🌺 Capítulo 26

🎧 Canción del capítulo: All I Ask — Adele.


— Lucifer... — Murmuró Sienna con suavidad. — Supe que eras él en cuanto robaste mi taxi aquella primera mañana.

La sonrisa del duque se amplió. Estaba casi seguro de cuál sería su respuesta y no se equivocó del todo. Todavía se sorprendía de lo mucho que la conocía, de lo sencillo que le resultaba a veces predecir sus reacciones, pese a que realmente solo habían compartido unos pocos días.

Parecía como si la conociera desde siempre. Su presencia se sentía increíblemente familiar, aunque al mismo tiempo era consciente de que era nueva, desconocida y aun así reconfortante.

Pensándolo fríamente, habría sido algo realmente bueno si se hubieran conocido antes. Sin duda ella habría sido la amiga que tanto deseó tener cuando era un niño. Esa con la que podría correr miles de aventuras a través de fantásticos mundos imaginarios sin cansarse o sin que lo juzgara.

Sí, seguro que ella se apuntaba a todo lo que se le ocurriese, aunque intentara quejarse al principio, al final acabaría sumándose a todas sus travesuras. Casi podía imaginarla, de pie a su lado, con la clara maraña de rizos completamente alborotada, y esa expresión muy seria y segura tan características de ella.

Eso habría sido verdaderamente bueno para ambos, Sienna tampoco pudo ser niña durante mucho tiempo. Los dos perdieron su infancia, por diferentes razones, pero lo cierto es que estuvieron solos e incomprendidos, a fin de cuentas.

— Me hiciste dudar cuando me devolviste el bollo que me habías robado justo en la cara, pero aquí está la verdad después de todo. — Añadió ella con una sonrisa, sacándolo de sus pensamientos. — Aunque esperaba un disfraz, no una revelación de tu verdadero yo. — Continuó bromeando.

Ella pensaría que el duque solo estaba presumiendo, por eso se limitaba a mantener la sonrisa jactanciosa en el rostro sin decir una sola palabra. Sin embargo, lo cierto es que él no podría haber hablado ni aunque su vida dependiera de ello.

Las frases estaban tan atascadas en su garganta que apenas estaba seguro de poder respirar con normalidad. Parecía como si le hubiesen pegado de improviso un puñetazo justo en medio del estómago, dejándolo por supuesto, sorprendido y totalmente desequilibrado.

Sabía lo que era eso, como se sentía un golpe con fuerza en esa zona. El dolor anestesiado, latente, pero, al mismo tiempo increíblemente presente; el oxígeno arrebatado bruscamente de sus pulmones y la consiguiente falta de aire; la incomprensión, la sorpresa, la incredulidad de no poder esquivar el impacto...

Conocía todos los síntomas de primera mano, se había metido en unas cuantas peleas cuando era un adolescente engreído, presuntuoso y algo salvaje gracias a tanta libertad recién descubierta.

Esto se asemejaba demasiado a entonces.

Claro que en aquella época los golpes habían estado justificados, era un completo idiota, ¿pero ahora? En este momento se sentía como un ataque completamente gratuito.

Si de lejos, la Sirena le había parecido maravillosa, de cerca era... No sabría cómo explicarlo, no creía que existieran palabras que le hicieran justicia para poder describirla detalladamente, en resumen, lo dejaba total y llanamente petrificado. A estas alturas ya debería de estar acostumbrado a que ella le hiciera eso.

Mas, ¿cómo puede alguien habituarse a algo tan glorioso?

¿De todos los posibles disfraces que existían en el mundo tenía que elegir precisamente ese? Pensaba Cailean tratando de centrarse, ¿no existían acaso infinidad de criaturas míticas en las que poder transformarse por una noche? ¿Debía ser justamente una de esas?

En cuanto descubriera al responsable de la silenciosa tortura que estaba sufriendo en ese momento, lo ahogaría sin pensarlo, para que se sintiera de la misma manera que él justo ahora, frente a esa mitológica criatura que le sonreía limpiamente.

¡Amanda! Por supuesto que tenía que ser ella, el traje era realmente impresionante. Pero no podría atacarla, era demasiado dulce para siquiera pensarlo.

Seguro que también Michael tenía algo que ver, por eso lo estuvo mirando de reojo todo el tiempo, con ese gesto tan soberbio y jactancioso. Jason tendría que perdonarlo, pero iba a acabar con su novio. Claro que, ¿cómo podría saber él su nueva debilidad por esos seres? No le había contado a nadie sobre ello, ni siquiera a Sienna.

