37
El abogado de los Franco se sentó junto a la familia para dejar lugar a uno de los abogados del alcalde, que, antes de comenzar, encendió una pantalla con un pequeño control que tenía en una de las manos.
Las imágenes aparecieron en la pantalla mientras el abogado explicaba cada una de ellas. Mostró fotos de la escena del crímen, del auto con algunos rayones y abolladuras, todos en la sala estaban mirando con atención, pero cuando aparecieron las imágenes de la autopsia de Bruno, los presentes se escandalizaron. La madre de Federico comenzó a llorar, el padre la abrazó cuando ella escondió el rostro contra su pecho para no ver aquella foto terrible de su hijo en la mesa de la morgue. Ambos sabían que aquel momento tarde o temprano llegaría y también sabían que el abogado lo había hecho a propósito.
—Doctor Brigadier, estas imágenes, ¿fueron tomadas por usted?
—Así es —contestó el doctor—. Son las fotos de la autopsia.
—Usted mencionó que el señor Addison y el sargento a cargo del caso fueron quienes lo obligaron a modificar la causa de muerte. ¿Tiene alguna prueba que certifique aquello?
El doctor Brigadier soltó un suspiro.
—No tengo evidencia física de eso.
—¿Tiene usted alguna prueba de que el señor Addison y el sargento estuvieron allí aquella noche?
—El sargento Ruiz fue quien llegó con la ambulancia. Él me dio el reporte de lo que halló en la escena. Por lo general, los médicos forenses vamos a la escena, pero el alcalde Trevor Addison me llamó para decirme que debía esperar al sargento porque ya habían retirado el cuerpo del lugar.
El abogado asintió con una media sonrisa. El doctor Brigadier se notaba claramente molesto por la actitud burlesca del hombre. Incluso su tono de voz era completamente irritante.
—Su señoría, mi equipo contrató a un médico forense especializado en crímenes violentos para que revisara a fondo los detalles de la autopsia. Si me permite, quiero llamar al estrado al doctor Marcos Paz para que nos preste su declaración.
La jueza concedió el permiso y un hombre delgado, canoso, ocupó el lugar que le indicó el abogado. El doctor Brigadier lo conocía a la perfección; fueron compañeros y también grandes rivales durante muchos años. A pesar de que habían comenzado juntos la carrera, las diferencias entre ellos siempre estuvieron muy presentes. Marcos quería el puesto de Samuel, pero a pesar de sus esfuerzos nunca pudo conseguirlo. Así que Samuel sabía que aquella sería la oportunidad perfecta para vengarse.
—Doctor Paz, ¿cuáles fueron sus conclusiones con respecto a la autopsia de Bruno Franco?
El hombre se aclaró la garganta y abrió una gran carpeta que llevaba consigo debajo del brazo.
—Las imágenes de la autopsia muestran, como bien explicó mi colega, una herida profunda en el cráneo que perfectamente puede presumirse que fue la causa de muerte, sin embargo —El hombre tomó el pequeño control remoto que el abogado dejó sobre la mesa y pasó a la siguiente imagen, donde se veía el cuerpo completo de Bruno—. Hay una herida profunda en la parrilla costal derecha con un pronunciado hundimiento. Eso muestra la rotura de una o varias costillas que fueron causadas por el choque, esas costillas perfectamente podrían haber perforado el pulmón o incluso el corazón. Aunque no hay ningún registro de análisis a los órganos internos, yo difiero con el diagnóstico final del doctor Brigadier. Para mí, la causa de muerte sí fue por atropellamiento.
—Los pulmones y el corazón estaban intactos —intervino Samuel—. Las costillas estaban fracturadas pero no llegaron a perforar órganos internos. Tal vez debería haber leído mejor el informe, doctor Paz.
—O tal vez usted omitió detalles, doctor Brigadier.
—¡Objeción, señoría! —El abogado de los Franco intervino de inmediato—. Eso es una alegación innecesaria.
—Ha lugar. Doctor Paz, diríjase al abogado y al jurado, no al testigo, por favor.
—No tengo nada más que decir, señora Jueza —dijo el doctor Paz.
Cuando el hombre se retiró, el abogado continuó con su cuestionario.
—Según su testimonio, si usted fue coaccionado, ¿por qué no acudió a la policía?
—Porque un policía fue quien me dijo que cambiara la causa de muerte, ¿cómo podría confiar en ellos?
—¿Es usted consciente de que modificar un documento es un delito?
—Por supuesto que sí.
—Entonces, si usted estaba tan seguro de su diagnóstico final, ¿por qué siguió las órdenes de una persona que no estaba especializada en medicina forense? ¿No será que en realidad usted tenía dudas con respecto a la causa de muerte y por eso realizó dos informes?
—No —respondió a secas el doctor—. Yo siempre estuve seguro de la causa de muerte.
—Siendo un médico joven, como usted mencionó, quizá las dudas surgieron justo cuando usted estaba convencido de otra cosa, así que realizó dos actas para poder defenderse en caso de que fuera necesario.
—¡Objeción! —volvió a intervenir el abogado de los Franco.
—No ha lugar, responda, doctor.
