🌺 Capítulo 10
🎧 Canción del capítulo: Angel Baby — Troye Sivan.
Segundo día de viaje — Actividad: Cita en la galería de arte.
Leía Sienna en el planificador que se había hecho para recordar que debían hacer cada jornada, mientras comenzaba a vestirse.
Le gustaba tener todo bien organizado. Era consciente de que no todo puede estar perfectamente estructurado siempre, los imprevistos existen, pero le agradaba tenerlo todo tan planeado como fuera posible. Cuantas menos sorpresas, mejor.
En esa ocasión optó por llevar, un clásico pantalón estilo sastre a la cintura y una sencilla camisa de seda blanca. Era un estilo sobrio, elegante, ligero y lo más importante, fresco. Evidentemente no tanto como le habría gustado para la isla, pero con eso bastaría por unas horas.
Aunque, ahora estaba teniendo ciertas dudas con el conjunto. Viendo los vaporosos y coloridos vestidos que habían optado por vestir la mayoría de las huéspedes desde que llegaron, se sentía un poco apagada, tal vez incluso aburrida. Como una sosa y apagada margarita blanca, entre un montón de vivaces y llamativas rosas, tulipanes o peonías.
¿Bueno a quién le importaba?
Así era ella, no tenía que cambiar para agradar a nadie. Si esa ropa la había ayudado a conseguir unos cuantos inversores para sus proyectos de la universidad, le tendría que funcionar también para pasar una tarde entretenida en una galería de arte.
Además, estaría en compañía del señor Kyong y él sería quien menos iba a fijarse de todos. Al menos, a quién menos le importaría o ella intentaría agradar.
Al parecer, acudir a una inauguración de una exposición artística era la nueva moda entre las citas. Puesto que normalmente tenían lugar por la tarde noche, un horario que normalmente resulta cómodo. Pero sobre todo porque se puede disfrutar de algo de arte, que nunca viene mal, relajarse bebiendo algunas copas vino y mantener una conversación agradable sin ruidos excesivos alrededor. Todo ello sin perder la comodidad y tranquilidad que da estar rodeado de gente en caso de que la persona de la cita sea desagradable.
Aparentemente, si ese pequeño acercamiento tenía buenos resultados para la pareja, luego podían salir juntos a cenar y lo que sea que surgiera después; pero en cambio si las cosas iban mal, las personas se despedían al finalizar el evento y a otra cosa.
Para Sienna todo eran ventajas en ese nuevo método, quien lo hubiese inventado sin duda merecía un aumento o algo así, porque le parecía una idea estupenda. Lástima que en realidad ella no pudiera decirle adiós a lord Antipático tan pronto, bueno, puede que estuviera empezando a acostumbrarse a pasar tiempo con él.
Cuando oyó el sonido del carrito del joven mozo del hotel, se apresuró a recoger lo que necesitaba y salir para no hacerlo esperar mucho con aquel clima tan ardiente.
— Bien, siempre llegas a tiempo. — Gritó Sienna a Caesar mientras corría hacia el pequeño coche, que arrancó tan pronto como ella se sentó. — Toma, te he traído algo para beber, hace demasiado calor. — Le pasó una lata de cola helada mientras se sentaba sin apenas mirarlo.
Que extraño, él normalmente no mostraba tanta prisa.
— Gracias doctora.
— ¡Ay que susto! — exclamó al oír la voz del duque en lugar de la del muchacho. — ¿Qué hace aquí? ¿Dónde está el chico?
— Le he robado el coche — bromeó con picardía, guiñándole un ojo con complicidad. — Vamos, acomódese bien antes de que descubran donde estoy.
— Espero que no haya metido en líos a ninguno de los empleados.
— No, deje de preocuparse. Tenía permiso para hacer esto.
— ¿De quién? — Cuestionó sin estar segura de si debía creerle o no.
Todo le parecía demasiado sospechoso. El señor Kyong le daba la sensación de ser más bien de los que actúan primero y preguntan después, por lo que dudaba seriamente de que realmente hubiese solicitado previa autorización para llevar él mismo su coche.
— De mí mismo. — Le regaló una sonrisa maliciosa y volvió a centrarse en el camino.
