CAPÍTULO 2

Alma.

Lisandro.

Una de las peores cosas que pude haber hecho fué salir de mi país por amor.

Para mi familia tenía metas, tenía proyectos y ambiciones. Mucho por delante para mi edad, sin embargo, un enamorado tiende a ser la persona más ciega que puede existir.

Ninguno de los dos sabía manejar bien los correos, en un intento sugerimos hacerlo a la vieja escuela, a lo que nunca se debió perder. Las cartas. Cientos y cientos de estampillas se acumulaban en mi escritorio, deseosas de colocarlas en algún sobre con destino a qué sería mi nueva mujer.

A un viudo le es difícil volver a encontrar sentimientos en otro corazón, incluso más cuando aquella persona que tenía todo lo que yo llamaba amor verdadero; está tres metros bajo tierra.

Una parte de mi se fué con ella cuando su cuerpo perdió la vida.

Creí verme sumergido en una depresión tan fuerte que me cuestione mucho el seguir de pie sin motor que me guiará. No tendría sus buenos dias, tampoco sus tazas de té caliente a la merienda. Mucho menos sus frases de aliento al ver mis retratos.

Ella era la única persona a la quería dibujar, todas sus facciones estaban grabadas en mi memoria de una forma tan pura que cada vez que pestañeaba veía su sonrisa, la arruga que se le hacía al final de los ojos, y ese pequeño lunar que adornaba su mejilla.

Enamorado era poco, estaba obsesionado con la belleza de mi esposa.

Dejé de pintar en cuanto sus ojos no se abrieron más, guarde y encerré con llave aquellos recuerdos sobre líneas, todo lo que aprendí en clases y sobre todo, aquella motivación que tenía por querer hacerla sonreír con alguna obra.

Una noche, aquellas pastillas que tanto tiempo habían estado en mis gavetas me hicieron un llamado, un llamado que escuché. Estuve muy cerca de decir un adiós definitivo, la soledad estaba tan tensa que ya había redactado a puño y letra mis últimas palabras.

"A mis hijos les pido perdón, la amé con el alma y como la sigo amando tanto me estoy quitando la vida para la suya vuelva a estar conmigo"

Las pequeñas cápsulas estaban en mi mano, tragué grueso muchas veces rezándole a Dios que no me diera dolor. Que me permitiera paz, y sobre todo que me perdonara por no esperar a su llamado.

Estaba a segundos, mi pulso estaba volando aquella noche, estaba decidido. Está era la única forma de no volver a estar solo.

3.., 2..

Mi teléfono vibró en la mesita de noche, pensé en ignorarlo y continuar pero, el nombre de Almedit iluminaba la pantalla.

—¿Diga?—no reconocí mi propia voz, la inquietud me estaba comiendo vivo.

Papá..—tartamudeaba—: Perdóname la hora, sólo... Sólo—su llanto era el predominante de la llamada, haciendo que mis entrañas se contrajeran.

—¿Cariño?—seguía sin respuesta, pero sabía que estaba ahí. El hipo producido por el llanto me lo confirmaba—: ¿Qué pasa?

Y por fin, después de lo que parecieron siglos, me dió la noticia que me trajo luz. Aquella noticia que me dió esperanza, que me hizo retractarme de todo lo que estaba apunto de cometer.

Estoy embarazada—dijo mi hija menor aquella noche hace casi 21 años.

Si mi hija en ese momento no hubiera llamado quizás no hubiera conocido a la que tomaría el mismo gusto que yo. Me hubiera perdido de la pequeña criatura que me robaba la llave para entrar en mi taller. Una niña de tan solo 11 años en ese momento pintaba como si hubiera sido descendiente del mismo Picasso.

Tomaba las obras de mi nieta y las publicaba con el mayor orgullo. Me sentía como un abuelo privilegiado, mi amor por un pincel fue heredado.

Y, para ese momento fué notado por una madre de 5 hijos, una señora que me enamoró con las palabras que le dedicaba a las pinturas que yo tanto publicaba. Fueron años de cartas y testamentos, noches llenas de mucho amor por mi parte, que para entonces creía que era mutuo.

No hay peor ciego que el que no quiere ver, y cuánta razón tenían.

Me alejé de mi familia por amor y resulté, de nuevo, abandonado. Dejé todo por una nueva oportunidad en conocer nuevos sentimientos y finalmente terminé como un viejo solo en una ciudad tan grande.

Mis mañanas, tardes y noches eran las mismas de siempre. Rutinas y rutinas eran lo que me acompañaban, eso y un pequeño felino color café que venía a mi puerta todas las mañanas.

Tras haber desayunado una mañana, el teléfono sonó.

—Buen..

¡Adivina quién va a viajar a España a ver a su abuelo favorito!—la voz de Carla tras el pequeño aparato hizo que mi sordera aumentara pero, que mi sonrisa apareciera—: ¡Me puedes preparar un cuarto o duermo en el jardín, me da igual!

Aquella mente tan creativa y alocada hacia que mi sentido paternal volviera a mi. Sentía que era una hija más que había llegado algo tarde.

Pero como siempre, en el mejor momento.

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Un beso, recuerden que son lo más bello de wattpad❤

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