti: he encontrado un árbol que pone tu nombre en medio del bosque. Parece muy viejo, supongo que es de cuando venías de pequeño. Eras un niño muy travieso ¡y peligroso! ¿Qué hacías con una navaja, pequeño Robinsón Crusoe?

...

Día setenta sin ti: hoy me han dado el premio. Habría deseado que estuvieras allí para verlo, para sonreír conmigo y celebrar mi victoria. De todas maneras, GRACIAS, gracias por hacerme ver que sí me lo merecía. Aunque intente olvidar que te quiero, guardaré siempre el recuerdo de aquella noche en que acepté el galardón en la playa, a tu lado.

....

Día ochenta y dos sin ti: por fin he acabado de leer el libro, nuestro libro. Ahora entiendo por qué no querías devolvérmelo, es estupendo.

P/d: me gustan las anotaciones que dejaste y las frases que subrayaste, esas también eran mis favoritas.

...

Día noventa y cinco sin ti: creo que estoy mejor. He dejado de buscar tu rostro entre las caras de todos los hombres que llegan al muelle, mi corazón ya no se acelera cada vez que atraca un nuevo barco tan solo de imaginar que puedes venir tú en él. La esperanza quiere mantenerse aferrada a la posibilidad de que arribes, aunque mi cerebro y yo sabemos perfectamente que no lo harás. No obstante, las cosas empiezan a sentirse un poco más fáciles, supongo que me estoy acostumbrado a vivir con el dolor mientras lucho con el olvido.

...

Día cien sin ti: ¿en qué momento se han ido tan rápido las horas, las semanas y los meses? Estoy tardando tanto tiempo en olvidarte que creo que empiezo a olvidar que debía hacerlo.

P/d: guardo las flores que me regalaste junto a todos los recuerdos que creamos juntos. Sólo espero borrar este amor unilateral, aunque seguirás siendo para mí una de las personas mas especiales que he conocido. Gracias por ayudarme a ver que yo también soy capaz de entregar completamente mi corazón, aunque acabe roto en el mayor de los silencios.

...

Día ciento diez sin ti: los atardeceres son más anaranjados ahora y los días más fríos, seguro que esto te encantaría tanto como a mí. Desafortunadamente, ya no se ven tan claramente las estrellas, sin embargo, las he memorizado todas, incluso las de las historias más tristes; me hacen sentir menos sola y logran que mi dolor sea un poco más pequeño. Ya sabes, somos solo una ínfima gota de polvo en este inmenso universo.

...

Día ciento veintiocho sin ti: voy a dejar de escribirte, tengo que olvidarte. A veces todavía dueles demasiado. Adiós, mi primer amor, volveré a pensarte cuando ya no me lastime tu ausencia.


Día ciento treinta y dos sin ti: He recaído, alguien ha mencionado algo que me recordó a ti y te volví a echar de menos. Aunque sinceramente, todo parece traerme tu recuerdo de vuelta. Espero que estés orgulloso de lo mucho que te has metido dentro de mi ser, ¡maldito presumido!

...

Día ciento cuarenta sin ti: voy a meterme en la cueva del lobo. No sé porque he aceptado, las gemelas han hecho un excelente trabajo convenciéndome, seguro que tú mismo ya sabes lo difícil que es decirles que no. Sólo espero que estés de viaje muy muy lejos.

....

Día ciento cuarenta y siete sin ti: Ha llegado el momento. Espero que no te encuentres allí, pero al mismo tiempo me muero de ganas de saber cómo estás, de verte, aunque sea desde lejos.

Ojalá que no aparezcas por ahí, ¿podrías al menos hacer eso por mí?


Apiló correctamente las hojas y las escondió en un cajón que nunca utilizaba, no quería toparse con ellas ni por casualidad. Ese sería, de ahora en adelante el estante embrujado, pensó riéndose de sus propias tonterías. No obstante, le gustaba la idea de tener un espacio donde guardar las cosas prohibidas.

Procurando no pensar mucho más en ello se metió al baño para darse una ducha, debía prepararse para el viaje que tenían por delante ese día.