Ya le había parecido muy raro que el muchacho saliera tan precipitado, sin siquiera saludarla de manera animada como acostumbraba a hacer. Claro, porque en realidad no era él, si no un pícaro ladrón que parecía estar pasándoselo en grande con el delito del que la estaba haciendo cómplice.
Solo esperaba que ninguno de las personas que trabajan allí tuviera problemas por esa pequeña fechoría del duque.
Cailean sabía perfectamente que no le sucedería nada a nadie. Para empezar, porque no estaban haciendo nada malo y luego porque en caso de que pasara algo, hablaría con las señoras para solucionarlo todo. Él nunca pondría en riesgo el trabajo de otra persona solo para divertirse, aunque a veces diera esa impresión, como ahora.
— ¿Emocionada con la actividad de hoy? — Preguntó con genuina curiosidad.
Era precisamente una de las que a él más le gustaba, le agradaba acudir a ese tipo de eventos en los que siempre había cosas hermosas y dignas de ver. También le encantaba la idea de conseguir alguna pieza bonita que llevarse a casa o regalarle a su familia.
Además, al igual que pasaba al parecer con el amor y las relaciones, también era una buena forma de hacer negocios. Aunque esa parte ya no lo emocionaba tanto, a muchos inversores les gustaba fingir que apreciaban la cultura y el arte del lugar. Como si los millones que pensaban gastar no tuviesen gran importancia o fueran personas de lo más cultas por acudir a ese tipo de reuniones.
Desafortunadamente la muestra de esa tarde ya la conocía bastante bien y aunque le gustaban unas cuantas cosas, ninguna estaba en venta.
— Así es, me gustan mucho este tipo de eventos. Desafortunadamente no suelo tener tiempo para ir a visitarlos.
La exposición que verían esa tarde estaba conformada por una pequeña parte de la extensa colección de arte familiar de las gemelas Vaughan. Había sido comenzada por la esposa del primer dueño de la isla, bueno, no era realmente el primero, pero sí el que primero al que todos querían recordar como tal.
Él era un agradable barón inglés, algo vergonzoso, callado, e increíblemente interesado en la botánica. Tanto que había dedicado gran parte de su vida a recorrer el mundo en busca de nuevas especies de plantas. Hasta que llegó a esta pequeña isla, donde se enamoró del lugar y por supuesto de una mujer.
Según le había contado Caesar, cuando el primer señor Vaughan había llegado a sus costas, la isla estaba bajo el mando de un horrible hombre americano que maltrataba a sus habitantes y los explotaba. El barón era un buen amigo del dueño e inconsciente de los abusos que este acometía en contra de los nativos, estaba totalmente encantado de poder conocer aquel lugar tan poco explorado o estudiado.
Una tarde, mientras paseaba por una de las zonas más alejadas y de difícil acceso, lo sorprendió una gran de tormenta tropical. Una de esas peligrosas e incontrolables que arrasan con casi todo a su paso, por lo que se perdió y tuvo que refugiarse en una pequeña cueva para mantenerse a salvo.
Casi muerto de frío y ardiendo en fiebre, lo encontró la hija del jefe tribal cuando ya todo había acabado.
Los verdaderos gobernantes, habían comandado siempre con respeto y bondad. Pero eso sucedió antes de que fueran sometidos por unos nuevos conquistadores violentos, a quienes, en su ingenuidad, habían recibido con los brazos abiertos creyendo que solo querían compartir un poco de su comida o costumbres.
Cuando el enfermo muchacho apareció, todos estaban algo asustados de que les culparan por lo que le sucedía al extranjero o peor, que tuvieran que pagar las consecuencias si algo peor le pasaba joven. Aun así, pese al riesgo que conllevaba cualquiera de las opciones, decidieron cuidarlo hasta que estuvo completamente recuperado.
Allí, él conoció por fin la verdad de lo que sucedía a todas aquellas pobres gentes y prometió ayudarles como pago por haberle salvado la vida, incluso pese a poner en riesgo las suyas propias.
Pero Desafortunadamente las cosas no fueron tan simples como el joven esperaba y su amigo resultó no ser tan agradable como siempre le había mostrado.
