VI

Sus días en una camilla a la intemperie terminó una semana después que había abierto sus ojos o bueno, todavía dormía en una camilla y no podía hablar. Pero ya podía sentarse y ahora intentaba pararse, pero sus pies todavía le negaban al estar varios días en inactividad. Se había levantado como ya se le había hecho costumbre con el golpe de las piedras que le daba al agua y se le hacía urgente poder bañarse y recuperar el dominio de su cuerpo. No podía seguir postrada cuando ella siempre estaba en movimiento o concentrada en alguna actividad detrás de un escritorio con unas hojas o un libro, analizándolo o sacando cuentas. Empezó tomando el impulso con las manos como lo hizo días anteriores logrando pararse por unos segundos, pero sus pies empezaron a temblar haciéndole caer encima de la camilla. Intentó una segunda vez, logrando dar un paso, pero teniendo el mismo destino. Hizo un tercer intento, logrando dar dos pasos, tres, cuatro y cuando veía que en el quinto iba a caer de nuevo no espero sentir unas manos en su cintura que le evitó otra caída.

Movió la cabeza para observar a la persona que le detuvo de otra caída y se encontró con el hombre que en algún punto de su vida le llamaba en su mente como el Hombre del Cabello Largo con una sonrisa y un brillo peculiar en sus ojos que retenía ahora que lo miraba de más cerca. No fue capaz de corresponderle por el asombro que lo camuflo con una de indiferencia, llevando al hombre a soltarla y a ella de empezar nuevamente con su meta de caminar.

Intento por sexta vez, logrando caminar unos diez pasos para luego caer al piso, esta vez en la tierra ensuciando el vestido que una vez fue de un verde oscuro y ahora estaba más desgarrado de lo que ya estaba con la mugre acumulada por días y olor a sangre.

—Había venido para entregarte este vestido—, levanto la mirada con sus palabras— y ayudarte a caminar hasta la ladera que había arreglado con unas piedras del río para que puedas asearte. —avanzó unos pasos hasta estar en una distancia más cercana. —pero veo que estás intentando ir por tu cuenta y no está mal. —se arrodilló estando casi a la misma altura, ya que desde esa posición todavía se daba a conocer quién era el más alto de los dos. —temía que, por su actitud anterior, le expresaría su desagrado y le abandonara—.

—Sé lo que se siente no poder realizar algo al que estabas acostumbrado porque te lo niegan, o como a mí me lo hicieron al quitarme la libertad y a ti, al quitarte tu poder de realizar lo que quieres con tu cuerpo. Yo hubiera querido que alguien me ayudara a salir de ese infierno o a llevarlo mejor. Sin embargo, nadie apareció para rescatarme o decirme que esto es una pesadilla —le escudriño con la mirada, sin creer en sus palabras—. Ahora yo aparezco para ti y con esto no solo es para ayudarte a curar tus heridas, sino para poder ayudarte hasta donde tú me permitas, a superar cada obstáculo que vas a enfrentar. Porque a pesar de no vivir lo que a ti te ha pasado, no es justo que lo enfrentes tú sola.

No es justo...

En verdad en su vida no existía justicia por lo que quiso burlarse en su rostro de que acompañe esa palabra en una misma oración cuando se dirigía a ella.

Observó cómo le tendía la mano para ayudarla. Su mente viajó a las pocas veces que realizaba actividad social en la pista de baile que le invitaban a ella y a su padre donde era asediada por caballeros si así se le podía decir a algunos que le pedían la mano para bailar una pieza y ella correspondía por educación cuando su mayor placer era observar a otros o retirarse de las fiestas monótonas limeñas de la alta alcurnia.

Ahora que lo meditaba, tampoco era justo dejar a un hombre con la invitación a espera para divagar en sus pensamientos. No planeaba negarse, pero le frustraba no realizarlo independiente.

Movió su mano con lentitud para alcanzar la de él, le temblaba y no entendía si era por un daño de las heridas o como consecuencia del palpitar que sentía que existía en su pecho.

No lo alcanzó, por la vergüenza del estado vulnerable que estaba, intentó bajarlo y cerrarlo, pero sintió como le sujetaban delicadamente los dedos como un permiso de sujetarlo todo solo si ella permitía.