La noche anterior había dejado todo dispuesto para no perder tiempo, solo le restaba alistarse a ella. Lo hizo lo más rápido que pudo, más por los nervios que por miedo a llegar tarde, pero si alguien preguntaba cómo es que estaba preparada desde tan temprano diría que no quería retrasarse.

Una vez que estuvo lista tomó las maletas, se despidió del gato que jugaba entretenido con un pequeño ratón de tela y luego de dar un vistazo para asegurarse de que lo tenía todo, salió de la casita para encontrarse con Ezio, que ya la esperaba fuera para llevarla hasta el muelle.

Aún no sabía cómo se había dejado convencer para hacer aquello, pero las señoras se mostraban tan animadas e insistentes con ello que al final ya no supo cómo decirles que no. Incluso aunque eso implicara que iba a meterse de cabeza en la increíblemente lujosa caverna de Lucifer.

Era extraño ver la isla alejarse por las ventanas del barco, aunque ya lo había hecho en varias ocasiones por el premio Nobel, ahora se sentía diferente. Después de todos aquellos días de intentar olvidar algo que parecía grabado incluso en sus entrañas, se enfrentaba a la posibilidad de ver nuevamente al dueño de todos sus suspiros y tormentos.

¿Estaría igual? ¿La saludaría con cordialidad, tal vez incluso como si la hubiera echado de menos? ¿Sabría ella mostrarse educada pero indiferente? ¿Se rompería un poco más su corazón al tenerlo cerca y al mismo tiempo tan lejos? ¿Tendría, tal vez, la suerte de que todos sus esfuerzos se vieran recompensados con el tan anhelado olvido?

Puede que después de tanto tiempo sin verlo, de solo imaginarlo, lo hubiera idealizado. A lo mejor cuando volviese a encontrarse con esos ojos marrones que tantas veces aparecieron en sus sueños, por fin descubría que lo había olvidado. Que la tormenta ya había pasado y todo volvía a ser calma.

No estaba segura, quizás él ni siquiera estaba allí.

Pero... una chica puede soñar, ¿no?

Las irregulares montañas se perdieron en el horizonte mecido por el mar, hasta dar paso a edificios perfilados a lo largo de la costa. Edificios que luego dieron paso a más mar y finalmente a tierras de extensos páramos color esmeralda vistos desde el aire.

Antes de que pudiera darse cuenta habían llegado a Escocia.

El trayecto no era realmente tan largo, apenas unas horas, pero se sentía absurdamente lejano. Excesivamente apartado de aquel verdor tan llamativo y colorido de las islas, de ese penetrante calor ahora tan familiar y acogedor que brindaba aquel pequeño trozo de tierra apenas pintado en las cartas de navegación.

Edimburgo le pareció hermosa, tan húmeda y fría, demasiado en comparación con el clima del que venían. Pero incomparable, a fin de cuentas. Esa ciudad tan antigua, como apartada del tiempo, le resultó sorpresivamente reconfortante, como si estar rodeada de toda aquella belleza antaña la ayudase a recordar que no era la primera persona que se enfrentaba a un corazón roto y tampoco sería la última.

Como si la ayudara a ver lo pequeña que eran ella y sus problemas en aquel inmenso mundo que los rodeaba.

Sin embargo, estuvieron poco tiempo allí, tan solo una noche, para que las gemelas pudieran descansar del viaje en barco y luego en avión, pues al día siguiente emprendieron el trayecto por carretera rumbo a las tierras altas.

Ahora, mientras iba sentada en el enorme coche negro junto a las señoras Vaughan, dejando que su mirada se perdiera entre las interminables extensiones de tierra que le recordaban un añorado par de ojos, pensó en todo ese viaje.

Todavía no comprendía porque las Poppy y Tulip habían querido llevarla personalmente, ni porque se empeñaron en hacerse cargo de todos y cada uno de los detalles de aquel paseo, pero al final las había dejado hacer. Eso era más sencillo que intentar llevarles la contraria. Seguro que así se sentían antes las parientes pobres que necesitaban que sus viejas tías adineradas las presentaran en sociedad, pensó dejando escapar una sonrisa al cristal.