La situación parecía ir cada vez peor para todos, pese a los insistentes intentos del viajero por solucionarlo todo. El jefe, preocupado al ver alejarse su libertad otra vez después de haber estado tan cerca, ofreció al biólogo la mano de su hija en matrimonio. Sabía que al joven barón le gustaba su muchacha mayor, la que lo había encontrado y cuidado tan diligentemente, pero para su sorpresa él la rechazó y lo único que pidió a cambio fue que los habitantes lo ayudasen a cultivar y cuidar de las exóticas plantas que podía traer de todas partes del mundo.
Porque si algo tenía claro, es que pensaba quedarse todo el tiempo que le fuera posible, en aquellas verdes, húmedas y cálidas tierras. En las que todo parecía germinar con increíble facilidad, como si estuvieran bendecidas por el mismísimo Dios.
Lord Vaughan no rechazó a la hermosa mujer porque realmente no estuviera interesado en ella, si no porque no quería que estuviera obligada a pasar el resto de su vida con él si no lo deseaba así. Sabía que esa era una práctica habitual entre muchos pueblos, ofrecer el mayor tesoro que poseían, en este caso su bondadosa hija mayor, como pago por la ayuda; pero que fuera algo normal no significaba que tuviera que aceptarlo.
Lo cierto es que prefería darse tiempo para conquistarla antes de casarse, para que ella aprendiera a amarlo, así como estaba haciendo él. Y si eso no llegaba a suceder, dejaría que la muchacha fuera libre de estar con quien ella deseara, aunque eso le rompiera el corazón.
Al final, luego de muchas discusiones e incluso un duelo de caballeros armado, el barón consiguió alzarse victorioso, comprando el pequeño trozo de tierra por un precio muy por encima de su valor y sacando para siempre a aquel hombre horrible del lugar.
¿Pero quién realmente puede ponerle un valor a la libertad? O al amor...
Porque también resultó que Gaia, así se llamaba la hija del jefe, estaba enamorada de él casi desde que le había encontrado moribundo en aquella cueva. Por lo que se casaron en una animada ceremonia, poco después de que todo volviera a estar en paz.
Como él quería que su esposa conociera y viera todo lo que el mundo podía ofrecerles, sin límites, se dedicaron a viajar tanto como les era posible. Gaia en busca de arte, pues se había enamorado de eso cuando el barón Vaughan la llevo de visita a multitud de museos durante su luna de miel y él en busca de especies vegetales.
Pero, sin importar lo lejos o cansados que estuvieran, siempre volvían a descansar a su pequeña isla. En la que se encontraron, enamoraron, formaron una familia y pudieron ser felices para siempre.
Razón por la cual el lugar era tan especial y las gemelas creían que tenía una especie de magia propia y singular que la conectaba con el amor verdadero.
Sienna y Cailean no llegaron a entablar una larga conversación antes de llegar a la extensa galería, que estaba situada en uno de los laterales de la gran casa central del complejo hotelero. No había distancias realmente considerables entre las diferentes salas del alojamiento, pero era mucho más sencillo y cómodo moverse en aquellos mini coches que a pie.
El lugar tenía una de las paredes hecha totalmente de grueso cristal transparente, desde donde se conseguía divisar la costa en todo su esplendor. Se podía ver sin esfuerzo el color dorado blanquecino de la arena, contrastando a la perfección con el turquesa reluciente del mar. Tal vez hasta sentirlo, aunque eso no fuera realmente posible.
Estar en aquella sala era como ver arte incluso desde la misma playa.
Estaba tan exquisitamente diseñada que pese a tener tanta claridad y mar alrededor, las obras estaban totalmente alejadas de luz directa del sol y del salitre del agua que podrían estropearlas irremediablemente. También la temperatura estaba regulada de la manera adecuada, para que las grandes cantidades de calor tan habituales en aquella zona no estropeara la calidad de las piezas.
Caesar le había comentado la noche anterior, mientras la llevaba de vuelta a su cabaña, que esas eran las primeras obras que la señorita Gaia había adquirido. A las que se habían añadido algunas piezas especiales para la familia, por eso decidieron conservarlas precisamente allí. El lugar que les parecía más seguro, en donde comenzó todo y, además, aprovecharlas ahora para mostrarlas a los selectos visitantes.
Pues el arte se va muriendo de a poco si no tiene nadie que lo vea o lo aprecie.
