VII

Era mediodía cuando el guiso de frijoles se sancocho y entendió que era hora de ayudar a la joven a regresar a su lecho a poder merendar su primer alimento del día, ya que tontamente olvido comandar el pan que había comprado ayer junto con el vestido. Observó con cautela como la mujer estaba en el mismo lugar que le había dejado, que si no se hubiera dado cuenta del estado en el que la dejó, juraría que no se había movido de allí. Se acercó, pudo percatarse que su presencia le fue indiferente y eso que observaban los dos el estanque improvisado que hizo ayer por la tarde. Estaba vestida de manera diferente a la que la conoció y a como estaba esa mañana, se había colocado el vestido que le había dado que había conseguido en el mercado muy diferente al que tenía puesto al día que le encontró que estaba mugriento y emanaba olor a sangre. Habían pasado ya varios días de ese día, y se observaba que su aspecto había empeorado, al tener cada día más los pómulos hundidos, ojeras en los ojos, palidez en la piel que se atrevería a decir que rayaba el blanco. Algo que resaltaba ese día era la rojez de su piel que le llamó la atención y causará que se diera atrevimiento a observar con más precisión disimuladamente. Se maldijo así mismo de recorrer con la mirada los hombros y el cuello, especialmente de la mujer, ya que abrió más la grieta que tenía en el corazón al ver abierto la piel con rasguños de pequeñas profundidades que intentaba cicatrizar, pero también observar heridas que él estaba curando, pero que estaban abiertas como el de su cuello, que le hizo volver a esa noche.

En la oscuridad de la noche, dejó entre las plantas a una mujer inconsciente y fue en busca de ayuda para poder auxiliar correctamente y para que alguien se hiciera cargo de las heridas que tenía en la espalda. Se montó a ese caballo que se camuflaba con el ambiente y emprendieron la búsqueda que en la primera media hora no tuvo éxito, sin embargo, en el segundo, tuvo un poco de esperanza al ver en la distancia una cabaña que salía humo de unos de sus cuartos. Aceleró el paso del caballo y a una pequeña distancia, pudo ver que de una ventana estaba alumbrado un cuarto solo con la llama de una vela dándole a entender que podía vivir una persona o una familia, amarró el caballo en uno de los árboles que había alrededor y encaminó su marcha solo hacia la puerta desgastada y tocó tres veces. Escuché pasos de adentro de la casucha que eran más fuertes al acercarse a la puerta y a los segundos una mujer abrió la puerta que a simple vista rodeaba los cincuenta años.

—¿Quién es usted? —la mujer no perdió el tiempo en hablar y él se quedó enmudecido por esa confianza y la manera del trato. En parte agradeció su forma de trato, pero no negaba que le sorprendía.

—Señora...

—¿Señora? —pronunció con asco ante la palabra, —Estás hablando bien muchachito, soy una señorita.

—Señorita —asintió la mujer— necesito ayuda...— la mujer volvió a interrumpir.

—¿Necesitas agua, comida, hospedaje —le dio una mirada rápida— o alguna prenda? —Él negó, moviendo la cabeza y a la señorita que tenía enfrente, creyó que necesitaba otra cosa.

—¿Acaso ha matado a alguien y quiere que le ayude a enterrar el cuerpo? —lo dijo con tanta naturalidad con solo un toque de asombro y por el acercamiento un poco brusco pudo darse cuenta de que era muy intensa. —Aquí, entre los dos te recomiendo que lo entierres... —Sí, era muy parlanchina por lo que no pudo prevenir sus acciones al estar más concentrada en lo que salía de su boca y se sintió un poco orgulloso de que se callara al tirar de su mano y colocar en él unos pendientes que la mujer al observar, se calló por segundos para verlo con más minuciosidad y en un momento, soltó varias frases en otro idioma diferente al castellano.

—¿Qué quieres? —la mujer se dio cuenta de su presencia por lo que le dio acceso de pedir su favor que estaba muy remunerado.

—Necesito que me pueda buscar un curandero o un médico que pueda atender a una —se calló, al no saber cómo la nombraría— la hija de mi amo, —pronunció al final— que sufrió un percance en el viaje y está herida.

—Estas de suerte chiuchi, la mujer que observas sabe más que esos doctores mequetrefes que se creen mejores y todavía creen que el lavado de mano es una tontería.

Sonrió, le salió involuntariamente. Pero, la mujer lo notó, porque dejó observar sus dientes que resaltan en la piel oscura y le hacía ver menos intimidante.

La señora entró dentro de la cabaña y en unos minutos apareció con un pequeño maletín y hierbas en la otra mano. le tiró el maletín y él lo cogió, inclinándose hasta el caballo donde lo desataron y caminaron hasta donde dejó a la mujer herida. Conversaron todo el camino, aunque más hablaba la señora de cincuenta años. Casi al llegar, tuvieron que pasar entre matorrales y agradeció que tuviera una buena ubicación, pudiendo llegar hasta el lugar y encontrarla, seguía inconsciente y la mujer a su lado empezó a realizar su trabajo.

Fue un trabajo arduo de tres horas donde creyó desfallecer por el cansancio y los sentimientos encontrados. A la luz del alba recién pudo descansar con un paño que antes era blanco pero que con la sangre se percutió manteniendo un color rojizo. La mujer se acercó a su lado, notando en su semblante que estaba agotada. Ya tenía guardados sus paños y los utensilios utilizados en su maletín, y habían limpiado todo el lugar.

Quería descansar, su cuerpo le pedía, pero no se creía capaz de acomodar su espalda en un tronco o en el piso, y sentir el dolor de las heridas abrirse de su espalda por no haber echado el ungüento que siempre se colocaba para que estas cicatrizan y calmara el dolor.

