🌺 Capítulo 19
🎧 Canción del capítulo: Cha Eunwoo — Love so Fine.
El sol de la mañana le quemaba los ojos todavía cansados de la noche anterior.
Aunque tenía puestas unas enormes gafas oscuras, podía sentir la luminosidad penetrante todavía atravesándolos. Definitivamente no tenía ganas de estar allí, a decir verdad, apenas si le apetecía estar dentro de su propia piel en esos momentos.
¿Por qué le había parecido una buena idea beber tanto la noche anterior? Por favor, si hasta tenía algunas lagunas de memoria...
Pero ya había decidido que no intentaría recuperarlas, prefería no recordar lo que fuera que su cerebro ligeramente intoxicado había decidido borrar. Solo esperaba no haber hecho algo muy estúpido con lo que el Lord Antipático pudiese fastidiarla.
— Ah maldición, no estoy para esto. — Se quejó Cailean, dejándose caer al lado de la enorme cesta que debían llenar de manzanas. — Hace demasiado calor y además tengo resaca. — Siguió protestando, mientras se sacudía la fina camiseta blanca para hacerse aire.
¿A quién se le ocurrió la maravillosa idea de ir a un huerto de manzanas justo el día después de haber salido de noche? ¿Luego de trasnochar de manera tan increíble? A alguien que llevaba siglos sin estar en una buena juerga, estaba claro.
A las gemelas Vaughan, por supuesto. ¿A quién si no?
Cuando regresara a casa hablaría con ellas para que corrigieran esa actividad, estaba seguro de no ser el único que se sentía de esa manera. Pero de momento, no diría nada, no quería que le dieran otro largo sermón sobre lo maleducado que era a veces o, lo insoportable que se ponía con la pobre doctora la mayor parte del tiempo.
Y mucho menos, quería que volvieran a acusarlo de no tomarse aquello en serio, porque eso si era verdad y si su abuela se enteraba, entonces sí estaría en serios problemas.
Sienna se recostó al grueso árbol para aprovechar su sombra mientras bebía agua.
No prestó mucha atención a las quejas de Cailean, porque siempre estaba protestando por todo. Aunque, en esta ocasión, debía admitir que estaba de acuerdo con lo poco que le había entendido de sus refunfuños.
Tenía demasiado calor, se encontraba increíblemente cansada y además hambrienta. Que hubiera comida de sobra en las ramas de los árboles o, que recibieran un ligero desayuno antes de salir, no ayudaba a su estado de ánimo, ni a que tuviera ganas de hacer cosas.
La verdad es que prefería seguir durmiendo.
Oh sí, pensó con añoranza, deseando disfrutar un poco más de esa maravillosa cama que parecía hecha de las nubes más esponjosas que existieron jamás.
— ¿Por qué tan desaminados? — Preguntó Michael divertido, apareciendo junto a Jason, donde ellos estaban. —¿Tan fuerte fue anoche pillines? — Agregó con cara de picardía, a modo de broma.
El duque soltó una especie de gruñido, sin ganas de hablar y la doctora se limitó a mirarlo mal, haciéndolo soltar una carcajada divertida.
La verdad es que no echaba de menos haberse perdido esa noche de discoteca. Si bien es cierto que le habría gustado asistir para poder divertirse un rato con ellos, también lo era que no cambiaría por nada del mundo la maravillosa y especial velada que había tenido con Jason en alta mar, bajo millones de infinitas estrellas que los observaban en un silencio cómplice.
— Me gustan tus gafas, por cierto. —Añadió, colocándose al lado ella.
— Gracias, las necesitaba hoy.
— Fue bastante desmadrado entonces. — Agregó el juez, risueño. — No son los únicos que parecen estar para arrojar a la basura.
— Es culpa de esta maldita mujer, es capaz de beber como un marinero experimentado. — Volvió a quejarse Cailean.
— ¿Mía? Yo no te obligué a beber.
— ¡Menos mal! Porque habría sido imposible seguirte el paso. A ver quién te llevaba a casa después si lo hubiera hecho. — Refunfuñó.
— Bueno, olvidemos eso mejor. No es momento de ponerse a pelear niños, vamos a buscar manzanas. — Dijo Michael animado, al tiempo que tiraba de las manos de Sienna para que se moviera. — Verás como después de comerte una, o varias, se te quitan todos los males.
— Eso espero. — Aceptó, dejándose arrastrar hacia arriba.
— ¿Tan complicada fue la noche? — Preguntó Jason, una vez que los otros dos se encontraban alejados.
— Algo así. Aunque fue divertido. — Admitió con una sonrisa evocadora, recordando algunas de las locuras divertidas que habían hecho borrachos.
— Pero ¿qué hacen ahora? — Cuestionó el juez, mirando en dirección a Sienna y Michael.