—No —volvió a decir Brigadier—. Yo era un médico recién iniciado, pero sabía distinguir una causa de muerte tan clara como esa. Bruno Franco fue brutalmente golpeado en la cabeza con un objeto contundente. Esa fue la causa de muerte.
Samuel sabía lo que el alcalde y sus abogados querían hacer. Buscaban doblegarlo, hacerlo dudar de sí mismo, pero no iba a permitir que eso sucediera otra vez. Fue obligado a fallarle a su juramento porque lo atraparon en su momento más vulnerable, pero en la actualidad, el doctor Brigadier sabía lo que hacía y también estaba más seguro que nunca de sus habilidades como médico forense. Él era bueno, y nadie iba a hacerle creer lo contrario.
—No más preguntas, su señoría.
El próximo en ser llamado fue Manuel. Tuvo que recibir ayuda para poder sentarse en el sitio de los testigos, ya que sus heridas todavía no habían sanado completamente.
—Doctor Alonso —comenzó el abogado de los Franco—. ¿Le suena el nombre de Javiera Turner?
—Sí. Fue una mujer de avanzada edad que llegó a la morgue. Yo llevé adelante su autopsia.
—¿Podría describirnos cuáles fueron sus conclusiones?
—La señora Turner llegó a la morgue presentando rigor mortis y cambio de color la piel, lo que indicó que llevaba varios días fallecida. No presentaba heridas visibles, así que la primera presunción fue muerte natural, pero al observar más a fondo, descubrí varias cosas interesantes. Lo primero fueron las marcas en su cuello. Una línea irregular que dejó un hematoma, lo que significa que algo estuvo presionando su cuello. Además, presentaba edema pulmonar y coloración grisácea, lo que indica que sufrió asfixia, presumo que fue con algo que obstruyó sus vías respiratorias externas. Sus bronquios presentaban signos de hipoxia y líquido en las vías respiratorias, y su corazón tenía alteraciones en el tejido provocadas por la prolongada falta de oxígeno. En conclusión, la muerte de la señora Turner no fue por causas naturales, sino por asfixia.
—¿Estaba usted solo al momento de comprobar la causa de muerte?
—El acta de defunción de la señora Turner, al igual que la de Bruno Franco, indica otra cosa distinta a lo que testifica, ¿puede explicarnos por qué?
—El alcalde Addison se presentó en la morgue y me dijo que sería un escándalo para los vecinos saber que la señora Turner había sido asesinada. Me dijo que era preferible decir que murió por causas naturales para no generar pánico, aprovechando que la señora no tenía ningún familiar. A cambio de eso, me prometió que él haría una investigación exhaustiva para encontrar al culpable.
—¿Tiene usted alguna forma de probar que el alcalde estuvo allí ese día?
—Sí, las cámaras de seguridad del hospital.
En ese momento, tanto el alcalde como sus dos abogados se sorprendieron. Manuel tenía la astucia que le había faltado en su momento al doctor Brigadier. Se había adelantado a todos los posibles baches para que no pudieran derrumbar su declaración.
El abogado prosiguió.
—Hábleme sobre su accidente.
—No fue un accidente. Un grupo de hombres me atacó a la salida del hospital. Me golpearon hasta dejarme casi muerto.
—¿Pudo reconocer a alguno de ellos?
—Sí. Cuando estaba tumbado en el suelo, uno de ellos creyó que estaba inconsciente y se quitó el pasamontañas. Pude verle el rostro y lo reconocí de inmediato. Ese mismo junto a varios más habían ido al hospital ese mismo día para llevarse los archivos viejos. Ellos mismos mencionaron que fueron enviados por el alcalde, Trevor Addison.
El abogado ocupó la pantalla con las imágenes de las cámaras de seguridad. En una de ellas se mostraba a varios hombres con cajas entre las manos.
—Estas imágenes fueron tomadas de las cámaras de seguridad, ¿puede reconocer cuál fue el hombre al que le vio la cara?
—El de la esquina derecha —respondió Manuel.
—No más preguntas.
El doctor Saenz tomó asiento y el otro abogado del alcalde se puso de pie para continuar.
—Doctor Alonso, usted menciona que las grabaciones de la cámara de seguridad del hospital muestran al señor Addison ingresando a la morgue, sin embargo, las cámaras solo pueden ofrecernos imágenes, no audios. El señor Addison es el alcalde de Sacramento, ¿no es entonces algo común que él visite los distintos establecimientos?
—Nunca antes había visitado el hospital y si lo hizo no lo supe, porque nadie baja hasta la morgue, a no ser que sea estrictamente necesario.
—Aun así, usted no tiene forma de probar que fue el señor Addison quien lo instó a cambiar el acta de defunción de la señora Turner.
—Cuando la historia se cuenta sola no hace falta el audio. Pueden mirar el video y sacar sus propias conclusiones.
El abogado tuvo la intención de continuar, pero la jueza lo interrumpió.
—Vamos a tomarnos un receso de una hora para examinar con detenimiento la grabación. Una vez revisado el archivo, determinaremos si el video sirve o no como evidencia.
El abogado tuvo intención de apelar, pero tanto el alcalde como su colega lo instaron a acatar las órdenes de la jueza.
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