Después de todo, ¿qué sería un cuadro si en el valor que le dan las personas? Un simple paño cubierto de pigmentos de colores. El arte necesita sentirse vivo colgado de una pared que lo haga lucir especial, respirar lejos de la oscuridad de las bodegas donde se les guarda cuando no están expuestos y, sobre todo, precisa alimentarse de la admiración de la gente para tener algún sentido.
— Vamos, le contaré cosas de algunas de las obras. — Dijo Cailean colocando una de las femeninas manos en el hueco de su brazo y tirando de ella para entrar finalmente.
Sienna se había quedado fascinada en la gigantesca puerta de entrada, contemplando el conjunto completo de cuadros, esculturas y mar en calma que componían aquella luminosa, fresca y limpia habitación.
Porque, sin lugar a duda, aquella pacífica e idílica costa, recortada como si tuviera un elegante marco de cemento, era una de las mejores pinturas efímeras y a la vez permanente, que poseía la galería. Nunca mostraría la misma imagen dos veces, un segundo después de haberla visto ya ha cambiado para siempre, pero al mismo tiempo, se mantendría imperturbable y hermosa eternamente.
No habría barnices gastados que oscurecen la pintura, ni pequeñas piezas de mármol que se desgastan o se caen por el paso de los años, no. Esa arena y ese mar se mantendrían siempre allí, imperturbables, incluso cuando ya no quedara nadie.
— ¿Información real o se la irá inventando a medida que nos situemos delante de cada obra? — Preguntó, encontrando por fin sus palabras.
— Datos rales. — Comentó fingiéndose ofendido, sabiendo que era totalmente capaz de hacer lo que ella decía. — Pasé unos cuantos veranos aquí cuando era niño.
— ¿Lo dice en serio? — No estaba segura de si debía creerle, pero él parecía sincero esta vez. — ¡Que afortunado!
— Supongo, aunque fue mucho antes de que todo este mega complejo fuera construido y había solamente una gran mansión y costosas salvajes.
— Mejor aún seguro.
— Para un niño extremadamente curioso, sí. Había infinidad de tesoros que buscar, y animales raros que investigar. Además, podía ser cualquier cosa que deseara, incluso un peligroso pirata. — Bromeó poniendo mirada sugerente.
— Suena estupendo, como el verano perfecto.
No era difícil imaginar a un pequeño travieso, corriendo libre por aquellas playas vacías, recogiendo conchas y pequeños cangrejos, haciéndose un fuerte con hojas gigantescas. Pretendiendo ser el dueño de todo aquel reino inventado o un simple nativo en busca de comida.
Pero solo, siempre solo.
Todavía era un poco así, aunque él no se diera cuenta. Quedaba mucho de ese pequeño niño que casi nunca tuvo con quien compartir juegos, experiencias o diabluras.
Existía una especie de manto de soledad inherente a él que lo acompañaba siempre a todas partes y que se encondía detrás de esas fachadas de frialdad o antipatía, aparentemente tan características del duque. No tenía ni idea de que podría haberle causado eso, era muy seguro, carismático, además, parecía haber sido muy querido y capaz de obtener todo lo que deseaba sin necesidad de mucho esfuerzo, pero allí estaba de todas maneras aquella dolorosa sombra.
Ella era perfectamente capaz de reconocerla porque había sido igual, una pobre niña desesperada por tener amigos o alguien con los que compartirlo todo.
Había tenido a sus primos, es cierto, pero eran tan pocas las ocasiones en que podían estar juntos que apenas contaban. Recordaba haber estado sola la mayor parte del tiempo, leyendo o estudiando cuando debería de haber seguido jugando.
No se arrepentía de como habían acabado las cosas para ella, después de todo logró hacer algo que adoraba y era feliz con su trabajo. Pero a veces, sólo a veces, tal vez cuando hacía mucho frío o se le metía un poco de melancolía en el corazón, anhelaba haber disfrutado, correteado o brincado igual que todos los demás.
— Lo fue — comentó él tratando de evitar el tema.
Imaginaba lo que la doctora podría estar pensando y no quería meterse en esa conversación ni ahora, ni probablemente nunca. No necesitaba su lástima o compasión, en caso de que quisiera dársela.
— Vamos, consigamos un par de copas de champagne y veamos a uno de mis antepasados. — añadió para distraerla.
