xii. Éxtasis y locura.

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CAPÍTULO DOCE

ÉXTASIS Y LOCURA

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Alerta de smut. Lee bajo tu propia responsabilidad.

La morena había desechó la pinza que formaban sus piernas en la cintura del pelirrojo y había comenzado a quitarle la camisa con rapidez. Quería ver su cuerpo de una vez por todas, pues no era justo que solo uno disfrutase de la vista del cuerpo desnudo del otro. Fred la ayudó con una sonrisa traviesa y una vez hecho, ella observó su torso desnudo con hambre. Tenía los brazos fibrosos y duros, sus hombros eran estrechos, pero fuertes, su piel era cubierta por pequeños lunares y pecas, y sus músculos estaban bien marcados; debía hacer ejercicio. Ante sus ojos, era absolutamente perfecto. 

Acarició su espalda desnuda con suavidad para después clavar las uñas sin previo aviso, haciendo que Fred soltase un gruñido ronco.

—Yo también quiero escucharte —comentó Zaira, juguetona.

El toque de ambos los estaba haciendo caer más de lo que pensaban.

Fred bajó su mano hasta la falda negra y ajustada de tubo que ella llevaba, bajó la cremallera y se la quitó rápidamente, sin pedir permiso porque tampoco hacía falta, dejándola caer a un lado de la cama, para después comenzar a bajar aquellas preciosas braguitas negras de encaje. A diferencia de con la falda, lo hizo más lentamente, para disfrutar de la vista, de la maravillosa vista. Sin embargo, aun así no tardó demasiado en tener a la morena completamente desnuda ante él y quedó embelesado durante unos segundos ante aquella imagen tan hermosa y sexy, haciendo que un rubor pintarrajease las mejillas de ella ante la atenta mirada; una vez más, él se la comía con los ojos.

Un minuto más tarde, después de observar el cuerpo ajeno detenidamente, comenzó a moverse de nuevo y llevó la mano hasta el sexo de la morena, situándola justo en la entrada y acariciándolo suma suavidad. Sin embargo, pese a que fue una leve caricia, todo el cuerpo de Zaira se estremeció de placer.

—Estás muy mojada —señaló él, después de haber tocado un poco más. Por su sonrisa se podía notar que estaba más que satisfecho con aquello y ella no parecía avergonzada por ello—. Me pregunto si te podrás mojar todavía más, aunque seguro que sí.

Para sorpresa de Zaira, Fred descendió por su cuerpo para luego subir sus piernas, ponerlas sobre sus hombros y de esa forma, poder enterrar la cabeza entre aquellos duros muslos. Sólo unos segundos después, comenzó la acción que sabía que volvería loco a su ángel. La morena jadeó de placer al sentir por primera vez como la lengua del pelirrojo empezaba a deslizarse por su monte de venus. La lamía, la saboreaba y por supuesto, jugueteó con su clítoris. Realizó aquella acción por casi un minuto mientras se deleitaba con los gemidos de ella; pero, de pronto, separó sus labios inferiores con un par de dedos y metió la lengua en el interior de Zaira, haciendo que ella gritara del más puro éxtasis. Eso sólo lo motivó más para continuar, para esforzarse en aquella tarea. Movió su lengua con maestría dentro de ella, haciendo círculos en el interior que hacían enloquecer a la morena y daba embestidas con su lengua, como queriendo introducirse aún más en ella, como buscando su debilidad, ese llamado punto G.

—¡Fred! ¡Oh, sí!

En cuanto la escuchó gritar su nombre, metió su dedo pulgar dentro de ella sin delicadeza, jugando ahora en su interior tanto con su dedo como con su lengua; pues lo único que buscaba era someter a Zaira al mayor placer. Se mantuvo así durante varios minutos, incluso acabó introduciendo algún dedo más. La morena ya había arqueado la espalda y eso le indicó que estaba a punto de venirse, pues también notaba como las paredes de su interior se contraían. 

—N-No aguanto más... Fred... —anunció entre gemidos.

El pelirrojo aumentó el ritmo de los movimientos de su lengua y sus dedos, y en cuestión de segundos, recibió los fluidos de la morena con satisfacción. Sin embargo, no paró, siguió jugando en su interior hasta que ella se corrió por segunda y tercera vez. Zaira estaba sorprendida. Ningún hombre antes había conseguido aquella «proeza», ya que incluso solía resultarles difícil hacerla correrse tan solo una vez. Ella era implacable, indomable y difícil de complacer, pero él lo conseguía con suma facilidad, la hacía vulnerable, sensible.

Cuando se detuvo finalmente, se lamió el pulgar, saboreando los fluidos restantes mientras miraba a Zaira con un brillo travieso en sus ojos. 

—Ven aquí —ordenó ella. Fred vio como sus ojos estaban ampliamente dilatados y como el sudor ya había comenzado a caer por su frente.