Lo que tampoco había notado era que, la llamaba de vez en cuando de esa forma en voz alta y no solo dentro de su cabeza. No era un secreto, al menos no para todos.

Además, cualquiera que tuviera ojos sería capaz de darse cuenta de que estaba impresionante, era tan sencillo como eso. No podía culpar a nadie, solo a su traicionero subconsciente.

— Sirena. — Susurró él, luego de tragar saliva un par de veces antes de poder hablar.

No podía dejar de acariciarla con los ojos.

Desde la melena alborotada, con aspecto mojado y algunos mechones de color azul entremezclados, las pequeñas trenzas dispersas decoradas con conchas marinas, algas y perlas, que le daban un toque más mítico; hasta la punta de los zapatos que asomaban bajo la larguísima pero abierta falda.

Los colores del traje le sentaban de maravilla. Aunque la verdad es que eso tampoco lo sorprendía, porque no recordaba haberla visto nunca con algo que no luciera bien sobre ella. Pensar que al conocerla la había considerado una excéntrica y aburrida doctora... que lejos parecían estar ahora aquellos primeros días.

Tampoco podía pasar alto el maquillaje. No es que él fuera un gran experto en esas cosas o menos que se hubiese fijado detalladamente en el de alguien antes, pero, el que la señorita Bartlett llevaba esa noche, lo recordaría siempre. Esa máscara pulcramente pintada sobre el delicado rostro estaría grabada en su memoria eternamente.

Eran como pequeñas escamas húmedas que rodeaban la parte superior de sus facciones, cargado de destellos turquesa, rosa y dorado. Tenía además algunas perlas, como si la coqueta nereida hubiera querido añadirse algunos complementos. Toda esa espectacular combinación camuflaba y, al mismo tiempo, hacía destacar increíblemente el color marino de sus ojos.

Si alguien le preguntara después de esa noche, si creía en la existencia de las sirenas, definitivamente les diría que sí. Sin lugar a duda. Y si no creyeran en la veracidad de sus palabras, simplemente les mostraría una foto de Sienna en ese momento.

¡Maldición! Tenía que conseguir una foto suya sin parecer un tipo raro, ¿cómo lo haría?

No podía simplemente conformarse con guardar ese recuerdo en su mente. Necesitaba algo más tangible e imborrable, una prueba que le recordase que realmente se veía incomparable dentro de ese vestido, cuando sus recuerdos intentaran engañarlo diciéndole lo contrario.

¿Pero en qué estás pensando Cailean? ¡Céntrate hombre y deja de imaginar en tonterías!, se amonestó mentalmente.

— ¿Has terminado de juzgar mi disfraz? — Cuestionó la doctora llamando su atención.

No estaba segura de que pensaba el duque, pero no parecía muy contento con su aspecto. No podía saberlo, pues su expresión estaba tan herméticamente cerrada como siempre, más sus ojos desprendían un brillo deslumbrante difícil de ignorar. Uno que había visto en contadas ocasiones y el cual todavía no entendía muy bien.

Okay, no importaba, ella se sentía estupendamente con aquel traje. Cargada de energía y seguridad, incluso podría haber volado si se sintiera un poquito más ligera o hermosa. Además, sabía perfectamente que él no la veía de esa forma; bueno, a decir verdad, no la veía de ninguna manera, punto. No tenía sentido darle más vueltas al asunto.

— Sí, perdón. — Se aclaró la garganta y apartó los ojos del tentador cuerpo femenino. Aunque estos volvieron rápidamente a ella sin que pudiera evitarlo. — Estás muy bien, solo me ha sorprendido. Ven, vamos a comer y a tomar algo, seguro que tienes hambre. — Pronunció, justo en el instante en que el estómago de Sienna lanzó un desesperado rugido hambriento.

Ambos rieron divertidos ante eso, pero en el fondo ella se sentía un poco decepcionada. ¿Sólo diría que su aspecto estaba bien?

El duque, tratando de no pensar en más nada, tomó la pequeña mano cálida dentro de la suya con rapidez y se internó en el mar de personas que ocupaban el centro de la pista de baile. Por primera vez en su vida estaba siendo distante y frío sin querer, incluso sin darse cuenta.

Pensaba que lo mejor sería buscar al resto de sus compañeros, estar rodeados de gente y hablar de temas triviales entre todos sin duda ayudaría. La doctora no protestó porque él tenía razón, sus tripas habían evidenciado recientemente que no comió casi nada en todo el día.

