Epílogo
El sol de la mañana entibiaba la brisa que le acariciaba el rostro y jugueteaba con su pelo. Esa mañana se había despertado muy temprano, se había puesto ropa bonita y había comprado un ramo enorme de flores y algunos pósters de cantantes de rock.
Pasó por sus padres y condujeron juntos hasta el cementerio donde Bruno descansaba en paz.
Cuando llegaron, quitaron las flores secas y colocaron el ramo nuevo. Federico sacó un rollo de cinta adhesiva y pegó los pósters sobre la lápida de su hermano.
—Finalmente te los devolví —le dijo—. Tardé un poco. Es que me costó trabajo encontrar unos pósters tan feos. Pero bueno... Son tus gustos.
La madre de Bruno se puso en cuclillas y enterró un rehilete de colores en la tierra. Luego se unió a su familia, abrazando a su esposo y a su hijo. Los tres guardaron silencio durante unos instantes mientras miraban la tumba de Bruno.
"Bruno Franco, Un hijo amado, el mejor hermano y amigo. Siempre te recordaremos".
Entonces, el rehilete comenzó a girar. Al principio lento, casi tímido, pero luego aumentó la velocidad, como si alguien lo estuviera manipulando de alguna manera.
—Ese es Bruno —dijo Federico, con la voz quebrada—. El tonto cursi está jugando con nosotros.
Toda la familia se rio.
A la salida del cementerio, Alex estaba esperando, apoyado en su patrullero. Sus padres le dijeron que iban a quedarse un poco más antes de partir de regreso a su casa, así que Federico decidió darles un poco de privacidad.
—Encontramos un comprador para la casa —comentó Federico.
—No pareces muy convencido —respondió Alex.
—Es que... Al final de cuentas sí me da un poco de pena. Fue la casa donde crecimos, está llena de recuerdos, buenos y malos, pero son nuestros. Mis padres están convencidos de que quieren venderla. Me dijeron que podemos crear nuevos recuerdos en otro lugar. Que los momentos bonitos se quedan con uno.
—Tienen razón.
Federico suspiró.
—Entonces... ¿Qué vas a hacer? Ahora que terminó todo, ya no tienes nada que te ate a Sacramento.
—Te tengo a ti —contestó Federico—. Eres lo más bonito de este pueblo de porquería.
Alex se carcajeó.
—Pero sé que tú tienes planes —continuó Federico—. Quieres esperar a que tus padres ya no estén para marcharte de Sacramento, yo no puedo meterme en eso, pero puedo proponerte dos cosas: La primera es quedarme aquí contigo para que cuides de tus padres. La segunda es que tú te vayas conmigo a la gran ciudad, pero eso implicaría empezar de cero para ti y alejarte de tus padres.
Entonces, el oficial bajó la mirada. Escondió las manos en los bolsillos del pantalón de su uniforme.
—Hablé con mis padres luego del juicio. Les dije que había conocido a una persona maravillosa que me había robado el corazón. Les dije que quería mudarme, pero no quería que ellos se sintieran abandonados.
Federico contuvo la respiración. Sentía que su corazón iba a explotar dentro de su pecho.
—¿Y entonces...?
—Me dijeron que yo era joven y que tenía que seguir mi camino, que no se sentirían abandonados si los llamaba o los visitaba de vez en cuando. Así que...
—¿Así que, qué? —lo apuró Federico.
—Hablé con el comisario Umpierrez esta mañana. Como soy un buen chico y tengo buena reputación, me dijo que hablaría con algunos contactos para conseguirme un traslado. Así que, en teoría, este es mi último día de trabajo en Sacramento.
—Pero Alex... —balbuceó Federico—. Tú hiciste todo eso... Te arriesgaste sin saber si yo aceptaría...
—Bueno, si no aceptas puedo pedir mi empleo de vuelta.
Federico le dio un golpe en el brazo.
—¡Por supuesto que acepto!
—Qué bueno, porque ya tengo todo empacado.
Federico soltó una risotada.
—Eres un payaso, Alexander Ruiz.
—Nop, no lo soy. Soy policía.
Desde que conoció a Alex, Federico solía preguntarse qué diría su hermano al respecto. A menudo conversaba con su hermano en sus pensamientos. Le hablaba de lo feliz que se sentía cuando estaba junto al oficial, lo cálidos que eran sus abrazos. Entonces lo supo. Probablemente, Bruno se llevaría muy bien con Alex. Porque lo que Bruno siempre quiso fue que él fuera feliz, pero Federico había olvidado lo que era la felicidad hasta que ese chico de ojos azules regresó a su vida.
Así que la respuesta estaba clara.
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