11

Su primer beso.

Era tal y como lo había soñado; unos suaves labios haciendo presión con los suyos, el cosquilleo en su estómago y los ojos cerrados para dar ese efecto de romanticismo. Agradecía a los cielos que una linda chica lo estuviera besando, pero... De alguna manera se sentía mal.

No era la persona a la que quería besar. Y si hubiese podido elegir a la persona que le daría su primer beso, hubiese escogido a otra sin duda alguna.

En medio del beso, recordó el ademán de la chica antes de pelear. Intentó agarrar algo que tenía a los costados, aunque no llevara nada con ella. Cuando sus labios dejaron de sentir aquella suave presión abrió con lentitud sus ojos, viendo fijamente el color gris detrás de aquellos anteojos; no podía equivocarse, sabía a la perfección que la primera corazonada que tuvo era correcta.

— ¿Hibari...san...? — Musitó tan bajo como pudo, asegurándose de que los únicos en escuchar fueran él y la supuesta estudiante de Kokuyo.

Ella abrió los ojos tanto como pudo, había sido descubierta. Apretó los labios, intentando pensar en una respuesta para dar y abrió la boca, con intenciones de decir algo, pero fue interrumpida por el sonido de pisadas acercándose.

— ¿Qué está pasando aquí? —Kusakabe entró al salón junto a algunos cuantos miembros del comité disciplinario, recorrió el lugar con la mirada, encontrándose con el castaño y su jefe travestido, y sintió los nervios recorrer su interior—. Lo siento, tendrás que acompañarnos por no ser estudiante de la escuela Namimori.

Asintió sin vacilar, salió del salón y fue seguida por su mano derecha.

Sawada tocó sus labios, observando a aquel par desaparecer, su primer beso... Conociendo la verdadera identidad de la supuesta familiar de Hibari podría atreverse a decir que fue fantástico.

—Tsuna-kun, ¿te encuentras bien? —Kyoko se puso enfrente de él, exigiendo su completa atención.

—Perdón, Kyoko-chan —pasó a su lado, despidiéndose del beisbolista quien solo sonrió y lo animó para que no dejara ir a la chica de cabello celeste, salió del salón de clases, tomándose el tiempo para ver ambos lados del corredor, y caminó por el cual creía que habían ido. Necesitaba respuestas.

La castaña apretó con fuerza sus puños, nunca en sus tres años de conocer a Tsunayoshi había recibido aquel trato por su parte y le desagradaba súbitamente la sensación que dejaba en su interior; ¿cómo podía ser que esa tonta chica de Kokuyo se lo haya robado? Él debía seguir enamorado de ella por siempre, gastándose millones que no tenía solo para ver si así conseguía algo.

No era posible que la hubiese superado tan rápido, llevaba casi tres años admirándola en supuesto secreto, ¿no? Entonces, ¿por qué lo había olvidado todo en tan poco tiempo?

—Eres un inútil —musitó al ver a Yamamoto abandonar el lugar. Bajó su mirada para ver con desprecio el que seguía sobre la mesa destrozada—. No vuelvas a hablarme.

Salió del aula sin decir una sola palabra más, tomando su celular para desplazarse por la gran lista de contactos que tenía y sonrió al encontrar al indicado, la misma persona que la convenció de haberle aceptado la tonta invitación de Tsuna al maldito baile que jamás debió de ocurrir si aquello terminaría en que él se desinteresara de ella.

♡ ♪ ♡ ♪ ♡

Mukuro estaba concentrado tecleando en su computador, leyendo la información que le llegaba y haciendo un expediente de cada alumno para Hibari, quizás de aquella manera podría demostrarle que era alguien de confianza y que quería llegar hasta el final de todo esto; odiaría perderse lo que parecía ser una venganza a punto de ser servida en platos de porcelana.

No podría dormir en paz si eso ocurriese. Y en caso de que Hibari no cambie de opinión... Cambió de pantalla en su computador para ver lo que unas diminutas cámaras de seguridad que había instalado con discreción grababan. Por supuesto, no se perdería de aquello por ningún motivo, aunque no pudiera ser partícipe.

La puerta se abrió, provocando que Rokudo hiciera un sobresalto y cambiara rápidamente la aplicación que estaba usando para no ser descubierto; se giró lentamente, como quien atrapan cuando está navegando por una página de adultos, y suspiró de alivio al darse cuenta que Hibari estaba ocupado en quitarse la peluca que llevaba puesta, provocando en él una sonrisa ladina.

—Te divertiste, ¿uh? —Se levantó de su asiento, estirando sus brazos hacia el techo.

—Cállate —ordenó sin vacilar, le lanzó el télefono que había tomado durante la conmoción y del cajón de su escritorio sacó su uniforme; estaba apresurado, había sido descubierto por Tsuna y le daba cierto temor lo que fuera a pensar de él—. Consigue la información de una vez.