El toque de su mano sobre la suya había comenzado a hacerse tan familiar estos últimos días, que apenas reparó en aquella leve caricia. Encajaban perfectamente bien juntas, tanto, que lo extraño era separarlas, lo raro era el incómodo vacío que quedaba atrás cuando se rompía el contacto.

A veces parecía que su piel echaba de menos la de él.

Sin embargo, nunca pensó demasiado en ello, sólo mantuvo las palmas unidas todo el tiempo posible.

— ¡No me lo puedo creer! — Exclamó una risueña y conocida voz masculina a sus espaldas.

Cuando ambos se giraron para ver de quien se trataba, se encontraron con un divertido Trevor, con aspecto estratégica y espectacularmente mojado. Con la melena rubia suelta sobre los hombros, una dorada corona de laurel alrededor de la cabeza, algunas escamas pintadas a juego con el resto de su traje de dios griego y, por supuesto, un tridente en la mano.

Era, ni más ni menos, que Poseidón. El dios de los mares.

El buen humor del oscuro Lord Diablo pareció desvanecerse varios puntos al ver a la otra criatura marina. Fue como si alguien hubiera pinchado un globo dejando escapar el aire lentamente. ¿De verdad no había más disfraces? Era una isla, rodeada de hermosas aguas, es verdad, pero seguro que tenían más opciones... No es como si existieran pocas deidades o fauna mitológica.

— Vaya, no esperaba encontrarme aquí con Mi Señor. — Bromeó Sienna, apartándose de Cailean para hacerle una reverencia al deportista.

— Tampoco yo creí que mi hermosa diosa de los mares fuera a presentarse ante mí sin avisar. — Contestó él siguiendo su broma.

Había tantas cosas que mirar sobre aquel espectacular hombre dorado, que la señorita Bartlett no tenía muy claro en donde posar sus ojos.

El cabello pecaminosamente húmedo, el musculoso pecho al aire cubierto solo por cantidad de atractivos tatuajes y algunas escamas áureas que hacían juego con su disfraz, la toga dorada con ciertos tonos turquesas que se asemejaba a un atardecer en el mar o las fuertes pantorrillas asomando ligeramente a cada paso.

Sin olvidar los oceánicos ojos reluciendo tras el labrado antifaz de oro.

Era increíblemente atractivo, no creía que nadie lo hubiese dudado nunca, pero esta noche se había lucido. Si le hubiesen dicho esa noche que Trevor Hayes era en realidad una representación física de un dios Olímpico lo habría creído sin siquiera dudarlo.

Impresionante.

El duque le dio un pequeño empujón al pasar por su lado para saludar al otro hombre, lo que la ayudó a volver a sus pensamientos racionales. Algo no muy sencillo frente a un espécimen masculino de esas características.

No se trataba de que se sintiera realmente atraída hacia el deportista, pero tenía ojos, respiraba y por supuesto, no era de piedra. Solo alguien sin pulso podría haber evitado quedarse atontado antes semejante hombre.

— De haber sabido que era temática acuática habría improvisado algún disfraz de pez, de tiburón tal vez. — Dijo el señor Kyong, sonriendo como uno y estirando su brazo en dirección a Hayes a modo de saludo.

Trevor volvió a notar el muro invisible que Cailean colocaba siempre entre él y el resto del mundo, una pared que no había estado allí el día anterior mientras compartían una tarde de deportes y cerveza.

Muralla que, curiosamente, no solía separarlo nunca de Sienna, pensó con una sonrisa cómplice.

No era la frialdad la que estaba de vuelta entre los dos hombres, eran probablemente los celos. Sobre todo, teniendo en cuenta la postura del duque, que encerraba a Sienna y al mismo tiempo la apartaba del otro hombre, marcándola como si fuera suya sin siquiera darse cuenta. Más no había nada de lo que preocuparse allí, entre Sienna y el señor Hayes, la relación era puramente fraternal.

El deportista no negaba que había intentado que fuera diferente, los dos lo habían hecho y ambos habían comprobado que ese no era el camino que debían seguir. Se llevaban bien, se comprendían y podían llegar a ser grandes amigos si se daban la oportunidad, pero eso sería todo.

— ¿Quién necesita ser una sardina pudiendo ser el mismísimo rey del inframundo? — Respondió mirando directamente a aquella oscura mirada que lo taladraba a través del antifaz carmesí. — Me inclino ante usted, su Maquiavélica Majestad. — Comentó, ejecutando lo que había dicho.

