V

Tres días pasaron desde que despertó a la orilla del Rio Rímac, según palabras de aquel negro que atendía sus heridas y hablaba para distraerla en sus cortas visitas. Esa mañana pudo abrir los ojos y constatar por ella misma, que estaba cerca de unos de los más caudalosos ríos que muchos decían que hablaba. Podía moverse en la pequeña camilla, pero no sentarse y menos pararse. Las compresas ayudaron a que la hinchazón de sus ojos se reduzca y pueda abrirlos luego que se le negaran por varios días. Era curioso como los pudo tener varios días cerrados, y no estar dormida, ya que estaba en un momento donde se le negaba el descanso el cuerpo mismo para mantenerse en vela, como si una amenaza estuviera presente y ella debería estar preparada para afrontarlo cuando sus conocimientos para estar en defensa eran nulos.

Por primera vez el miedo estaba presente en su vida y le desesperaba no poder hacer nada.

Observo desde esa posición que existía una medida prudencial de la pequeña camilla al río. El lugar donde descansaba por la existencia de las plantas enredaderas había formado una especie de cueva con los árboles y las plantas que evitaba en la medida posible que los rayos del sol lleguen a su cuerpo y mantenga fresco el lugar. En su inspección del terreno, agarró la sábana que cubría su cuerpo, dándose cuenta que trajo en ella sus pertenencias y ahora cumplía otra función. La duda de donde estaba sus cosas hizo que dejara de observar el paisaje y empezará a esforzar a su cuerpo para poder levantarse para buscar sus joyas y a su caballo, que fue con lo único que trajo de su casa en el momento de la huida.

Empezó tomando el impulso poniendo sus manos en la tierra para luego levantar su cuerpo, fallando en el intento y trayendo un dolor horrible en el vientre que descendía hasta su parte intima. Dio un grito, que solo empeoró la situación, al sentir que le ardía horrible la garganta y un punzón con mayor intensidad en el vientre, se mordió los labios para que se calle su voz y de esa manera aplacar un poco su dolencia. No lo intento otra vez, pero ya las cosas habían sido hechas, trayendo...

Escucho como cada mañana las pisadas que ya se les hacía familiar. Inmediatamente dejó de tocar su abdomen para cerrar los ojos. Junto con los pasos, el olor de una comida caliente se intensificaba, dándose cuenta hasta ese momento que tenía hambre.

Pudo sentir que el hombre ya estaba a su lado, se puso a preparar algo porque escuchó el movimiento de una cuchara, aunque en esos lugares dudaba que existía una.

Le tocó el rostro, de alguna manera no se alteró de cómo sus manos le tocaban sin su consentimiento.

—Parece que cuando despiertes vas a poder abrir los ojos—. Le escucho decir. —aunque estos hematomas todavía lo vas a tener si no te colocas estas compresas con... —empezó a escuchar el golpe de varios objetos ¿piedras? —aquí está... llantén, este va a bajar el golpe, si te lo coloco.

No pudo sostener su mentira de estar dormida más tiempo al sentir el impacto del paño frío en su piel, abriendo sus ojos que hizo retroceder al hombre y a ella, si pudiera.

Eleonor, solo tuvo que recordar aquella mañana que lo sentía lejana para recordar esa mirada sin vida que le detuvo el corazón por tanta frialdad, y miedo por el monstruo en el que se iba a convertir. No podía dejar de observarlo a pesar que el corto aquel enfrentamiento de pupilas.

Si antes quería respuestas ahora los quería de inmediato.

Nuevamente intentó levantarse olvidando que lo intentó hace poco, trayendo consigo el dolor. El hombre inmediatamente dejó de perderse en sus pensamientos y le ayudó a estar postrada nuevamente. Observó que la mujer trataba de disimular en una mueca extraña el disgusto del dolor, dejando atrás el revuelto de ideas para centrarse en ella.

—¿Dime donde te duele? —le pregunto.

Soltó un pequeño quejido y tocó con su mano, su barriga. El hombre entendió su accionar por lo que tocó esa parte observando en su cara el disgusto, tuvo que masajear por varios lugares para poder detallar la razón de la dolencia.

Estaba inflamado, no daba signos que las costillas estuvieran rotos.

Supo que tenía que ir a buscar o a comprar hierbas para que esto no pase a mayores.

—No parece grave, pero no tengo las hierbas adecuadas para desinflamar. ¿Te duele algo más?

El primer día que despertó no tenía conciencia de donde estaba, le dolía todo el cuerpo y ahora solo por esa zona agujas pinchaban su vientre. Tuvo que negar con la cabeza, porque no podía hablar.

Se había quedado sin voz o no tenía la fuerza suficiente para hacerlo.

No podía ser peor.

La última vez que alguien le había dado de comer, era cuando fue una nena de cinco años que en algunas comidas en especial se negaba en comer y su nana con mucha dulzura agarraba la cuchara con el alimento y utilizaba varios métodos para que termine todo su plato.

Se llamaba Francisca y fue una esclava negra a la cual su madre le había dado su carta de libertad cuando tenía seis años por su buen trabajo sirviendo a la familia desde que era una niña (vino con el servicio que dispuso su abuelo en el casamiento de su progenitora) y le guardaba un cariño que se profundizó con el cuidado que daba a Eleonor. Paquita, que era como le llamaba con cariño, se quedó dos años más trabajando en el servicio con un sueldo y estuvo con ella en el momento que entendió que su madre no iba a regresar a casa. El día de su partida, la noche anterior le daba un casto beso en la frente a la hora que la acostaba repitiendo el amor que le profesaba y al siguiente se enteró de que ya no iba a trabajar en la casona. Nunca le dijeron la razón del despido o el motivo por lo que dejó voluntariamente el trabajo, era un misterio. Quizás quería comenzar una vida desde cero o en otra casa recibió la propuesta de un mejor sueldo, no lo sabía.

Le dolió su partida y siempre que su recuerdo llegaba a su mente no olvidaba a la linda negra que le atendía con devoción y mimaba como si fuera su propia hija. Era por eso que su memoria lo guardaba como un buen recuerdo que hizo parte de su niñez más alegre y también, por lo que nunca se sintió inferior a los negros e indios, pero si guardaba cierta distancia con ellos, aunque en verdad eso lo mantenía con todos.

Le era curioso que un extraño pudiera tomar esas libertades, sin embargo, no podía empezar a quejarse cuando su estómago exigía comida. Los días anteriores solo se alimentaba de un caldo de pollo que lo tomaba a sorbos al cual el hombre le ayudaba a agarrar y le inclinaba un poco para que bebiera. Ahora, no podía ni inclinarse con los movimientos bruscos que realizó por lo que ahí con un montón de hojas secas como cabecera dejaba que el hombre le diera el estofado que preparó en cucharadas y ella únicamente comía, como si fuera la comida más deliciosa que había probado. Aunque así se sintió, no obstante, podría ser que era porque ya podía comer algo más sólido.

Una vez terminado, el hombre le sonrió mostrando un pequeño agujero en cada una de las mejillas. Le pareció un gesto tierno, pero en verdad todo él mostraba eso. No era la misma persona que ese día le traían como un animal que no podía controlar, él era otro.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top