—Ku, fu, fu —guardó el celular en el bolsillo de su pantalón, se acercó sigilosamente al azabache por detrás, antes de que pudiese quitarse la chaqueta del uniforme Kokuyo, y lo rodeó de la cintura, evitando que se desvistiera—. Espera, realmente te queda bien el verde —una de sus manos subió con delicadeza y recorrió su brazo para tomarlo de la mano, divirtiéndose de la reacción que provocaba en él—. Deberías pensar seriamente en cambiar el color aburrido de Namimori.

Aunque sabía que aquello terminaría en que él pasaría un par de horas en enfermería, no le importaba con tal de molestarlo un poco.

—Di algo más sobre la escuela y te morderé hasta la muerte —se había mal acostumbrado a las repentinas violaciones de su espacio personal por parte del de cabello azul, lo tomaba como una provocación para golpearlo, pero como necesitaba la información que contenía el celular se limitaba a aguantar hasta que se aburriera y lo dejara en paz.

—Ku, fu, fu, fu, me imagino que pensarás diferente si se usa la plaza...

—Siento la interrupción —la puerta se deslizó lentamente, sin llamar la atención del par que estaba en el interior de la sala y la persona que estaba a punto de ingresar prefirió quedarse quieto, estático, preso de la confusión que le generaba ver la escena de ellos dos—. Hibari... ¿San?

El azabache no tuvo que girarse para saber de quién se trataba, le dio un empujón a Mukuro para que se hiciera a un lado y dio media vuelta completamente nervioso, dándose cuenta de lo comprometedor que parecía ser el asunto antes de que Tsuna se hiciera presente. Rokudo se encogió de hombros cuando la mirada del castaño cayó en él, dudaba en si era buena idea intervenir antes de que se hiciera la idea errónea.

— ¡L-Lo siento tanto! —Exclamó tartamudeando, cerró la puerta rápidamente con él afuera y corrió por los corredores con los ojos cerrados, atormentándose a sí mismo con lo que acababa de ver y su cabeza no dejaba de repetir. No lo entendía.

No entendía por qué hace unos minutos él estaba resplandeciente de felicidad por su primer beso con la persona que fue ganando su amor con el tiempo y ahora sentía como si el mundo a sus pies se estuviera desmoronando y cayendo en miles de pedazos a la nada; en su pecho había un intenso dolor y sus ojos no dejaban de soltar lágrimas, era peor que esa estúpida broma en la noche del baile.

Se sentía como un tonto por creer que Hibari Kyoya sentía algo por él, nunca debió haberse hecho tantas fantasías con él.

—Yo, Tsuna —Yamamoto iba caminando a dirección contraria que el castaño y lo saludó amistosamente desde donde se encontraba, creyendo que en algún punto ambos se detendrían a conversar un rato; estaba muriéndose de curiosidad por lo que habrá sucedido con la chica de cabellos celestes—. ¿La pudiste alcan...? ¿Tsuna? —Giró para que su mirada siguiera al castaño que iba a toda velocidad sin intención de detenerse.

No tenía que ser muy listo para darse cuenta que algo malo acababa de suceder.

— ¡Décimo! —Hayato lo encontró justo cuando acababa de bajar las escaleras, e hizo que se detuviera un par de segundos para que lo viera—. ¿Se encuentra b...? —Y, como había sucedido con Takeshi, antes de que pudiese terminar de formular su pregunta que surgió por ver su rostro lloroso, bajó las escaleras tan rápido como pudo para desaparecer—. ¿Q...? —Vaciló, no sabía si debía seguirlo. Su mirada se dirigió hacia el lugar de donde había salido, encontrándose con el deportista, y su ceño se frunció mientras sus pasos se dirigían hacia él—. ¿Qué diablos hiciste, idiota del béisbol?

—No, yo no...

—Hey —el líder del comité disciplinario, ya vestido con la ropa que suele usar, se acercó al par que estaba a mitad del corredor—, ¿a dónde fue?

Ambos intercambiaron miradas y, tras un par de segundos, la dejaron sobre el azabache.

—Maldito desgraciado —Hayato lo tomó de la camisa para acercarlo a su rostro, intentando intimidar aunque fuese un poco—. ¿Qué demonios hiciste?

—Vamos, vamos, Gokudera —Takeshi lo tomó de los hombros para alejarlo un poco—. Fue al primer piso.

— ¡Friki del béisbol!

Hibari no se tomó la molestia de decir algo más antes de partir en la búsqueda del castaño, simplemente se marchó para arreglar el malentendido que surgió en menos tiempo de lo que pensó.

Los ojos verdes que lanzaban chispas de furia cayeron en picada sobre el deportista, exigiendo una explicación de porqué la traición hacia el castaño. Él esbozó una pequeña sonrisa despreocupada, haciéndole saber al otro que no había nada de qué preocuparse.

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