CAPITULO 4
Desastre.
Carla.
Me daba un poco de pena con el abuelo, tuvo que sacar muchos de sus materiales de la habitación para darmela.
—Puedo dormir en la sala,—le dije cuando recién habíamos entrado a su casa—: Por mi, hasta en las plantas.
-Sshh,-me dió un con dedo en la frente—: Ven y ayúdame a mover las cosas.
Fingí indignación.
—¡Ay abuelo! voy aterrizando y ya me vas a poner a trabajar.—escuché su risa mientras me dejaba caer dramáticamente en el sofá—: ¡Mira! Mi nueva cama.
Acaricie los cojines y la tela que los cubría. Todo estaba bien, todo estaba tranquilo, todo hasta que de mi boca salió un grito que debió asustar hasta a los vecinos cuando me jaló por los tobillos hasta el inicio de las escaleras.
—¡Está bien, está bien!—me soltó y me quedé acostada en el suelo.
—Anda, vamos.—para la edad que tiene, subió las escaleras muy rápido.
—¡¿Cómo tienes tanta energía?!—grité todavía tendida de largo a largo en planta baja.
—¡Ya levántate!
Entre risas subí y lo acompañé a uno de los espacios del segundo piso donde guardaba no sólo pinceles y pinturas, sino cuadros ya terminados. Señalé muchísimos diciendo que los quería, él me los dió. Hasta que notó que señalé casi todos y me reclamó.
—¿Dónde vas a poner todo eso?—estaba sorprendido.
Casi reí.
—En las paredes, —asintió, decidí bromear—: Alguien tiene que tapar ese enorme papel tapiz horroroso que tienes.
Me miró con las cejas alzadas, aguanté mi risa lo más que pude mientras lo veía salir de la que sería ahora mi habitación.
—Primera noche y ya me vas a sacar de mis casillas.—exclamó con cansancio con las manos al aire en señal de derrota.
No pude más y me dejé caer en el piso de la risa. Me dió tiempo de analizar, las paredes no me daban mucho espacio, justo cabía la cama y un poco más. Era casi un cuadrado perfecto a excepción de la puerta y la ventana al fondo que interrumpían el sitio. Cómo antes era un taller, la cama estaba cubierta de plástico, sin sábanas.
Tas pensar eso, el abuelo debió leerme el pensamiento porque se apareció con un juego de cama.
—¡Ay gracias!—se lo arrebaté de las manos haciendo que riera—: El sofá sigue en pie.
Me empujó con el hombro.
—¡Olvídate de dormir en la sala!—regañó en broma—: Sino te gusta este podemos ir al otro taller.
Negué.
—Esta perfecto, gracias.—lo miré agradecida.
Cuando me abrazó, me sentí aquella niña que sólo quería ir a qué su abuelo a pintar. Estaba aquí por eso, lo único que me gustaba era mover la mano sobre las hojas, sobre los cartones, sobre los lienzos. Sobre todo, siempre que tuviera un lápiz yo era y sería feliz.
Me quedé sola un rato después, me había dicho con mucho ánimo que cuando necesitará material o lienzos en blanco él tenía en su espacio. Yo había traído lo que pude, en el aeropuerto no me dejaban llevar tanto. Lo principal me acompaño, lo demás se lo dejé al cuidado de mamá.
De todas formas no era mucho.
Una vez que hice la cama, no me di cuenta que estaba tan cansada hasta que mis ojos cayeron. Sin cambiarme ni nada caí dormida hasta que escuché un golpe en la planta baja.
Corrí más dormida que despierta hasta llegar con el abuelo.
—¿¡Qué pasó?!—exclamé, frotándome los ojos.
—¡Se me cayeron un par de sartenes!—dijo en el mismo tono—: Pero conseguí el que buscaba,—lo alzó en mano—: Quería hacer aquellas tortillas que te gustaban de niña.
Me derretí de la ternura y lo fui a abrazar. Me correspondió pero segundos después me apartó con duda.
—¿Esa no es lo mismo que vestias ayer al bajar del avión?
Cuando dije que si, casi me golpea con el sartén. Subí corriendo para abrir el equipaje a duras apenas, ya después tendría tiempo de organizar todo. Saqué uno de los primeros jeans que ví, y una de los suéters que le quite a mamá antes de venir, tenía el nombre de su universidad.
Me abracé a la tela y la olí, ya la extrañaba.
Tras una ducha rápida bajo el agua helada, bajé casi corriendo por las escaleras cuando ese olor tan rico del desayuno llegó a dar por todos los cuartos. Casi me caigo en uno de los escalones, casi ruedo hasta el piso de abajo, pero salte. Salte hasta casi caer encima del abuelo.
Más específico, de mi plato de tortillas.
—¡Quieto, toreto!—exclamó quitando el plato de mi alcance.
Casi comí la silla.
—¡Son mías!
—¡Cuando te sientes!
Él se reía, yo no. Mucho menos cuando me pidió salir a caminar.
Mi temor no era conocer gente, tampoco encontrarme con sitios tan lindos. Podría tomarle fotos y dibujarlos después como hacía antes, ¡Mi miedo era perderme!
—¿Y si me secuestran?—lancé la pregunta número mil mientras comíamos. Ya estaba harto.
—No saben en lo que se meten los pobres.—le lancé la servilleta.
—¿Y si me detiene la policía?—me miró incrédulo.
—A menos que robes, o mates a alguien. No creo que lo hagan,—alzó la ceja—: Tampoco lastimes a alguien por si las dudas.
—¿Y si...?
—Eres mayor de edad,—me lanzó la servilleta de nuevo—: Todo es legal para ti, no te va a pasar nada.
Resoplé pero, tenía razón.
—Bien, buscaré un antro y me subiré a bailar—me crucé de brazos, recostando mi espalda por completo en la silla.
No era capaz y eso el abuelo lo sabía. Lo máximo que había hecho así era subirme en un escenario cuando tenía menos de 10 años, en un acto escolar. Sumándole, que si mal no recuerdo, me oriné encima.
—Si ganas algo bailando, compartes las ganancias.—me miró burlón mientras yo abría la boca con fingida indignación.
Terminamos de comer, lavé los platos y me dió unas copias de las llaves. Con más nervios por perderme que de salir, caminé hasta afuera y le tomé foto a la puerta de la casa junto con el número de la calle. Más adelante le tomaría foto a la villa.
—Quedará en tu conciencia si me pasa algo,—dije ya caminando mientras guardaba el teléfono en el bolsillo trasero.
—Viviré con eso.—soltó una suave risa mientras se metía de nuevo en la casa.
Pensándolo mejor, me detuve y saqué el teléfono para ponerle el GPS. Así, todo fué bien.
Preguntando se llega a Roma, así que eso fuí haciendo hasta que llegué a las puertas —ahora cerradas— de lo que sería mi universidad. Me emocione tanto que me tomé una foto junto al letrero de cerrado. Se la mandé a mamá antes de continuar con el recorrido.
Vi un montón de lugares de comida que pronto jalaria al abuelo para que viviera conmigo, también demasiados departamentos de ropa. Por curiosidad entre a una, sólo tenía unos billetes pero sólo iba a ver.
No duré mucho, salí despavorida cuando ví una etiqueta de precios.
Él sol estaba bajando, ya estaba entrando la tarde cuando estaba por regresar. Seguí los pasos que había dado hasta que entre todas las tiendas, para mí, resaltó una pequeña librería.
Estaba bastante disimulada, sino fuera por los recortes de muchos libros pegados sobre el ventanal no la abría visto.
«¿Venderán material de dibujo aquí?»
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Un beso, recuerden que son lo más bello de wattpad❤
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