Ahora que el deportista sabía a qué se debía, no haría caso de su carácter hosco. Bueno, puede que se aprovechara de ello para molestarlo un poco, sería divertido verlo salirse un poco de ese rígido molde en el que siempre estaba.

— Estás verdaderamente hermosa esta noche, impresionante, incomparable, maravillosa... todas las palabras que conozco se quedan cortas para describirlo. — Dijo Trevor volviendo a dirigir su mirada hacia a Sienna y recorriendo su figura completamente, con fascinación. — Bueno, no es algo de esta noche, siempre lo estás, pero hoy, con ese vestido...

El duque se tensó más al lado de la doctora después de esa descarada inspección visual, especialmente, cuando a está le siguió una caballerosa mano masculina que la ayudó a dar una vuelta sobre sí misma.

— Es maravilloso, ¿verdad? — Comentó la señorita Bartlett, a lo que el deportista solo pudo limitarse a asentir.

A diferencia de Lucifer que se cernía sobre ellos como una sombra, ella había captado a la perfección el embeleso del hombre.

Pudo darse cuenta que iba más allá de una apreciación a su físico, seguramente pensaría que se veía bonita, es cierto, no obstante, había algo más. Él estaba contemplando la obra de arte que llevaba puesta y la cual sabía de sobra había salido de las ideas y extraordinarias manos de la señorita Amanda Rodríguez.

— Increíble. — Logró murmurar todavía distraído. — Ven, vamos por ahí a presumir de lo bien que quedan nuestros disfraces juntos. — Comentó tirando un poco de ella y separándola definitivamente del señor Kyong. — Después de lo mal que se nos dio el baile, ahora tenemos que remediarlo con esto.

Cailean los vio alejarse a ambos con los brazos entrelazados, riendo encantados, disfrutando abiertamente del momento y algo dentro de él ardió.

Se veían perfectos juntos, ambos rubios y bellos. Él grande y brillante como todo un verdadero dios, ella pequeña y delicada, como una auténtica criatura mitológica. Ya lo había pensado en otras ocasiones, pero esta noche dejaba evidentemente claro que hacían una pareja ideal, ¿por qué le había costado tanto aceptarlo? Saltaba a la vista.

— ¿Qué haces aquí de pie tan solo e intentando quemarlo todo con los ojos? — Preguntó Jason acercándose a él. — ¿Ya te has metido en el personaje?

Le dio un fraternal apretón en el hombro, sabía lo que miraba e imaginaba lo que pasaba, pero suponía que Cailean no diría nada al respecto. Al menos no todavía. Solo esperaba que lo hiciera antes de que fuera demasiado tarde.

— Hey, que elegante vas, ¿no? — Preguntó el señor Kyong sonriéndole a su amigo, quien llevaba un elaborado traje de la realeza del siglo XIX.

La noche les fue escurriendo de los dedos como la arena de los relojes.

La fiesta se desarrolló estupendamente, con comida, bebida y bailes de sobra. Se notaba que todos estaban disfrutando y gastando allí hasta sus últimas energías, no obstante, en el ambiente se respiraba cierto aire de melancolía. Ese que les decía a todos que era la última noche en aquel paradisiaco lugar y con aquellas estupendas personas con las que se habían creado infinidad de lazos.

— Siento apartarte de tu querido dios griego. — Susurró el duque, sorprendiendo a Sienna por la espalda tiempo después. — Pero creo que luego de tantas horas de baile que fui obligado a tomar aquí, al menos me merezco una demostración esta noche. Ya sabes, como una graduación de las clases. — Como ella no respondía, él insistió acercándose un poco más. — ¿De verdad crees que puedes rechazarle un vals al diablo?

Ella soltó un suspiro al sentir las cosquillas de sus palabras tan cerca del oído, la caricia en el cuello de cada acorde de su tibia voz al atravesarla antes de desvanecerse en el aire.

Se giró para verlo completamente de frente.

Gran error, ahí estaba otra vez esa maldita sonrisa tentadora y pícara. Aunque ahora se sentía más peligrosa que nunca tras la rojiza máscara.

Sin embargo, no le dio tiempo a articular palabra antes de que él deslizara la mano por su brazo, con suavidad y agonizante lentitud. Desde el codo hasta la punta de los dedos que sostenían una finísima copa de champagne helado.

—No necesitarás esto por ahora. — Murmuró despacio, como si temiera hacer desaparecer esa nube que parecía haberlos envuelto y aislado del resto del mundo.