El altísimo hombre la estaba levantando sobre sus hombros para que recogiera frutas y ella parecía de lo más encantada, observó Cailean asombrado. ¿No sabían que eso era peligroso?
Caminó hacia ellos con paso decidido, dispuesto a bajarla él mismo si era necesario, al tiempo que iba pensando en un larguísimo discurso sobre seguridad que le daría a ella después, en cuanto tuviera la primera oportunidad.
Aunque en realidad, pese a que llevaba tanto ímpetu, no llegó a hacer nada porque se quedó detenido al oír su conversación.
— ¡Uy que práctico! — Ella estaba totalmente emocionada. — Debería conseguirme un hombre que me hiciera esto cada vez que necesite bajar algo de los estantes más altos. — Estiro un brazo para recoger las deliciosas frutas rojas, pletórica, por lo fácil que resultaba hacerlo desde la altura a la que estaba.
— Trevor lo haría, sin duda. — Dijo Michael intencionalmente, al ver por el rabillo del ojo que el señor Kyong se acercaba a ellos.
Quería analizar su reacción. Él creía que encajaban bien juntos y que a Cailean le gustaba su querida doctora, pero no podía estar del todo seguro con un hombre tan serio y enigmático como el duque.
— ¿Tú crees? — Preguntó ella, con una pequeña sonrisa esperanzada, completamente ajena del malhumor que se iba acumulando en el interior del aquel silencioso oyente.
— Claro que sí, con esos enormes brazos llenos de tatuajes y esa espalda tan gigante, seguro. — Luego añadió, con picardía y, susurrando en voz alta. — Puede hacerte eso y muchas cosas más, ya sabes a lo que me refiero.
—¡Michael! — Protestó avergonzada mirando alrededor, preocupada de que el deportista estuviera cerca y los oyera hablar de él de esa manera.
Pero por fortuna o, por desgracia, solo se topó con unos penetrantes ojos color café con destellos verdes, los del duque.
¿Por qué parecía tan enfadado ahora? Se cuestionó Sienna, observándolo en busca de respuestas. Si le dieran dinero por cada vez que él parecía molestarse con ella, ambos serían poseedores de una impresionante fortuna.
— No está, tranquila. — Dijo Michael refiriéndose al deportista y sacándola de sus pensamientos. — Vamos a pillar de esas otras. — Señaló otro árbol y comenzó a caminar con seguridad, con ella todavía encima. — Me gusta más el color que tienen esas.
El señor Kyong los vio alejarse una vez más, preocupado.
Sabía que el hombre era totalmente capaz de cuidarla y no la llevaría de esa manera si no tuviera la certeza de que podía hacerlo sin peligro. Pero, de todas maneras, le parecía innecesariamente arriesgado y le inquietaba que fuera caminando con ella sobre los hombros.
— No le pasará nada. — Le dijo Jason interpretando sus pensamientos, al tiempo que trataba de ocultar la diversión que le producía la reacción del duque.
Michael sabía perfectamente lo que estaba haciendo, era consciente de que molestaría a Cailean y precisamente por eso lo hacía. Esa y muchas otras cosas más que imaginaba que llamarían la atención del duque hacia Sienna.
Estaba firmemente decidido a juntarlos.
— Eh sí, lo sé. Solo veía que pretendían hacer. — Mintió, sin si quiera esforzarse por pensar una buena excusa.
Era un tonto por preocuparse, el juez tenía razón. Sienna era una mujer adulta y sí estaba dispuesta a correr ese tipo de riesgos, a su parecer totalmente innecesarios, era su problema.
— ¿Qué tal anoche? — Preguntó Jason para distraerlo, al tiempo que echaba una mirada alrededor. — Todos parecen bastante cansados.
— Normal. — Dijo tratando de parecer indiferente, arrancando una hoja del árbol a su lado.
Genial. Su humor iba de mal en peor.
Encima de encontrarse cansado, con un poco de dolor de cabeza y una increíble resaca, para colmo, luchaba por ignorar los flashes de recuerdos de la noche anterior que aparecían en su mente casi cada vez que pestañeaba.
En todos ellos aparecía siempre una tentadora Sienna envuelta en terciopelo azul, con aquellos delirantes zapatos altos y su provocativa boca roja.
Por si eso no fuera poco, tenía muchos espacios vacíos dentro de toda esa maraña de recuerdos...
Solo había una cosa de la que estaba completamente seguro, cargó con la señorita Bartlett hasta su habitación, porque ella estaba demasiado borracha y eufórica como para caminar en línea recta o llegar a un lugar concreto. A decir verdad, también él lo estaba, recordaba ese sentimiento desinhibido y fresco que otorgan varias copas de más, pero afortunadamente no estaba tan perjudicado como la doctora.