— ¿También hay uno de ellos aquí?
— Así es, Kendrick Murray, quinto duque de Allenbright. Al parecer una pobre tataratía de las gemelas estaba perdidamente enamorada de él, tanto como para conseguir un gigantesco retrato suyo.
— Wow, eso sí que es amor... U obsesión, depende de cómo se mire. —comento con una sonrisa.
Bebió con gusto un trago de la copa que acababa de entregarle. El frío líquido espumoso le hizo unas deliciosas cosquillas en la garganta y le envió un escalofrío por el cuerpo. La sensación provocó que cerrara con fuerzas los dedos, que seguían apoyados con total naturalidad sobre el fornido brazo del señor Kyong.
En cuanto sintió ese pequeño movimiento involuntario, el duque colocó su otra mano sobre la de ella, cubriéndola con su agradable calor y tratando de calmarla incluso de manera inconsciente.
Ninguno de los dos se había dado cuenta realmente de eso, así que siguieron caminando en busca de la pintura mencionada y mirando de reojo las demás como si no hubiera sucedido nada. Como si no estuvieran realmente compenetrados, como si no encajaran tan perfectamente, aunque fueran dos piezas sueltas de puzles opuestos.
Se dirigieron directamente hacia el final de la sala, hasta la gran pared blanca coronada por un inmenso cuadro que retrataba a una encantadora pareja.
— Empecemos por este, aquí tiene a las personas más famosas de la isla. — Pronunció Cailean deteniéndose ante la gigantesca pintura de marco labrado que ocupaba casi todo el espacio disponible. — lord Vaughan y su encantadora esposa lady Gaia.
— Vaya... ella era verdaderamente preciosa.
Murmuró admirando a la bella mujer que le sonreía desde el lienzo. Con su oscura melena recogida en un elegante moño, envuelta en un precioso y elegante vestido de seda morada que resaltaba el color bronceado de su piel.
Parecía muy segura y decidida, pero de alguna manera sin dejar de lucir bondadosa. Además, su postura, recostada con comodidad sobre el barón, mostraba sin necesidad de palabras todo el amor que sentía por su marido.
— También él, a decir verdad. Me parece bastante atractivo.
Añadió cuando dirigió su mirada al encantador hombre pelirrojo, más bien delgado y de aspecto intelectual, que sostenía a su esposa como si fuera el tesoro más preciado del mundo.
— Sabía que le gustaría. Con ese aire de cerebrito que tiene, imaginé que sería totalmente su tipo.
— ¿Qué quiere decir con eso?
— Que parece de la clase de tipo listo que se pasaría horas con su microscopio, junto a usted y que la haría poner ojos de corazón.
— ¿Y qué hay de malo en eso?
— Nada en realidad. Pero creo que al final sería aburrido, los dos siempre metidos en la misma rutina. Sin saber en dónde acaba el trabajo y empieza la relación.
— ¿Con quién me recomendaría salir entonces? — preguntó solo para probarlo.
Aunque, de repente se sentía intrigada por conocer la opinión que él tenía de ella, como la percibía, que clase de persona pensaba que era. O con quién le parecía que ella encajaba.
— No lo sé, ¿con alguien divertido, tal vez? Un poco canalla, con cierto peligro. Alguien que la haga ver que hay muchas más cosas en el mundo que podría estarse perdiendo.
— ¿Como Trevor...? — preguntó dudosa.
Tenía que admitir que lo dijo solo para molestarlo, pues esa descripción que había hecho se acercaba peligrosamente a sí mismo.
— Sí, como el señor Hayes. Efectivamente. — Contestó como si se hubiera molestado, no esperaría que pensara en él, ¿o sí? — Vamos a mirar el resto de las cosas.
— Es consciente de que no sabe nada de mi ¿verdad? De lo atrevida o peligrosa que puedo llegar a ser en realidad.
Él se tomó un momento para mirarla, como si la estuviera analizando y pensando en lo que acababa de decir. Sabía que era una bobería, ella no era nada de esas cosas, era más bien aburrida, tal y como había descrito Cailean antes, pero era algo que en realidad él no podía saber con exactitud todavía.
