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Le parecía irónico que la cafetería que lo vio crecer, en donde vivió parte de su infancia y adolescencia, ahora también fuera testigo de aquel momento tan importante. Es que, por más que quisiera despegarse de Sacramento, aquel pueblo todavía seguía siendo parte de su vida.

Decidió citar a sus padres al día siguiente de su llegada. Quería que estuvieran descansados y con la mente despejada porque recibirían demasiada información, y lamentablemente casi toda era terrible.

Alex le había enviado un mensaje para avisarle que llegaría unos minutos tarde porque estaba de guardia. Federico no pudo evitar pensar que, al final de cuentas, el chiste del uniforme acabaría volviéndose una realidad.

—Así que te estás quedando con este chico, Alex —comenzó su padre, mientras bebía un sorbo de té.

—Oh, yo lo recuerdo, era ese niño precioso de ojos azules con pecas en la nariz, ¿cierto? Sus papás iban a la iglesia, de vez en cuando nos cruzábamos en el supermercado —agregó su madre.

—Sí. Fue a casa algunas veces, éramos amigos en la escuela.

—¿Cómo era su apellido? —preguntó su padre.

—Ruiz. Alexander Ruiz.

Entonces, su padre hizo una mueca. Se removió incómodo en el asiento y bebió otro sorbo de té.

—Es el nieto del policía que estuvo en el caso de tu hermano —dijo con seriedad—. Un tipo bastante tosco. Poco empático teniendo en cuenta que estaba hablando con una familia que acababa de perder un hijo.

Federico asintió con suavidad.

Sabía que tarde o temprano sus padres harían la conexión. Era común que en los pueblos pequeños se reconociera a la gente por sus apellidos. Por lo general, no había muchas personas con el mismo apellido que no tuvieran un parentesco. Eso era algo terrible si alguien hacía algo malo. Por lo general, la reputación de la manzana podrida terminaba manchando al resto de la cosecha. Eso era lo que había pasado con Alex.

—Sí, bueno, no conocí a su abuelo, pero Alex es otro tipo de persona.

Justo en ese momento, Alex apareció. Buscó a la familia con la mirada y cuando logró ubicarlos, se acercó a ellos con una amplia sonrisa. Era difícil que aquellos nobles ojos azules pasaran desapercibidos, pero los padres de Federico todavía estaban un poco reacios a dejarse encantar por la nobleza del oficial.

—Lamento el retraso, recién me dejaron salir. Espero que hayan podido descansar.

Alex ocupó el lugar libre junto a Federico. Apoyó el gorro de su uniforme sobre sus piernas y cruzó las manos sobre la mesa, para intentar ocultar su nerviosismo.

—Alex es quien me ha estado ayudando con el caso de Bruno. En realidad, me ha estado ayudando en todo desde que llegué aquí.

—Gracias por cuidar de nuestro hijo, Alexander —dijo la madre.

—Así que tú también te hiciste policía... —comentó el padre, con el entrecejo fruncido.

Alex miró a Federico, un tanto confundido.

—Papá...

—Espero que no seas como tu abuelo. No sé si en la academia enseñan sobre modales o empatía. Pero déjame decirte que ese sargento carecía de todo eso. La forma en la que nos dijo que Bruno había muerto fue...

—Lo siento mucho —dijo Alex de inmediato—. Supe recientemente que mi abuelo tuvo comportamientos inaceptables mientras estuvo ejerciendo su cargo. Me disculpo en su nombre y en el nombre de mi familia. Quiero que sepa que yo me convertí en policía para hacerlo mejor. Sé que no puedo revertir lo que sucedió en el pasado, pero sí puedo ofrecerles mis más sinceras disculpas.

Se formó un silencio incómodo durante unos momentos. La madre de Federico agachó la mirada, el padre solo asintió.

—Alex y yo estamos saliendo —dijo Federico de sopetón—. Creo que es la mejor manera de decirlo sin dar muchos rodeos, y de paso romper esta tensión.

Alex se atragantó con su propia saliva.

Los padres de Federico ni siquiera reaccionaron. El hombre bebió otro sorbo de té, la madre levantó la mano para llamar a la camarera.

—Bueno, tengo hambre. Voy a pedir. Alexander, ¿qué quieres almorzar? Imagino que debes estar hambriento. Yo quiero una hamburguesa. Las que hacen aquí son únicas.

—Oh, ¡es verdad! —agregó el padre—. No he comido una hamburguesa tan buena en años. ¿La has probado, muchacho?

El oficial negó con la cabeza. Estaba tan nervioso que ni siquiera le salían las palabras.

—Que sean cuatro hamburguesas entonces —dijo Federico, con una sonrisa.

El almuerzo transcurrió con normalidad. No hubo preguntas incómodas, ni reclamos, ni dramas. La situación fue justo como Federico imaginó que sería.

De regreso al hotel, los jóvenes se sentaron con los padres de Federico para hablar, con más calma, sobre los detalles del caso de Bruno. Les contaron todo, sin omitir ningún detalle ni adornar los hechos. Federico quería que ellos estuvieran preparados emocionalmente para lo que fuera.

Sabía que sus padres eran fuertes; habían afrontado la pérdida de su hijo juntos, como dos guerreros, como una familia. Incluso cuando el dolor era insoportable, cuando el recuerdo de Bruno y la melancolía los asaltaba, ellos supieron sobrellevarlo. Federico los admiraba por eso.

—Lo que vamos a hacer es presentar todo lo que tenemos. Convencimos al forense del caso de Bruno para que declare. Su testimonio es crucial para el caso —explicó Alex.

—También tenemos a otro médico forense que fue coaccionado para hacer lo mismo que hicieron con Bruno. Así que estamos convencidos de que tenemos un caso sólido. El doctor Saenz va a viajar para aquí mañana en la mañana. Estuvimos reuniéndonos por videollamada, así que está al tanto del caso. No podemos tener un mejor abogado.

—Les advierto que probablemente se reproduzcan las imágenes del caso. Entre ellas pueden estar... Bueno... las fotos de la autopsia de Bruno. Podemos solicitar que ustedes salgan de la sala para que no las vean.

—No —dijo tajante la madre—. Quiero estar ahí y saber absolutamente todo lo que hablan. Ya jugaron con nosotros una vez, no voy a dejar que pase de nuevo. La imagen que tenemos de nuestro hijo no es, ni será esa. Bruno era un chico noble, tranquilo, cariñoso. No el ebrio errante que dijeron que era.

—Yo estaré con ustedes en todo momento —dijo Federico.

—Yo también —agregó Alex.

Los dos jóvenes salieron del hotel cuando la noche caía sobre Sacramento. No les había quedado ningún detalle en el tintero.

Antes de cerrar la puerta, la madre de Federico llamó a Alex.

—Gracias por cuidar de Fede —le dijo en voz baja—. Eres un buen chico, Alex, no dejes que nadie te haga creer lo contrario. 

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