Epílogo.

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EPÍLOGO

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Ocho años después...

El tiempo había pasado volando y muchas cosas habían pasado durante esos ocho largos años, algunas buenas y otras malas. 

Nada había vuelto a ser lo mismo desde aquel día en que Zaira había aparecido de repente en la Madriguera en busca de Fred, tras haber sido liberada del Laberinto. Ahora la morena era un miembro más de la familia, ahora era Zaira Weasley, esposa del travieso y enérgico Fred Weasley. Se habían casado justo un año después de que él se lo hubiese propuesto; había sido una hermosa boda, a la que había asistido la familia Weasley y sus más allegados. La gente del Reino de los Cielos se habían comunicado con ellos aquel día para felicitarlos; Zaira había sido muy feliz al escuchar de nuevo la voz de Kain, Keigar y los pequeños niños de la mansión. Eso realmente había sido la guinda del pastel. Había sido el mejor regalo de todos.

Durante aquel tiempo, Zaira a veces tenía pesadillas sobre el Laberinto, se levantaba sudando y aterrada, pero los brazos de Fred siempre conseguían tranquilizarla. El pelirrojo velaba por ella cada noche, preocupado. Sabía perfectamente que ella había pasado por una experiencia terrible en aquel lugar y aun se culpaba por ello; por eso y porque la amaba era que siempre estaba ahí para consolarla.

Respecto al tema de que Zaira era un ángel caído... Nadie sabía nada, a excepción de la familia Weasley y los amigos más cercanos. Era un secreto que todos habían jurado mantener, por la propia seguridad de Zaira. Además, la morena pasaba sin muchos problemas por una bruja normal y corriente... o más o menos, normal. Ya que ella ni siquiera necesitaba la varita para usar la magia, pero para disimular, se veía obligada a hacerlo, aunque a veces se le olvidaba.

Fred se había sorprendido mucho al ver lo rápido que su ángel se había adaptado al mundo de los humanos, era como si hubiera vivido toda su vida allí, aunque a veces soltaba comentarios que confundían a la gente y le hacían parecer extraña, pero no le importaba, Ella estaba feliz de poder estar en el mismo mundo que el pelirrojo. Por eso hacía su mejor esfuerzo para adaptarse, aunque había veces en las que añoraba el Reino de los Cielos; después de todo, había pasado quinientos cincuenta y tres años allí. 

Ah, esa edad claramente nadie la conocía, a excepción de Fred y George, del cual Zaira se había encariñado profundamente. A veces, incluso George y ella actuaban tan cariñosos que Fred se ponía celoso y le decía a su gemelo que Zaira era solo suya, a lo que George siempre se reía por lo posesivo que era el contrario. A Zaira realmente le encantaba ese comportamiento, se le hacía bastante adorable.


La morena se llevaba bien con todos los Weasley, aunque sobre todo con George; lo cual no se podía evitar, ya que era la otra mitad de su marido. La señora Weasley cada ve que la veía, le daba las gracias por traer a su preciado hijo de vuelta y con el tiempo, había empezado a considerarla hija suya, al igual que el señor Weasley. 

Con el único miembro de la familia que tenía más problemas, era con Ginny. A la pelirroja no parecía que la morena le agradase demasiado, pero nunca lo decía en voz alta, porque Fred siempre se enfadaba con ella en más de una ocasión anteriormente, e incluso Harry también se había enfadado. A Zaira no le importaba realmente ese hecho, no le daba mucha importancia. En realidad, a ella tampoco le agradaba Ginny. Por alguna razón, sus personalidades chocaban y no eran capaces de llevarse bien, por mucho que lo intentasen.


De repente, un fuego verde apareció en la chimenea de la casa, obra de los polvos Flu. Una hermosa chica de largos cabellos negros hasta la cintura, de ojos dorados y de unos veintiocho años de apariencia, acababa de aparecer en la chimenea. Era Zaira. A diferencia de en el Reino de los Cielos, ella había empezado a envejecer, pero aun era bastante joven.

Salió de la chimenea y comenzó a caminar por la casa, después de limpiarse las cenizas que habían quedado en sus ropas. Se detuvo ante un espejo que había en el pasillo de la casa para examinarse, tenía unas pequeñas ojeras debido a la falta de sueño. Había estado trabajando hasta hacía un par de horas. Había tenido que viajar a Dinamarca para buscar a un mortífago y la misión se había prolongado más de los esperado.

