CAPÍTULO 5

Él se cayó al nacer.

Angelo.

Me gusta recordar todas las caras que vienen a la tienda más de una vez. Pienso que es bastante lindo que alguien se tome la molestia de decir: Bienvenido otra vez.

Todo el mundo merece ser recordado, más cuando su presencia es constante.

Eran las casi las seis menos diez cuando la campanilla de la puerta sono de nuevo. Hoy ya habían venido los habituales.

La señora de la calle de enfrente que coquetea con Douglas, las gemelas que siempre vienen a leer las revistas que yo mismo ordeno en el mostrador, también uno que otro niño que se queda en a leer en la sección infantil.

Pero está vez, justo cuándo había dejado mi delantal en la vitrina, un rostro nuevo apareció.

«Y vaya que rostro, joder»

Estaba en cunclillas, detrás del mostrador. Sólo el que se colocara frente a la caja registradora podía verme. Podría levantarme, podría ser educado y dar las buenas tardes. Decir que ya estamos por cerrar.

Pero no, estaba distraído.

—Buenas tardes, linda—habló Douglas—: ¿Puedo ayudarte?

Cabello largo, jeans oscuros y sudadera verde. Tenía un logo de alguna universidad o centro, alguno que no era de aquí. Me sabía el nombre de todos.

«¿Eres extranjera?»

—Ahm, si...—sus mejillas tomaron el color rosado, sonreí—: ¿Vende lápices?

«¿Lápices? Con todos los libros que me tomo la molestia de limpiar cada semana... ¿Y vienes a comprar un puto lápiz?»

Sabía que Douglas había dicho que si, teníamos. Claro que sí, pero en cajones. Ya que casi nadie, nunca, jamás vienen por lápices. Sólo por los libros.

«Para mi, ya tienes gustos raros»

—¿Qué número?

4B, 6B, 8B.

«Joder, ¿Dibujas?»

—Si quieres, da una vuelta por la tienda mientras reviso, ¿te parece?

Supuse que había accedido porque sentí pasos alejarse, cuando quise voltearme Douglas me miraba como si me faltaran tres tornillos. Aclarando mi garganta, me enderecé con sigilo mirando hacia ambos lados. En mi mente, nada paso.

—¿Podrías algún día, dejar de hacer el ridículo?—casi reí.

—Calmate viejo—me empujó con el brazo con un rastro de sonrisa.

—Voy al depósito, cuida la tienda—asentí y el avanzó, solo segundos antes de devolverse para apuntarme con el dedo—: La tienda.

Bufé antes sentarme en la silla detrás de caja registradora.

—Deja de tocarme los cojones, ¿Vale?

Miré distraído hacía a un costado, sentandome en el banquillo que estaba frente a la caja registradora mirándolo de reojo, esperando que se fuera. Douglas suspiró pero se fué, al apenas escuchar como la puerta se cerró salté por encima del mostrador, me apresuré a la puerta y giré el cartelillo para que indicara "Cerrado". 

Cómo si de un crío se tratase, me escabulli entre los libreros hasta que la ví ojeando uno de geografía de aquí. Me acerqué por la estantería de atrás, apoyando mis manos en el carrito de libros que se me topó enfrente.

Aparte de servirme ahora, Douglas me mataría si supiera que no los terminé de acomodar.

Me quedé a una distancia prudente a sus espaldas. Prudente para mí, si estuviera en otro lado ya estaría más cerca. Pero la verdad, no me quejaba de las vistas. Rodee el carrito como si me fuera a adentrar en el pasillo donde ella estaba, apoyándome en uno de mis hombros sobre una de las estantería.

Se veía tan sumergida en las líneas que no escuchó las ruedas, ni mis pasos. Mejor.

Bajé mis ojos, la vi cambiar su peso de un pie a otro. El lado izquierdo de mi boca se elevó en una sonrisa torcida, elevando una de mis cejas al mismo tiempo mientras le veía el culo.

«Que buena está, joder»

No le había visto el pecho pero de rostro era linda, estaba bien.

—¡Angelo!—el grito de Douglas a unos metros de mi hizo que perdiera el equilibrio, usando de soporte los libros de la estantería.

Tan mala idea fué que más de una docena de ellos cayeron como dominó hasta el suelo. La señorita buen culo se volteó con sorpresa con la mano en el pecho, la había asustado.

—¡Por los clavos de Cristo!—dejó lo que estaba leyendo en su sitio mientras yo intentaba disimular el desastre.

Era inevitable.

La castaña se acercó al ver los libros en el suelo, mientras más cerca la tenía escuchaba los pasos del viejo acercarse también. Cuando ambos estuvieron a un metro de distancia en cada uno de mis costados, Douglas la miró a ella y luego a mi, con reproche.