Lo cierto es que fue divertido verla así, tan suelta y despreocupada, sin mostrarse en guardia o cerrando ciertas puertas sentimentales para él. En cambio, ya no se lo pareció tanto cuando tuvo que llevarla a cuestas hasta la cabaña.
También recordaba que cuando llegaron, ella todavía no quería dormir así que se puso a hablar.
Ahora le parecía imposible averiguar que tenía aquella conversación que le parecía tan entretenida y estúpidamente divertida, pero lo cierto es que lo enganchó tanto que acabó acostándose al lado de ella para seguir platicando. En aquel momento le parecía un delito grave perderse alguna de sus palabras, irónicamente, en estos momentos, no conseguía recordar ni siquiera una.
A fin de cuentas, solo eran dos borrachos tirados en una cama, riéndose vete a saber de qué, increíblemente a gusto con su mutua compañía y sin que nada más en el mundo les preocupara.
En algún momento entre tanta cháchara, se había quedado dormido sin darse cuenta y por alguna razón, también sin ser consciente de ello, acabó en el suelo. En el duro suelo de madera junto a la cama de ella.
¿Qué demonios había sucedido?
A juzgar por la posición cómoda, relajada y totalmente estirada, adueñándose de todos los espacios disponibles de la gigantesca cama, en la que ella todavía dormía cuando él se levantó a la mañana siguiente, probablemente Sienna lo había empujado hasta tirarlo.
Le dolía todo. ¿Cómo no lo notó? Y ¿Qué demonios hacía todavía allí como si fuera una puñetera alfombra?
— Por fin te has levantado. — Murmuró ella todavía somnolienta.
— ¿Estabas despierta? ¿Cuánto tiempo llevas así?
— ¿El suficiente? — Escondió una risita.
— ¿Pensabas dejarme ahí tirado sin más?
— Bueno, me estaba empezando a preocupar que no te movieras. Pero no tenía muy claro si debía llamar a Caesar o Michael para que me ayudaran.
— Cualquiera de los dos se desharía de mí por ti sin si quiera pensarlo si se lo pides. — Comentó con fastidio mientras se sentaba con el cuerpo algo rígido.
Sus treinta y algo de años se sentían como setenta después de haber pasado una noche en el suelo sin siquiera utilizar una almohada.
— ¿Estás bien? — Preguntó Sienna algo preocupada, al verlo mover el cuello con una mueca.
Apenas se había despertado, tan solo un par de minutos antes que él, pero le sabía mal que el pobre hombre hubiese acabado allí abajo con todo el espacio que había en la blandísima cama.
Tampoco sabía cómo habría podido solucionarlo, era físicamente imposible para ella cargarlo para que estuviera más cómodo. Aunque era un hombre de complexión más bien delgada, era alto y bien musculado, no habría podido con él ni aunque lo hubiese intentado.
Lo máximo que podía hacer era colocarle encima una manta y ponerle una almohada bajo la cabeza, algo que pensaba hacer si no se hubiese distraído mirando la larga sombra que hacían las oscuras pestañas sobre las lisas mejillas, en las que empezaba a asomar algo de barba.
— No gracias a ti, Rose. — Murmuró haciendo referencia a la película Titanic, antes de recoger sus zapatos y marcharse sin mirar atrás, para comenzar con esa larga mañana.
— ¿¡Jack!? — Oyó que le gritaba ella justo antes de cerrar la puerta tras su espalda.
— No tan bien como la de ustedes, eso seguro. — Comentó Cailean con cierto toque de picardía, volviendo al presente.
Trataba por todos los medios de escapar de sus confusos recuerdos y, además, estaba desesperado por hablar de cualquier otra cosa que no fuera esa dichosa mujer que parecía estar en todas partes.
— ¿No? ¿Solo normal? — Insistió el otro hombre, que no pensaba dejar pasar esa oportunidad de interrogarlo un poco.
Era muy difícil leer a Cailean, saber que estaba pensando o que quería y, probablemente no volvería a tener otra ocasión como esta para hablar con él tan tranquilamente. Sí, lo mejor era intentar sonsacarlo ahora que todavía se sentía algo mareado y no era realmente capaz de expandir su característico manto de frialdad que dejaba a la mayor parte de la gente fuera.
— Yo vi como estaba ella vestida anoche, me envió fotos. — Insistió Jason. — Además, compramos juntos el vestido.
— ¿Por qué? — Preguntó, dejando salir algo de su frustración. — Ese traje era tan...
— ¿Espectacular? ¿Maravilloso? ¿Despampanante? — Agregó con una gran sonrisa. — Lo sé.
— Iba a decir que no pegaba nada con su estilo. — Refunfuñó. — Deberían de haber conseguido algo más adecuado.
— Eso lo era y, además, le sentaba de maravilla.