— Tiene razón — aceptó con una picara sonrisa que parecía guardar muchos secretos. — Puede que usted pusiera el fuego en esa aburrida relación. Olvídese del señor Hayes.
Luego de decir eso, como si estuviera conforme de poder deshacerse del deportista tan rápidamente, retomó sus pasos tranquilos por el lugar.
Ella no acabó de comprender que quería decir él, ni porque había aceptado tan pronto sus palabras, pero tampoco deseaba ahondar más en ello. Por lo poco que lo conocía, ya podía imaginar que sería algo que la haría enfadar, así que era mejor ignorarlo.
En medio de la sala habían situadas magistralmente dos grandes esculturas de mármol blanco. Estaban relacionadas entre sí, aunque alejadas. Es decir, que formaban parte de la misma pieza, pero las habían situado separadas.
La que se encontraba más al fondo representaba la figura de una mujer. Ella parecía estar corriendo hacia algo o más bien en dirección a alguien. Lucía una mirada llena de amor y anhelo, cubierta por cierto toque de preocupación, producido seguramente por no poder alcanzar aquello que tanto anhelaba. Su amante.
Tenía un delicado vestido que daba la sensación de estar volando con el viento y por su carrera apresurada hacia él, también el pelo se veía de la misma manera. Tan realista, tan suave, que parecía tener un movimiento increíblemente dinámico y orgánico que daba la sensación de que se estaba contemplando verdadera tela ondeando. Así como los mechones ondulados de su melena, que parecían estar saltando y sacudiéndose a causa del rápido desplazamiento.
Él se apreciaba de manera bastante similar. Con un brazo estirado tratando de alcanzarla, como si intentara que al menos la punta de su dedo índice llegara al de ella también alargado tratando de rozarlo. Su aspecto musculoso, puramente masculino, contrastaba con el de la otra estatua, más delicado y ligero, pero no por ello perdía realismo.
Su expresión, cargada de decisión, dejaba entender a cualquiera que no importaba cuanto lo alejaran, pues él correría y se alongaría lo que fuera necesario con tal de volver a estrecharla fuertemente entre sus brazos al menos una vez más.
Los rostros de ojos blancos y vacíos eran lo único que delataban su condición marmórea, su naturaleza inerte totalmente carente de vida. Pero sus expresiones, posturas, ropajes e incluso estructura de movimientos, se veían tan increíblemente vitales que uno podía olvidar fácilmente que se trataba de dos esculturas estáticas y sentía que debía apartarse, para que ellos finalmente pudiesen acabar con su agotadora carrera y se alcanzaran.
Ambos eran tan hermosos en toda su melancolía y desesperación. La doctora podría pasarse horas enteras observándoles, encontrando nuevos detalles en ambos con cada nuevo vistazo... eran espectaculares, pese a que estaban heridos. Mortalmente heridos en el corazón.
Era tan doloroso verlos así ¿Por qué habían hecho esa crueldad?
Obligados a mirarse durante años, tal vez incluso siglos, sin poder alcanzarse o tocarse nunca. Sintiendo que se estaban acercando, que por fin llegaría el momento tan deseado, pero al final eso nunca sucedía, porque sus pesados podios de piedra los mantenían siempre prisioneros y distantes.
Sienna se sentía tan tentada de sostener las manos de ambos y tirar de ellos para juntarlos, estaba completamente seducida ante la idea de poder empujar ambas estructuras hasta conseguir unirlas y que nadie pudiera volver a separarlas nunca.
Que absurdo, sólo eran dos viejas esculturas que representaban un amor imposible.
No tenía caso pensar más en ellos, así que siguió a Cailean, que había esperado pacientemente mientras ella se deleitaba y admiraba con las bellas estatuas blancas.
La señorita Bartlett en si misma podía parecer una de ellas, con su piel tan delicada y clara, aquella camisa tan ligera y pálida y la alborotada melena rubia. Sin duda encajaría perfectamente en aquella galería llena de obras de arte, pero ¿quién quiere dejar una pieza en el museo pudiendo llevársela consigo a todas partes?
Nadie, solo un tonto lo haría.