Colocó la copa sobre la bandeja de uno de los camareros que acababa de pasar y, sin soltarle la mano, se dirigió al centro de la pista de baile.

Cailean normalmente prefería no bailar, es más, no recordaba la última vez que lo había hecho en alguna fiesta, pero ella había recorrido incasablemente la pista con casi todos los hombres allí presentes, menos con él.

Todos habían sentido la cálida ligereza de ese precioso cuerpo al deslizarse por las relucientes maderas del suelo, no podía ser el único que se quedara apartado de eso. No quería ser el tonto que se lo perdía y miraba desde lejos, nunca lo había sido, no desde que dejara de ser un niño enfermizo y, por supuesto, no pensaba permitirlo ahora. Cuando tenía a la sirena justo al alcance de sus dedos.

Además, si tenía que ser sincero con su parte algo más granuja, debía aceptar que la razón principal de todo aquello, por muchas excusas que se empeñara en inventar, era que se moría de ganas de pasar las manos por todo ese tentador cuerpo. Quería, no, necesitaba, saber si toda esa tela que la cubría era realmente tan suave como parecía, si se sentiría tibia, sedosa, delicada bajo sus dedos, como se había sentido antes esa bonita piel femenina.

También tenían que pensar en su plan, en ese trato que tan tontamente habían hecho los primeros días y que había resultado ser bastante efectivo. No podían dejar que las cosas se estropearan justo ahora, cuando ya estaban llegando al final.

Entonces, al pensar en eso, capituló.

Todo se acababa ahora, lo que podrían haber sido, lo que ya nunca serían, las caricias robadas, las miradas escondidas, los abrazos camuflados. Todo se terminaba esa medianoche. No más Sienna desde el amanecer hasta el ocaso, no más señorita Bartlett a cada momento del día, no más doctora hablando de cualquier cosa que se le pasara por lamente. No más compañerismo ni sencilla calidez.

Intentaría verla cuando estuvieran en casa, pero no sería lo mismo. Probablemente solo tendrían algunos minutos de cortesía para comer, una incómoda y fría cita por compromiso. Siempre y cuando el trabajo se los permitiera, claro. Sería complicado coordinar sus agendas, lo que implicaba que sería increíblemente difícil verse, estar cerca.

Un apretado anhelo por algo que todavía no acaba, pero, que él sabía perfectamente que lo haría pronto, le oprimió el pecho. Estaba seguro de que había un término para referirse a esa odiosa sensación, "saudade" creía que se llamaba y sin duda se aplicaba a él justo ahora.

Tiró de la sirena un poco más apretadamente, necesitaba sentirla más cerca, impregnarse de ella mientras el reloj se lo permitiera. Intentaría quemar hasta el último segundo a su lado, ¿cómo se había permitido perder tanto de ese precioso tiempo? Que idiota, definitivamente seguía siendo un idiota.

Aunque lo cierto es que no había comprendido que tan vacío se sentiría sin ella hasta ahora, cuando se les acababan los momentos juntos. Su primera amiga de verdad.

Cuando las notas de una lenta, pero conocida melodía, empezaron a llenar el aire al ritmo de las cuerdas del cuarteto, él colocó con suave lentitud los brazos de Sienna sobre sus hombros y comenzó a moverse con suavidad. Tal y como habían ensayado tantas veces durante las vacaciones.

Las manos femeninas anudadas sobre su nuca, dejando caer pequeñas caricias olvidadas. Las suyas, apresándole la cintura, la espalda, las caderas... permitiéndole sentir sus movimientos a través de la piel.

A su mente vinieron todas las prácticas que habían hecho durante esos días.

¿La había tenido tantas veces entre sus brazos?

Así había sido, ahora era consciente de hasta qué punto, cuando volvía a respirarla desde tan cerca, notó como su aroma se había adherido a él, toda su ropa olía a ella. Como si llevara consigo su esencia a donde quiera que fuera. ¿Cómo era posible que apenas hubiese reparado en ello?

Tal vez era mejor así, no habría sobrevivido a tal grado de conciencia, su libido lo habría matado antes. O puede que no, a lo mejor los habría calcinado a los dos.

Sabía de sobra que era buen bailarín, que no le costaba nada moverse sobre la pista, había trabajado en ello casi hasta el agotamiento. Porque si hacía algo, no podía ser menos que perfecto, si iba a ser mediocre mejor dejarle el sitio a otro. Sin embargo, con Sienna se sentía todavía más sencillo, las cosas parecían siempre más fáciles a su lado.