— Supongo. — Tuvo que aceptar, porque, aunque quisiera convencerse de lo contrario, debía ser sincero. Ella estaba hermosa, de una manera diferente a la habitual, pero muy bella, a fin de cuentas. — Fue idea de tu novio, ¿verdad?
— Es posible. — Aceptó sin querer admitirlo, pero fue incapaz de esconder una pícara sonrisa.
— ¿Por qué lo permitiste? Pensaba que tú eras el sensato en esa loca relación.
— Supongo que me dejé llevar un poco. — Lo divertía la reacción tan escandalizada de Cailean, como si hubiesen hecho algo extraño con Sienna y no simplemente comprarle un bonito vestido. — Además, quería que te dieras cuenta de una vez por todas de lo preciosa que es, porque su inteligencia, integridad y demás cualidades, supongo que ya las conoces.
El duque sabía de sobra lo hermosa que era Sienna incluso sin tener que hacer absolutamente nada, no era necesario que la convirtieran en una fantasía de terciopelo que lo torturaba seductora, incluso en sueños.
Había sido tan difícil centrarse y recordar de quien se trataba luego de tener encima unas cuantas copas de más...
— No era necesario que la preparasen toda para que yo me diera cuenta de eso. Tengo ojos con una visión perfecta, ¿sabes?
— ¿Estás seguro? — Le preguntó, escrutándolo detenidamente. — A veces me da la sensación de que realmente no sabes lo que tienes justo ahí, al alcance de la mano.
Afortunadamente Sienna y Michael escogieron justamente ese preciso momento para regresar, salvándolo de tener que responder a algo sobre lo que ni siquiera quería detenerse a pensar.
A medida que las parejas comenzaron a sentirse satisfechas con la cantidad de jugosas manzanas recogidas, empezaron a marcharse rumbo a la pradera que se encontraba a poca distancia, donde tendrían un agradable picnic. Con bonitas mantas de cuadros rojos y coquetas cestas repletas de comida incluidas.
Cailean se moría de hambre, le crujían las tripas solo con la idea de probar lo que habría dentro de alguna de esas anticuadas canastas de mimbre.
Él sinceramente habría preferido llevar una pequeña nevera con bastante champagne helado y unos cuantos bocadillos de algo consistente pero sabroso, pero a las gemelas Vaughan les gustaba hacerlo todo romántico, con un toque vintage, que recordaba a las entrañables películas en blanco y negro.
Como se hacía su época, pensó risueño y contentó de que ellas no pudieran escuchar sus pensamientos, de lo contrario le tirarían de las orejas por ese comentario tan impertinente, por llamarlas viejas. Sabían que eran mayores y estaban contentas porque habían tenido una maravillosa vida, pero no dejaban que él se los recordara ni de broma, igual que su abuela.
Para su desgracia y la de su estómago que no dejaba de rogar por comida, Sienna había vuelto a desaparecer. ¿Cómo hacía para perderla tan fácilmente?
Es verdad que era pequeña, pero su rubia melena llena de rizos no es que pasara precisamente desapercibida. Tendría que ponerle unos cascabeles en el tobillo o, tal vez, pedirle a Michael que le crease un elegante dispositivo que ella pudiera llevar puesto y que tuviera dentro un localizador GPS para poder encontrarla siempre.
Volvió a reírse entre dientes al imaginar su reacción, como mínimo le daría una patada en la espinilla por el simple hecho de querer marcarla con una campanita como se hace con las cabras. ¿Era acaso su destino estar rodeado de mujeres de armas tomar?
Tal vez por eso encontraba tan aburridas a todas las demás.
No es que realmente lo fueran, muchas de ellas eran increíblemente inteligentes, interesantes y talentosas. Pero no representaban ningún tipo de desafío, no replicaban ni se quejaban. Sólo lo dejaban hacer su voluntad como si fuera un rey o un dios.
Y sí, no iba a negar que eso en el fondo le gustaba, solo un tonto mentiroso lo negaría, pero también debía aceptar que se divertía muchísimo más cuando la dama en cuestión le replicaban o se enfurruñaba, como hacía siempre la doctora cuando algo suyo no le agradaba.
Luego de dar un par de vueltas más por el huerto, por fin la encontró. Trepada al final de una vieja escalera, precariamente de pie con la punta de los dedos y totalmente estirada intentando recoger una manzana.
¿Cómo una mujer tan increíblemente instruida podía ser tan descuidada? ¿No tenía ningún tipo de conciencia del peligro? ¿Ni una pizca de autopreservación? Se preguntó enfadado, encaminándose hacia ella para sostenerla antes de que acabara por caerse y romperse el delicado cuello.
— ¿Se puede saber qué haces ahí arriba? — Preguntó despacio, sosteniéndola de la cintura, para que ella no se asustara.
Aunque fue cuidadoso, no tuvo éxito porque Sienna dio un pequeño salto sorprendido al sentirlo. Afortunadamente Cailean estaba preparado precisamente para eso, por lo que la sujetó con más fuerza evitando que cayera.
