8
—¿En serio tuviste que salir con ella para conseguirlo?
El tono de Federido lo hizo sentir un tanto culpable.
—Vamos a decir que sí. Pero tampoco fue tan terrible. Caro es una buena chica.
Escuchó el resoplido del hombre al otro lado de la línea.
—¿Por lo menos te gusta?
—Bueno... No es que quiera casarme con ella...
—Voy a tomar eso como un no. Oye... gracias. Tampoco era necesario que te prostituyeras para conseguir el bendito expediente —dijo en tono de broma, Federico.
Alex soltó una risa incómoda.
—Por Dios, solo fueron unos tragos, no me acosté con ella. En fin... ¿Estás en tu casa? Puedo llevarte el sobre como a las ocho, tengo que pasar por la casa de mis padres antes.
—Estaré aquí toda la tarde. Supongo que para compensarte este favor tendré que ponerme a la altura de Carolina. Pero yo seré mucho más romántico: ¿qué te gustaría cenar? Yo invito.
Alex se volvió a reír.
—Supongo que una buena pizza no estaría mal.
—Vamos, Alex, esfuérzate un poco más, no seas tan trillado. ¿Qué te parece un risotto de calabaza? No es por presumir, pero la receta de mi madre es única.
—Está bien... —Sonrió—. Será risotto. Llevo algo para tomar.
Mantuvo el sobre cerrado en el asiento trasero de su auto. Aunque sintió curiosidad, Alex consideró que era Federico quien debía revisarlo primero. Después de todo, era la historia de su hermano la que se encontraba guardada dentro de ese sobre.
Cuando llegó, Federico estaba terminando de preparar la cena. Improvisó una decoración para la mesa con algunas cosas que tenía a la mano; un vaso de plástico con unas cuántas flores del jardín delantero y unas sábanas blancas como mantel.
—No puedes decir que las flores no son frescas —bromeó.
Alex dejó la botella de vino blanco y el sobre arriba de la mesa.
—Amigo, si planeas quedarte aquí un tiempo más, vas a tener que comprar algunas cosas.
—Me gusta la austeridad —contestó Federico, mientras dejaba la cacerola sobre una tabla de madera—. Además no necesito más de lo que tengo.
El expediente se mantuvo sobre la mesa durante la cena. Era como si ambos estuvieran dilatando aquel momento a propósito para no arruinar la velada.
Cuando llegó el momento de la verdad, ambos se pusieron tensos. Las sonrisas desaparecieron por completo de sus rostros y en su lugar, se instaló la inquietud y la ansiedad.
—Voy a llevar los platos al fregadero para que tengas más espacio en la mesa —dijo Alex mientras recogía la vajilla. Solo dejó los dos vasos de plástico y la botella de vino.
Federico tomó el sobre con premura. Lo miró por ambas caras antes de quitarle el ganchito de metal que lo mantenía cerrado.
—Apúrate, Alex. No quiero mirar esto solo.
Alexander se secó las manos en los pantalones y se dirigió nuevamente a la mesa. Se sentó frente a Federico, los papeles ya estaban fuera del sobre. De pronto, el ambiente se puso muy pesado; a Federico le temblaban los labios, Alex había cruzado los dedos sobre la mesa y movía los pulgares de forma nerviosa.
—Bueno... ¿Lo vas a ver? —le preguntó Alex.
—Sí, solo me estoy preparando mentalmente.
—Ya sabes lo que va a decir.
—¿Y qué tal si dice algo que no sé? —preguntó Federico.
—Eso no debería pasar. Se supone que toda la información que está registrada en esos papeles les fue comunicada previamente a los familiares.
Federico resopló. Apoyó ambas palmas sobre el montón de papeles y tomó una generosa bocanada de aire.
—Fede, estoy contigo, te voy a acompañar todo el tiempo que sea necesario. Es más, si no quieres ver nada de eso está bien, yo puedo mirarlo por ti.
—No, tengo que hacerlo yo. Ya no tengo diez años. Además, fui yo el que quiso averiguar más sobre este asunto. Tú ya has hecho bastante por mí.
Luego de aquellas palabras, Federico tomó el manojo de papeles entre sus manos y los giró para verlos. Lo primero que apareció, fueron varias fotos de su hermano Bruno. Algunas de ellas en el accidente, otras durante la autopsia. El hombre sintió que se le revolvía el estómago. No estaba listo para ver a su hermano en esas condiciones. Dejó los papeles nuevamente sobre la mesa y se cubrió la cara con ambas manos.
—Por Dios santo... —murmuró para sí mismo.
—Fede, no...
—Un minuto, solo... Dame un minuto. Necesito... —Se levantó y miró hacia el techo, como si quisiera impedir que las lágrimas se escaparan de sus ojos—. No sabía que iban a estar esas fotos.
—Son evidencia, deben estar ahí. Las fotos constatan cómo estaba la escena del crimen y, en este caso, la víctima.
Federico se pasó la mano por el pelo, luego volvió a sentarse. Tomó el manojo de fotos y las colocó de cara sobre la mesa, para no seguir viéndolas. Luego continuó revisando los papeles. Al inicio no había nada fuera de lo común, pero cuando apareció el acta de defunción, el hombre sintió que se le apretaba el estómago.
—Aquí dice que la causa de muerte no fue el atropellamiento, sino un golpe con un objeto contundente en la cabeza.
—Pudo haber sido en el mismo choque —acotó Alex.
—No —contestó tajante Federico—. Hay un descargo del médico forense, dice que no se pudo determinar cuál fue el objeto con el que fue golpeado, pero que las lesiones en su cráneo no se condicen con el choque. Hay otras lesiones —dijo, mientras revisaba los otros papeles—, raspones en el rostro, los brazos y las piernas, esas lesiones sí corresponden al accidente. Pero ese golpe en la cabeza...
Alexander se incorporó para acercarse a Federico y poder leer los documentos con él. Repasaron juntos el descargo del médico forense, con el corazón en un puño. Luego, Alex tomó las fotografías para verificar la lesión que se describía, y al ver el cráneo destrozado del muchacho, sintió unas tremendas ganas de vomitar.
—Pero qué mierda es esto... —masculló.
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