Miró algunos pequeños rizos pegados sobre su frente, los marinos ojos resaltados por montones de perlas y la regordeta boca entreabierta desprendiendo suspiros que se entremezclaban con los suyos propios. Las piernas se le trabaron repentinamente, estuvo a punto de hacerlos caer.

¿Qué le pasaba? Solo era un bonito rostro.

Uno que recordaría siempre... incluso cuando cerrara los ojos.

Tuvo que sostenerla más estrechamente y hacer un brusco giro para evitar que se cayeran de bruces contra el suelo. Ella apenas notó esa torpeza repentina, simplemente se dejó llevar por los nuevos movimientos, pero él sabía en su interior que era la causante sin haber tenido que hacer absolutamente nada.

— Echaré de menos este lugar. — Comentó Sienna, apartando la mirada de esos enigmáticos ojos marrones con destellos verdes.

Aunque era difícil hacerlo, deseaba aprenderse cada destello de esa mirada. Los segundos corriendo en el reloj la estaban asfixiando, como si cada latido del tiempo le apretase un poquito más el pecho condenándola. De pronto, todo lo que rodeaba a Cailean le parecía poco.

Necesitaba mirarlo más, sentirlo más, disfrutarlo más.

Solo les quedaba esa noche, pensó llenándose de anhelos a los que no se atrevía a satisfacer. Una parte de ella le rogaba que se rindiera a los impulsos, que se dejara llevar por lo que fuera que trajera consigo ese ocaso si se atrevía a dar el primer paso; mientras que la otra le impedía hacerlo, la obligaba a mantener esa alta barrera que colocó el primer día. Tal vez era su instinto de supervivencia, intentando salvarla ahora que su siempre sabia conciencia parecía haberse ido al garete detrás de una sonrisa pícara y unos ojos del color del café amargo.

¿Cómo es que estaban tan cerca? Se preguntó Sienna sintiendo las mejillas enrojecer.

Podía sentir la respiración del duque acariciándole las mejillas, ¿cómo era eso posible? Él era bastantes centímetros más alto que ella. Estaba casi segura de que su coronilla apenas le rozaría la barbilla y sin embargo ahí estaban, a unos escasos milímetros de que sus narices chocaran.

No podía seguir viéndolo de frente, no cuando el duque la había acercado todavía un poco más a él y podía sentir los latidos de su corazón cada vez más acelerados, bombeando sangre a toda velocidad por sus venas. ¿Desde cuándo la ponía tan nerviosa este hombre?

El beso. Susurró su mente.

Claro, el beso, aunque ni siquiera estaba segura de que todo hubiese empezado allí. Mejor no pensar en ello, no tenía ningún sentido y no la llevaría a ninguna parte, solo conseguiría sentirse más inquieta y avergonzada con él.

No podía permitirse caer mendigado a sus pies por un poco de atención, por unas caricias robadas, por unas migajas de pasión que él ni siquiera querría darle de buen gusto.

Si tan solo hubiera sabido entonces lo equivocada que estaba...

— Nunca creí que lo diría, pero me temo que yo también. Han resultado ser unas buenas vacaciones. — Dijo él, ajeno de la tormenta que arrasaba la menta de la doctora, una tempestad muy similar a la que lo estaba consumiendo a él.

— Eran las primeras que tenía en mucho tiempo, supongo que empezaré a tomarlas en serio a partir de ahora. — Agregó ella con una sonrisa.

La señorita Bartlett tenía infinidad de planes para los próximos días libres que aparecieran en su calendario, pero se le venían tantas cosas complicadas en el mundo laboral que no sabía si realmente podría disfrutar de ellos en mucho tiempo.

Además, ¿serían igual de buenas sus vacaciones si se daban lejos de toda aquella breve aventura robada que desafortunadamente ya se estaba acabando?

— También yo. — Contestó Cailean con una sonrisa. — Supongo que los adultos todavía tienen razón en todas aquellas cosas que nos dicen. — Bromeó, aunque nunca lo admitiría ante su abuela.

Después de esa breve charla siguieron bailando en silencio, simplemente disfrutando de los movimientos acompasados que se iban produciendo de manera tan natural entre ellos dos. Apenas notaron que la melodía se acababa y cambiaba entre un paso y otro, tampoco les importó.

A veces ni siquiera escuchaban la música, solo el resonar de sus corazones acelerados.

— No quiero que pienses que me estoy ablandando o algo así... — Comentó buscando sus ojos, con una sonrisa cargada de incertidumbre que casi lo hacía ver adorable, vulnerable. — Pero tengo que admitir que estas preciosa esta noche, el traje es bellísimo, pero tú haces que se vea sencillamente maravilloso.