— Perdón, no pretendía asustarte. — La ayudó a bajar algunos escalones, pero no del todo. — ¿Qué haces otra vez ahí arriba?
— Quería una manzana.
— ¿Y tenías que subir porque no hay cientos de ellas dentro de montones de cestas por todas partes?
— Fue mi culpa. — Dijo Tulip.
Entonces fue cuando Cailean finalmente se dio cuenta de que la señora estaba sentada allí al lado, en una cómoda silla con varios cojines mullidos y bajo una amplia sombrilla que la protegía del picante sol.
— Yo la quería y esta encantadora jovencita se ofreció a ayudarme. — Añadió la anciana.
— ¿Y tenía que elegir a la más bajita de todas las personas que hay aquí para que la ayudara? — Protestó sin moverse, e impidiendo que también la doctora lo hiciera.
— Relájate Duquecito. — Lo amonestó la mujer, utilizando el sobrenombre con que lo llamaba desde que era un bebé. — Tu muchacha solo está encima de una escalera, no le pasará nada.
Sienna estaba segura de que su cara tendría el color de la fruta que había intentado conseguir para la señora Vaughan, apenas si se atrevía a respirar por miedo a que lo notaran. Cailean, por su parte, iba a protestar diciendo que no era suya de ninguna de las maneras, pero se refrenó a tiempo recordando su plan, mientras que Tulip, los miraba con una sonrisa satisfecha.
Aquello no podría haberle salido tan bien incluso si lo hubiese planificado cuidadosamente.
—¿Cuál quería madrina? — Preguntó él agotado, sabiendo que la doctora no se bajaría hasta conseguirla o, que la señora se subiría ella misma si ambos se iban.
¿Madrina? ¿Tan estrecha era la relación de estas mujeres con Cailean? Se cuestionó Sienna mirándolos a ambos en busca de algún parecido o de algún tipo de evidencia que le contara la verdad.
Él le había comentado que eran amigas de su propia abuela, pero nunca imaginó que lo eran tanto hasta el punto de tener ese título o tanta confianza.
Ahora entendía porque las mujeres lo vigilaban constantemente, lo habían visto crecer, probablemente desde que estaba en el vientre de su madre. Por eso tanta familiaridad entre ellos. Por esa razón estaba él tan empeñado en que su farsa saliera bien y se preocupaba mucho por lo que las señoras pensaran.
Pero... si estas mujeres lo conocían tan bien como parecía y, además, eran expertas en relaciones, ¿no se habrían dado cuenta ya de que lo suyo no era más que un teatro?
Sienna no pudo pensar mucho más en ello, porque entonces él subió algunos escalones con la intención de alcanzar la dichosa manzana, aunque ella en realidad todavía no había acabado de bajar. ¿No habría sido más práctico quitarla del medio primero? Claro que no, Cailean siempre tenía que complicarlo todo.
Estaban completamente cerca. El duque, todavía algunos peldaños por debajo, enrollo más estrechamente el brazo alrededor de su cintura y se estiró levemente para alcanzar el famoso fruto prohibido.
El aroma de las highlands que ella siempre asociaba con él, se le envolvió en la nariz conforme el subía otro escalón. Podía sentirlo pegado en cada parte de su espalda, incluso percibía el movimiento rítmico de su respiración cuando el pecho se le hinchaba al inhalar aire.
¿Así de cerca estaban? Se preguntó, sintiendo que le faltaba un poco el aliento.
— La que está ahí, en el centro. La más roja, la que estaba justo en los dedos de la joven. — La mujer se fingía indiferente, abanicándose para alejar el pegajoso calor, pero sin perderse ni un solo detalle de lo que estaba sucediendo con aquella pareja.
Cailean afianzó los pies en uno de los escalones, sujetó firmemente la pequeñísima cintura de Sienna y alargó un poco más el brazo libre con la intención de agarrar la manzana.
Por un momento, se le pasó por la mente la idea de que comprendía como el ingenuo de Adán podría haberse sentido tentado de hacer lo que fuera por aquella fruta, sobre todo, si la forma en que Eva lo ayudó a conseguirla se parecía en algo a lo que estaba haciendo él.
No es que el realmente estuviera interesado en la doctora, no del todo al menos. Pero podía comprender que un hombre se sintiera algo nervioso teniendo a una dama que encontrarse atractiva entre sus brazos. Con las suaves curvas adheridas a su cuerpo, encajando con las suyas mejor que unas piezas de lego o, con sus sedosos mechones color miel y de dulce aroma avainillado, acariciándole las mejillas.
¿Vainilla?
¿Realmente así era como olía ella? Se preguntó hundiendo un poco más la cara en su descontrolada maraña de rizos.