En efecto, Zaira trabajaba como aurora en el mundo humano y la verdad, le iba perfectamente. En poco tiempo, se había convertido en la subjefe de los aurores, debido a su gran talento, siendo su cuñado Harry Potter el jefe, claramente. A decir verdad, se le daba demasiado bien eso de atrapar magos oscuros. Quizás, porque no era tan diferente a algunas misiones que había realizado en el reino en el pasado.

Se pasó un dedo por las ojeras y de pronto, desaparecieron, gracias a su poder de ángel. No iba a permitir que nadie notara que estaba cansada.

Tras eso, volvió a caminar hacia el lugar donde había empezado a escuchar voces y llegó hasta la puerta trasera de la casa, que conducía al jardín. Allí, dos niños pequeños corrían para atrapar a un hombre adulto de forma animada. Los niños no pasaban de los cinco años y eran completamente idénticos, pues eran gemelos. Ambos tenían el pelo negro como el carbón y revuelto, mientras que sus ojos eran de un color marrón con algunas motas doradas. Además, se podía ver en las manos derechas de ambos niños, un tatuaje de extraños símbolos, la marca de que tenían sangre de ángel corriendo por sus venas. El que había nacido primero de los dos, se llamaba George Kain, mientras que el segundo, se llamaba Logan Fred. 

Zaira los observó con una amplia sonrisa, juraría que habían crecido otra vez en los días que no había estado. El pequeño George dio un grito de guerra y se abalanzó sobre la persona a la que perseguían; un hombre de unos veintiocho años, pelirrojo y sí, se trataba de Fred Weasley, obviamente. En cuanto el pequeño se abalanzó, ambos cayeron al suelo y Logan aprovechó para tirarse encima de su padre también. Seguidamente, los tres rompieron a reír a carcajadas, se lo estaban pasando de maravilla haciendo el tonto.

Al final la visión que una vez había tenido Zaira de ver a Fred jugando con unos niños se había hecho realidad. Allí estaba el hombre al que más amaba junto con sus dos queridos hijos.

—¡Mamá! —exclamó el pequeño Logan al divisar a su madre.

—¡Has vuelto! —lo acompañó George, emocionado.

Ambos niños se alejaron de su padre y echaron a correr en dirección a su madre. Cuando llegaron, Zaira se puso de cuclillas para recibirlos a los dos y les abrazó con cariño, mientras les daba un par de besos a cada uno en la cabeza.

—Mamá está en casa —dijo ella con una sonrisa.

—Te echábamos de menos —susurró Logan, acurrucándose en los brazos de su madre, buscando sentir el su calor.

—Cierto, es muy difícil dormir por la noche sin las canciones de mamá —comentó George, acurrucándose también.

—Sí, porque papá canta fatal —añadió Logan, riéndose.

—¡Oye! —exclamó el aludido mientras se aproximaba hasta ellos━. Lo hago lo mejor que puedo. Deberíais reconocer mi esfuerzo.

—Papá, afróntalo, no sirves para cantar —se burló George y le sacó la lengua, una vez se separó de su madre.

El mayor simplemente bufó como respuesta mientras fruncía el entrecejo, haciendo que tanto Zaira como los niños rieran.

—Pareces un niño chico —mencionó ella, tratando de dejar de reír.

—¿Qué tal el trabajo? ¿Se acabó? —preguntó entonces su marido, cambiando de tema.

—Sí, lo cogí cruzando la frontera.

—No me esperaba menos de mi mujer —una amplia y coqueta sonrisa apareció en sus labios.

—Es porque mamá es genial —dijo George, sonriendo.

—Pero el trabajo de mamá es peligroso... —murmuró Logan, preocupado.

—No te preocupes, tu mamá es muy fuerte —le tranquilizó Zaira y le dio un beso entre sus negros cabellos.

—Más que papá —se burló George de nuevo.

—¡Serás granuja! —dijo Fred antes de coger a su hijo en brazos y empezar a hacerles cosquillas sin parar, sin ceder a las protestas del pequeño.

Para tan solo tener cinco años, los niños eran demasiado inteligentes. Estaba claro que habían sacado la inteligencia de su madre y el humor de su padre. Aunque Logan era algo más sensible que su gemelo. Si Zaira tuviese que comparar, diría que George se parecía a su padre y Logan, en cambio, se parecía a su tío George. 