Obedeció y se acercó. En seguida, ella se apoderó de sus labios y jugó con la lengua de él mientras bajaba una mano hacia la notable erección que Fred parecía tratar de ocultar; sin demasiado éxito, por supuesto. Estaba más que claro que ella no era la única excitada en esa habitación, él se encontraba en el límite. Ni siquiera sabía como estaba aguantando tanto cuando estaba a punto de explotar. Incluso le dolía de lo excitado e hinchado que estaba.

Lentamente, Zaira le desabrochó y quitó los pantalones como mejor pudo y empezó a acariciarlo por encima de la última prenda de ropa que le quedaba. Fred gemía y suspiraba entre los besos y las caricias que ella le proporcionaba. La morena trataba de hacerlo enloquecer, igual que él había hecho con ella minutos atrás. Su miembro cada vez se ponía más duro y en su mente surgía un irrefrenable deseo de querer hundirse en ella, de querer tomarla, de querer poseerla sin más preámbulos ni preliminares. Quería hacerla suya ya.

El pelirrojo se sobresaltó un poco cuando ella se deshizo de esa última prenda; normalmente con otras mujeres se tenía que desnudar él mismo. Pero Zaira era más atrevida de lo que ninguna mujer había sido antes con él y al mirarla a sus ojos dorados veía que ella tenía el mismo deseo que él. Quería que se introdujese en ella, quería tenerlo dentro, quería que la hiciera suya de una maldita vez. Ninguno aguantaba más, ambos estaban en su límite. El deseo era irrefrenable a esas alturas.

Con cierta ternura y suavidad, pero sobre todo con lujuria, Zaira comenzó a tocar su miembro mientras que él volvía a atacar su cuello con besos y mordiscos. Sin embargo, Fred casi no era capaz de centrarse en aquella tarea de forma correcta, debido al placer que la morena le estaba proporcionando con sus manos; era tal el placer que lo hacía desconcentrarse y olvidarse de todo lo demás. A ese ritmo, sentía que se correría antes de hacerla suya y realmente no quería eso, pues quería que correrse en su interior.

—Z-Zaira... —suspiró de placer—. Eres demasiado buena, joder...

La mencionada soltó una melodiosa carcajada, a la vez que aumentaba el ritmo de sus caricias sobre la erección. Lo estaba masturbando de una manera que sometería a cualquier hombre ante ella, debido al placer que podía provocar con aquello. Estaba claro que conocía perfectamente los métodos para hacer caer a un hombre en el éxtasis y la locura, sobre todo a Fred.

—Mierda, Zaira... te quiero hacer mía de una vez... —gruñó en su oído.

—Hazlo —respondió ella, también en su oído, antes de mordisquearle el lóbulo y retirar la mano que cubría aquella parte del cuerpo ajeno que parecía a punto de reventar.

Fred la besó en los labios con hambre mientras posicionaba su miembro en la entrada de ella y se introducía en el interior de una sola embestida; ambos gimieron al unisono. Después, comenzó a moverse de forma lenta, muy lenta, pues no quería lastimarla; aunque sabía que Zaira ya no era virgen, prefería que se acostumbrase a él antes de acelerar el ritmo. Y aun así, pese a que los movimientos eran lentos, eran profundos y alcanzaban el punto justo. 

Cuando separó sus labios de los ajenos para tomar aire, Zaira gimió escandalosamente y él solo se excitó más, notando como su miembro se endurecía en el interior de ella, a la vez que sus paredes interiores lo apretaban con más fuerza. Se estremeció de pies a cabeza y gimió. Se sentía demasiado bien. Ambos se sentían jodidamente bien.

—Sigue así y me correré ahora mismo... —le advirtió sobre sus labios. 

Sólo un único gemido o movimiento inconsciente de ella era suficiente para hacerlo caer en ese momento, para hacer que explotase cuando la diversión realmente acababa de comenzar.

Zaira le respondió con una risa, antes de que Fred le diera una nueva embestida, una mucho más profunda que las anteriores y que logró que ella perdiese un poco más sus sentidos.

—¡Ah~! ¡Fred...! Dios... —enterró las uñas en su espalda, incapaz de contener el placer o los numerosos gemidos y jadeos que le provocaba.

—Zaira, j-joder... —dejó caer la cabeza sobre el hombro ajeno, escondiéndola en su cuello y luego dándole un pequeño mordisco.

Sus movimientos, sus embestidas, cada vez se tornaron más y más rápido. La morena ya se había acostumbrado lo suficiente a él y el pelirrojo no podía aguantar eternamente con un ritmo lento. No cuando desde el principio estaba que reventaba. 

La propia Zaira sentía que ya había perdido la cordura, que se había vuelto loca; sin embargo, con cada embestida que le daba Fred, se la devolvía para hacerla caer de nuevo tan solo un segundo después y así conseguir que sus gemidos fueran cada vez más altos. La morena podía sentir como el pelirrojo daba en el punto correcto con cada movimiento, haciendo que un hormigueo de placer y satisfacción recorriesen cada fibra de su ser, haciendo que tuviera que luchar para no correrse tan pronto de nuevo y haciendo que los gemidos o los gritos con el nombre ajeno fueran cada vez más altos.