Esa fragancia encajaba perfectamente con Sienna... No solo por el color suave y cremoso que tendría un helado o una espesa crema de ese sabor, si no por su carácter. Porque al igual que ocurre con el extracto de esa peculiar orquídea, ella parecía muy dulce a simple vista, pero podía resultar bastante fuerte si uno se atrevía a probarla o, en este caso, a conocerla.
— ¿Acabas de olerme el pelo? — Preguntó la doctora con un susurró desconcertado.
¡Maldición! ¿Realmente había hecho esa tontería? Se preguntó avergonzando.
¿Desde cuándo el aroma de una mujer lo llevaba a olisquearla? Obviamente le gustaba que las damas con las que se relacionaba tuvieran aromas agradables, preferiblemente no muy fuertes o penetrantes. Pero de eso, a olerla abiertamente...
¿Qué le estaba haciendo Sienna?
— ¿Qué? ¡No!, ¡claro que no! — Mintió, alejándose con rapidez. — Que tontería. Es que tu melena siempre está en todas partes y se me ha metido en la cara. — Dijo, aunque no muy convencido, haciendo como que escupía para quitárselo de lo boca.
— Bueno, espero que realmente sea eso. La otra opción es muy rara, incluso para ti. — Murmuró todavía desconcertada, podría jurar que él realmente la había olfateado.
Pero ¿por qué? ¿Tendría mal olor? Es verdad que estaba haciendo mucho calor... Se preguntó preocupada.
— ¿Qué más sería si no, doctora? — Protestó fingiéndose indignado y bajando los escalones que le quedaban.
Cuando estuvo otra vez en tierra, le entregó la dichosa manzana a la señora Vaughan, tomó a Sienna de la cintura y también la bajó sin esfuerzo alguno. Quería alejarse de las escaleras, de la fruta o cualquier otra cosa que le estuviera nublando el razonamiento.
— ¡Ay! ¡Eso no era necesario! — Se quejó asustada. Sabía que él no la iba a tirar, pero la sorprendió que la bajara tan repentinamente.
Él estuvo unos segundos más de lo necesario sosteniendo su cintura, como si sus manos se hubieran quedado adheridas allí o, realmente, como si dejarla ir fuera un esfuerzo que no era del todo capaz de hacer. Más en cuanto se dio cuenta de ello, la soltó con tal rapidez, que incluso le dio un pequeño empujón, por el cual se ganó una mirada enfurruñada.
Eso estaba mejor.
— Da igual ya estás en tierra firme. ¿Podemos irnos a comer ya? Para eso venía a buscarte.
— Sí mi precioso Duquecito, alimenta a la muchacha. Recoge una cesta de las que están allí y vayan hasta el prado. — Comentó Tulip, mientras pelaba despacio la fruta que él le acababa de entregar. — El mejor sitio es debajo de aquel árbol, ¿lo ves? ¿Estás viendo o no? — Insistió la mujer, al notar que él no le prestaba mucha atención, desesperado como estaba por alejarse. — Llévala allí, es el sitio ideal para alguien con la piel tan clara como ella.
— Gracias señora, será un alivio poder estar a la sombra.
— No es nada querida, gracias a ti por conseguirme esta deliciosa manzana.
Cailean soltó un suspiro aburrido y se encaminó a buscar la comida donde le había dicho su madrina. Quedaban pocas cestas, lo que significaba que ya casi todo el mundo estaba disfrutando de su delicioso almuerzo, mientras, él estaba allí de pie escuchándolas hablar sobre sol y lugares frescos como un tonto.
— No se lo tengas en cuenta cielo. — Murmuró la mujer, malinterpretando la mirada malhumorada de Sienna. — Suele ser así cuando está cómodo con alguien, de lo contrario se mostraría gélidamente correcto y nada más.
— Comprendo... Gracias, por, la información. — Tartamudeó sin tener muy claro que decirle, porque realmente le daba igual si estaba a gusto con ella o no, pero debía disimular. — Será mejor que vaya a buscarlo. — Le hizo una improvisada reverencia a Tulip y luego salió corriendo hacia donde estaba Cailean.
¿Acababa de hacerle una reverencia a la señora? ¿Por qué había hecho esa tontería? Los nervios siempre te llevan a hacer bobadas Sienna. ¿Y por qué demonios se había alterado tanto? Se reprochó, sin dejar de caminar, tratando de alejarse lo más pronto posible.
Casi una hora después, habían acabado con toda la comida.
Ésta había constado de varios snacks fríos a base de jamón, queso, mucha fruta y por supuesto, una infaltable botella de frío y sabroso vino.
Tenían extendida la manta bajo la agradable sombra del gran árbol que les había recomendado una de las gemelas. Sienna estaba deliciosamente saciada después de haber comido tanto, así que se recostó contra el grueso tronco dejando salir un suspiro satisfecho.