La morena se incorporó para acercarse a su marido y éste a su vez, dejó al pequeño George en el suelo de nuevo. El pelirrojo ni siquiera se lo pensó dos veces, cogió a su mujer del brazo y la atrajo hacia él con una sonrisa ladeada, para después comenzar a besarla lentamente. Ella le siguió el beso, dejándose embriagar por él, y aunque no le importaría pasarse el día haciendo aquello, con sus hijos estaban delante, no era lo más adecuado, así que separó sus labios al poco tiempo.

—Te eche de menos, Zaira —susurró él sobre sus labios.

—Y yo a ti, Freddie.


Después de eso y de que toda la familia cenara junta animadamente, los niños se fueron a su habitación a dormir, ansiosos de que llegara el día siguiente, ya que irían a Sortilegios Weasley con su padre y podrían ver a su tío George y a sus primos.

Fred y Zaira se dirigieron a su habitación de matrimonio y nada más cerrar la puerta, el pelirrojo acorraló a la morena contra la pared para después comenzar a besarla apasionada y lujuriosamente. Claramente, no estaba nada satisfecho con que ella hubiese parado el beso anteriormente, así que ahora se estaba desahogando

Cuando cortaron el beso, ambos estaban ya excitados, porque ambos habían repartidos ciertas caricias en el cuerpo ajeno a su vez. Realmente se habían extrañado mucho el una al otro, por eso ahora querían disfrutar plenamente de su compañía.

—Fred, te amo —susurró ella contra su cuello, justo después de dejar una marca en la zona.

—Yo también te amo, Zaira, lo sabes perfectamente. 

Entonces, la cogió en brazos y la condujo hasta la cama. Ansioso por tenerla solo para él en ese momento. Ansioso por hacerla suya una vez más. Ansioso por demostrarle cuanto lo había extrañado en aquellos días. Pero cuando ya había empezado a desvestirla y tan solo le quedaba deshacerse de la ropa interior, Zaira lo detuvo.

—Hay algo que tengo que contarte —anunció mientras acariciaba su cabello pelirrojo y enredaba los dedos en él.

—¿No puede esperar? —cuestionó con una sonrisa picara.

—No, es algo muy importante.

—¿Y qué es? —dijo, dándole un beso en la clavícula.

—Estoy embarazada de dos meses —comunicó, tan tranquila como siempre, tal y como lo había hecho cuando había sido que estaba embarazada de los gemelos. 

Lo miró de reojo, esperando su reacción y una sonrisa no tardó en aparecer. Los ojos de su marido se abrieron de par en par ante la sorpresa, pero, en seguida, una sonrisa se dibujó en su rostro, como había hecho su mujer. Seguidamente, descendió por el cuerpo ajeno y empezó a darle suaves besos cuando llegó al estómago. Sí, ahora que se daba cuenta la barriga de la morena estaba más hinchada que de costumbre y no creía que fuera porque hubiese engordado.

—Papá te está esperando~ —susurró, increíblemente feliz, antes de volver a depositar un beso en la zona.

—Bobo —rio.

—Tu bobo —hubo unos largos segundos de pausa mientras el pelirrojo buscaba los ojos dorados que lo tenían enamorado desde el primer momento en que los había visto—. Soy feliz de haberte conocido, Zaira, no me arrepiento de nada, en serio. 

—Lo mismo digo, mi lindo humano.

Justo después volvieron a fundirse en un beso apasionado que, poco a poco, los iba haciendo caer más y más. Ellos no necesitaban nada más que al otro para ser felices; bueno, a ellos, a sus dos lindos hijos gemelos y al que estaba creciendo en el interior de Zaira. Ellos se amaban, se seguían amando igual que cuando se habían conocido. Tenían un amor que jamás se rompería, pasara lo que pasara. Un amor que se había forjado tras las dificultades y que se había vuelto más fuerte de lo que jamás habrían imaginado. Un amor inmutable y eterno.

«¿Quieres mi ayuda?», con esa simple pregunta comenzó todo. Todo cambió a partir de ahí. Ellos cambiaron. El Reino de los Cielos cambió. Sus vidas nunca volvieron a ser las mismas. Nada volvió a ser lo mismo, pues su unión cambió y sacudió a todos lo que estaban a su alrededor. Pero, ¿quién ayudó a quien? ¿Fue Zaira quién ayudó a Fred? ¿O fue Fred quién ayudó a Zaira? La respuesta es obvia, ¿no creéis? Se ayudaron mutuamente, en eso consiste el amor.

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