Según ellas, el evento se realizaba cada año en ese mismo lugar y, en esas fiestas se reunían, entre otras personas, muchas de las parejas que habían surgido gracias a su empresa. Ella no formaba parte precisamente de ese elevado porcentaje de éxito, ¿qué iba a hacer allí? ¿Pasearse sola por todas partes como el ave solitaria que era? ¿Dando pena por ser uno de los pocos casos en que las señoras habían fallado? Sería como una peculiar rareza allí.

Y para colmo, el evento era ni más ni menos que en la casa de campo de la abuela del señor Kyong. Si parecer una triste solitaria ya le parecía penoso, hacerlo delante de su familia o incluso de él mismo, era todavía más degradante.

Por favor... seguro que hasta estaba Amanda allí siendo amada por todos. ¿Podía ser peor?

Una traviesa gota de lluvia golpeó el cristal haciéndola pensar en la noche anterior. No quería salir a dar una vuelta por la ciudad, bueno, sí quería, se moría de ganas por recorrer aquellas adoquinadas calles cargadas de secretos de otros tiempos y otras vidas, sin embargo, temía buscar a Cailean en cada paso que diera en aquel lugar.

O peor, encontrarlo al él mismo en persona.

Pero fue difícil llevarle la contraria a las mujeres, ya debería de estar acostumbrada a que esa era una batalla perdida. Después de comer, insistieron hasta convencerla, de que aprovechara el tiempo y no se lo pasara al lado de dos viejas. Jamás las había oído llamarse a sí mismas de esa manera, tal vez simplemente querían estar solas, así que a regañadientes aceptó salir a caminar.

Recorrió las calles despacio, apreciando cada pequeño detalle que la ciudad le podía ofrecer, tomando fotos de todo para luego guardarlas en el álbum que comenzó con esas vacaciones y que ahora solo eran un montón de recuerdos algo mojados por las lágrimas.

Podría haber vivido bien allí si hubiese aceptado la oferta de cierta empresa insistente, pensó con algo de pena. Ya no se sentía capaz de aceptarla nunca, no si tenía por jefe al causante de todos sus deseos no correspondidos.

Una llovizna débil pero fría la sorprendió a mitad de camino, aunque apenas pudo sentirla cuando vio pasar un coche con un hombre conocido dentro. Todo pareció detenerse encerrado en ese incierto instante, incluso las gotas parecieron quedarse detenida sobre ella. Apenas podía estar segura de haberlo visto, de que realmente fuera él, pero todavía no se sentía preparada para ese encuentro con Cailean, aún no se sentía capaz de enfrentarlo, así que huyó hasta esconderse dentro de un pub.

Seguro que él ni siquiera la había visto, pero no se atrevía a arriesgarse, todavía no.

Ahora que lo pensaba a la luz del día, lejos de esos instantes en que su corazón latía a tanta velocidad que temió perderlo si dejaba escapar el más mínimo suspiro, se sentía como una verdadera tonta. Seguro que había montones de hombres con cabello negro, de traje y conduciendo buenos coches por esa ciudad, no tenían porque simplemente ser su duque.

Además, lo más probable era que él ni siquiera la hubiera visto, ¿por qué salió corriendo a esconderse?

— Ya estamos llegando, cariño. — Comentó Tulip tocándole la mano para llamar su atención.

— Mira por este lado, no querrás perdértelo. Son las mejores vistas. — Añadió Poppy.

Sienna les hizo caso y se apresuró a mirar por la otra ventana.

A poca distancia se erigía un portentosa fortaleza en forma de castillo, una que ya conocía porque la había visto cientos de veces retratada en un cuadro. Aunque imaginaba que ya no existiría o que sería solo un montón de piedras que una vez habían sido algo grandioso, allí estaba, tan imperturbable y majestuoso como debió serlo desde el comienzo.

Así que Lord Antipático sí que tenía un castillo después de todo. 


NOTA DE LA AUTORA: 

¡Hola! ¿Qué tal están todos hoy?

¿Qué les ha parecido nuestro nuevo capítulo? ¿Han tenido algún olvido así de difícil? 

Quería traerles cap doble hoy, pero no me ha dado el tiempo. Intentaré traerles uno lo más pronto posible como recompensa, tal vez mañana. 

Gracias por el apoyo de siempre, son quienes me dan ganas para seguir. 

¡Muchos besotes!

Nos leemos ❤.

J.J. 


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