Cerró los ojos disfrutando de la placentera brisa proveniente del mar, que jugaba libremente con algunos mechones que se le habían escapado del improvisado moño que se hizo por el calor y, le hacían cosquillas tanto en las mejillas como en el cuello. Pero lejos de molestarla, aquellas suaves caricias la relajaban y agradaban.
El aroma, un poco empalagoso pero agradable, de las flores que los rodeaban, llegaba por oleadas hasta su nariz con los movimientos del viento, demostrando como el aire era renovado sin descanso.
Los rayos de sol, que se colaban traviesos entre las hojas del gigantesco árbol, jugaban a hacer formas peculiares, caprichosas y constantemente cambiantes, sobre sus parpados cerrados. Las voces del resto del grupo se escuchaban suaves, lejanas, apenas como zumbidos de abejas, aumentando la sensación de estar sola en aquella maravillosa pradera.
Desafortunadamente, su espléndido e idílico remanso de paz, fue terminado bruscamente por un extraño peso sobre sus piernas. Era evidente que se trataba del duque pues no había más nadie cerca, pero aun así abrió rápidamente los ojos, sólo para ver que pretendía hacer ese tonto ahora.
— Es solo para resultar más creíbles como pareja, ya lo sabes. — Le explicó, acomodando mejor la cabeza sobre esa improvisada almohada que eran los mulsos de Sienna.
Sabía que no era cierto, él simplemente pretendía estar cómodo y a gusto ahora que tenía la barriga llena y quería descansar. Iba a apartarlo con un poco amable empujón, cuando dos hombres pasaron caminando tranquilamente por delante de ellos, en busca probablemente de algo más que beber.
Los saludaron cortésmente, antes de seguir su camino intercambiando algunos cuchicheos. Eso fue raro, pensó Sienna, pero el duque no les prestó la más mínima atención y cerró los ojos, volviendo acomodarse sobre el regazo femenino como si estar allí fuera lo más normal del mundo.
— Ellos no entienden que haces aquí. — Comentó un poco después, cuando ella ya empezaba a pensar que se había quedado dormido.
— ¿Cómo? — Preguntó, sin comprender de que estaban hablando.
Había estado distraída observando cada detalle de su cara.
Imaginado como sería seguir la línea de sus gruesas y atractivas cejas, bajando por el contorno de su recta nariz, o tal vez por los afilados pómulos altos...
¿Qué haces Sienna? ¡Céntrate!
Ah, pero es que era tan difícil. Los dedos le quemaban por las ganas de enterrarlos en entre esa espesa, oscura y lisa melena que parecía estar siempre bien peinada hiciera lo que hiciera.
— Los hombres. — Siguió explicando Cailean, sin molestarse en abrir los ojos. — Ellos no logran comprender que hace una mujer como tú en un evento como este.
— ¿Y que se supone que quiere decir eso? — Preguntó sin tener claro que esperar, con Lord Antipático realmente podía ser cualquier cosa.
— Que no les cabe en la cabeza que una mujer inteligente, independiente y hermosa, como tú, esté disponible. — Dijo de manera desinteresada, pestañeando varias veces con rapidez para luchar contra la penetrante claridad del día. — No pueden creer que nadie te haya atrapado antes.
— ¿Y tú no les dijiste nada? ¿Que soy insoportable o algo así?
— No, porque no lo comprenderían. — Murmuró con una enigmática sonrisa, sin apartar los ojos del cielo azul sin nubes.
— ¿Qué cosa?
Cada vez lo comprendía menos, cuando empezaba a creer que podía descifrar por donde irían sus pensamientos o ideas, él le salía siempre con algo completamente diferente. ¿Por qué tenía que ser tan indescifrable e intrigante?
— Las mujeres como tú no se atrapan, ni se conquistan o, cualquier tontería de esas. — Dijo por fin mirándola, apresándola dentro esos oscuros pozos color chocolate con motas verdes. — Se acompañan, si eres afortunado.
A Sienna se le quedó la respiración atascada en la garganta, no sabía cómo reaccionar o que decirle.
¿El duque realmente pensaba de esa forma de ella? Sabía que la consideraba inteligente, por eso estaba tan empeñado en contratarla, incluso podía imaginar que le caía bien, pero nunca pensó que tendría tan buen concepto de ella.
Él se removió un poco incómodo en su sitio y volvió a sentarse para disimular.
Conocía de sobra lo que venía después de esa confundida mirada y de esa sonrisa atontada que aparecían casi de manera inconsciente en el rostro de las mujeres. Oh sí, luego de eso llegaban siempre los mensajes insistentes, los corazones, las flores, los sentimientos...
No creía que la doctora fuera de esa clase de chica, de las que se emocionan por la más mínima muestra de aprecio, pero de no ser así, ¿por qué lo estaba contemplando de esa manera entonces?