Sienna tragó saliva casi audiblemente.

Prefería lidiar con el señor Kyong altanero, distante y sabelotodo, no estaba segura de poder hacerle frente a este Cailean tan cálido y cercano. Su resistencia apenas se sostenía en una tensa cuerda que la mantenía lejos del precipicio, definitivamente no podría aguantar mucho más con él mostrando esa actitud tan abiertamente suave, casi hasta cariñosa.

— No voy a cambiar de opinión. No pienso trabajar para ti. — Bromeó, arrancándole al hombre una sincera carcajada y alejándola un poquito del peligro. — Tú también te ves muy bien, no entraré en detalles, a tu descomunal ego no le hacen falta.

Sí, ese terreno era el más seguro de caminar. Las puyas eran mejores de manejar.

En esta ocasión si notaron el final de la melodía y se detuvieron en medio de la pista, dejando caer los brazos lentamente, soltándose lentamente, como si dejarse ir en ese momento fuera la cosa más difícil del mundo.

Permanecieron así un momento, solo contemplándose el uno al otro. Estaban increíblemente cerca, pero al mismo tiempo a un abismo de distancia. Únicamente tocándose con los ojos, como si trataran de memorizar todos los detalles del rostro del otro, como si quisieran hacer con la mirada lo que sus manos tanto codiciaban, o, como si simplemente quisieran estirar ese efímero momento lo máximo posible.

Era su última noche juntos.

A lo lejos resonaron algunas explosiones y se podían ver luces de colores tiñendo fugazmente el cielo.

Era la pirotecnia que indicaba el final de aquella noche.

El cierre de la velada.

Los asistentes comenzaron a acercarse a las ventanas, terrazas e incluso a la salida para contemplarlos directamente desde la arena y con el mara acariciándoles los pies. Pero todos lo hicieron con lentitud, intentando arañar hasta los últimos segundos de aquella recepción final.

Cailean y Sienna caminaron en dirección a uno de los balcones sin necesidad de intercambiar palabras. Era el más alejado, pero casualmente el más cercano a ellos.

La brisa fría y perfumada de la noche les acarició la piel al atravesar los grandes ventanales. Pero era bienvenida después del calor que comenzaba a acumularse dentro debido a tantas personas bailando.

La señorita Bartlett cerró los ojos, quería sentir la isla sobre todo su cuerpo.

Aspiró profundamente hasta llenarse completamente los pulmones. Nunca olvidaría aquel aroma, no importaba cuantos años le quedaran por delante, aquella fragancia dulzona y fresca tan característica de las noches isleñas, estaría grabado para siempre en sus recuerdos.

Igual que el aroma de las highlands, a páramos y enebro, ese que desprendía siempre el hombre que se colocó justo a su lado.

Ambos colocaron las manos sobre la áspera piedra de la barandilla, cerca, pero otra vez sin llegar tocarse, deseando que el roce se produjera, pero al mismo tiempo impidiendo que se sucediera. Estiraron los dedos, apenas sin darse cuenta, sin apartar los ojos del cielo nocturno, buscando el toque inocente de los meñiques casi hasta por accidente.

El aire parecía una barrera descomunal entre sus manos. Esa nada cargada de electricidad que los separaba sin impedirles realmente alcanzarse.

Contempló el perfil masculino en silencio durante unos instantes. Primero bañado por la aterciopelada oscuridad, luego, besado por la detallada claridad traída por las coloridas explosiones que se estaban dando sobre sus cabezas y que perfilaba sus facciones.

Sería difícil olvidar algo de todo aquello.

Incluso su animadversión hacia Lord Antipático se le hacía entrañable ahora que estaban contando los minutos para regresar a casa.

La pequeña caricia robada llegó por fin, congelándoles la respiración. El dedo masculino alcanzó casi inocentemente la mano femenina, entrelazándola frágilmente. Ninguno se movió más, no podían, permanecieron allí unidos, como si aquel leve contacto fuera vital y al mismo tiempo ilegal, algo que debían mantener en secreto.

Algo que sólo compartían ambos.

— ¿Te gustan estas exhibiciones, doctora? — Preguntó Cailean rompiendo el silencio poco después.

— Bastante. — Contestó, dirigiendo su mirada rápidamente en dirección al destellante cielo. — Todavía me fascinan las cosas maravillosas que se pueden crear colocando un poco de salitre, carbón vegetal y azufre en las proporciones y formas adecuadas.