Probablemente, una parte de los sirvientes los estaban escuchando, pero eso les daba igual. Ni siquiera esa preocupación surcaba por su mente en ese instante.

—¡Joder, Zaira! ¿Cómo cojones puedes ser tan jodidamente excitante? —gruñó él y apretó los dientes, después de sentir como ella apretaba su miembro una vez más en su interior.

—¡Más! ¡Más... rápido, Fred! —exigió ella, relamiéndose los labios.

Y como si Zaira fuera la ama y él el sirviente, Fred obedeció. Esos fuertes movimientos acabarían con la morena, sentía que se moriría de puro placer. ¡Cómo estaba disfrutando, joder! Se sentía jodidamente bien. ¡Al diablo con todo el mundo! Aquella noche moriría y lo haría feliz. 

El pelirrojo gimió contra su oído cuando la morena volvió a clavarle las uñas en la espalda y encima su interior se apretó aun más alrededor de su miembro. Era seguro que aquellos «ataques» a su espalda le dejarían marca, pero tampoco le importaba. Se sentía como si pudiese tocar el mismo cielo –aunque, realmente, estaba en él– con la punta de los dedos de la mano. Nunca antes se había sentido tan bien. 

Ninguno quería que aquello acabara, querían continuar por siempre, pero Zaira estaba empezando a notar como alcanzaba el clímax.

—¡J-Joder, Fred! —exclamó, apretándolo aun más en su interior—. Me voy a venir...

—N-No eres la única, Zaira, me estás apretando tanto que no puedo aguanto más... —comunicó en un tembloroso hilo de voz debido a la excitación.

Segundos después, ambos llegaron al éxtasis, al clímax, a la vez. Zaira sintió como Fred se corría dentro de ella y como los fluidos de ambos salían de su sexo deslizándose por su entrepierna; sin embargo, ni le preocupó ni le importó. Una mujer ángel no se quedaba embarazada a caso que fuese lo que quisiera, gracias a su magia. Definitivamente, aquello era muy ventajoso y conveniente para disfrutar del sexo en todo su esplendor, cómoda y despreocupadamente. 

Sonrió para sí. ¡Para que luego le dijeran que la felicidad más perfecta no existía!. Sin duda, para ella, lo que acababa de suceder lo era. Lo era el haber compartido aquella experiencia con el hombre que amaba. Lo era el haberse entregado a Fred y haberle dado todo su amor.

El pelirrojo cayó encima de su cuerpo después, sin energías. Se había descargado por completo dentro de la morena y se sentía jodidamente bien. Nunca había tenido sexo como aquel, nunca lo había hecho así, no con tanta ferocidad y lujuria, a pesar de haber ido lento en ocasiones. Nunca una mujer le había permitido acabar dentro por temor a quedar embarazada y aun así, pese a que él no le había preguntado si podía, a ella no parecía haberle importado.

Finalmente, salió de dentro de ella y se tumbó a su lado en la cama, intentando recuperarse. Las pulsaciones de ambos seguían muy elevadas y sus respiraciones ajetreadas. Aun así, Zaira lo miraba con una sonrisa en los labios. La felicidad lo embargó al verla. La había hecho suya, la había tomado, se había acostado con ella. La había follado como nunca había follado a una mujer. No. No. No se la había follado. Le había hecho el amor, porque él la amaba con todo su ser.

—Lo has hecho bastante bien para ser un humano —mencionó Zaira al cabo de un rato y rio por lo bajo. Fred arrugó la nariz.

—¿Es que ha habido otro que lo haya hecho mejor que yo?

—No, tú has sido el mejor con diferencia ━confesó con una sonrisa.

—Así me gusta, porque tú eres mía, eres mi ángel y no me gustaría que otro hombre te hubiera hecho sentir mayor placer que yo —rio. 

Estiró una mano para comenzar a acariciarle una mejilla  y ella entrecerró los ojos ante el delicado y cálido contacto.

—Solo tuya, Fred —aseguró, ignorando lo demás. 

Entonces, se acercó para depositar un suave beso en sus labios; un beso que duró unos cuantos minutos, pero fue el beso más tierno que ambos se dieron hasta el momento. Luego Zaira volvió a hablar, tras dejar escapar un bostezo y entrecerrar los ojos.

—Creo que dormiré, estoy agotada por tu culpa —ambos rieron.

—Sí, yo también.

Fred la estrechó entre sus brazos y ella se quedó dormida después de haberse acurrucado en su torso desnudo. Él, en cambio, tardó más en rendirse al suelo. Antes de que sucediera, se dedicó a observar el hermoso cuerpo de la morena y lo acarició con suavidad para no despertarla mientras notaba como Morfeo lo empezaba a llamar. Sonrió, entonces. No se creía que aquel ángel, endemoniadamente sexy, se hubiera enamorado de alguien como él, de un simple humano. Pero, eso era lo que lo hacía tan feliz, saber que ella era suya. 

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