— Sin embargo, tenías razón antes. — Bromeó él, tratando desesperadamente de volver a la normalidad. — Al final tuve que decirles la verdad a los pobres hombres, que tienes un montón de manías raras y que eres verdaderamente irritante. — Acabó con una enorme sonrisa que ella enseguida le devolvió.
— Ya me parecía extraña tanta amabilidad. — Dijo, lanzándole una servilleta a la cara fingiendo estar fastidiada. — Y gracias por lo que dijiste antes. — Añadió esta vez más seria, porque realmente la había impresionado que hablara tan bien de ella sin tener razones para hacerlo.
— Sí, como sea. — Comentó rebuscando dentro la cesta intentando encontrar algo más que comer y, sobre todo, tratando de restar importancia al asunto.
Le gustaba, se divertía con ella y si tuviera que escoger alguna mujer con la que pasar las tardes haciendo cosas absurdas o, tremendamente serías, esa sin duda sería Sienna, pero aún así no creía que le agradase de un modo realmente romántico.
Por tanto, no quería que ella fuera hacerse ilusiones y luego terminase teniendo que romperle el corazón al no corresponderle, la doctora se merecía algo mejor que eso, sin duda.
— ¡Sabía que te caía bien! — Canturreó emocionada, arrodillándose delante de él para despeinarle el pelo como si fuera un cachorro. — Aunque ni siquiera de esta forma conseguirás que trabaje para ti.
— Bueno, tenía que intentarlo. — Dijo encogiéndose de hombros con una sonrisa. — Aunque, a decir verdad, ya perdí las esperanzas de eso, Señorita Premio Nobel.
— ¡Shh! — Lo silenció asustada, colocando ambas manos en su boca y mirando alrededor por miedo a que alguien hubiese oído.
Era un milagro que las noticias no hubiesen llegado todavía hasta allí, así que lo que menos deseaba es que todos se enterasen del asunto gracias a un lord lengua floja.
Luego de otear desde donde estaban, más tranquila porque al parecer nadie había escuchado nada, volvió sus ojos hacia él que tenía los suyos muy abiertos y la miraba. Ella tuvo la misma reacción al darse cuenta de lo cerca que estaban sus cuerpos, sus narices casi se chocaban entre sí y además lo estaba tocando.
En ese instante fue consciente por primera vez de su boca suave, todavía húmeda por la manzana que acababa de devorar y, al mismo tiempo, increíblemente cálida, bajo la sensible palma de la mano.
Se sintió como si le estuviese depositando un ardiente beso justo allí.
Una corriente eléctrica le recorrió todo el brazo, como si acabase de acariciar un cable pelado y este le hubiese dado golpe de energía.
— Perdón. — Dijo apartándose rápidamente y dejando caer de trasero sobre la manta.
¿Estaba loca? ¿Qué necesidad tenía de acercarse tanto a él?
Cailean permaneció unos segundos más como estaba, todavía en shock, sintiendo como grabada la calidez de ella todavía sobre sus labios. Le picaban como si hubiese comido algo deliciosamente picante y tuvo que apretarlos un par de veces para que la sensación por fin se marchase, aunque no lo abandonó del todo.
¿Qué acababa de pasar? Se preguntó sorprendido.
Miró las pequeñas y blancas manos de ella apretadas fuertemente sobre su regazo. ¿Habría sentido también Sienna esa extraña comezón? Se cuestionó mordiéndose la boca sin poder evitarlo.
Electricidad estática.
Sí, tenía que ser eso, sin duda. ¿Qué más si no? Cualquier otra opción era simplemente absurda incluso para considerarla.
— Me has asustado. — Comentó tratando de bromear. — ¿A qué ha venido esa mordaza repentina? Sé que normalmente te resulto insoportable, pero ¿tanto?
— Lo siento. — Añadió sonriendo y aceptando el chiste, después de todo era la forma más sencilla de evitar explicar lo que acaba de pasarle. — Es que dijiste lo del premio y me preocupó que alguien hubiese oído.
— Lo capto, nada de hablar del Nobel entonces. — Susurró en alto y luego se tapó la boca fingiendo sorprenderse por haberlo mencionado otra vez.
— No tienes remedio. — Aceptó riéndose algo más tranquila.
NOTA DE LA AUTORA:
Hola mis bellas personitas, ¿cómo están?
¿Qué piensan de este capítulo de hoy? Seguimos con más actividades y cada vez más tensión entre nuestros chicos.
¿Les ha parecido muy largo? Estuve montón de tiempo decidiendo si lo dejaba así o lo acortaba, pero sería mejor si me contaran como los prefieren ustedes.
Muchas gracias por el amor y las estrellas que me dejan.
¡Besotes!
Nos leemos ❤.
J.J.
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