—Sácate la camisa y no arquees la espalda.

Hizo lo que le ordenó y pudo percatarse que su ropa estaba llena de sangre y donde había en abundancia era en la parte de atrás de la camisa. Había sentido que le pasaba con un trapo húmedo con suma delicadeza, dándole a entender que esa mujer sabía hacer bien su trabajo. Luego le colocó la saliva, él también se le ponía antes en tiras en toda su espalda pero que alguien le echara como si fuera una crema era muy diferente, le recordaba a su casa en especial a su padre.

No recordaba lo que pasó después, sintió sus ojos cerrarse y él se entregó al mundo de los sueños ya que no tuvo fuerzas ni para levantar una pestaña.


Al despertar sintió el impacto del sol en su rostro que le dificulto abrir los ojos, cuando ya pudo dejar de parpadear varias veces pudo ver que estaba cerca de la orilla del río y que estaba durmiendo entre los matorrales que hacían de almohada. Se puso de pie con bastante facilidad que no tuvo delicadeza con su espalda sintiendo que su espalda se abría y le recordará todo lo que había pasado anoche. Pudo caminar normal y en un punto solo le ardía la espalda, necesitaba buscar saliva y también a la mujer que había traído inconsciente y que recordaba que había quedado así y que le había traído en un estado más serio de lo que creyó. No caminó mucho y la pudo encontrar dormida y al otro lado a la mujer que le dijo que se dirigiera a ella como señorita.

—Hasta que al fin despiertas... yo creía que te iba a despertar con agua, pero se ve que no voy a utilizar mis métodos —se vio que pensaba —prácticos, si prácticos.

—Estaba preparando ya el almuerzo, eres un chiuchi malagradecido —le señaló con el cucharón con el que movía la olla. Aunque...

Trato de dejar en segundo punto el parloteo de la mujer y se acercó a la que sí tenía interés. Todavía no despertaba, y en el estado en el que estaba parecía un cuerpo en estado de putrefacción por todos los moratones que cubría su cuerpo, acerco su dedo hasta su nariz y sintió como por sus fosas nasales llevaba aire a su cuerpo. Era una luchadora, por el simple acto de llevar aire a su cuerpo, quizás estaba inconsciente pero su cuerpo batallaba para que sobreviviera, le salió una lágrima. Le dolía verla en ese estado donde su cuerpo estaba lleno de hematomas y heridas que al ojo se daba a entender que eran arañazos y mordidas. Pero, más era ese sinsabor de verlo por segunda vez en menos de un año y no poder llegar a tiempo.

—Sabes, no es la primera ni la última que le pasa este tipo de cosas. Lo superará, muchas lo hicieron y se que ella también. —La voz de la mujer, que no tenía malas intenciones solo le hacía librar en su mente la misma frase.

Ella no, ella no, la única que quería que lo superara no lo hizo, no lo hizo, no pudo y él no pudo ayudarla, no pudo ayudarla. Ella se fue, se fue, se ha ido.

Solo asintió.

—¿Era tu amiga?

No le contesto, no podía decirle que le conoció ayer y que no tenía la menor idea de quién era.

—Tiene una cara bonita y unos cabellos que hasta a mí, me dan envidia. —le daba la razón, pocas veces había visto unos cabellos del color de la mantequilla. Y del rostro, lo tenía hinchado y está lleno de hematomas, no podía opinar de ello.

—Seguro tiene un prometido. Las tipas como ella, no quedan solteras por mucho tiempo, y como dices que viajabas encomendado por su padre, ya le estarán buscando. Es una lástima que tenga que pasar por eso, no ser virgen antes del matrimonio trae muchos problemas. —se levantó la mujer, y le vio ir a traer una vasija.

—¡Demonios! Esto es injusto. Ven, ayúdame.

Se levantó e hizo las indicaciones de la mujer. Le ayudó a levantar a la mujer y a pesar que escuchó un quejido a la mujer no le importó hacerle pasar un líquido por la boca.

—Acomódala, ese brebaje le ayudará a que ninguna criatura se forme en su cuerpo. Ya va a sufrir mucho al despertar, como para que tenga que cargar un crío que le recordará esta noche.

Asintió, tenía razón.

—Le vas a dar por una semana, y si se te termina, me pides. La flor de la zanahoria siempre la tengo en casa. Ya le he hecho el lavado y le he cambiado el vestido, vendré mañana para ver su mejoría, y si tiene fiebre me avisas inmediatamente, siempre existe la probabilidad que una infección se produzca y no debes esperar que las cosas pasen a mayores...

—También, debo cambiar las compresas y evitar que se exponga a los rayos solares ¿No? —comentó.

—Sabes mucho chiuchi, pero de eso hablaremos otro día. Solo cuídala.

Claro que lo haría, los pocos conocimientos médicos que tenía de algo le debía servir.

No sabía si había pasado segundos o minutos que su mente le recordó esos momentos donde terminó con una promesa de cuidarla, que tenía el trasfondo de ayudarla. Solo que las heridas recientes que ella tenía en su cuerpo, era enteramente su culpa por creer que un baño le iba ayudar a despejar la mente y no la facilidad de autolesionarse.

No le dijo nada sobre lo que observo.

—Ya es hora de almorzar, te ayudo... ¿Quieres? —pregunto.

No le hizo ninguna mueca ni movió ningún músculo de su cuerpo, mantenía su mirada en el estanque. Sabía que no podía hablar, pero esperaba que se comunicara de otra forma.

—Vamos, podemos regresar luego. —le dijo, acercándose un poco más.

Inmediatamente, observó como la mujer se alejó de él y lo miró con miedo y horror, para luego ver como lloraba por su solo acercamiento.

Entendió que debía tomar otras medidas.

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