— A veces se me olvida ese lado analítico tuyo. — Dijo observándola con una sonrisa.

Nunca pensó que le resultaría seductor hablar con una mujer sobre formulas químicas, ecuaciones matemáticas o, diversidad de cosas que en ocasiones apenas comprendía; pero allí estaba, bebiéndose cada palabra que salía de la boca de la Sirena como si fuera un náufrago a punto de morir deshidratado.

— Tenía entendido que la fórmula actualmente es otra. — Añadió, en un intento de que siguiera hablando.

— Así es, ahora se suele utilizar nitroglicerina o clorato de potasio, para que combustionen más rápido. Pero yo prefiero la forma original que salió de la alquimia, es lo más parecido que hemos tenido nunca a la verdadera magia. — Ella volvió a dirigir su mirada hacia el firmamento. — Sea cual sea su composición química, son maravillosos, ¿no crees?

— Lo son. — Aceptó el señor Kyong, cayendo en clásico cliché de observarla a ella en lugar del espectáculo.

¿Pero cómo no hacerlo? Si cada nueva explosión enviaba un sinfín de colores sobre su piel de marfil, creando composiciones abstractas y efímeras. Azul, rojo, verde, dorado... daba igual la tonalidad del centelleo, porque todas lucían hermosos sobre el lienzo de su cuerpo.

La vio acariciarse disimuladamente con algo de frío y, antes si quiera de poder pensarlo, su cuerpo ya se estaba moviendo para colocarse detrás de ella. Luego la rodeó con sus brazos cubiertos por la pesada capa, dejándolos a ambos encerrados bajo su calor de terciopelo.

Sienna se tensó al sentirlo, nunca habría imaginado una reacción así proveniente del duque, pero desprendía una tibieza tan agradable...

Pensó en apartarse, pero entonces lo comprendió. El entendimiento la golpeo brusca e inesperadamente como solían hacerlo sus ideas más brillantes: esa sería la única y última oportunidad que tenía para estar entre sus brazos, de tenerlo tan cerca, de sentirlo, de disfrutar de la calidez de su pecho. Después de esa noche ya no volverían a verse y, si lo hacían, sería con lejana camaradería, tomando una copa o compartiendo un almuerzo.

La cuerda estaba ahora tan tirante que podía desprenderse en cualquier momento.

Era ahora o nunca.

Cailean pensó en alejarse cuando fue consciente de lo que había hecho. Eso probablemente traspasaba la línea invisible que una mujer como ella habría pintado, sobre todo para un mujeriego como él. Lo correcto habría sido quitarse la capa y después cubrirla con ella.

No obstante, al sentir al femenino cuerpo recortarse cómodamente contra el suyo, supo que no podría moverse ni, aunque su vida acabara justo en ese mismo instante. Puede que incluso fuera feliz si eso pasaba, si uno de esos fuegos artificiales que surcaban el cielo en ese momento, hubiera caído encima justo de él quemándolo hasta consumirlo, se iría dichoso y en paz.

Nada puede afectarte luego de tocar el paraíso.

Le apoyó la barbilla sobre el hombro. Procurando centrarse en contemplar la pirotecnia, la playa, el cielo, lo que fuera, con tal de alejar de su mente aquellas pecaminosas ideas que lo estaban atacando con cada latido que compartían desde tan cerca.

Pensamientos que le sugerían muy tentadoramente cientos de cosas extremadamente placenteras que podían hacer los dos bajo aquella capa, en esa terraza alejada, aquella noche sin luna, ocultos con la luz y el sonido de los fuegos. Nadie lo sabría nunca, nadie los vería u oiría allí.

Soltó un sofocado suspiro y apretó los brazos más estrechamente alrededor de ella.

Se iba a convertir en un santo después de esa noche.

¡No – te – muevas! Se exigió Cailean.

Ay, pero era tan malditamente tentador... 



NOTA DE LA AUTORA: 

Hola mis queridas bellezas, ¿cómo están? Espero que la vida esté siendo buena con ustedes. 

¿Qué les ha parecido este nuevo capítulo? Ha quedado más largo de lo que pensaba, pero igual espero que les guste y les cunda. Una vez aclarado esto, digame, ¿qué hacemos con estos dos ahora? ¿Qué creen que pase? ¿Qué quieren que pase?

Muchas gracias por el apoyo y por no olvidarse de mí a pesar de que no pude venir por aquí por un tiempo. 

¡Muchos besotes!

Nos leemos ❤. 

J.J.


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