Siguió caminando en busca del cuadro que había prometido mostrarle, en silencio. Sabía que la doctora estaba disfrutando de todo aquello y no necesitaba su voz de fondo contándole cosas que seguro no le interesaban. Podía distinguirlo en sus expresiones absortas y cautivadas por todo lo que tenía delante; así como en la forma en la que sus claros ojos azules, cambiaban llenándose de matices al ser atravesados por diferentes emociones.
¿Quién habría dicho que observar a alguien contemplando arte era tan fascinante como analizar las propias obras?, pensó Cailean sin poder apartar la mirada de la doctora.
— Aquí estamos. — Dijo por fin deteniéndose delante del retrato que buscaba. — Doctora Bartlett le presento a lord Kendrick Murray, conde de Allenbright, tiene parte de inglés, pero a él le encanta decir que es puramente escocés. Ya sabe que en aquella época los países no se llevaban nada bien.
En el cuadro aparecía un verdadero Highlander. Con el característico kilt, las fuertes piernas cubiertas por altas medias que dejaban las rodillas al aire y por supuesto la larga cabellera oscura volando libremente con viento.
Estaba parado con mucha seguridad, con uno de los pies apoyado sobre una gran roca. Mientras, a sus espaldas, se extendía una verde pradera plagada de pequeñas flores y una gran fortaleza de piedra en forma de castillo.
Era todo un señor de sus tierras sin duda. Luego de ver su imponente porte, su atractiva expresión arrogante y sus claros ojos traviesos, podía comprender perfectamente porque aquella lady Vaughan se había quedado prendada de él.
Incluso ella podría pasarse días mirando aquel retrato sin aburrirse, enamorándose un poco más cada vez y descubriendo nuevos secretos ocultos en la pintura. Como ahora, por ejemplo, que acababa de ver a un pequeño zorro escondido entre unos arbustos bajos o a un pájaro volando cerca de su nido, justo por encima de la cabeza del duque.
— Lord Allenbright, la inteligente y encantadora señorita Bartlett, todavía soltera. — Siguió hablando Cailean al cuadro con todo respeto, como si realmente el hombre estuviera delante de él y quisiera mostrarse cortés, educado.
— Encantada milord — Sienna hizo una pequeña reverencia siguiendo su broma y él sonrió. — ¿Cree que tengo posibilidades, señor Kyong?
— Es posible, — comentó pensativo — siempre y cuando llegara antes de que él se enamorase como un loco de una muchacha de lo más agradable y bonita a la que todos consideraban una bruja por ser buena curandera.
— Oh vaya ¿ella le correspondía?
— ¿Quién no lo haría? — preguntó como si fuera obvio — ¿Es que no lo ha visto bien?
— Si tuviera su encantador carácter y su agradable personalidad, seguro que más de una se lo pensaría. — Bromeó, ganándose un gracioso ceño fruncido. — Aunque claro, en aquella época tan mala, probablemente sería de lo mejorcito que se pudiera encontrar, incluso con esas características tan desagradables.
— En esas y en está. ¡Soy un estupendo partido para cualquier mujer! — dijo mirándola con suficiencia, aunque ella en realidad no pudo verlo porque estaba concentrada analizando la pintura de su antepasado. — Sé que lo piensa, aunque no quiera admitirlo.
— ¿Qué paso con la pobre señorita Vaughan entonces?
Preguntó cambiando drásticamente de tema, porque no quería seguir hablando de ese sin sentido y porque también se sentía verdaderamente apenada por la pobre muchacha que había visto sus sueños e ilusiones frustradas de esa forma tan dolorosa.
— Todo un escándalo la verdad. Se casó con el señor Angus, mejor amigo y mano derecha de Kendrick.
— ¿De verdad? ¿Cómo acabaron así las cosas?
Con cada frase suya, la historia se hacía cada vez más interesante, solo esperaba que él no se estuviera inventado todo aquello para entretenerla y luego reírse por ser tan fácil de engañar.
— Al parecer él era el encargado de distraerla para que no estuviera siempre rondando a Ken. Supongo que ya entonces le gustaba la muchacha, dicen que siempre se ofrecía voluntario para la tarea.
— Eso es extraño y doloroso a la vez. — Comentó mirando el retrato. — Ella no podía ver a quien la amaba porque estaba ocupada queriendo a alguien más que no le correspondía.