¿Estaba avergonzado? Si, algo. ¿Me importaba? No, para nada.

—Angelo, te dejé cuidando la tienda,—se cruzó de brazos y se notó que iba a decir otra cosa hasta que la vio a ella intentando recoger algunos libros—: No, no.. no hagas eso.—la extranjera alzó la vista, sonrojada. Sonreí—: ¡¿Y tú, de que te ríes en vez de ayudarla?!

Me había regañado peor, pero igual. No voltee. La castaña se levantó y dejó varios libros en el carrito, la tenía a menos de medio metro y no me llegaba ni al hombro y, aunque Douglas intentaba llamar mi atención con jalones en la camisa.

No me aguanté en preguntarle.

—¿Tus padres son enanos?

Sentí como al viejo le iba a dar un infarto a mis espaldas.

—¡Angelo!—exclamó son asombró.

—¿Disculpa?—preguntó alzando casi todo el mentón para verme.

Sonreí con maldad.

—Es que no mides más de un metro treinta—dejé salir una suave risa, una que no le cayó bien.

Douglas me empujó hacia atrás por el cuello de la camisa.

—Disculpalo cariño,—se mantuvo un paso delante de mi, interrumpiendola cuando parecía querer hablar—: Él se cayó al nacer.

—Tú no sabes eso—exclamé indignado.

Volteó el rostro casi como el exorcista.

—Estoy seguro que así fué,—masculló con los dientes apretados antes de cambiar el tono y volver su vista a la Minion—: ¿Todavía te interesan los lápices? Encontré más números que capaz te gusten.

Ella lo miró a él, luego a mi. Dejó caer sus hombros y tras soltar un suspiro miró a Douglas con una leve sonrisa en su rostro. Este la hizo pasar primero y, con cuidado de no pisar los libros se dirigió al frente de la tienda sin mirarme. Douglas sin embargo, casi me entierra con los ojos.

Me reí.

Ese abuelo no asusta ni a los críos.

Sabiendo que la podría molestar, salté otra vez por encima del mostrador haciendo que soltará un chillido de susto. No la iba a atender en caja, no me iba a dejar el señor que justo ahora tenía los ojos cerrados a un lado de ella, con las manos juntas.

Creo que estaba rezando.

—Angelo, saca la basura por favor.

—La saqué está mañana—moví la mano en señal de que se despreocupara. Apoyé mis codos en el mostrador.

—Organiza los libros de los niños de esta mañana.

Quería sacarme de aquí.

—Lo hice cuando se fueron, hoy solo vieron fotos. No tenían deberes.

Pero no lo iba a dejar.

Las arrugas de su frente se acentuaron, lo sintió porque llevó su mano a ellas. Escuchamos un carraspeo y era de la chaparra, parecía incómoda con nuestra disimulada discusión.

—Escucha,—ella me miró con recelo, casi sonreí y miré los cinco lápices que estaban esparcidos en el mostrador—: Llevatelos, que me lo descuenten a mi de mi sueldo. Mis disculpas por lo anterior, ¿Vale?

Suavizó su mirada, dudando mientras miraba los lápices y luego a mi.

—No,—negó sacando unos billetes de su bolsillo trasero, me mordí el interior de la mejilla—: Yo los pago.

Negué con la cabeza enderezandome, haciéndome quedar más alto como antes. Llevé mi mano a mi bolsillo delantero y saqué unos billetes doblados de ellos, se los señalé a Douglas antes de estamparlo en el mostrador

—Ni mi sueldo, ni tu dinero—la miré fijamente a los ojos haciendo tragara grueso. Tomé los cinco lápices con más brusquedad de la necesaria y en la mano que seguía sosteniendo el billete, tomándola con la guardia baja abrí su mano para dejar los lápices en ella—: Cierra al salir.

Tanto Douglas como ella estaban sin mover ni un pelo. Sin embargo, asintió murmurando un leve gracias antes de dirigirle una mirada a Douglas y caminar hacia la salida. Cuando la campana sonó, indicando que ya se había ido, me incliné para ver si había rastro de que siguiera ahí.

Y no, así que corrí hasta donde estaba el desastre de libros con Douglas pisandome los talones.

—¡¿Qué te sucede?!—exclamó con ambas manos en los ojos, intentando cubrir su vergüenza.

—Hormonas—contesté con una sonrisa haciendo que me empujara un hombro antes de ir hacia la entrada de la tienda de nuevo.

—¿Por qué el cartel dice cerrado?—exclamó extrañado, acercándose a girarlo.

Me hice el distraído, simulando que leía una portada.

—Que raro—sonreí con picardía.

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Un beso, recuerden que son lo más bello de wattpad

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