Lo presiono un poco, permitiendo que le ayudara a levantarse y él también dejará de estar de puntillas.

Le agarró del brazo fuertemente y cumpliendo sus palabras, fue su punto de apoyo para que pueda caminar de manera extraña por las varias veces en el que sus pies no reaccionaba y parecía caer. No caía, y su mente logro entenderlo, ya que en un punto ya no cerraba los ojos para evitar de alguna manera observar cómo sus rodillas tenían un contacto con el piso porque de manera voluntaria esos momentos ya no existía y solo caminaba, a pasos lentos y raros, con la espera de llegar a su destino. Aunque esta sea la ribera de un río.

Existía una pequeña muralla hecha de piedras que permitía la entrada y salida de poca cantidad de agua, formando un estanque que evitaría que la fuerza del río realizara algunas de sus mañas. Observaba con detenimiento la transparencia del agua que dejaba ver pequeñas plantas acuáticas entre las piedras pequeñas que conformaba el cauce del río con indignación a sí misma. Llevaba reflexionando desde que había sido guiada y ayudada por el hombre que todavía desconocía su nombre para poder sentarse en una piedra que a pesar de no ser cómoda tampoco era incomodo por ser lisa. Le atormentaba sus decisiones inmaduras que había tomado aquella tarde donde estaba decidida a renunciar a una vida sin lujos que ahora exteriorizando la palabra era más que eso. Era una vida sin una servidumbre que le preparara las comidas, le lavará sus vestidos o simplemente le prepararan la bañera para poder bañarse. Era una vida donde los riesgos se incrementan y el acecho a contagiarse de cualquier enfermedad era más predecible. Cuando lo pensó, no imagino que pagar el precio de ser libre era ser abusada esa misma noche, no poder movilizarse por varios días, temblar en las noches no de frío sino de miedo, y tener que limpiar las impurezas de su cuerpo en un río sin mencionar a las pesadillas donde se rebobinaban los recuerdos de esa noche en un realismo que le aterraba.

Sus pensamientos le llevaron a un rumbo prohibido que los callo con el contacto del agua helada con los dedos de su extremidad superior derecho produciendo un escalofrío que se intensificó al profundizar todo su pie al estanque, sacando un pequeño quejido de sus labios. Sintió que su pie había tocado una zona plana que le invitó a llevar el otro acercándose un poco más, pidiendo de esa manera levantar su cuerpo y tener hasta su cintura el agua que en pocos segundos su cuerpo se climatizo, no se movió y sus manos agarraba fuertemente la piedra. En un momento, decidido que era momento de alejarse de ella, fue mala idea ya que con algunos pasos sus pies sufrieron pequeñas punzadas que creyó que desistiría si caminara un poco en el agua, solo dio unos pocos pasos que cayó, golpeándose los glúteos y por momentos el aire por la movida del agua que formaron pequeñas olas que le golpearon la cara. Se levantó en ese momento mirando con detenimiento como la saya lo tenía toda mojada y del cabello se le caían chorros de agua. Unas fuerzas intensas de llorar y gritar la abrumaron que su cuerpo en parte le concedió ya que caían lágrimas de sus ojos que se combinaba con el agua que corría por su cuerpo, pero solo desprendía pequeños quejidos que le quemaba la garganta. Le dolía que esto le pasara a ella como si no fuera suficiente el ser abusada.

Abuso.

¿Qué significaba aquello si a eso iba ser sometida de cualquier manera? ¿Acaso no era igual esa noche que escapó a la que iba a ser su noche de boda o cualquier encuentro con su futuro marido que él quisiera?

Las ganas de desprenderse de su piel hicieron que se arañara con sus uñas y abasto de no ser suficiente agarró una piedra áspera y empezó a pasarlo por su cuerpo, logrando su cometido y con ello su piel abriera y gotas de sangre salieran.

No le importo.

No sentía dolor más que la necesidad de desprenderse de su piel que fue ultrajada. A pesar de que ese era el destino de su cuerpo, no dejaba de doler ese final en su vida que, a pesar de cambiar el rumbo, se encaminó por el mismo solo con un diferente ambiente, que no sabía si era peor o mejor.

Siguió abriendo con la piedra su piel, por momentos el agua tomaba un color rojizo. No le importo, de alguna manera debería de deshacerse de aquello que dejó de pertenecer. 

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