Sienna veía un triángulo amoroso complejo y desolador, en el que los involucrados podían acabar sufriendo mucho. Era como si todos quisieran a alguien que no los quería, como si se condenaran a sí mismos a sufrir y estar solos por no saber ver más a allá de las posibilidades negativas que tenían delante.
Parecía que estaban tan centrados en observar la puerta cerrada que implicaba su amor rechazado, que no eran capaces de encontrar la luz que traía consigo aquella pequeña ventana que había abierto quien los quería a pesar de todo.
Afortunadamente, la señorita Vaughan parecía haber despertado de su pesadilla a tiempo para salvarlos a todos de que aquel horrible destino y pudieron ser felices.
— Puede parecerlo, pero lo cierto es que ella también quería a Angus. De hecho, se quedaron con el retrato como recuerdo del hombre que les había unido. De quien la había ayudado a encontrar a su verdadero amor, pues al parecer después de comprarlo fue cuando empezó a descubrir sus verdaderos sentimientos por su fiel guardián.
— ¿Pensaba que el cuadro de lord Allenbright la había ayudado? – preguntó divertida. — Si era tan amable como usted seguro que no lo habría hecho ni convertido en pintura.
— Ja ja muy graciosa — dijo irónico echándole una fría mirada. — Yo ayudaría a unos enamorados si me lo pidieran.
— Cuando lo vea lo creeré.
— Tenemos un trato entonces. — Aceptó rápidamente, nunca perdía o rechazaba un desafío, no empezaría ahora. — Bueno el caso es que varias generaciones de mujeres Vaughan y de otras familias amigas, creyeron y puede que lo sigan haciendo, que después de contemplar o hablar un rato con el Kendrick pintado, encuentran o descubren quien es su verdadero amor.
— No creo que a él le gustase mucho ser cupido. — Comentó dudosa volviendo a estudiar al serio hombre del lienzo.
— Ni yo. Hizo lo posible por ser uno de los mejores y más temidos soldados de su país, solo para acabar convertido en el dios de los deseos de un montón de jovencitas desesperadas.
— Es cruel llamarlas así, cuando durante mucho tiempo no tenían otra opción. Piense que hace solo algunas décadas la única prospección de futuro para las mujeres era conseguir un buen matrimonio. Incluso todavía lo es en algunas partes del mundo.
— Tiene razón, no había pensado en ello. Puede que no fuera un simple duende de los deseos, si no un poco de esperanza.
Él la miraba con una sonrisa embelesada, siempre lo sorprendía esa capacidad que tenía ella para ver las cosas de maneras tan diferentes. Para analizar en segundos todas las posibilidades o matices y quedarse con la más beneficiosa para todos.
— Así es. Suena bien. — Aceptó conforme su respuesta. — Por cierto, creo que se parece un poco a él, ¿la sonrisa tal vez? — comentó Sienna distraída por la mueca picara retratada en el rostro del antiguo lord.
— Eso es lo que siempre dice mi abuela — concordó sin poder borrar la sonrisa. — A lo mejor es verdad.
El señor Kyong miró mejor la pintura, buscando similitudes que en realidad nunca había encontrado. Ni siquiera de niño, cuando se pasaba las horas hablando con él y contándole sus aventuras en aquella solitaria isla que lo hacía sentir como si fuera un explorador recién llegado a tierras desconocidas.
— Yo creo que debería ser la prueba de que la belleza es algo inherente y hereditario en mi familia, mírenos a los dos. — Dijo colocándose delante del cuadro.
— Que idiota — Sienna puso los ojos en blanco y se fue a ver otra cosa.
— Espere doctora, no se vaya, ¿no quiere pedirle a lord Kendrick un poco de amor?
Cailean se apresuró a seguirla entre risas, sobre todo cuando notó que ella aumentó la velocidad de sus pasos para alejarse de él al oírlo exclamar eso en voz alta.
NOTA DE LA AUTORA:
Muchas gracias por el apoyo, los comentarios y votos que siguen dejando en la historia. Espero que les esté gustando tanto como a mí escribirla.
Por cierto, he tenido algunos problemas con el capítulo, así que si ven algo extraño (falta algún trozo, aparece algo repetido, cosas de ese estilo) agradecería mucho si me lo comentaran. Muchas gracias bellezas.
¡Besotes!
Nos leemos ❤.
J.J.
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